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Full text of "Ediciones minimas"

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Núm. 41 



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ASo IV 



EDKIONE5 niNin/?5 

CUADERNOS MENSUALES DÉ CIENCIAS Y LETRAS 

Director: Leopotdo Diírán 



EL CANTAR DE 
LOS CANTARES 



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BUENOS AIRES 
1919 



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28 



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JUICOS Y OPINIONES ACERCA 
DE LAS EDICIONES MINIMAS. 



Meditaciones, por Manuel Medina Betancort. 

El misterio de Dios, la esencia de la vida, lo inseguro del humano 
destino, la obsesión amarga de la muerte, así como la siempre 
esquiva felicidad tras la cual, incansable, marcha el hombre desde 
las edades remotas, han dado al Señor Betancort, motivo jugoso 
para escribir sus “Meditaciones’L 

El espíritu del autor, reflexivo por propia condición, gusta pro- 
fundizar valientemente en los problemas eternos — y siempre nue- 
vos — que el universo indiferente plantea a la pobre azorada hu- 
manidad. Y a fe que si lo hace la mayor parte de las veces con 
mucho tino y gran sagacidad, cuando, por ejemplo, sobre la duda 
o la moral medita, parécenos equivocado un tanto, en sus ideas 
acerca de la muerte. 

No acertamos a comprender si el temor a la muerte, que el 
escritor confiesa, es hijo del pesimismo o de la incertidumbre del 
más allá, y menos comprendemos aún por qué afirma categórica- 
mente, también sea para el sabio motivo de tragedia la certeza del 
fin irremediable. Porque nosotros creemos que es cualidad especí- 
fica de la sabiduría no temer a lo que no se conoce, como lo dijo 
— si mal no recordamos ^ — el bueno de Sócrates en aquella su 
famosa defensa contra la infamia y la ignorancia. 

Por otra parte, sabiduría quiere decir cordura, valor y algo más 
grande aún: consciencia y equilibrio. De suerte que si el sabio 
vive con cordura y con valor afronta las situaciones adversas, 
aceptable será pensar dialogue serenamente con la muerte, a quien 
no puede mirar con horror, porque posee lo que el resto de los 
mortales ni vislumbra: la comprensión consciente del vital equili- 
brio que exige, para no perturbarse, la colaboración incesante de 
las dos hermanas inseparables. 

Y para terminar, bien podemos contestarle a Betancort con las 
ideas de Finot al respecto, ideas sintetizables en estas pocas pala- 
bras: a la muerte solo la temen los que no cumplieron ampliamente 
su misión en la vida, los que a'n con energías suficientes para 
completar la obra se fueron a la “región' de donde no se vuelve'', 
aunque nosotros creamos ingénuamente que se vuelve, bien bajo 
la forma de flor o de brillante y efímera mariposa de color. 

Pero volvemos. Tikónidos. “Ideas". Buenos Aires, junio 1917- 

• • 



Del diario de mi amigo, por Enrique Herrero Ducloux. 

Estas cortas páginas están saturadas de vida intensa observada 
sin prejuicios ni convencionalismos sociales. Cierta ironía sutil, 
cierta manera peculiarísima de ver las cosas que se suceden verti- 
ginosamente en nuestra existencia cotidiana, atenúan un tantj? el 
amargor que se desprende de muchas de estas reflexiones teñidas 
de un íntimo y peculiar subjetivismo. En estos fragmentos, aquí y 
allá, campea una observación sutil que parte de convicciones per- 
sonales de íntima raigambre. De ellos se desprende siempre un 
hálito más o menos puro de edificante enseñanza. Se leen con 
creciente interés. De mí sé decir que en ellas he encontrado mu- 
cho digno de consciente aplauso. F. García Godoy. “El Adalid". 
Santo Domingo, 9 agosto 1917. 



EL CANTAR DE LOS 
CANTARES, étamatha- 
do por Jean de Bonnefón. 
Veirsíón y notas de Rafael 
Cabíeía. n n n n n n 



EDICIONES MINIMAS. 

BVENOS AIRES. MCMXIX. 




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ARGUMENTO 



II est de viles dé cene es, 

J. J. Rousseau. 



E l Cantar de los Cantares, que forma parte del Antiguo 
Testamento, ha sido objeto de grandes comentarios y 
de estudios críticos. 

Es uno de los puntos más atacados del muy vasto cam- 
po de batalla de la Biblia, donde chocan los partidarios de 
lo sobrenatural y los soldados de la revelación, contra el 
ejército de los críticos y los racionalistas. 

Los doctrinarios de la Fe y los de la negación parecen, 
más preocupados del combate, para , el que emplean como- 
armas todos los textos, que de la hermosura, única mani- 
festación que vale el honor y ía pena de fijar a la huma- 
nidad inquieta. 

Los teólogos implacables exprimieron este fruto di- 
vino del Oriente para extraer de él un zumo místicO..^ 
Pero los teólogos no son infalibles y comprometen a Dios,, 
cuando quieren emascular el más hermoso drama de pa- 
sión que existe, para hacer un diálogo compasado ■— pero- 
profético — entre Jesucristo futuro^y su Iglesia por venir. 

Todas las otras hipótesis son más aceptables, aun la 
de Mac-Pherson, que yió en EL Cantar de Iqs Cantares 
una serie de lemas y de voces que debieron ser colocados 
unos a continuación de otros, sobre las columnas del Tem- 
plo, como las inscripciones de la Alhambra. 

• Otros tomaron El Cantar de los Cantares por una re- 
copilación de cantos de amor, populares en Judea y yux- 
tapuestos por un tardío escriba. " 

Los más avisados adivinaron en él úna pieza teatral,, 
lúpnuniénto del arte dramáticp qúe jlesafiaria:,^ 1^ 
y qué hubiese perdido en su curso á través de los siglos 
la división escénica y los nombres de los personajes. 

La acción de El Cantar de los Cantares aparece evi- 
dentemente al que lee el texto hebreo o la versión de los 



4 



JEAN DE BONNEEÓN 



Setenta (i), libres de las odiosas divisiones en capítulos 
y versículos, que no tienen ningún valor crítico, antes rom- 
pen el sentido a cada paso. 

Ernesto Renán, en Francia, y otros, en Alemania, 

buscaron el drama entre las ruinas por las que trepa la 
hiedra de la teología. 

Quisieron encontrar insoluble la dificultad de recons- 

truir un desarrollo análogo al del drama moderno. Com- 
plicaron la acción e imaginaron la intervención de una 
multitud de personajes, aun el del amante llorado por la 
Sulamita, que estaría presente en la escena. ¿ Por qué 

no imaginar también que él vendió su amada a Salomón? 
Esto sería de un perfume muy oriental. 

Lo que doy ahora difiere de lo que fué ya hecho, 
por la simplicidad extrema y la claridad del drama. 

La traducción es literal, nueva por la expresión o el 
ritmo, pero respetuosa del texto hebreo. 

Se cree que la ignorancia de un copista puso fuera 
de lugar el principio de la pieza y lo colocó hasta el fin, 
error que explica la disposición de la escritura hebraica. 

Daré dos traducciones literales, (2) una de primera 

intención y de un solo trazo, sin capítulos ni versículos, 
la otra restableciendo lo que se cree que es el diálogo y 
la “mise en scéne^* del drama. Aparecen dos personajes; 
la Sulamita, el rey Salomón; además el coro. Se escucha 
a lo lejos a dos hermanos de la Sulamita, pero no los ve 
el espectador. La decoración representa un pabellón de 
los jardines del rey Salomón. Puede ponerse allí toda la 
clara hermosura del Oriente y toda la majestad que con- 
viene al fausto de un gran rey. 

Los creyentes se sentirán lastimados, sin duda, más 
en su malevolencia humana que en su fe espiritual, por 
la nueva representación de este drama. 

¿Qué inconveniente ven en que la Biblia revelada con- 
tenga un drama de amor? ¿No fué dada la pasión al 
mundo para dejar a los seres eí valor de vivir la vida? 
La pasión de amor que es el derecho del hombre y de la 
mujer, permanece como un acto de religión eterna, anterior 
y superior a las religiones dogmáticas. 



(1) La versión de los Setenta es una traducción griega do los 
libros dei Antiguo Testamento, para uso de los judíos de Egipto, 
que no entendían ya el hebreo. La edad y la factura de esta tra- 
ducción están rodéadas de graciosas imaginaciones, tomadas a dos 
supuestos autores, Arí$teo y Aristóbulo, Bn efecto, no se sabe ni 
por quién, ni cómo, ni en qué tiempo, fué hecha U versión griega 
del Antiguo Testamento, Tal como es, venerable por la edad, la 
versión de los Setenta, es una ayuda indispensable para la tra- 
ducción del texto hebreo. El Cantar de hs Cantares, muy modi- 
ficado en la Vulgata latina, presenta pocas diferencias entre e¡ ori- 
ginal hebreo y la versión de los Setenta. Utilizamos uno y otra 
sin indicaciones, porque nuestro ensayo no es en lo absoluto una 
obra de gramática sino una restitución escénica del drama. 

(2) Publicamos una sola de ellas, por cuanto aparece también 
en este cuaderno la versión de Cipriano de Varela, reputada como 
una de las mejores y hecha directamente d^l hebreo al eastelUuo. 



El. CANTAR DE EOS CANTARES 



Los creyentes son los menos a propósito para conde- 
nar los ardores del verbo y el brillo de los colores. Si 
El Cantar de los Cantares es revelado por Dios, ¿por qué 
rehusar la hermosura a la expresión de Dios? Dios no 
es ni frío ni puritano, y su palabra puede tomar lo mismo 
la forma dramática que la forma lírica. 

¡ Graciosos fieles los que creen en un Dios hecho a 
su imagen : gazmoño, pedante, inquieto, escrupuloso ! 

Este catolicismo hace claudicar aun al arte divino : las 
religiones han hecho la apoteosis de la castidad ; pero 
Dios hizo la apoteosis del amor creando el mundo y dan- 
do a sus criaturas la misión de perpetuarlo. 

Lo ridículo no es moral nunca y El Cantar de los 
Cantares no se torna indecente sino cuando se hace un 
diálogo teológico y traidoramente místico, entre Nuestro 
Señor y su Iglesia. 

En su sentido humano y natural, las palabras auda- 
ces del Cantar de los Cantares permanecen sanas y forti- 
ficadoras. Este drama expone el triunfo del amor verda- 
dero sobre la prostitución oficial y real. 

Los mensajeros de Salomón compraron en el país de 
Sulem una bella muchacha para el serrallo de su señor. 
La víctima fué entregada por sus hermanos. Pero ella 
arde por un pastor, con una pasión abrillantada por la 
fidelidad, como está revestida de oro una coraza de pla- 
ta. Salomón viene a su pabellón para ver la nueva adqui- 
sición y comienza por decir a la joven las frivolidades 
propias de todas las cortes, lo mismo en aquel tiempo que 
ahora : el mundo varía poco . 

La joven no ve al rey y le habla al amante lejano. 
Al principio Salomón toma para sí las respuestas que son 
llamamientos a otro, y el coro participa de este error de 
la fatuidad real. Poco a poco Salomón comprende el ver- 
dadero sentido de las palabras, se pica en el juego y lle- 
ga a enamorarse sinceramente. La Sulamita continúa des- 
deñosa, llega hasta la insolencia, y derrota a Salomón en 
un apóstrofe final, que forma la moral de la glosa. 

Y esto es todo ; y es el triunfo de la pasión sobre 
la venalidad. Y es una diatriba de genio contra un rey tan 
grande, que los panfletistas de su tiempo necesitaron de 
genio para atacarle. 

Y esto queda bastante hermoso así para ser inspira- 
do por Dios, porque ya era revolucionario Dios, en los 
tiempos de Salomón. 







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https://archive.org/details/edicionesminimas4119unse 



EL DRAMA 



La escena pasa en el umbral de un pabellón, 
en los jardines del serrallo real. La gente de 
Salomón descubre, en el país de Sulem, ciudad 
de la tribu de Isaacar, a una joven, que compra- 
ron para el placer de su señor. Los hermanos de 
la Sulamita arrancaron a su hermana de su vida 
rústica y del amante que tenia en la aldea. Aca- 
ban de entregarla y de lograr el precio convenido. 

Cuando se alza el telón, se alejan ya; pero se 
escucha el final de su conversación. 

Al principio, la Sulamita se encuentra sola a la 
entrada del pabellón. Piensa en el pastor del que 
fué separada tan bruscamente, y del que quiere 
continuar siendo amante fiel. 

La gente de Saloinón ha ido a prevenir a su 
señor, que llega, después de unos instantes, se- 
guido de su corte que forma el coro. 



UNO DE LOS HERMANOS DE LA SULAMITA 
(a lo lejos). 

T ENEMOS otra hermana pequeña que no tiene pechos 
* todavía. ¿ Qué haremos de nuestra hermana cuando esté 
eVi edad de agradar? 



OTRO HERMANO 

Si es un muro, le haremos almenas de plata; si es una 
puerta le haremos batientes de madera de cedro . 

LA SULAMITA 
icón voz _ profundamente triste). 

Fui un muro ; mis pechos fueron las torres de defensa. 
Ved cómo obtuve hasta aquí que me dejaran en paz... 



8 



JEAN DE BONNEFÓN 



UNO DE LOS HERMANOS 

(más y más lejos, y continuando la conversación 
con su compañero de viaje ) : 



Salomón tiene una viña en Baal-Hamón (i). Se la 
confió a arrendatarios de los cuales cada uno le paga 
mil sidos por su fruto. 



LA SULAMITA 

Mi viña está delante de mi {muestra su cuerpo) ...Le 
cuesta mil sidos a Salomón y en utilidad doscientos a los 
arrendatarios. . . 

(Entra Salomón, en el esplendor de su traje 
real, seguido a distancia por su Corte, que forma 
el coro). 



SALOMÓN 

Hermosa, que te encuentras en este jardín, mira a mi 
séquito reunido que te escucha. Haz oir tu voz. 



LA SULAMITA 



(La Sulamita habla como en un sueño y se di- 
rige al amante que dejó en la aldea, en lugar de 
responder a Salomón, que, al principio de la con- 
versación toma para sí las amorosas palabras des- 
tinadas al ausente). 



Huye, mi bien amado, y sé como el gamo o como d 
cnodio de la cierva sobre las montañas perfumadas... 



(Cierra los ojos y parece que entra en un sueño). 

i Béseme él con un beso de su boca ! 

(El coro, creyendo que la Sulamita se dirige • 
Salomón, aprueba las palabras sin entender su 
verdadero sentido, que está oculto, e ignorando a 
quién van destinadas en realidad). 



(i) Ciudad de Palestina, hacia el Norte. 



KL CANTAR de: los CANTARES 



9 



E)I/ CORO 

(volviéndose hacia Salomón). 



Tus caricias, más que el vino, son buenas para los la- 
bios y, más que los mejores perfumes, son perfumadas. 
El encanto de tu nombre se extiende como el aceite de- 
rramado... Por eso las doncellas te aman. 



LA SULAMITA 



Tómame, correremos juntos. Me introdujo mi rey (i) 
en sus cámaras de embriaguez. 



coro 

(le habla a Salomón). 



Nuestra exaltación y nuestra alegría están en tí... 
Estamos ebrios de tus caricias más que de vino ... ¡ Cuán- 
ta razón tienen las que te adoran 1 



LA SULAMITA 

Negra soy, pero hermosa, hijas de Jerusalén. . . Negra 
como las tiendas de los pueblos de Cedar, hermosa como 
los pabellones de Salomón... No creáis que soy morena; 
el sol es el que me quemó... Los hijos de rhi madre se 
airaron contra mí; pusiéronme por guarda de viñas... 
i Ay! mi viña, que era mía, la descuidé!... 

Dime, adorado de mi alma, dónde apacientas tu rebaño, 
dónde descansas al medio día, para que no comience a 
vagar en pos de los rebaños de tus compañeros... 



(Bl coro se asombra ahora del lenguaje de la 
Sulamita. No se atreve a comprender, pero va- 
cila) . 



LL CORO 

Si eres rústica hasta este grado, ¡ oh la más bella entre 
las mujeres!, parte... Ve, siguiendo la huella denlos 



(i) La Sulamita juega con la palabra rey, y habla de su amante, 
fingiendo que se dirige a Salomón. 



10 



JEAN DE BONNEEÓN 



rebaños, y apacienta tus cabritos cerca de las tiendas don- 
de los pastores descansan... 

{Salomón, muy turbado por la indiferencia que 
comprende de improviso, se torna lírico en la ex- 
presión de su deseo amoroso. Hasta su derrota, 
su tono va elevándose en las regiones del amor y 
del verbo). 



SAI^OMóN 



Te comparo, amiga mía, a mis caballos uncióos al carro 
de Faraón. . . (i) . 

Bellas son tus mejillas; desnudo, es una joya tu cuello; 
por lo tanto le haremos collares de oro nielados de plata. 



I,A SU^AMITA 

Mientras mi rey descansaba en su reclinatorio, mis per- 
fumes descubrieron su perfume. Hacecillo de mirra es 
mi bien amado para mí ; siempre reposará entre mis pe- 
chos... Racimo de uva de las viñas de Engadí es mi 
bien amado... 



SALOMÓN 
{más y más lírico). 



He aquí que tú eres hermosa, adorada mía, he aquí que 
tú eres hermosa; tus ojos son ojos de paloma. 



LA SULAMITA 
{se dirige siempre al ausente). 

He aquí que tú eres hermoso, adorado mío, y arrogan- 
te... Estas flores son nuestro lecho; las ramas de cedro 
son las vigas de nuestro palacio ; los troncos de los ci- 
preses son nuestros artesonados. . . 



SALOMÓN 

Boy el narciso de Sarón, el lirio en el valle. Como el 
lirio entre las zarzas parece mi amada entre las mozas. 

(i) Egipto suministraba los carros más suntuosos, y Salomón 
alude aquí a un obsequio que recibió de Faraón. 



EL CANTAR DE LOS CANTARES 



11 



IvA SUIvAMITA 



Como un manzano en la espesura de las selvas (i) 
parece mi amado entre los mozos... A la sombra de aquel 
a quien yo había deseado, descansé, y su fruto es dulce a 
mi paladar... 

Me introdujo en la bodega de su vino. La bandera 
que levantó sobre mí es el amor (2). 

Dadme uvas para refrescarme... frutas para fortificar- 
me... porque muero de amor... 

Pero su brazo izquierdo sostiene ya mi cabeza y su 
brazo derecho me oprime. 



(Bl coro marca con un murmullo su indignación 
Porque la Sulamita se atreve a dirigirsCj no al rey 
presente, sino al amante lejano). 



SAI^OMóN 

icalma al coro con un gesto de autoridad). 

Yo OS conjuro, hijas de Jerusalén, por las gacelas, por 
las ciervas de los campos! No atormentéis, no despertéis 
a la adorada, antes que ella misma no salga de su sueño. 



LA SULAMITA 

icontinúa, sin escuchar nada, entregada por com- 
pleto a su éxtasis de amor). 

Es la voz del amado : he aquí que viene saltando por 
los montes, pasando por los collados... Mi bien amado 
es ágil como el gamo o el cervatillo... ¡Es él! Está detrás 
de la muralla, mira por la ventana, sus ojos salvan las 
rejas... Ya el adorado me dijo: "‘Levántate, aprisa, ama- 
da mía, hermosa mía ; ven, porque el invierno terminó, 
la lluvia está lejos; cesó. Las flores aparecieron sobre 
nuestra tierra; el tiempo de las canciones es venido. La 
queja de la tórtola se escuchó en nuestros campos”. 

Los retoños de la higuera comienzan a brotar ; las vi- 
ñas en flor exhalan todo su perfume. Levántate, amada 
mía, radiosa mía, y ven. 

“Paloma mía, oculta en los agujeros de la peña, en lo 
alto del muro, muéstrame tu rostro ; que tu voz suene en 



(1) Ls decir, como un árbol con fruto en medio de otros árbo- 
les que no lo tienen. 

(2) Alusión irónica a las banderas y a la pomra qne rodea a 
los reyes. Renán dice: se levantaba una band'^ra sobre las bodeqas 
o cámaras del vino, y se distribuía éste. — Véase La Mo-Ulaca, de 
Antera. — Ensayo sobre la Historia de los Arabes. 



12 



JEAN de BONNEKÓxX 



mis oídos, porque tu voz es dulce, porque tu rostro es 
encantador”. 

Cazad las zorras pequeñas que destruyen nuestras vi- 
ñas, porque nuestra viña está en flor... (i). 

Mi amado es para mí y yo para él que apacienta su re- 
baño entre los lirios... (2). 

Cuando caiga el calor y cuando las sombras crezcan, 
torna, mi bien amado, rápido como el gamo o el enodio 
de la cierva en las montañas quebradas... En mi lecho, 
por las noches, busqué al que ama mi alma... Le busqué 
y no le hallé. . . . Me levantaré y rodearé por la ciudad, 
me dije; por las calles y por las plazas, buscaré al que 
ama mi alma. Le busqué y no le hallé. 

Halláronme los vigilantes que guardan la ciudad : “¿ No 
visteis, les pregunté, al que ama mi alma?” 

Pasando de ellos un poco, hallé al que ama mi alma... 
Lo enlacé y no lo dejé hasta que le hice entrar en la casa 
de mi madre, y en la cámara donde nací... 



{Movimiento de indignación del coro, asombra- 
do de la audacia de la Sulamita). 



SAIvOMóN 

Yo OS conjuro, hijas de Jerusalén, por las gacelas y por 
las ciervas de los campos, no atormentéis, no despertéis 
a la adorada, antes que ella misma no salga de su sueño l 



{El coro trata de divertirse y señala, con ironía, 
el palanquín de Salomón hecho para otros amores 
y llevado por criados). 



EE CORO 



¿Quién es ésta que sube del fondo del desierto (3) co- 
mo nube cargada de mirra, de incienso y de todos los 
perfumes ? 

He aquí el palanquín de Salomón... Sesenta valientes 
de los más valientes de Israel lo rodean. Todos tienen es- 
pada y son diestros en los combates. Cada uno tiene su 
espada al lado para ahuyentar los peligros de la noche. 



(1) Copla de un canto popular que la Sulamita jnezcla a £u 
sueño. 

(2) Dice Renán: Las praderas de Sarón están en ciertas épo^'as. 
del año cubiertas de lirios. 

(3) Dice Renán: Ls decir, “que aparece en el horizonte”. 
Jerusalén está rodeada a cierta distancia de una cadena de der 

siertos. 



í«:i. CANTAR DK eos CANTARKS 



13 



La litera que hizo construir el rey Salomón es de made- 
ra del Líbano ; quiso que las columnas fuesen de plata, 
que el solado fuese de oro ; las gradas adornadas de púr- 
pura, el interior acolchado de amor por las hijas de Je- 
rusalén. 

Salid y ved, hijas de Sión, ved al rey Salomón con la 
diadema con que le coronó su madre (i) el día de sus 
desposorios, el día en que se desbordó la alegría de su 
corazón (2) . 

(Nada distrae a Salomón de su objeto; conti- 
núa su corte inútil a la Sulamita, que no cesa de 
cantar al pastor ausente). 



SAI.OMÓN 

¡Qué bella eres, amada mía, qué bella! Tus ojos son 
ojos de paloma bajo los pliegues de tu velo. Son hermosos 
tus cabellos como son hermosos los rebaños de cabras 
suspensos en los flancos del monte de Galaad. Tus dien- 
tes son como manada de ovejas trasquiladas, saliendo del 
baño. Cada una de ellas tiene mellizos sin que una sola 
sea estéril. Tus labios son rojos como una cinta escar- 
lata. Dulce es tu voz. Tus mejillas son como mitades de 
granada bajo los pliegues de tu velo. Tu cuello (3) es 
como la torre de David, construida para servir de arsenal; 
mil escudos están suspendidos de ella y todos los broque- 
les de los valientes. Tus dos pechos son como dos cerva- 
tillos gemelos que apacientan entre los lirios. 



I.A SUIvAMITA 

Antes que refresque el día y huyan las sombras, iré a 
la montaña de la mirra, al collado del incienso. 



SALOxMóN 

Tú eres toda Hermosura, amada mía, y no hay man- 
cha en tí. 

Ven del Líbano, esposa mía, ven del Líbano, ven. Mí- 
rame desde la cima del Amaná, desde las cuestas del Sa- 

(1) Betsabé, madre de Salomón. 

(2) E )1 coro habla de un retrato de Salomón que debió ser colo- 
cado en uno de los paños de la litera. 

(3) Dice Renán Por los collares que le rodea es comparado 
su cuello a la torre* guarnecida de armaduras. 



14 



JEAN DE BONNEEÓN 



nir y del Hermón, desde la morada de los leones, desde 
la montaña que habitan los leopardos. 

¡ Heriste mi corazón, hermana esposa ! heriste mi cora- 
zón con una mirada de tus ojos, con un cabello de tu nu- 
ca. i Qué bellos son tus pechos, hermana esposa ! \ Son 
más hermosos que el buen vino, tus pechos ! y el olor de 
tu perfume es mejor que el de todos los aromas. 

¡Tu labio es un panal que destila miel! Leche y miel 
tienes debajo de la lengua, y el olor de tus vestidos es 
como el olor del Libano. 

Eres un jardín bien cerrado, hermana esposa, un jardín 
cerrado con una fuente sellada. 

Tus encantos son las plantas de este delicioso jardín, 
lleno de granadas, de ciprios frutos y de nardo. El nardo 
y el azafrán, la caña aromática y el cinamomo, se encuen- 
tran con todas la esencias del Líbano, con la mirra y el 
áloe, con las plantas embalsamadas. 

Tú eres también la fuente de estos jardines y el manan- 
tial de aguas vivas que corren del Líbano. 

Levántate, Aquilón, ven, viento del medio día. ¡Sopla 
por todas partes sobre mi jardín y que sus perfumes se 
exhalen ! 



LA SULAMITA 

Que venga mi bien amado a su jardín, y que devore 
los frutos de sus árboles... 



SALOMÓN 

Vine a mi jardín, hermana esposa; cogí la mirra y tam- 
bién el bálsamo ; comí mi miel en su panal ; bebí mi vino y 
mi leche. 

(Se vuelve hacia el coro). 

Comed, amigos míos, y bebed, llegad hasta la embria- 
guez, amigos míos. 



LA SULAMITA 



Yo duermo y mi corazón vela... Es la voz de mi bien 
amado ; ¡ llama ! 

“Abreme, dice, hermana mía, amada mía, paloma mía, 
mi sin mancilla, porque mi cabeza está llena de rocío, por- 
que corren por mis cabellos las lágrimas> de las noches". 



EL CANTAR DE LOS CANTARES 



15 



Me despojé de mi túnica; ¿cómo me la vestiré? He la- 
vado mis piés ; ¿cómo ensuciármelos? 

Pero mi bien amado puso su mano en la madera del 
pestillo, y mi seno se estremeció a este ruido... 

Y me levanté para abrir al bien amado y mis manos 
esparcieron el olor de la mirra, y estaban llenos mis de- 
dos de la mirra más pura... 

Quité el cerrojo de mi puerta; abrí a mi bien amado... 
Pero había desaparecido, había pasado... Mi alma se es- 
tremeció desde que le oyó hablar; le busqué y no le hallé; 
le llamé y no me respondió... 

Me. encontraron entonces los vigilantes que recorren 
la ciudad... Me golpearon y me hirieron. . . Los guardias 
de las murallas quitáronme mi manto. 

vuelve hacia el coro). 

Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, que si encontráis a 
mi bien amado, le digáis que muero de amor... 



(JS/ coro, picado por la curiosidad, quiere saber 
el nombre del amante tan amado. Se lo pregunta 
bruscamente a la Sulamita. El coro tiene quizá 
la secreta esperanza de que la Sulamita responderá 
de un modo halagador para Salomón). 



Eh CORO 

¿Quién es, pues, este bien amado de los bien amados, 
i oh! la más bella de las mujeres? ¿Cuál es la superiori- 
dad de este bien amado de los bien amados que así nos 
conjuras para buscarle? 



LA SULAMITA 

Mi bien amado es de piel blanca y rosada, el señalado 
entre mil ... Su cabeza es de oro puro . . . Sus cabellos tie- 
nen la flexibilidad de las ramas tiernas de la palmera, 
son negros como la pluma del cuervo... Sus ojos hacen 
pensar en las palomas que se ven sobre el agua de los 
arroyos, en las palomas que se creería bañadas en leche y 
que hacen su morada cerca de las grandes corrientes... 
Él olor de sus mejillas es el de un prado aromático cui- 
dado por jardineros... Sus labios tienen el perfume del 
lirio y destilan la más pura de las mirras... Sus manos, 
hechas a torno, brillan como si estuviesen cargadas de 
anillos de jacintos engastados en. oro... Su vientre es un 
marfil veteado de záfiro azul... Sus piernas son columnas ’ 
de mármol sobre un zócalo de oro, . . Su aspecto tiene 



16 



JEAN DE BONNEEÓN 



la majestad del Líbano. Es esbelto como el cedro... Su 
voz es infinitamente dulce... Todo él es deseable... Tal 
es mi bien amado... Y él es mi amante, hijas de Jeru- 
salén. . . 



(El coro es arrebatado por la potencia del amor, 
por la sublime brutalidad de la pastora de Sulem. 
El coro olvida a Salomón y la majestad real. Tie- 
ne, no obstante, curiosidad de ver al amante tan 
amado). 



EL CORO 

¿En dónde se halla tu bien amado, ¡oh! la más bella 
de las mujeres? ¿A dónde se apartó tu amado?. . . Lo bus- 
caremos contigo... 



LA SULAMITA 



El bien amado descendió a su huerto, al prado de los 
aromas, para apacentar su rebaño y para coger lirios... 

Yo soy de mi amado; mi amado es mío... el cual apa- 
cienta su rebaño en el campo de los lirios. 

{Salomón no se descorazona. No cree que una 
muchacha rústica pueda resistirle largo tiempo. Su 
palabra se torna un himno de admiración y de 
amor. En su turbación, repite las palabras que 
ya había pronunciado). 



SALOMÓN 

Eres bella, amiga mía, como Thersa (i). Eres encan- 
tadora como Jerusalén, pero terrible como un ejército en 
línea de batalla. Aparta de mí tus ojos, porque ellos cau- 
saron mi derrota. Tus cabellos son brillantes como maña- 
na de cabras que se muestran en las pendientes del monte 
Galaad . 

Tus dientes son como rebaño de ovejas trasquiladas 
saliendo del baño, portadoras de un doble fruto sin que 
una sola sea estéril. 

Tus mejillas son como mitades de granada bajo los plie- 
gues de tu velo. 

Sesenta son las reinas ; ochenta las concubinas ; y las 



(i) Antigua capital del reino de Israel. 

Dice Renán: Ciudad del Norte de Palestina, que desde Jeroboaro 
hasta Omri fue la capital del reino de Israel. 



Klv CANTAR DK IvOS CANTARES 



17 



doncellas sin cuento. Pero única es la paloma mía, mi 
perfecta; es la única, la elegida de su madre. 

La vieron las mozas y la proclamaron bienaventurada; 
las reinas y las concubinas la vieron y la alabaron. 

{El coro está más y más asofhbrado de la in- 
fluencia que adquiere sobre Salomón esta mujer 
INDIFERENTE). 



Kb CORO 

¿ Quién es ésta que avanza como una nueva aurora, be- 
lla como la luna, deslumbradora como el sol, terrible co- 
mo un ejército en línea de batalla? 

{La Sulamita se vuelve al lado opuesto del coro, 
y parece salir de un sueño). 



LA SULAMITA 

Al huerto de los nogales descendí, para ver los frutos 
del valle, para ver de lejos si la viña está en flor, si las 
granadas se formaron... Perdí el sentido, mi alma se 
sobresaltó al ruido de los carros de Haminadab. 



LL CORO 

Vuelve la frente, vuelve la frente, Sulamita, para que 
te contemplemos. 



LA SULAMITA 

¿ Para qué mirar a la Sulamita en lugar de una danza 
de Mahanaim ? ( i ) . 



SALOMÓN 

i Cuán hermosos son tus pies en tus sandalias, hija dig- 
na de una gran raza ! 

Tus coyunturas están moldeadas por estrechas ajorcas 
engastadas por manos de artistas. 

(i) Ciudad- célebre por la gracia de sus bayaderas y la suntuo- 
sidad de sus fiestas. ^ 



18 



JEAN DE BONNEEÓN 



Tu ombligo es una copa hecha a torno para derramar 
la embriaguez. Tu vientre es como haz de trigo cercado 
de lirios. Tus dos pechos son como cabritos mellizos; tu 
cuello es como torrecilla de marfil. 

Tus ojos son profundos como las piscinas de Hesebón 
cerca de la puerta de Bath-Rabbim. 

Tu perfil es recto y puro como la torre del Líbano (i), 
la que mira hacia Damasco. 

El conjunto de tu cabeza, es el esplendor del monte Car- 
melo. Tus cabellos son como hilos de púrpura; un rey está 
encadenado por sus bucles. 

¡ Qué bella eres, qué llena de gracia, amada hecha para 
mis delicias ! 

Tu cintura es flexible como el tallo de una palmera. 
Las puntas de tus pechos son como granos de uva. 

Dije: “subiré a agazaparme en la palmera y tomaré el 
fruto’L 

“Tus pechos serán mis uvas y el olor de tu boca será 
el de la flor del manzano’'. 

La saliva de tu garganta es un vino delicioso que mana 
dulcemente y refresca los labios del amante adormecido. 

(La Sulamita, sin ver a Salomón, con los ojos 
vueltos hacia la lejanía, abruma al rey y a la 
corte con su ironía y su violencia. Al mismo tiem- 
po evoca toda una existencia rtística). 



LA SULAMITA 

Yo soy de mi amado y mi amado es mío... Ven, bien 
amado, escapémonos al campo y vayamos a acostarnos a 
la aldea. 

Levantémonos de mañana y vayamos a las viñas, vea- 
mos si germinaron las cepas, si las flores se tornaron fru- 
tos, si penden las granadas. 

Allí te daré mis pechos... Los manzanos de amor es- 
parcieron su perfume... A nuestras puertas están los fru- 
tos más hermosos ; los nuevos y los ya secos, todos los 
tengo para tí, mi bien amado... ¡Que río seas mi herma- 
no que mamó la leche de mi madre para que yo te halle 
fuera, te bese, y que no sea menospreciada de nadie por 
esto ! (2) Te tomaré y te conduciré a la casa de mJ ma- 
dre; allí me enseñarás y yo te daré una copa de vino aro- 
matizado y el jugo de mis granadas... Su mano izquier- 
da sostiene ya mi cabeza y su brazo derecho me oprime... 



(i) Renán dice: Una de las torres que David hizo construir al 
Norte de Palestina, para que sirviese de punto de observación con- 
tra los Sirios. (Sam. VIII. 6). 

. ( 2 ) !^ste llamamiento a los placeres del incesto que duplicarla 
los del amor, es un atrevimiento frecuente de la literatura oriental. 



EL CANTAR DE -^OS CANTARES 



i9 



SALOMÓN 



Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, no atormentéis, no 
despertéis a mi bien amada, antes que ella misma no sal- 
¿a de su sueño. 



EL CORO 

¿Quién es ésta que sube del fondo del desierto, llena 
de placer, apoyada en su bien amado? 



(Salomón recobra al fin su dignidad real, aban- 
dona la lucha y sale). 



LA SULAMITA 
(al amante ausente). 

Bajo el manzano te despierto; alli fué iniciada tu ma- 
dre; allí fué martirizado el seno que te amamantó... Pon- 
ine como un sello sobre tu corazón, como una ajorca en 
tu brazo. 



(Cesa de hablarle al amante ausente, y clama 
con voz de triunfo) : 



La pasión es fuerte como la muerte ; el amor es infle- 
xible como el infierno... Sus lámparas son lámparas to- 
das de fuego y de llamas... Las grandes aguas no extin- 
guen la flama de amor y los ríos pasan sobre ella sin so- 
focarla... Cuando el hombre quiere comprar el amor con 
el precio de sus riquezas, el amor lo menosprecia como 
si el hombre no hubiese dado nada. 



EL LIBRO DE LOS CANTARES 
DE SALOMÓN. 



VERSION 

DE 

CIPRIANO DE VALERA. 



ANCION de Canciones de Salomón. 

^ 2. — ¡ Oh si me besase de besos de su boca ! porque 
mejores son tus amores que el vino. 

3. — Por el olor de tus buenos ungüentos, ungüento de- 
rramado es tu nombre: por tanto las doncellas te amaron. 

4. — Tirame en pos de ti, correremos. Metióme el rey en 
sus cámaras : gozarnos hemos, y alegrarnos hemos en ti : 
acordarnos hemos de tus amores, más que del vino. Los 
rectos' te aman. 

5. — Morena soy, ¡oh! hijas de Jerusalén, mas de codi- 
ciar, como las cabañas de Cedar, como las tiendas de Sa- 
lomón. 

6. — No miréis en que soy morena ; porque el sol me 
miró: los hijos de mi madre se airaron contra mi: hicié- 
ronme guarda de viñas, y mi viña, que era mia, no guardé. 

7. — Hazme saber ¡oh! tú, a quien mi alma ama, donde 
repastas, donde haces tener majada al medio dia : Porque 
¿por qué seré, como la que se aparta hacia los rebaños 
de tus compañeros? 

8. — Si tú no lo sabes, ¡oh! hermosa entre las mujeres, 
salte por los rastros del rebaño, y apacienta tus cabritas 
junto a las cabañas de los pastores. 

9. — A una de las yeguas de los carros de Faraón te he 
comparado, ¡oh! amor mió. 

10. — Hermosas son tus mejillas entre los zarcillos, tu 
cuello entre los collares. 

11. — Zarcillos de oro te haremos con clavos de plata. 

12. — Mientras que el rey estaba en su recostadero, mi 
espicanardi dió su olor. 

13. — Mi amado es para mi un manojico de mirra: que 
reposará entre mis pechos. 

14 — Racimo de cofer en las viñas de Engaddi es para 
mi mi amado. 

15. — He aqui, que tú eres hermosa, ¡oh! compañera mia, 
he aqui, que tú eres hermosa: tus ojos de paloma. 

16. — He aqui, que tú eres hermoso, ¡ oh ! amado mió, 
también suave: también nuestro lecho florido. 

17. — Las vigas de nuestras casas son üe cedro : las 
tablazones, de hayas. 



24 



CIPKIANO DI? VALERA 



CAPITULO II. 



O soy el lirio del campo, y la rosa de los valles. 



2. — Como el lirio entre las espinas, así es mi compa- 
ñera entre las hijas. 

3. — Como el manzano entre los árboles monteses, así 
es mi amado entre los hijos: debajo de su sombra deseé 
sentarme, y me asenté, y su fruto ha sido dulce a mi pa- 
ladar. 

4. — Trájome a la cámara del vino; y su bandera de amor 
puso sobre mí. 

5. — Sustentadme con frascos de vino, esforzadme con 
manzanas ; porque estoy enferma de amor. 

6. — Su izquierda esté debajo de mi cabeza y su derecha 
me abrace. 

7. — Yo os conjuro, ¡oh! hijas de Jerusalén, por las 
gamas, o por las ciervas del campo, que no despertéis, ni 
hagáis velar al amor, hasta que él quiera. 

8. — ¡ La voz de mi amado ! He aquí que éste viene sal- 
tando sobre los montes, saltando sobre los collados. 

9. — Mi amado es semejante al gamo, o al cabrito de los 
ciervos. Héle aquí; está detrás de nuestra pared, mirando 
por las ventanas, mostrándose por las rejas. 

10. — Mi amado habló, y me dijo: Levántate ¡oh! amor 
mío, hermosa mía y vente : 

11. — Porque, he aquí, ha pasado el invierno: la lluvia 
se ha mudado, y se fué; 

12. — Las flores se han mostrado en la tierra; el tiempo 
de la canción es venido, y voz de tórtola se ha oído en 
nuestra región ; 

13. — La higuera ha metido sus higos, y las vides en cier- 
ne dieron olor : levántate, ¡ oh ! amor mío, hermosa mía, 
y vente. 

14. — Paloma mía, en los agujeros de la peña, en lo es- 
condido de la escalera : muéstrame tu vista : hazme oir 
tu voz; porque tu voz es dulce, y tu vista hermosa, 

15. — Tomadnos las zorras, las zorras pequeñas, que 
echan a perder las viñas, mientras nuestras viñas están en 
cierne. 

16. — Mi amado es mío, y yo suya : él apacienta entre li- 
rios. 

17. — Hasta que apunte el día, y las sombras huyan, tór- 
nate, ¡oh! amado mío: sé semejante al gamo, o al ca- 
brito de los ciervos sobre los montes de Bether, 




FX UBRO DE IX)S CANTARES DE SALO^fÓN 



S5 



CAPITULO III. 



pOR las noches busqué en mi cama al que ama mi alma; 
* le busqué y no le hallé. 

2. — Ahora pues levantarme he, y rodearé por la ciu-^ 
dad : por las calles, y por las plazas buscaré al que ama 
mi alma: le busqué y no le hallé. 

3. — Halláronme las guardas que rondan por la ciudad, 
y les pregunté, diciendo : ¿ Habéis visto al que ama mi 
alma? 

4. — Pasando de ellos un poco, luego hallé al que ama mi 
alma; trabé de él, y no le dejé, hasta que le meti en casa 
de mi madre, y a la cámara de la que me engendró. 

5. — Yo os conjuro, ¡oh! hijas de Jerusalén, por las ga- 
mas, o por las ciervas del campo, que no despertéis, ni ha- 
gáis velar a mi amor, hasta que él quiera. 

6. — ¿ Quién es ésta que sube del desierto como varas 
de humo, sahumada de mirra y de incienso y de todos 
polvos aromáticos ? 

7. — He aqui que la cama de Salomón sesenta fuertes 
la cercan, de los fuertes de Israel. 

8. - — Todos ellos tienen espadas, diestros en la guerra: 
cada uno su espada sobre su muslo por los temores en las 
noches . 

9. — El rey Salomón se hizo un tálamo de madera del 
Libano . 

10. — Sus columnas hizo de plata, su solado de oro, su 
cielo de grana, su interior solado de amor por las hijas 
de Jerusalén. 

11. — Salid, ¡oh! hijas de Sión, y ved al rey Salomón coii 
la corona con que le coronó su madre el día de su des- 
posorio, y el día del gozo de su corazón. 



26 



CIPRIANO DE VAEERA 



CAPITULO IV. 



l-IE aquí que tú eres hermosa, ¡oh! amor mío, he aquí 
■ " que tú eres hermosa: tus ojos, de paloma entre tus 
copetes ; tu cabello, como manada de cabras que se mues- 
tran desde el monte de Galaad. 

2. — Tus dientes como, manada de ovejas trasquiladas, 
que suben del lavadero : que todas ellas paren mellizos, 
y estéril no hay entre ellas. 

3. — Tus labios, como un hilo de grana, y tu habla her- 
mosa : tus sienes, como pedazos de granada, dentro de tus 
copetes . 

4. — rTu cuello, como la torre de David edificada para 
enseñamientos : mil escudos están colgados de ella, todos 
escudos de valientes. 

5. — Tus dos pechos, como dos cabritos mellizos de ga- 
ma, que son apacentados entre lirios. 

6. — Hasta que apunte el día, y huyan las sombras, iré 
al monte de la mirra, y al collado del incienso. 

7. — Tú, toda eres hermosa, ¡oh! amor mío; y no hay 
mancha en tí. 

8. — Conmigo del Líbano, ¡ oh I esposa mía, conmigo ven- 
drás del Líbano : mirarás desde la cumbre de Amaná, 
desde la cumbre de Senir, y de Hermón : desde las mora- 
das de los leones, desde los montes de los tigres. 

9. — Quitado me has mi corazón, hermana, esposa mía, 
quitado me has mi corazón, con uno de tus ojos, con un 
collar de tu cuello. 

10. — ¡ Cuán hermosos son tus amores, ¡ oh 1 hermana, 
esposa mía! ¡cuánto son mejores que el vino tus amores! 
¡ y el olor de tus ungüentos, que todas las especias aro- 
máticas ! 

11. — Panal de miel destilan tus labios, ¡oh! esposa mía: 
miel y leche están debajo de tu lengua, y el olor de tus 
vestidos, como el olor del Líbano. 

12. — Huerto cerrado, ¡ oh ! hermana, .esposa mía, fuente 
cerrada, fuente sellada. 

13. — Tus renuevos, como paraíso de granados con fru- 
tos suaves; alcanfores, y espicanardi. 

14. — Espicanardi y azafrán, caña aromática, y canela, 
con todos los árboles de incienso : mirra y alóes, con to- 
das las principales especias. 

15. — Fuente de huertos, pozo de aguas vivas, que co- 
rren del Líbano. 

16. — Levántate aquilón, y ven, austro, sopla mi huer- 
to, caigan sus especias. Venga mi amado a su huerto, y 
coma de su dulce fruta. 



El. LIBRO DE LOS CANTARES DE SALOMÓN 



27 



CAPITULO V. 



vine a mi huerto, ¡oh! hermana, esposa mia ; yo 
^ cogí mi mirra, y mis especias. Yo comí mi panal, y 
mi miel; yo bebí mi vino y mi leche. Comed amigos, be- 
bed amados, y embriagaos. 

2. — Yo duermo, y mi corazón vela. La voz de mi ama- 
do, que toca a la puerta, diciendo : ábreme, hermana mía, 
amor mío, paloma mía, mi sin mancilla, porque mi ca- 
beza está llena de rocío, mis guedejas de las gotas de la 
noche . 

3. — He desnudado mi ropa, ¿cómo la tengo de vestir? 
He lavado mis pies, ¿cómo los tengo de ensuciar? 

4. — Mi amado metió su mano por el agujero de la puer- 
ta, y mis entrañas rugieron dentro de mí. 

5. — Yo me levanté para abrir a mi amado, y mis manos 
gotearon mirra, y mis dedos mirra que pasaba sobre las 
aldabas del candado. 

6. — Yo abrí a mi amado : mas mi amado era ya ido, ya 
había pasado ; y mi alma salió tras su hablar, le busqué, 
y no le hallé: le llamé, y no me respondió. 

7. — Halláronme los guardas, que rondan la ciudad : hi- 
riéronme, llagáronme, quitáronme mi manto de encima, 
las guardas de los muros. 

8. — Yo os conjuro, ¡oh! hijas de Jerusalén, que si ha- 
llárais a mi amado, que le hagáis saber, que de amor estoy 
enferma. 

9. — ¿Qué es tu amado más que los otros amados, ¡oh! 
la más hermosa de todas las muj eres ? ¿ Qué es tu ama- 
do más que los otros amados, que así nos has conjurado? 

’ 10. — Mi amado es blanco, rubio, más señalado que diez 
mil. 

11. — Su cabeza, oro fino: sus guedejas crespas, negras 
como el cuervo . 

12. — Sus ojos, como de las palomas, que están junto a 
los arroyos de las ágüas, que se lavan con leche, que es- 
tán junto a la abundancia. 

13. — Sus mejillas, como una era de especias aromáticas, 
como las flores de las especias ; sus labios, lirios que go- 
tean mirra que pasa. 

14. — Sus manos, anillos de oro engastados de jacintos: 
su vientre, blanco marfil cubierto de zafiros. 

15. — Sus piernas, columnas de mármol fundadas sobre 
bases de oro fino : su vista como el Líbano, escogido co- 
mo los cedros. 

16. — Su paladar, dulzuras, y todo él deseos. Tal es mi 
amado, tal es mi amigo, ¡oh! hijas de Jerusalén. 



28 



CIPRIANO DE VAEERA 



CAPITULO VI. 



«FRONDE es ido tu amado, ¡oh! la más hermosa dé 
todas las mujeres? ¿A dónde se apartó tu amado, y 
buscarle hemos contigo r 

2. — Mi amado descendió a su huerto a las eras de la 
especia, para apacentar en los huertos ; y para coger los 
lirios. 

3. — Yo soy de mi amado, y mi amado es mió, el cual 
apacienta entre los lirios. 

4. — Hermosa eres tú, ¡oh! amor mío, como Tirsa; de 
desear, como Jerusalén; espantosa, como banderas de ejér- 
citos. 

5. — Aparta tus ojos de delante de mí, porque ellos me 
vencieron. Tu cabello es como manada de cabras, que 
se muestran en Galaad. 

6. — Tus dientes, como manada de ovejas, que suben del 
lavadero ; que tocias paren mellizos, y estéril no hay en- 
tre ellas. 

7. — Como pedazos de granada son tus sienes entre tus 
copetes. 

8. — Sesenta son las reinas, y ochenta las concubinas; y 
las doncellas sin cuento. 

9. — Mas una es la paloma mía, la perfecta mía ; única 
es a su madre, escogida a la que la engendró; viéronla 
las hijas, y llamáronla bienaventurada: las reinas y las 
concubinas la alabaron. 

10- — ¿Quién es esta que se muestra como el alba, her- 
mosa como la luna, ilustre como el sol, espantosa como 
banderas de ejércitos? 

11. — A la huerta de los nogales descendí, para ver los 
frutos del valle, para ver si brotaban las vides, si flore- 
cían los granados. 

12. — No sé, mi alma me ha tornado como los carros de 
Aminadab. 

13. — Tórnate, tórnate, ¡oh! Sulamita: tórnate, tórnate, 
y mirarte hemos. ¿Qué veréis en la Sulamita? Como una 
compañía de reales. 



EX I,IBRO DE LOS CANTARES DE SALOMÓN 



29 



CAPITULO VIL 



C UAN hermosos son tus pies en los calzados, | oh ! hi- 
ja del príncipe! Los cercos de tus muslos son como 
ajorcas, obra de mano de excelente maestro. 

2.— Tu ombligo, como una taza redonda, que no le fal- 
ta bebida. Tu vientre, montón de trigo cercado de lirios. 

3. — Tus dos pechos, como dos cabritos mellizos de 
gama . 

4.— -Tu cuello, como torre de marfil: tus ojos, como las 
pesqueras de Jesebón junto a la puerta de Bathraben: tu 
nariz, como la torre del Líbano, que mira hacia Damasco. 

5. — Tu cabeza encima de tí, como la grana ; y el ca- 
bello en tu cabeza, como la púrpura del rey ligada en los 
corredores . 

6. — ¡Qué hermosa eres, y cuán suave, oh amor delei- 
toso ! 

7. — Tu estatura es semejante a la palma; y tus pechos, 
a los racimos. 

8.— Yo dije: yo subiré a la palma, asiré sus ramos; y 
tus pechos serán ahora como racimos de vid ; y el olor 
de tus narices, como de manzanas. 

9. — -Y tu paladar como el buen vino, que se entra a 
mi amado suavemente, y hace hablar los labios de los 
viejos. 

10. — Yo soy de mi amado, y conmigo es su deseo, 
ir. — -Ven, ¡oh! amado mío, salgamos al campo, more- 
mos en las aldeas. 

12. — Levantémosnos de mañana a las viñas ; . veamos si 
brotan las vides, si se abre el cierne, si han florecido los 
granados; allí te daré mis amores. 

I3-— Las mandrágoras han dado olor; y en nuestras 
puertas hay todas dulzuras, nuevas, y viejas. Amado mío, 
yo las he guardado para tí. 



80 



CIPRIANO DE VALHRA 



CAPITULO VIII. 



• quién te me diese, como hermano, que mamaste 

los pechos de mi madre! Que te hallase yo fuera, y 
te besase, y que no te menospreciasen! 

2. — ¡ Que yo te llevase, que yo te metiese en casa de mi 
madre : que me enseñases, que te hiciese beber vino ado- 
bado, del mosto de mis granadas ! 

3. — Su izquierda esté bajo de mi cabeza, y su derecha 
me abrace. 

4. — Yo os conjuro, ¡oh! hijas de Jerusalén, ¿por qué 
despertaréis, y por qué haréis velar al amor, hasta que 
él quiera? 

5. — ¿Quién es ésta, que sube del desierto recostada so- 
bre su amado? Debajo de un manzano te desperté: allí 
tuvo dolores de tí tu madre : allí tuvo dolores la que te 
parió. 

6. — Pónme, como un sello, sobre tu corazón, como un 
signo sobre tu brazo ; porque fuerte es como la muerte 
él amor; duro como el sepulcro el celo ; sus brasas, bra- 
sas de fuego, llama fuerte. 

7. — Las muchas aguas no podrán apagar al amor ; ni 
los ríos le cubrirán. Si diese hombre toda la hacienda de 
su casa por este amor, menospreciando la menosprecia- 
rán. 

8. — Tenemos una pequeña hermana que no tiene aún 
pechos : ¿ qué haremos a nuestra hermana, cuando de ella 
se hablare? 

9. — Si ella es muro, edificaremos sobre él un palacio 
de plata. Y si fuere puerta, guarnecerla hemos con tablas 
de cedro. 

10. — Yo soy muro, y mis pechos son como torres desde 
que yo fui en sus ojos como la que halla paz. 

11. — Salomón tuvo una viña en Bahal-hamón, la cual 
entregó a guardas : cada uno de los cuales traerá mil pie- 
zas de plata por su fruto. 

12. — Mi viña, que es mía delante de mí : las mil piezas 
serán tuyas, ¡ oh ! Salomón ; y doscientos, de los que guar- 
dan su fruto. 

13. — ¡ Ah la que estás en los huertos ! los compañeros 
escuchan tu voz. Hazme oir. 

14. — Huye, ¡ oh ! amado mío, y sé semejante al gamo, 
o al cervatillo de los ciervos, a las montañas de las es- 
pecias. 



INDICE 




3 

7 



C : Í -; * 



¡1 




M 






CUADERNOS PUBLICADOS: 



AÑO CUARTO 



37-38. G. BKRNARD SHAW 

39. EDMUNDO MONTAGNE 

40. REMY DE GOURMONT 

41. ANTIGUO TESTAMENTO 



Vencidos. (Comedia) 
Poesías 

Algunas Páginas 
El cantar de los cantares 



Esta Administración ofrece algunas colecciones 
al precio de veinte pesos cada una. 



Cuaderno de próxima publicación : 



JARDINES DE FRANCIA 

Versiones poéticas, por ENRIQUE GONZALEZ MARTINEZ 



SUSCRIPCIONES: 

SEMESTRE $ 1.50 m|n. — AÑO $ 3.00 m|n. 
Precio de este número: 25 cts. 

Número atrasado: 0.40 centavos 

DIRECCIÓN : Doblas, 609 - bs. aires. 

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CUADERNOS 




3 0112114886325 

PUBUCADOBT 



1. AI<M AFUERTE 

2 . RABINDRANATH ,TAGORE 

3 . JUAN F. JUSTO 

4. JUAN PEDRO CAEOÜ 

5. EAO-TSÉ 

6. RUBÉN DARÍO 

7. OSCAR WIEDE 

"8. EEOPOEDO EUGONES 
9. EDGAR PÓE 

10 . JOSÉ INGENIEROS 

11. CEKMENTE ONEEEí 

12. ANDRÉS TERZAGA 



AÑO PRIMERO 

Evangélicas > 

Poemas 

Labor Periodística > 

Breviario de los Tristes 
; El Libro del Sendero y de la 
' Línea Recta 
Cabezas 

Balada de la Cárcel de Reading 
Cuentos 

Las Campanas y otros poemas 
Psicología de la Curiosidad 
Aguafuertes del Zoológico 
Líneas 



AÑO SEGUNDO 



13. RAFAEE ALBERTO ARRIETA 

14. AEMAFÚERTE 

15. HEI^RERO DUCEOUX 

16. JOSÉ ENRIQUE RODÓ 

17. M. JVIEDINA BETANCORT 

18. RABINDRANATH TAGORE 

19. MARIANA AECOFORADO 

20 . GIOVANNI PAPINI 

21 . JOSÉ INGENIEROS 

22. ' fraV MOCHO (José S. Alvarez) 
23 » 24. RAFAEL OBLIGADO 



Canciones y Poemas 
Amorosas 

Del Diario de mi ^migo 
Parábolas 
Meditaciones 
Poemas 

Cartas Amatorias 
La oración del buzo 
La intimidad sentimental 
Cuentos 
Santos Vega 



AÑO TERCERO 



25. JUAN MONTALVO 

26. GIOSUÉ CARDUCCI 

27. AGUSTÍN ALVARÉZ 

28. ANTON CHEKHOFF 

29. GOYCOECHEA MENÉNDEZ 

30. ANATÓLE FRÁNCE 

31. FERNÁNDEZ MORENO 

32. EDUARDO WILDE 

33. gabrielk D^ANNUNZIO 
34 - 3 S-: I^RANZ TOÜS SAINT 
3Ó. GUILLERMO valencia 



Prosas 

Odas Bárbaras 
Ensayos y Anécdotas 
Ojos con Sueño 
Páginas Sélectas 
Crainquebille 
Antología (iqis^iqiS) 
Mar Afuera 
Tierra Virgen 
El jardín de las caricias 
Poemas