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COLECCIÓN DT- I.mUO^j
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EL EXTRAÑAMIENTO
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LIBROS Y DOCUMENTOS
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POR DECRETO DE CARLOS 111
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V.7
APROBACIONES
Cum opus cui titulus est (&\ (Sictranamunt^
it Utb ^jesuítas it\ %\tí it la |lata g it las mi-
BÍ01US it\ larajuaj ^or d^tr^to d^ ^arUa ]]],
¿» Z'. Paulo Hernández, nosirae Societalis sacer-
dote, composiium^ aliqui eiusdem Societatis revi-
sores^ quibus id commissum fuit^ recognoverint^
et in lucem edi posse probaverint; facultatem
concedimus, ut typis mandelur^ si tía iis ad quos
pertinet videbiiur.
In quorum fidem has litteras manu nostra
subscriptas et stgillo Societatis nosirae munitas
dedimus.
Bonis Auris, 21 Junii 1 906.
J. Barrachina, S. J.
Sup. Miu. Chílo-Parag.
IMPRIMATUR
^ JosEPHus M. Episcopus
Matiitentít-Complutentit
ADVERTENCIA
El presente estudio no estaba destinado en la
intención de su autor para darse á la estampa por
separado; pues no es sino parte de otra obra más
importante con el título de Los Jesuítas en el Rio
de la Plata^ 1 586-1830, cuya publicación seguirá
de cerca á este volumen en nuestra Colección
americana. Ha parecido, sin embargo, oportuno
que se diese á luz desde luego este trabajo, que
servirá como muestra y primicias de toda la obra,
porque versando sobre un hecho de gran reso-
nancia en todo el mundo en la historia del si-
glo xvui, tiene por sí solo bastante unidad, y ha
de interesar de un modo especial á los lectores.
La obra Los Jesuítas en el Rio de la Plata com-
prende tres trabajos de tres distintos autores: la
Historia del Paraguay ^ del P. Charlevoix, en vein-
tidós libros, desde 1586 hasta 1 747 (y ésta es la
base de los demás escritos); la Continuación, del
P. Muriel, en cuatro libros, desde 1 747 hasta 1766,
~ 8 —
y el Complemento^ del P. Hernández, desde 1766
hasta 1830, en tres libros, que forman el presente
volumen. Como se ve, los tres integran un todo;
y es así que los dos últimos se han escrito para
enlazar la historia de los Jesuítas antiguos en aque"
lias regiones con la de los modernos, escrita poco
ha por el P. Rafael Pérez, y publicada en Barce-
lona (l).
Para decir algo en particular de cada uno de
los elementos de la obra, la Historia del Paraguay,
del P. Charlevoix, es la obra clásica en la materia;
y hasta llegar á los últimos tiempos que abarca,
no hay por ahora otra que pueda igualársele en
exactitud histórica y acierto para juzgar de los
sucesos.
Provisto su autor de documentos de primera
mano, muchos de los cuales van al fin del libro
por comprobantes, dotado de excelentes cualida-
des de historiador, y experimentada ya con la
publicación de su Historia del Cristianismo en el
Japón^ en dos cumplidos tomos; Historia de la
isla española de Santo Domingo, también en dos
tomos, en 4.® mayor; é Historia del Canadá, ó
(i) La Compañía de Jesús restaurada en la República
Argentina y Chile, i vol. Barcelona, Henrich, 1901.
— 9 —
Nueva Francia^ que salió á un tiempo en seis to-
mos en 8.**, y en tres en 4.° mayor, obras todas
que habían tenido gratísima acogida en el mundo
literario; se puso á escribir la Historia del Para-
guay con verdadero empeño de esclarecer la ver-
dad tan obscurecida en aquella época por intere-
sadas calumnias y monstruosas fábulas; y verdade-
ramente lo consiguió en los seis volúmenes en 8.°
y tres volúmenes en 4.** mayor, que salieron á luz
casi á un tiempo en 1756 y 1757. No puede du-
darse que, atento el gran empeño icón que hoy se
cultiva la historia, y la facilidad cada vez mayor de
llegarse á las fuentes en tantos Archivos abiertos
á la curiosidad pública , vendrán nuevos estudios
á ampliñcar la exposición y rectiñcar algunos de
los datos; pero en el entretanto, Charlevoix es la
obra más completa; y aun después de las nuevas
Investigaciones, en lo substancial quedará intacto,
porque es la expresión de la verdad.
• Prueba del gran mérito de esta obra fué su
pronta versión al inglés y al alemán; y la conñan-
za con que en todos los estudios ulteriores de
innumerables autores sobre la materia, es citada
como el monumento más verídico y la verdadera
voz de la historia. También en España hubo quien
reconociese su valor, y el celebrado P. José Fran-
cisco de Isla tenía ya lista para la imprenta una
— lO
gran parte del libro; bien así, como en el. Río de
la Plata lo había vertido al castellano, y añadído-
le notas y correcciones eLP. Domingo Muriel, de
quien en seguida se hablará; pero una y otra edi-
ción quedaron frustradas por razón de las cir-
cunstancias, tan contrarias á los Jesuítas en Espa-
ña por entonces.
El segundo escrito ó elemento de la obra, tam-
bién de gran importancia, es la Continuación del
Charlevoix, desde 1747 hasta 1766. Su. autor es
el P. Domingo Muriel (que latinizó su nombre lla-
mándose Cyriacus Morelli)^ varón en todo insigne,
por su santidad, por su prudencia y por su sabi-
duría en cualquier ramo; pues destinado desde sus
primeros años de religión á las ciencias ñlosóñcas
y teológicas que empezó á enseñar en Valladolid,
y profesó luego por largos años en la Universidad
de Córdoba del Tucumán, fué al mismo tiempo
fervoroso promotor de los estudios matemáticos
y de Historia natural; y se dedicó con tanta labo-
riosidad á la Historia eclesiástica y aun profana,
como lo prueba entre otras su obra Fasti Novi
Orbis^ universalmente conocida y apreciada por la
documentación histórica y por su sólido juicio y
atinadas observaciones canónicas.
Fué el último Procurador á Europa de la pro-
vincia del Paraguay, y su último Provincial, á
— II —
quien tocó el doloroso ministerio de oir y aceptar
de oñcio la intimación del Breve de extinción de
Clemente XIV.
Tan luego como hubo leído la Historia del Pa-
dre Charlevoix, empezó, según refiere su biógrafo
el P. Javier de Miranda, á hacer algunas rectifica-
ciones que pensaba enviar al autor; más tarde tra-
dujo toda la obra al castellano, y estuvo para pu-
blicarla en Madrid; pero, no habiéndolo podido
hacer, por razón de las adversas circunstancias, ha
quedado perdido el manuscrito. Años adelante la
tradujo al latín, y la publicó en Venecia en 1779,
en un gran volumen, hoy extremadamente raro.
Habíale añadido cuatro libros, que comprenden
lo acaecido desde 1747, en que la dejó el Padre
Charievoix, hasta 1766. De la expulsión no habló,
porque era materia que hubiera podido impedir
la publicación de lo restante , y aun acarrear ma-
yores disgustos. En la parte que añadió es testigo
de mayor excepción, así por haber presenciado
muchos de los sucesos que refiere, como por ha-
ber sido Visitador de la Provincia en los últimos
años. Agregó asimismo varios documentos y pre-
ciosos estudios aclaratorios, suyos unos, y otros
vertidos al latín , compendiando y ordenando los
escritos castellanos de otros misioneros.
Esta edición latina tuvo en tanto precio el eru-
— 12 —
dito investigador D. Andrés lernas, que se empe-
ñó en publicarla traducida al castellano, eligién-
dola como libro necesario para quien pretenda
conocer la historia del Río de la Plata (l). Su pro-
pósito, que no pudo llevar á cabo, se verá realiza-
do con la presente edición.
Del tercer escrito habrá menos que decir, por
ser el que tiene el lector delante de los ojos. Ocu-
pado su autor, el P. Pablo Hernández, en traducir
el Charlevoix-Muriel , y reunir documentos para
un estudio acerca de las famosas Misiones del Pa-
raguay, echó de ver la falta que hacía en este libro
la continuación de la serie de los hechos hasta el
último término de aquella antigua provincia jesuí-
tica. Quedaban por referir la ejecución del ex-
trañamiento en el Río de la Plata, la calidad de
los ejecutores, la noble y simpática actitud de las
víctimas, su existencia escondida, y, sin embargo,
laboriosa y fructífera en el destierro, hasta consu-
mirse casi todos por la muerte; los efectos de la
expulsión en los dominios americanos de España:
hechos todos en sumo grado interesantes. Las ra-
zones que detuvieron al P. Muriel en esta parte,
(i) Gubva&a: Historia de la conquista del Paraguay^
Rio de la Plata y Tucumdn, — Introducción, págs. xxxni
y XXXIV. £d. Buenos Aires, 1882.
— 13 —
habían cesado: y siendo grande el número de es-
critores que han explicado los sucesos del extra-
ñamiento, se trataba de una materia en que no
podía faltar información. A mayor abundamiento,
los viajes de investigación que el autor hubo de
emprender á varios Archivos europeos, y muy
particularmente en España al de Indias de Sevilla,
al de Simancas, al Histórico Nacional y Biblioteca
de la Academia de la Historia en Madrid, y á ar-
chivos^ particulares de la Compañía: agregados á
sus estudios en Archivos de Sud- América, como
los de Buenos Aires, Asunción del Paraguay y
Río Janeiro, habían hecho que le salieran al paso
multitud de noticias y documentos sueltos útilísi-
mos para el intento. Resolvió, pues, completar el
relato de los PP. Charlevoix y Muriel, acompa-
ñando á los Jesuítas del Paraguay en su destierro
de Faenza, y siguiendo á los contados que volvie-
ron á América, hasta la muerte del último, que
falleció en 1 830.
Nunca pretendió que el presente trabajo fue-
se un 'estudio completo de la materia, sino solo
una continuación de la obra principal, que co-
rrespondiese en foroist y extensión á los escri-
tos anteriores; y así, queda mucho por hacer en el
punto del extrañamiento. Pero por lo menos se
hallan ya recogidos muchos datos antes dispersos
— 14 —
y expuestos á desaparecer: y se establece la con-
tinuidad entre la historia de la antigua Compañía
de Jesús en el Río de la Plata, que termina en 1830,
y la historia de la Compañía restaurada, que em-
pieza en 1836.
No es dudable que la obra así completada de
Los Jesuítas en el Rio de la Plata^ tendrá la
aceptación que en todas partes ha hallado siem-
pre el trabajo fundamental del P. Charlevoix So-
bre la Historia del Paraguay.
EL EXTRAÑAMIENTO
DE
LOS JESUÍTAS DEL RÍO DE LA PLATA
LIBRO PRIMERO
ARGUMENTO
NOTA. — ANTECEDENTES DE LA EXPULSIÓN! EL P. RAFFAY.
CONJURACIÓN DE 1747- CAUSAS DE LA PERSECUCIÓN.
EJECUCIÓN DEL PLAN. LA EXPULSIÓN DE ESPAÑA HUBO
DE SER LA PRIMERA. ^MEDIOS EMPLEADOS PARA PREPA-
RAR LA TOTAL RUINA DE LOS JESUÍTAS Y DECIDIR Á
CARLOS IIL CONFESIONES JURÍDICAS DE JOSÉ CARVALHO»
MARQUÉS DE POMBAL. — EL GOBERNADOR BUCARELl. —
EXPULSIÓN DE BUENOS AIRES. EXPULSIÓN EN MONTEVI-
DEO Y SANTA FE. EXPULSIÓN DE CÓRDOBA. EXPUL-
SIÓN DE LAS OTRAS CIUDADES, Y EN PARTICULAR DE LA
ASUNCIÓN Y TARIJA. EXPULSIÓN DE LOS RECIÉN LLE-
GADOS DE EUROPA. EL VIAJE Á EUROPA
NOTA
Al delinear en estos tres libros el último período
de la historia de los antiguos Jesuítas del Paraguay,
es preciso advertir que, no escribiéndose aquí de
propósito sobre el extrañamiento general de todos
— i6 —
los dominios de España, sino únicamente sobre su
«jecución parcial en una provincia, no se hará
más, en cuanto á las causas y disposiciones gene-
rales, que reseñar brevemente lo que sea necesa-
rio para inteligencia de lo aquí ocurrido: pudiendo
estudiarse más copiosamente la misma materia
•con sus demostraciones en los autores que la han
tratado de propósito (l). Otro tanto ha de enten-
derse de la extinción de la Compañía, que se su-
pone explicada por otros, y sólo se toca en sus
«efectos respecto de los Jesuítas del Paraguay.
ANTECEDENTES DE LA EXPULSIÓN:
EL P. RAFFAY
Mucho antes de que se verificara el universal
extrañamiento de la Compañía de Jesús de los
dominios de España por decreto de Carlos III en
1767 y su extinción por Breve del Papa en 1 773,
estaban ya tomadas todas las medidas que habían
(1) Nonbll: El P, Pignattlliy la Compañía de Jesús,
CrétineauJoly: Historia déla Compañía. — Clemente XIV
y los Jesuítas. — Ms. anónimo titulado Juicio imparcial, — .
Huerta: Dictamen fiscal, — Lahoz: Artículos de La Espe-
ranza, — Lafübnte (D. Vicente): La corte de Carlos TIL
Zarandón a: Expulsión de España, — Dan vil a: Historia de
Carlos líl, — Carayón S. L: Documents inédits, O. P, —
Duhr: Jesuiten-Fabeln, n. 14. — Schobll, MCllbr, Ran-
KE, etc.
— 17 —
de dar por resultado aquellos graves aconteci-
mientos con sus desastrosas consecuencias; y se
habían dejado ver algunos indicios de lo que se
iba tramando y de lo que estaba para suceder,
como antes de las terribles erupciones de los vol-
canes preceden sordos murmullos y ruidos subte-
rráneos, estremecimientos del suelo y fenómenos
desacostumbrados. De ellos se podrá formar con-
cepto por los pocos hechos siguientes.
En 1752, un Jesuíta italiano, el P. Raffay, Pro-
fesor de Filosofía en Ancona, dio cuenta á sus
Superiores de un suceso bastante singular. Cierto
caballero inglés, francmasón de los más altos gra-
dos, había trabado conocimiento con dicho Padre,
y parecía profesarle especial afición por sus apti-
tudes literarias. Hablándole un día en confianza,
le dijo que, puesto que todavía era joven, y esta-
ba libre, haría bien en buscarse alguna profesión
con que poder subsistir decorosamente; porque
dentro de poco, ^y seguramente antes que pasaran
veinte anos^^ la corporación de la Compañía en
que ahora se hallaba, quedaría destruida. Admi-
rado el Jesuíta de semejante afirmación, hecha
con gran aplomo, preguntó á quien le daba el con-
sejo cuál podía ser el crimen en castigo del cual
había de sufrir tal calamidad su Orden. «No es,
respondió el francmasón, que no estimemos los
masones á muchos individuos de vuestro cuerpo,
sino que el espíritu que lo anima contraría nues-
tros filantrópicos intentos para con el género hu-
mano > (eran, como por los hechos se mostró, los
— i8 —
ñlantrópicos intentos de la secta, asesinar al Rey
Luis XVI y á Gustavo III de Suecia, anegar en
sangre toda la nación francesa, y esparcir por el
mundo los disolventes principios que germinando,
creciendo y fructificando en el siglo xix, han dado
por resultado el socialismo, que se cierne hoy
como una pavorosa amenaza sobre Europa; el
anarquismo, que sueña con un régimen sin autori-
dad, y para lograrlo, destruye con dinamita todo
lo existente; y lo que es peor y origen de todos
los males, la herejía, el indiferentismo, la negación
de la fe y aun de toda religión natural). «Suje-
tandot, continuó el masón, «en nombre de Dios
á todos los cristianos al Papa, y á todos los hom-
bres á los Reyes, vosotros mantenéis encadenado
todo el universo. Vosotros seréis los primeros á
quienes alcance la destrucción, y detrás de vos-
otros tocará el turno á los déspotas >. (Déspotas
han llamado los sectarios por escarnio y despecho
á las autoridades legítimas). No se hizo, por de
pronto, caso alguno de este incidente, mirando el
dicho del francmasón como una mera baladronada,
ó como expresión de un mal deseo de la secta; pero
cuando más tarde sobrevino la ruina, no pudo
menos de traerse á la memoria el suceso, repa-
rando en la exactitud del siniestro pronóstico (l).
(i) Proyart: Lauis XVI ditrdni aoani étUre Roi,^
a^partie, p. 120. £d. París, 18 19.
— 19 —
CONJURACIÓN DE 1747.
En cuanto á la existencia del plan decidido de
acabar con los Jesuítas, no les cabía á éstos la
menor duda, porque por varios otros caminos
habían recibido avisos ciertos de su realidad. Y
así refiere el P. Vicente Olcina, Jesuíta valencia-
no ( I ), el hecho de que años antes de ser extrañados
los Padres de España, corrían entre ellos algunos
folletos en que se hablaba muy claro á este res-
pecto: y en particular hace mención de cierta
obrita impresa en lengua italiana. «En ella», dice,
«con mucha erudición y buen estilo, se daba noti-
cia de un conciliábulo tenido en Roma el año
1 747 1 en el cual los enemigos mortales de la
Compañía determinaron echar todo el resto para
extinguirla de un golpe en todo el mundo; porque
la experiencia les enseñaba que no podían vivir
en paz, ni conseguir sus diabólicas miras de arrui-
nar enteramente la religión cristiana y toda sobe-
ranía, mientras en el mundo hubiese Jesuítas. Die-
ron luego parte de esta infernal resolución, y de
los medios que habían de practicarse para lograr
indefectiblemente sus intentos á muchos de la
facción, que estaban esparcidos por toda la Euro-
pa, y ocupando algunos de ellos los más elevados
(i) Ms. acerca del destierro de los Jesuítas de la pro-
vincia de Aragón, que empieza ^Relacidn festiva^ etc.»
(Archivo de la provincia de Aragón.)
— 20 —
empleos en las Cortes, para que todos á una, y
obrando con sistema, contribuyesen para llevar
felizmente á cabo tan ardua como sacrilega em-
presa. >
Contemporáneamente á la junta precedente
se celebraba otra en Londres con igual objeto.
«En el año de 1747» dice una carta que se con-
serva en el Archivo de la provincia de Castilla, y
está escrita á un Padre de la Compañía por per-
sona que se muestra tan perfectamente enterada
de las maquinaciones contra la Compañía en aque-
lla época, como si hubiese tomado parte en ellas»
y fechada en Lisboa á 23 de Septiembre de 1 761;
«se fraguó en Londres, oficina á propósito para el
asunto, un proyecto para destruir del todo la reli-
gión católica (sin reparar en que no prevcUece-
rán)...^ añadiéndose que no era esto posible sin
derribar antes la Compañía. Para esto aplicaron
los medios. Uno de ellos era poner mal á los Je-
suítas con los Príncipes eclesiásticos y seculares»
usando de todas las artes posibles..., encargán-
dose muchos de la ejecución, sin dejar, como se
dice, piedra por mover para el asunto. Pusieron
multiplicadas las minas en Roma, Viena, Madrid»
Lisboa, etc. Algunas les han evaporado, conocida
la malicia y malignidad de la pólvora; pero otras
han dado fuego.»
21 —
CAUSAS DE LA PERSECUCIÓN
El último historiador de Carlos III, que ha he-
cho diligentísimos estudios en los Archivos espa-
ñoles, y en ellos ha descubierto documentos de
notable interés para su obra, hasta hoy del todo
desconocidos (l), emite el siguiente juicio sobre
las causas que produjeron la expulsión de los Je-
suítas de España y las ulteriores diligencias que
con inmutable tenacidad practicó el Rey Car-
los ni hasta conseguir la completa extinción de la
Compañía de Jesús: «Todas las causas se reducían
á la alta razón de Estado, que en muchas ocasio-
nes encubrió grandes injusticias.» Y explicando
en qué consistía aquella razón de Estado, añade:
«Las tendencias regalistas y reformadoras de los
consejeros del Monarca, acordes con las preven-
ciones que éste formara en Italia, representaban
la ola invasora y perturbadora que precedía á la
tremenda tempestad; y necesitaba arrollar y arro-
lló toda la antigua organización basada en el res-
peto al principio de autoridad, fundamento de
todo orden social, y en la obediencia á la sublime
voz del Padre común de los católicos.» Concuer-
da esta idea sobre la causa general con las que se
acaban de ver en los párrafos anteriores, expre-
sadas por amigos y enemigos, y que han hallado
(i) D. Mamubl Danvila y Collado: Reinado de Car-
¡os III^ tomo VI, cap. ix, pág. 560. Ed. de Madrid [189a].
— 22 —
igualmente como fruto de sus investigaciones los
mismos protestantes al trazar la historia de aque-
llos tiempos (l). Los Jesuítas fueron expulsados y
extinguidos, no porque se les pudiesen probar
crímenes algunos, siendo así que los crímenes de
que eran acusados, tratándolos de enemigos de la
monarquía y de la religión, eran los en que incu-
rrían y cuya práctica querían afianzar sus perse-
guidores; sino porque representaban vivamente el
principio de autoridad y la obediencia que se le de-
be, y la sumisión á las enseñanzas y preceptos del
Sumo Pontífice, Jefe de la Iglesia. Eran grave obs-
táculo para plantear la rebelión en el orden civil y
religioso; y á todo trance se procuró su exterminio.
En lo que anda menos acertado el escritor es en
asentar que con haber publicado la minuta de carta
de Roda á Tanucci sobre los motivos de la expul-
sión de España, quedan resueltas todas las dudas
sobre las verdaderas causas que movieron á Car-
los III á tomar tan grave determinación.
EJECUCIÓN DEL PLAN
La causa general apuntada era la que goberna-
ba los intentos de los autores de la maquinación;
mas las causas especiales de que se sirvieron ellos
(i) Schobll: Cours d*Histoire des Etats turopiinSy
volumen 44, p. 71 sqq. — ^Ramkb: DU rSmisdun ñpsU^ tn«
205 sqq.
— 23 —
para mover á los diferentes personajes que toma-
ron parte activa en aquella lamentable tragedia,
fueron diversas, y acomodadas á las circunstancias
de cada caso. En Portugal fué el supuesto aten-
tado contra el Rey, que se hizo creer al débil
José I; en Francia, el influjo de una cortesana; en
Roma, el temor de uñ cisma; en Ñapóles, la im-
posición del Rey de. España; en España, en tiem-
po de Fernando VI, fué el espectro de los Jesuítas
del Paraguay: y en tiempo de Carlos III, la soña-
da conjuración de los Jesuítas y la nota de infa-
mia en la persona del Rey. Tales causas, res-
pecto de los principales promotores del plan, no
eran sino efectos del primer designio y medios
adoptados para la ejecución.
LA EXPULSIÓN DE ESPAÑA
HUBO DE SER LA PRIMERA DE TODAS
Fíjanse casi todos los historiadores en Car-
los III, que extrañó á los Jesuítas de España; á él
atribuyen toda la obra de la expulsión, y se afa-
nan por buscar los antecedentes de tan extraño
suceso en la conducta ó en las aficiones anterio-
res de este Rey. Pero no son muchos los que sepan
que los Jesuítas estuvieron para ser expulsados de
los dominios de España años antes; y que según
parece, los directores que manejaban los hilos de
aquella tenebrosa conspiración urdida por las sec-
— 24 —
tas de los jansenistas, de los masones y de los
pseudo-ñlósofos (l), habían señalado como primer
país donde se había de consumar la ruina de la
Compañía el reino de España. Según las ma-
quinaciones puestas en juego desde un principio^
el extrañamiento de España estaba para realizarse
diez años antes: y el Rey que los había de expul-
sar era Fernando VI (2).
A este ñn se había organizado en la época del
Tratado de límites americanos con Portugal un
conciliábulo en Madrid, del que partían las órde-
nes á los Comisarios reales que pasaron á América,
enterándoles de lo que debía suceder allí, ó de lo
que ellos debían informar que sucedía, para que
los Jesuítas apareciesen como usurpadores y de-
tentadores del poder y autoridad real en el Para-
guay, y fundadores de nuevos imperios, no menos
fabulosos que el del Rey Nicolás I, como lo era el
que soñó y les atribuyó el autor de la calumniosa
Rehifáo abreviada^ y forcejó en probar el expulso
Ibáñez. Y promovidas por la malicia , pasaron se-
mejantes invenciones á los informes oñciales con
mengua de la justicia, y aun de la misma seriedad;
introduciendo la ridiculez en los documentos di-
plomáticos, que no por eso dejaron de causar el
daño que se proponían sus autores. De este modo,
(i) Nonbll: Bl V, P. /»/iwí/<ri/i, Introducción.
(2) Ihid^ pág. 94, tomo i.— Zarandona: Historia de la
extinción y restablecimiento de la Compañia, tomo n, pá-
jjina 53, nota.— Isla: Memorial^ págs. 145, 225.
— 25 —
muchas noticias que de América se enviaban, se
habían fabricado primero en Europa.
Acusados los Jesuítas de tan graves crímenes,
y hechos reos de lesa majestad á los ojos de Fer-
nando VI, calumniábanlos como autores de la re-
belión de los indios los mismos Comisarios reales
en sus informes, á los cuales hay motivo de sospe-
char que se agregó la falsificación de cartas para
fingir que otro tanto aseguraban el P. Comisario
Luis Lope Altamirano y el P. Rávago, Confesor
del Rey (l): mientras se suprimía todo informe
favorable á los Jesuítas, deteniendo y no dejando
pasar, ora sus personas, ora sus escritos, á fin de
que no llegasen á tiempo, ó sepultando en el silen-
cio las actuaciones que los justificaban. Todo esto
junto produjo las disposiciones gravísimas de que
da cuenta la carta del primer Comisario Real
(i) La carta del P. Altamirano, publicada por el Padre
Miguélez en su libro Jansenismo y Regalismo^ Documen-
tos, pág. 461, edición de Valladolid, i^QSt tiene señales de
ser apócrifa ó interpolada, como se puede convencer con
las razones del autor del Recurso al Tribunal de la Ino-
cencia, que va al fin de la Continuacidn del P. Muriel en-
tre las Aclaraciones; y por el hecho de no existir de ella
sino una titulada copia en cuartillas sin ninguna formali-
dad. (Simancas: Estado, 7.381). — D. Vicente La fuente es-
cribe en su Historia de las Sociedades secretas^ tomo i,
cap. n, § xvín: cAparece casi fuera de toda duda que Wall
y el Duque de Alba... siguiendo las inspiraciones de
Keene... falsificaron la correspondencia que suponían di-
rigida á los Jesuítas de Tucumán por el P. Rávago, Con-
fesor del Rey.»
— 26 —
Marqués de Valdelirios, fecha en Buenos Aires á
10 de Febrero de 1756 y dirigida al Provincial
P. José Barreda, cuyo tenor es el siguiente:
cMuy señor mío: Remito á V. R. la copia ad-
junta de una carta que me ha escrito el Ministro de
Estado de orden del Rey, donde verá haber averi-
guado S. M. y adquirido todas las pruebas necesa-
rias de que los Padres Jesuítas son los autores de la
rebeldía de los indios. En cuyo supuesto, prevengo
á V. R., que luego, luego, disponga con desnuda y
ciega obediencia el allanamiento de los indios y
pacíñca entrega de los pueblos; porque de no ha-
cerlo así, tendrá S. M. esta prueba más para pro-
ceder contra V. R. y contra los culpados como
reos de lesa majestad.
>Y se abstendrá V. R. de interponer súplicas
de suspensión, de exención, de petición, de dila-
ción ó de modificación ; porque el Rey me manda
que no oiga ninguna de estas cosas, sino aquéllas
que se dirijan estrechamente á obedecerle sin
contradicción y prontamente ; y de lo contrarío,
hago en su Real nombre á V. R. responsable de
todas las muertes y terribles daños, que sucederán*
>Dios guarde á V. R. muchos años como deseo.
Buenos Aires, 10 de Febrero de 175^* — Besa las
manos de V. R. su más afecto s. s.,
>El Marqués de Valdelirios» (i).
(i) Simancas: Estado, 7.447. — Lá carta de Wall á que
se refiere la anterior, dice así: <Sr. Marqués db Valoru-
— 27 —
Publicaba además en otras cartas de oñcio y en
confidenciales el Marqués de Valdeliríos que el
G>nfesor del Rey había sido removido, y que el
nuevo G)nfesor que había elegido S. M. no era
Jesuíta, dando á entender (fuera verdad 6 no
lo fuera), que todo, esto se había hecho por ser
Ríos: Muy sefior mío: £1 Rey tiene todas las pruebas que
se pueden adquirir en estos casos para persuadirse que
los Padres Jesuítas de esa provincia son los únicos auto-
res de que los indios se resistan á la ejecución del Tra-
tado. Aun después que por medio del Sr. D. José de Car-
vajal se dio á entender esto mismo al P. Luis Altamirano
en carta del mes de Octubre de 1753 (a), ha sobrevenido
tanta variedad de pruebas conducentes al mismo efecto,
y tan acordes entre si mismas, que sería irracionalidad
excusar á los tales Padres con la presunción de derecho,
que en otras circunstancias les pudiera favorecer, según
su estado y profesión.
>£n el supuesto, que no se duda, que la desobediencia
ha estado y está en ellos, quiere el Rey que V. S. amo-
neste al P. Provincial José de Barreda, ó el que estuviese
en su lugar, que disponga cuanto antes la pronta obe-
diencia ó allanamiento de los indios y la ejecución del
tratado de límites; pues de lo contrarío, dispondrá se
proceda contra los culpados con todo el rígor que pres-
criben las leyes de los fueros canónico y civil contra los
reos de lesa majestad, á cuyo efecto le pasará V. S. copia
de esta carta.
•Dios guarde á V. S. muchos años, como deseo. — Ma-
drid, 7 de Octubre de 1755. — D. Ricardo Wall.»
Hállase en el Archivo de Simamcas: Estado, 7.410, folio
ao, núm. 38.
(«) Dicha carta fué resoltado de lat delaciones calumniosas de Val-
4cItríos j Echevarría sobre el soccso de Santa Teda.
— a8 —
participante el P. Rávago en el delito atribuido á
los Jesuítas del Paraguay. No ignoraban del todo
estas maquinaciones los Jesuítas de aquel tiempo;
pues de ellas decía el P. Escanden cinco años más
tarde: «Mas para no cargarles la culpa de todo á los
dos informantes» [Freiré y el Marqués de Valde-
lirios]; «aunque hasta poco ha pensaba yo que la
quitada ó remoción del P. Confesor había tenido
principio de cierto sentimiento que uno de ellos
tenía contra él; pero he oído decir aquí» [en Es-
paña] «y asegurar muchas veces, que de acá se le
avisaba lo que en orden á eso había de informar.
Sea de uno y otro lo que quisiere, ya que ambas
cosas pudieron ser sin ningún milagro; mas si esto
segundo fué cierto, es cuanto se puede adelantar
en la materia» (l).
Los autores de aquella tramoya eran, como se
puede asentar sin temor de errar, los mismos que
poco antes, de una manera tan indecorosa como
lo relata el historiador inglés William Coxe (2),
habían hecho caer en desgracia y relegado con
ignominia á Granada al insigne Ministro Marqués
de la Ensenada, que había fomentado la prosperi-
dad de España en todos los ramos, y la iba á do-
tar de una marina capaz de competir con la de
(1) P. Juan Escandón: Iransmigración de los siete pue-
blos, Ms. P-2$^ de la Biblioteca Nacional de Madrid,
§ 90 al principio.
(2) Historia de los Reyes de la Casa de Borbón en Es-
paña, tomo III, cap. Liii, y nota 266, edición española de
Muríel.
— 29 —
Inglaterra, y aun de superarla; el Duque de Alba
y D. Ricardo Wall, y tal vez algunos otros, cuya
acción no ha comprobado todavía la historia,
aconsejados y dirigidos del masón inglés mister
Keene, Embajador del Gabinete de St-James en
Madrid. Cuánta verdad fuese que «los autores»
y la «causa total» de la rebelión de los indios del
Paraguay eran los Jesuítas, lo descubrió el suceso^
cuando puesto el asunto en condiciones de ser
posible la transmigración, fueron ellos los más ac-
tivos instrumentos para ejecutarla; y sólo se frus-
tró la entrega porque la estorbaron los portugue-
ses, cuyo Ministro Carvalho había sido opuesto á
ella desde un principio. Y que el «autor» era el
Ministerio portugués desde el principio hasta el
fin, aunque era secreto reservado de Estado, no
lo ignoraban Wall ni Valdelirios, y queda hoy
todavía de manifiesto en correspondencias oficia-
les reservadas que se hallan en los Archivos pú-
blicos (l). Y así como la oposición al Tratado na-
cía de la Corte de Portugal, portugueses parece
que fueron también los que sembraron entre los
indios las ideas de rebelión contra el Tratado y
contra los Jesuítas y excitaron los alborotos, como
se saca de las declaraciones del proceso de Salas
en 1759 (2).
(i) Carta reservada de Carvajal á Valdelirios y An-
donaegui, fecha en Madrid á 8 de Abril de 1752. (Madrid:
Archivo Histórico Nacional: Estado, 4.798.)
(3) Simancas: Estado, 7.405.
— jo-
para superar la resistencia de los indios, venia
como General de la guerra, con I.OOO hombres de
Europa, y como Gobernador de la provincia del
Río de la Plata, el Teniente General D. Pedro
Cevallos. Al partir de España se había presentado
á recibir las órdenes del Soberano, y tal era el
recelo contra los Jesuítas que con sus maquinacio-
nes habían logrado los conjurados infundir en el
ánimo de Fernando VI (como después lo hicieron
en el de Carlos III), que le despidió con estas ex-
presivas palabras: «Vas á una región en la que no
soy obedecido como Rey; quiero serlo, y á ti te
toca hacer que lo sea» (I). Tan hondamente per-
suadido estaba de ser verdad la traición que se le
había fingido. Llevaba Cevallos entre sus instruc-
ciones reservadas la de hacer deportar once Jesuí-
tas del Paraguay en ellas nombrados. Y á ellos
quiso Valdelirios que se agregase el P. Tadeo
Henis, compañero del Cura de San Miguel, á quien
ya por aquel entonces, valiéndose del medio de
examinar testigos que explica el P. Cardiel (2),
habían hecho aparecer, no sólo como promotor
de rebelión, sino hasta como caudillo armado de
la tropa de los insurrectos. Pero contenía la orden
una condicional, y era que no pasara á ejecutar
esa medida hasta haber transmigrado los indios;
ni la ejecutase sin dejar plenamente justificada la
(i) Muribl: Historia Paraguajensis^ lib. xxvi, pro-
pe med.
(2) Cardibl: Declaración de la verdad^ § xv.
— 31 —
justicia del Rey. Terminada, pues, la operación
principal de desalojar los siete pueblos de modo
que estuviesen en disposición de poderse entregar
á los portugueses, hizo Cevallos la indagación que
se requería, sin contentarse con la ya efectuada en
San Borja ante dos de los principales falsos infor-
mantes, Valdelirios y Viana. Nombró para ella
Juez comisionado al Teniente Coronel D. Diego
de Salas, Mayor de Órdenes del Ejército, quien
poniendo su tribunal en Itapúa, y luego en el
cuartel general de San Borja, examinó casi cien
testigos: unos que eran indios principales de los
pueblos alzados, y otros, oñciales que habían hecho
las campañas del754yi755al mando de Ando-
naegui: siendo tales las declaraciones, que de ellas
resultaban manifiestamente descargados y sin
culpa los Jesuítas, á quienes los vagos rumores y
falsas informaciones habían pintado como reos. Al
remitir este proceso al Ministro Wall, agregaba
Cevallos en carta de San Borja á 30 de Noviem-
bre de 1759» Es este un «proceso cuya incontesta-
ble prueba convence con evidencia... cuan justos
han sido los motivos que he tenido para proceder
con tanto tiento... y para no dejarme llevar de las
repetidas instigaciones que me ha hecho el Marqués
de Valdelirios á ñn de que envíe á España los
once sujetos nombrados en las mismas instruccio-
nes, y aun otro más...» «En este supuesto, y el
de tener bien conocido que el ánimo del Rey es
que se proceda con la mayor justificación, no pu-
de, sin contravenir á su Real voluntad, tomar
_ 32 —
ahora otra providencia, que la de remitir á V. E,,
como lo hago, el referido proceso> (l). A lo que
añadía en 4 de Enero de 1760: «Por todos los
documentos que tengo remitidos á V. E. parece
quedan convencidas con evidencia de inciertas (2)
las proposiciones con que el Marqués de Valdeli-
ríos ha intentado imputar á los Jesuítas de esta
provincia la culpa que no tienen» (3). Y en 26 de
Febrero del mismo año: «No dudo que V. E., des-
pués de haber visto las cartas del Marqués de Val-
delirios en orden á la acusación que hace contra
los Jesuítas de esta provincia, y mis respuestas,
con los demás documentos que en esta ocasión le
remito, conocerá que todo lo que se ha escrito y
esparcido contra estos religiosos, es un puro tejido
de enredos y embustes» (4).
Todo el artificio les había deshecho la integri-
dad de un Juez como Cevallos. La furia que esto
produjo en los conjurados se trasluce al través de
los conceptos que pusieron en boca del expulso
Ibáñez al publicar su monstruoso engendro del
Reino jesuítico^ que salió á luz después de la muer-
te de su autor y por empeño de Wall. «La provi-
dencia» dice hablando de los Jesuítas «de arrancar
(i) Simancas: Estado, 7.405, fol. 6.
(2) Nótese el eufemismo con que en este y otros do-
cumentos ofíciales de aquel tiempo se usa la palabra i9^
cierto para signifícar/a/x(?, inventado^ calumnioso.
(3) Simancas: Estado, 7.404.
(4) Simancas: Estado, 7.404, con el duplicado del pro-
ceso de Salas.
— 33 —
[de entre los Guaranís] esa maligna raíz, bien se
dio en Madrid; pero cayó el instrumento en las
buenas manos deD. N. [Don Pedro Cevallos], que
metiéndolo todo á barato», etc. Desahoga la cólera
con una sarta de insultos, y añade: cSi la provi-
dencia hubiera dado en manos del señor Amat,
del señor Viana, y otros semejantes servidores
que el Rey tiene en esta América, ni se hubieran
atrevido á juzgar lo que ya S. M. tenía juzgado,
ni menos á corregirle la plana» (l), etc. Denigra
cuanto puede á aquel insigne General, y acaba
por tacharle de lo que menos pudiera caber en la
imaginación de quien tenga idea de lo que fué
Cevallos: de coligado con los portugueses.
Cevallos había pasado al Río de la Plata en
1756; y es muy probable que con un ejecutor
como los que Ibáñez nombra, que hubiera secun-
dado en su trama á los conjurados de Madrid, la
deportación á España de doce Jesuítas del Para-
guay acusados de lesa majestad como autores de
la rebelión de los indios, en la cual procuraban
Wall y Valdelirios hacer creer que estaba com-
plicado el mismo Padre General de la Compa-
ñía (2); añadiéndose los manejos antecedentes y
otros que se hubieran sabido poner en juego, hu-
biera hecho que se viesen expulsados de los rei-
(1) Parte ni, art. i.^, pág. 190. £d. Madrid, 1770.
(2) Carta de Valdelirios á Wall, 20 de Noviembre de
1755. (Simancas: Estado, 7.447.) Carta de Wall á Valdeli-
rios, 15 de Noviembre de 1756. (Simancas: Estado, 7.429).
— 34 —
nos de España y de sus Indias, no sólo los Jesuí-
tas de una provincia, sino cuantos eran subditos
del Rey Católico, aun antes de la expulsión de
Portugal. Traidores de su patria llamó el Emba-
jador portugués, Conde de Auñón, á los promo-
tores de esta intriga por haber inferido á España
con la caída de Ensenada tan graves perjuicios
temporales (l); y fácil es de ver cuánto se debía
agravar el caliñcativo en quienes maquinaban para
atraer los daños espirituales y temporales de tanta
mayor trascendencia que necesariamente iban á
resultar de la expulsión de la Compañía. Por esta
vez, empero, ^la mina puesta en el Paraguay se les
había evaporados ^ según la frase de la carta citada
arriba. La firmeza de Cevallos, y las enfermedades
que en sus últimos años tuvieron impedido de go-
bernar á Fernando VI, estorbaron aquellos nocivos
intentos. Mas esto no fué sino una tregua que otor-
gaban forzados los enemigos, con resolución de
renovar la guerra tan luego como les fuese posible.
MEDIOS EMPLEADOS PARA PREPARAR
LA TOTAL RUINA DE LOS JESUÍTAS Y DECIDIR
A CARLOS m
En tal estado continuaron las cosas durante el
interregno, y aun se puede decir que todo el tiem-
po quQ duró la vida de la Reina madre Isabel de
(i) RodrÍgubz Villa: El Marqués de la Ensenada^
pág. 268.
— 35 —
Farnesío, gran favorecedora de la Compañía.
Mas no descuidaban los enemigos de los Jesuí-
tas de adelantar en la ejecución de su plan. El
medio principal de que se valieron fué multiplicar
por todas partes los auxiliares, colocando en los
cargos públicos á los que eran conocidos por des-
afectos de aquella religión, en especial al proveer
los beneñcios eclesiásticos, y más si se trataba
de Obispados. Así lo nota el avisado escritor que
hubo de ocultar su nombre para escribir el yuicio
imparcial^ en su preliminar segundo, hacia el me-
dio: <sobre todo poniendo un gran cuidado en exa-^
minar quién había estudiado con los Jesuítas^ ó
tenia relación^ ó amistad dentro de cuarto grado,
para no sacar de este gremio para los Obispados,
Dignidades ni empleos de consideración.^ Y no
sólo se obraba así en España y sus dominios, sino
también en otras partes de Europa: por lo cual
escribía un agente del Jansenismo en Roma por
los años de 1752 en que subió al solio pontificio
Clemente XIII , dirigiéndose á sus principales de
París: cEl cordón formado contra los Jesuítas es
tal » que con todo su crédito y todos sus tesoros
de las Indias, no podrán romperlo nunca.» — cLos
Tribunales del índice y de la Inquisición están muy
bien compuestos» (l).
Al principiar el año 17651 se incorporó con los
enemigos que la Compañía de Jesús tenía en Ma-
(1) PaoTAKT: Louis XVI détrdru aoani (Titri Roi,
3* partie, p. 16a, nota.
-36-
drid el agente general de España en Roma, D. Ma-
nuel de Roda, quien pasó á desempeñar la Secre-
taría de Gracia y Justicia del Rey Católico, sin
dejar de continuar influyendo contra los Jesuítas
en Roma por medio de dos aliados, los PP. Gene*
rales de Santo Domingo y San Agustín (l). Al
Paraguay se había enviado, en 1757» el Obispa
D. Manuel Antonio de Latorre, que llegaba lleno
de prevenciones contra los Jesuítas; y en vacando
la sede de Buenos Aires, fué trasladado á ella
en 1763.
Para mover á Carlos III á la extrema resolución
de arrojar á la Compañía de Jesús de todos sus
dominios, mucho camino llevaba ya andado con
sus continuas instigaciones Bernardo Tanucci, et
hombre de quien más se fió, y cuyos consejos so-
licitaba como segura norma, no sólo mientras fué
Rey de Ñapóles, sino también durante todo su
reinado en España, habiéndose correspondido con
él hasta la víspera de su muerte. Este hombre ha-
bía empezado á señalar su odio contra los Jesuítas
precisamente por los años en que en todas partes
se ponían en ejecución los acuerdos de las juntas
secretas ; y desde entonces no cesó de repetir sus
envenenados dictámenes, en los que en su co-
rrespondencia íntima pintaba á estos religiosos
como unos hombres incapaces de vivir en quie-
tud y sosiego, y tan enemigos de los pueblos que
(i) Danvila: Reinado de Carlos III, tomo m, cap. xm»
P^. 435-
— 37 —
no se conseguiría gozar de tranquilidad en ningu-
na nación, mientras no fuesen arrojados de ella ó
extinguidos totalmente, si fuera posible. Honra
grande para los Jesuítas que tuviera de ellos tal
opinión un Tanucci que se desvergonzaba hasta
atribuir al Papa y á la Iglesia romana los concep*
tos de que era la institución más enemiga de los
príncipes, perpetuamente ocupada en cometer de-
litos de lesa majestad (l). Pero no puede dejar de
verse cuánto habían de labrar los perniciosos con-*
sejos de tal mentor en el ánimo de un Rey que los
escuchaba con conñanza, como nacidos de perso-
na en la que creía resplandecer junto con la ex-
periencia un verdadero cariño hacia su persona.
Puesta semejante disposición, ideó la malicia de
los conjurados una de las más horribles tramas
que se pueden imaginar. Forjaron la atroz calum-
nia de que los Jesuítas esparcían la voz de ser Car-
los III no hijo legítimo, sino fruto de adulterio de
Ma Reina Isabel de Farnesio, y, por consiguiente,
intruso en la Corona de España, siendo el legítimo
heredero su hermano el Infante D. Luis. Sobrevi-
no el motín de Madrid (si ya no fué fraguado por
ellos mismos, como lo persuaden razones no des-
preciables), que les ofreció ocasión oportuna para
acabar su obra; y no la desaprovecharon. Los
(i) Véanse los textos de sus cartas esparcidos en toda
la obra de Danvila, y el artículo del P. Duhr «Bernardo
Tanucci nach seinem Bríeforechsel in Simancas» (Stimmen
aus Bfaría-Laach, lv, 3).
-38-
conspiradores insinuaron en los oídos del Rey Car-
los III otra horrible calumnia de que los Jesuíta^
no sólo eran los autores del motín, sino que tenían
preparada la ruina del Rey y de la Real familia, ha-
biéndolos de asesinar en el día de Jueves Santo al ir
á visitar los monumentos, como lo escribe el Con-
de de Fuentes, Embajador en París (l), y lo hizo
escribir el mismo Carlos III á Tanucci. A ello se
refiere Tanucci en carta de 5 de Mayo á Católi-
ca (2); y lo confirma el mismo Carlos III, escri-
biendo entrado Mayo dos veces á Tanucci (3). Esta
persuasión fijé la que movió á Carlos III á empren-
der su precipitada fuga de Madrid, y atribuir al
motín una importancia y significación de que ca-
recía; y le produjo tan gran susto, que hubieron
de sangrarle dos veces. Ésta, con las infames acu-
saciones arriba mencionadas, explican el odio cie-
go profesado en adelante por el Rey contra la
Compañía de Jesús, y dan entera cuenta de los
procedimientos vejatorios que usó con su herma-
no el Infante D. Luis, á pesar de ser Carlos III, por
carácter, amante de los miembros de su familia;
manifiestan por qué razón se guardaron las causas
de tranquilidad de los Reinos ^ y otras urgentes y jus-
tas y necesarias^ reservadas en el real pecho; porque
tan escandalosas y atroces las supo inventar el arte
(i) Carta á Grímaldi, 6 de Mayo de 1767. (Mimistbuo
DB Estado.)
(a) Simancas: Estado, 6.000.
(3) Simancas: Gracia y Justicia, 667; Estado, 6.057.
— 39 —
de los maquinadores , que no pudiesen ñarse á la
divulgación , ni aun apuntarse algunas de ellas en
las mismas cartas íntimas; y alcanzan á descifrar
eñ algún modo la misteriosa fórmula de la Con-
sulta de expulsión en 29 de Enero de 1767, que
empieza de repente sin relación , considerandos ni
reflexiones, con las siguientes palabras: ^Supuesto
lo referidos (\\
No basta para dar con la verdad que el histo-
riador recurra á los Archivos oficiales, aunque allí
escudriñe los papeles más secretos y los que lleven
el título de Reservado] si entretanto hace caso omi-
so de otros documentos particulares (que no por
estar fuera de los Archivos son menos verídicos);
de las Memorias contemporáneas, cuando relatan
los hechos tomándolos de testigos presenciales; y
de las investigaciones de los que han tratado en
especial de aquella materia. Por desatender esta
regla de crítica del buen sentido, perseveran al-
gunos (sea para disculpar á Carlos III ó á sus mi-
nistros, sea por otros motivos), en negar lo que
(i) Es posible que presentados en aquella Consulta
los falsos documentos forjados para acreditar la impastu-
ra, se procediese como en cosa ya vista y sabida por el
Rey, sin consignar en la Consulta ni aun el relato de ellos,
por ser tan escandalosos. Pudo ser también que la expo-
sición ó resumen se pusiera en papel aparte, guardándo-
se en depósito reservado; y esto parece indicar una nota
de cuatro páginas en 4.^ con el título c Papeles del Minis-
terio, Jesuítas* y que se halla en el Archivo Histórico Na*
donal de Madrid. Estado, 3.517.
— 40 —
tan comprobado se halla acerca de los ruines arti-
ficios de que se echó mano para perder á los Je-
suítas, queriendo explicar el extrañamiento y la
abolición por causas que evidentemente no los ex-
plican (l).
El caso de los Procuradores Jesuítas de Méjico,
PP. Recio y Larraín, á quienes se confiscó en Ge-
rona el folleto de Mañalich sobre la bastardía, que
sin saber ellos qué cosa fuese, les habían introdu-
cido en el equipaje con el rótulo de El Nuncio (2);
el de la sorpresa de los papeles enviados por los
enemigos mismos al P. Rector del Colegio Impe-
rial; el de la carta fingida del P. Ricci (3), y otros
que no es posible enumerar aquí, por no cuadrar
ésto al propósito del presente estudio, son com-
probantes serios de las citadas malas artes, y no
basta para eludir su fuerza el solo desdeñarlos, ó
pasarlos en silencio. Sin contar con que los mismos
documentos oficiales algo dejan adivinar, que no
( 1 ) Lafubntb: Historia de España, parte iii, lib. vin, ca-
pítulo VII, págs. 332-248, tomo XX. Ed. 1858.— Fbrrbr dbl
Río: Historia de Carlos Hí, lib. n, cap. rv, fomo 11, pági-
na 125, nota. Ed. 1856.— Damvila: Reinado de Carlos ///,
tomo m, cap. i, págs. 82-83, y pág. 542.
(2) Nonell: El V, P, Pignatelli, lib. i, Apéndice nú-
mero II.
(3) Coxb: España bajo el reinado de la Casa de Bor-
bón, Ed. española, 1846, tomo iv, pág. 248. — Rankb: His-
toria del Papado^ tomo iv. — Sismondi: Historia delosfran"
ceses, tomo xxix.— Schobll: Curso de historia de los Esta-
dos europeos, tomo xxxix. — Anónimo: Du rétabUssemeni
des Jésuites et de Tinstruction publique.
— 41 —
se atreven á decir; pues afirma Roda que se le
mandan decir las causas por mayor^ y que no se
puede detener en los hechos particulares con que
se prueban; y usa Carlos III de frases tan enfáticas
como las de ^te aseguro que no sairia qué decirme^
sobre todo con lo que he visto y tocado con los he-
ckos>; tse¿ún lo que he visto y tengo probado ^ no
sólo no os habéis excedido^ sino que os hedéis que-
dado cortos; pues Dios sabe que no quisiera haber
visto- lo que he vistor; donde le parece que era
todavía quedarse corto el haber dicho á Fernando
de Ñapóles que corría peligro la vida de toda la
familia de los Borbones de parte de los Jesuítas (l).
Pero no puede omitirse en esta razón el resultado
de los interrogatorios de un ruidoso proceso que
esclarecieron este punto; y tanto menos se habrá
de pasar en silencio, cuanto mayor ha sido en to-
das épocas el empeño de los enemigos de los Je-
suítas en sepultar en el olvido esta noticia.
(i) Tanucci á Católica, 5 de Mayo de 1767. (Simancas:
Estado, 6.000); Carlos III á Tanucci, 13 de Mayo de 1767
(Estado, 6.057); Carlos m á Tanucci, 19 de Mayo de 1767
(Estado, 6.057).
— 42 -
CONFESIONES JURÍDICAS
DE SEBASTIÁN JOSÉ OARVALHO.
MARQUÉS DE POMBAL
La traducción que aquí se pone, con el relato
que la precede, están tomados de la obra del Pa-
dre Nonell sobre el P. Pignatelli y la extinción y
restauración de la Compañía (i), omitiendo algu-
nas pocas cosas en gracia de la brevedad.
cTres años hacía que se estaba trabajando con
toda actividad en la formación del proceso de Car-
valho. La Reina María de Portugal, deseosa de
cumplir con su conciencia, y temerosa más de la
justicia divina que de la corte de Madrid, daba ca-
lor al negocio; y por dos años enteros, con apre-
tadas órdenes secretas, recogió de todos sus do-
minios en África, América y en la India, todos los
papeles, escrituras y cartas de Carvalho, los cua-
les, todos los Gobernadores y el Virrey, parte
para cumplir con las terminantes órdenes de su
Soberana, y parte por lo vejados que se habían
visto en el Gobierno anterior, remitieron con toda
prontitud, y sirvieron para la formación del pro-
ceso. Halláronse también en Portugal dos cofres
llenos de manuscritos é impresos que Pombal ha-
bía depositado en poder de una hija ó hermana
(i) El V,R Pignatelli, tomo ii, pág. 99.
— 43 -
suya, monja, á la cual había hecho elegir abadesa
perpetua.
^Terminado el proceso, hízose de él un extrac-
to, del cual se envió copia á las Cortes de Francia
y Austria, y al Sumo Pontífice. Al Papa lo co-
municó el Embajador Meneses en 27 de Abril
de 1780.
>E1 contenido del proceso derrama torrentes de
luz, y descubre todas las maquinaciones de los ene-
migos de la Compañía, y todo el misterio de ini-
quidad que para arruinarla concibieron y ejecu-
taron.
> Tengo en mis manos el extracto de este pro-
ceso, escrito en italiano, y á lo que parece, á raíz
de este ruidoso acontecimiento, por uno que debió
de ver dicho extracto, y no es Jesuíta. Dice así, en
la parte que se refiere á la Compañía de España:
^Extracto de los puntos más capitales del proceso
de CaroaJhOy venido de Portugal, — Visto el proceso
de Carvalho, no tengo dificultad en remitir á usted
un resumen de sus puntos más capitales:
cEl primero dice que el difunto Rey José nunca
>fué herido.
>E1 segundo, que no se le dispararon los tres
>arcabuzazos del 3 de Septiembre de 1 7 58.
>E1 tercero, que preguntado Pombal por qué,
•pues, había procedido á tan bárbara ejecución
•contra aquellos caballeros y contra todos los Je-
•suítas, respondió que en todo esto no había he-
•cho más que ejecutar las órdenes del Rey.
•Cuarto. [Atribuyó también al Rey las cartas
— 44 —
>que el mismo Pombal escribía á otros ministros
>contra ios Jesuítas].
>Quinto. Refugiado Carvalho en este reducto
>de achacar al Rey la culpa de todos los desastres
>pasados, así de los Jesuítas como de aquellos, ca-
»balleros, teníase por seguro; pero sintióse viva-
zmente herida la Reina, al ver este nuevo atenta*
>do de querer desacreditar á su padre. Por ésto,
>después de algunas semanas, los criminalistas re-
icibieron orden de presentar con la acostumbrada
^indiferencia á Carvalho, la ñrma de otra carta
»suya; y reconocida que fué por Pombal, dieron
» vuelta al papel para que leyese la carta. En ella
»se congratulaba con otro, de que había logrado
;>atraer al Rey á sus sentimientos, y enfurecerle
> contra los Jesuítas y contra los caballeros, y con-
zfesaba haberse excedido en su comisión de extir-
» parios y exterminarlos. Aquí fué donde mudó
> color, se estremeció, y dijo que, pues no había
> remedio, era preciso confesarlo y descubrirlo
>todo, y lo hizo más de lo que era menester, re-
» velando siempre cosas más graves, en tal mane-
»ra, que las posteriores ahogaban con su gravedad
>y casi desvanecían las precedentes.
>No es fácil enumerar el inñnito cúmulo de im*
» posturas descubiertas en este proceso. La más
>grave, es la más que diabólica de la bastardía del
>Rey de España, y lo que aturde es el objeto de
>ella, que no fué sino enconar el ánimo del Rey
>contra los Jesuítas. Además de otros muchos do-
>cumentos, se le presentó un folleto estampado,
— 45 —
>en el cual se presentaba al Rey como hijo bas-
>tardo de la Reina; y en vista de esto, se excitaba
»á los Grandes de España á arrojarle del Trono, y
>á colocar en él á su hermano D. Luis, aun á
>costa de tener que asesinar al Rey y toda su fa-
>milia, si fuere menester, y ultra de esto, se le
>mostró una carta, toda de letra del P. General
>Ricci, con su nombre y rúbrica perfectamente
>imitada, la cual contenía la misma exhortación
ahecha á sus Jesuítas. De este inicuo y horrible
>plan empleado contra los Jesuítas de España,
>hace mucho tiempo que se tenían grandes con-
>jeturas en esta Corte de Roma, y yo he tenido
>una hoja entera llena de ellas. Pero en la actúa-
>lidad, se sabe auténticamente por confesión de>
» mismo Carvalho.
iComo se hubiesen hallado muchas copias im-
>presas de aquel folleto en los dichos cofres, y
>además el manuscrito original, se le preguntó que
>de dónde los había habido, y respondió que le
thabían venido á las manos, y que los juzgó á pro-
>pósito para indisponer el ánimo del Rey Católica
>contra los Jesuítas y hacerlos extrañar del Para-
iguay, á ñn de que, echados ellos, tuviese efecto
>el tratado de permuta de aquellas siete reduccio-
>nes, en lo cual creía él haber hecho un ventajosa
>servicio á la corte de Portugal.
^Mostrándole la copia manuscrita original, y pre-
>guntándole de quién la había recibido, dijo que de
>un ...N, portugués, á quien oía llamar Pérez, pero
>que no sabía si él era su autor... Al llegar á la
-46-
> total convicción, se le mostró la carta antes men*
>cionada, y entonces lo confesó todo: dijo que él
> mismo lo había hecho escribir, y que para la tra-
tducción se sirvió de otro ...N, español, llamado
>Mañalich, de quien dijo que era aquel mismo
»que, venido á Roma, había hecho acuñar por un
>grabador las monedas del Rey Nicolás I del Pa-
>raguay, y que para echar la culpa de esto á los
>Jesuítas, tuvieron en España modo de hacer que
>se encontrasen algunos ejemplares sellados y di-
erigidos en un paquete al General Ricci, los cua-
>les fueron descubiertos en los baúles de ciertos
> procuradores de América, que viniendo á Roma,
> fueron secuestrados en el camino, y hecho ante
«testigos el registro de los equipajes, lo mandaron
>con el atestado jurídico al Rey Católico.»
Otras cosas horribles se contenían además en la
confesión de Carvalho, que no hacen al intento
presente; pero las enunciadas bastan para justifi-
car la profunda verdad del dicho de Pío VI: fLa
destrucción de los Jesuítas fué un misterio de ini-
quidad» (l).
EL GOBERNADOR BUCAREU
Las causas que en 1 767 hicieron salir del Minis-
terio, y aun de España, al Marqués de Esquilache,
(i) Conversación con el Cardenal Calini (CRimiBAV»
Joly: CUmmt XJV et hs Jesuitcs, p. 398, i* éd.)
— 47 —
no eran precisamente el ser extranjero, ni sus di-
lapidaciones ó el malestar económico que habia
producido en España, por más que todo esto fue-
se muy real, ni siquiera la disposición de cortar
capas y apuntar sombreros, que se hubiera reme-
diado, de ser otra la persona que hubiese incurrido
en aquella falta de tacto; sino el haberse negado á
cooperar con los enemigos de los Jesuítas en su
plan de exterminio, y ser peligroso para ellos que
semejante persona estuviese al lado del Monarca,
sobre todo siendo tan de su conñanza, que le po-
dría desengañar, y no dejaría que se le ocultasen
las maquinaciones que habían de ponerse en jue-
go (l). El alboroto del Domingo de Ramos, 23 de
Abril de 1766, trajo consigo, ajuicio de Dan vi-
la (2), un profundo cambio en la política de Es-
paña, empezando á manifestarlo el nombramiento
de un Capitán general para Presidente del Consejo
de Castilla, cargo que antes desempeñaba un ecle-
siástico; y, en realidad, el Conde de Aranda, que
sustituyó al Obispo de Cartagena, Gobernador del
Consejo, vino á ser, por su arrojo y eñcacia para
llevar á cabo cualquiera resolución, aun la más
arbitraria, no menos que por su cualidad de im-
pío, el brazo ejecutor necesario para la ruina que
otros meditaban y llevaban tan adelante.
Muy luego se procuró persuadir al Rey de que
(1) Nombll: El P. Pignatelli^ parte i.*, cap. vn y vtn.
(a) Damvila: Reinado de Carlos III, tomo 11, cap. vi,
páginas 36a y 40a.
-48-
era necesaria una indagación secretísima de los
autores del motín, y así se decretó, con calidad de
que no conociesen los acusados á los testigos, aun-*
que lo solicitaran para dar sus descargos. Nom->
bráronse, entre otros, ciertos comisionados espe-
ciales para pesquisar á los Jesuítas; decretóse la
creación de un Tribunal extraordinario para en-
tender en los asuntos del alboroto; pero como no
se encontrasen pruebas suñcientes para proceder
por vía de justicia, muy luego se convirtió el Tri-
bunal extraordinario en Consejo extraordinario, el
cual tendría más latitud, procediendo por lo que
se llamó via econámicay tuitiva^ cNo bien se adop-
taron estas medidas», dice Gutiérrez de la Huerta
en su importante Dictamen Fiscal (l), cenando se
sembró España de espías secretos; se promovieron
quejas, denuncias y testigos falsos; se abrigó á todo
maldiciente de Jesuítas, y cuantos empleos vaca-
ban, servían para premiar enemigos y aumentar
partidarios». La injusticia que dominó en semejan-
tes procesos, amparados por las sombras del miste-
rio, aparece de maniñesto en lo que sobre algunos
de ellos descubrió el autor del Jíúcio imparciai (2),
y más tarde el mismo Fiscal Huerta (3), y se com-
pendia en aquella frase de la esquela dirigida al
Alcalde de Casa y Corte Codallos, encargado de
(i) Huerta: Dictamen fiscal^ pág. 231.
(2) Juicio impar cialy §31.
(3) Huerta: Dictamen, pág. 134 y 599.
-7 49 -
pesquisar á los Jesuítas. «En todo caso, han de sa-
lir culpables los Jesuítas» (l).
Llegábase por entonces el tiempo de sustituir
al Gobernador de Buenos Aires, D. Pedro Anto-
nio de Cevallos, no sólo porque llevaba ya diez
años en aquel gobierno, cuando el plazo ordinario
era de cinco, sino también y mucho más, porque
á los que maquinaban contra la Compañía, no les
parecía convenir en aquella provincia tal hombre,
que ya una vez les había desbaratado los planes.
Para ocupar su puesto, fué destinado el Teniente
general D. Francisco de Paula Bucareli y Ursúa.
Y es cosa notable que en los puntos más impor-
tantes y de mayor confianza para la ejecución del
extrañamiento en América, fuesen colocados los
dos hermanos Bucareli. Porque á Buenos Aires,
por donde se habían de transmitir los despachos á
gran número de regiones de América del Sur, y
aun al mismo Virrey del Perú, fué destinado don
Francisco, y á la Habana, centro igualmente de
donde se comunicaron á varias regiones de Amé-
rica del Norte, y en especial al Virreinato de Mé-
jico, fué enviado D. Antonio María. Indicio claro
de cuan comprometidos estaban en el intento, y
de cuánta debía ser su animadversión contra la
Compañía. A la verdad, el nuevo Gobernador de
Buenos Aires, Bucareli, había mostrado su mal
afecto respecto de los Jesuítas en Mallorca, «desde
donde, siendo Virrey», dice el P. Olcina, «escri-
(i) Luengo: Diario, tomo xix.
- 50 -
bió al Rey Nuestro Señor que se persuadiese su
Majestad que hasta que saliesen los jesuítas de
aquella isla^ no habría paz ni sosiego. De este su
dicho, tan injuríoso á la Compañía, se tuvo noticia
por el P. Escanden, Procurador de la provincia
del Paraguay, que á la sazón se encontraba en
Madrid, y supo por conducto seguro lo que aca-
bamos de decir > (l). Añade otra crónica contem-
poránea, que habiendo ocurrido una disensión pú-
blica en la isla, dio cuenta de ella ofícialmente á
Madrid, culpando á los Jesuítas, mientras escribía
á un confidente suyo de la misma Corte, queján-
dose agriamente de los franciscanos, y echándoles
toda la culpa del mismo suceso, y lo uno y lo otro
se supo, y llegó á conocimiento de Carlos III, quien
vio por sus propios ojos los originales de ambas
acusaciones. Bucarelí entró en su gobierno por
Agosto de 1766, y desde su llegada se hizo gran
amigo del Illmo. Sr. Latorre, Obispo de Buenos
Aires, enviado algunos años antes allá como des-
afecto á los Jesuítas, y se dedicó á prevenirse para
la expulsión, que ya iba instruido se estaba prepa-
rando en España (2), y de que en la oportunidad
había de recibir el aviso.
Todo el año 1766 continuaron los disturbios en
Glspaña, y todo el año se atormentaron los oídos
(1) Olcina: Casos relativos á las persecuciones de la
Compañía^ Ms. (Archivo de la provincia de Aragón.)
(3) Bougainvillb: Voyage autour du monde^ partie i,
chap. VII.
— SI —
del Rey con noticias de tentativas de asesinato,
habiendo intervenido, entre otras, la causa de un
D. Juan Salazar Calvete, natural de Murcia, que
fué ahorcado, arrastrado, y se le cortó la lengua
en 28 de Junio de 1 766, después de haber sido juz-
gado el día anterior en casa del Conde de Aranda,
y dádosele tormento tanquam in capite alieno y
para descubrir cómplices en su delito ó en el
motín de Madrid, que no parecieron. El delito
era, dice la relación, «por expresiones tan inicuas
contra la Majestad, que repugna de repetirlas» (l).
Las expresiones se hallan consignadas en la con-
sulta del Extraordinario, de 30 de Noviembre
de 1767 (2), y la circunstancia de andar el sujeto
públicamente, unas veces vestido de mujer, otras
con otros disfraces, han dado ocasión á que algu-
nos creyeran que, más que de un criminal, se
trataba de un loco. Continuaron asimismo en aquel
año los descubrimientos de papeles de los Jesuítas,
no sólo dentro de los colegios de España y en
cartas particulares que se interceptaban, sino
también en correspondencias venidas de fuera de
la Península, con las que se pretendió probar que
el P. General Ricci tenía parte en las máximas se-
diciosas y proyectos regicidas, correspondencias
(i) Carta del Conde de Aranda á D. Manuel de Roda,
Madrid, 28 de Junio de 1766. (Simancas: Gracia y Justi-
cia, 804.)
(3) Dan VIL a: Reinado de Carlos IIJ, tomo iii, pag. 651,
tomo Uf pág. 398, nota.
— sa-
que, siendo en realidad falsificadas, se presentaban
con todo eso legalizadas. Tales fueron las de que
habla Tanucci en carta al Príncipe de la Católica»
de 1 8 de Noviembre de 1 766, diciendo: «La co-
rrespondencia legalizada del General de los Jesuí*
tas, con algunos Jesuítas que están en España, en
la que hay motivos para tomar cualquier resolu-
ción, por fuerte que sea...», cpor las máximas fal-
sas, perniciosas y sediciosas que resultan de ella,
y ponen en peligro la sagrada persona del Sobe-
rano» (l).
Resuelto Carlos III á la expulsión por tantos do-
cumentos falsos como le pusieron ante los ojos
para comprobar los delitos atribuidos á los Jesuí-
tas, y por la incesante batería que todo aquel año
1766 le estuvo dando Tanucci con sus cartas (2)»
dio su respuesta conformándose con la Consulta
del Consejo extraordinario de 29 de Enero de 1 767,
y expidió el Real decreto de ejecución^ que lleva la
fecha de 27 de Febrero de 1767. En él señala
(i) cll carteggio legalizzato del Genérale dei Gesuiti
con alcuni Gesuiti che stanno in Spagna, nel quale sonó
assunti bastanti a prendersi qualunque forte risoluzio-
ne...> «per le massime false, perníziose e sediziose che
escono da quel carteggio, le quali mettODO in pericolo la
sacra persona del Sovrano». (Simancas: Estado, 598, fo-
lio 273.)
(2) Véase la substancia de las cartas en Duhr: Bernar-
do Tanucci nach seinem Briefwechsel in Simancas. (Stim-
men aus Maria-Laach, lv, 292), y en Danvila, tomo n, ca-
pitulo VI.
— 53 —
como ejecutor exclusivo del extrañamiento y ocu-
pación de temporalidades al Conde de Aranda; le
da plena autoridad para formar las instrucciones y
órdenes; subordina á sus mandatos las justicias y
Tribunales superiores de España y sus Indias, y
encarga á los Superiores de la Compañía que se
conformen puntualmente á lo que se les preven-
ga, ordenando que sean tratados los Jesuítas con
la mayor decencia, atención, humanidad y asisten-
cia (l). Provisto de su .comisión, envió Aranda,
con fecha de I.® de Marzo de 1767, á todos los
ejecutores subalternos, una circular, dentro de la
cual incluía tres documentos cerrados en un plie-
go, previniendo que no se habían de abrir hasta el
día que ñjaba, y que nadie hasta entonces había
de tener noticia de haber llegado tal pliego con
fijación de plazo, todo bajo graves penas. Los do-
cumentos inclusos eran el Real decreto de ejecu-
ción, la Instrucción dictada por el Conde, y el
pliego reservado en que hacía algunas otras ad-
vertencias. Para los países de América se añadía á
los tres una Instrucción peculiar con el título de
«Adición á la Instrucción sobre el extrañamien-
to.^», «por lo tocante á Indias é islas Filipinas» (2).
"Finaltneiitc, como lo único publicado al principio
fué el decreto de extrañamiento, y en 61 se omitían
(1) «COLKCaÓN QBNBRAL DB LAS PROVIDENCIAS...», «SObre
el extrañamiento...» Parte i.*, pág. 5. Ed. 1767.
(2) Véanse estas piezas en el Apéndice de docu-
mentos.
— 54 —
varios extremos que sólo se expresaban en el do-
cumento particular de las Instrucciones dirigidas á
cada ejecutor, mandó Carlos III promulgar una
pragmática, en la que todo se declarase (l); y, en
efecto, se publicó en Madrid con toda solemnidad
á 2 de Abril de 1 767, y pasó á formar la ley 3.\
título I, lib. XXVI de la Novísima Recopila-
ción.
Es digno de observarse el papel desairado que
en todo este asunto se hizo desempeñar al Real
Consejo de Indias, por el que normalmente se go-
bernaban todas las cosas de América, así las de
paz como las de guerra. No se exploró el parecer
de aquel sabio Tribunal sobre los daños é incon-
venientes que pudiera acarrear medida de tanta
trascendencia, como arrancar de pronto de las po-
sesiones del Nuevo Mundo 2.000 religiosos desti-
nados por su vocación al ministerio de las misio-
nes, y cuyo éxito en sus tareas de misioneros era
reconocido por todos unánimemente. Ni siquiera
se le dio noticia de la ejecución hasta dos meses
después de resuelta, cuando las órdenes despacha-
das por el Conde de Aranda hacía tiempo que cru-
zaban los mares y se iban aproximando á su des-
tino. La comunicación del Decreto de extraña-
miento al Consejo de Indias lleva la fecha de 27
de Marzo de 1 767, terminando con esta cláusula:
«...y dará á este fin todas las órdenes necesarias,
(i) Colección, núm. 14, pág. 34-
-^ 55 —
con preferencia á otro cualquiera negocio, por lo
que interesa á mi Real servicio» (l). El obedeci-
miento del Consejo se envió en I .® de Abril, é in-
mediatamente hizo redactar é imprimir aquel Cuer-
po una Cédula á los Virreyes, Gobernadores, Ar-
zobispos y Obispos de Indias para precaver el de-
sastroso efecto que la ejecución iba á causar en las
misiones, objeto el más preciado en todos tiempos
del Gobierno español. Pueden verse en el Archivo
de Indias (2) los expedientes curiales con que se
estorbó la publicación de esta Real Cédula, testigo
de la solicitud de aquel supremo Tribunal en fa-
vor de los americanos, pero cuyo efecto había
quedado de antemano frustrado con las medidas
que se tomaron. Para ejecutar el extrañamiento,
todo se había sacado de sus reglas ordinarias y de
sus caminos naturales; no se consultaban sino los
apasionados y comprometidos; y así como en Es-
paña no habían intervenido los Tribunales ni el
Consejo de Castilla, sino un Consejo extraordina-
rio formado de repente para ello, así tampoco para
la América fué consultado el Consejo de las In-
dias, ni se hizo el menor caso de él. No hacía mu-
cho que, tratándose de un envío de misioneros,
había trastornado el Rey las antiguas reglas é in-
memorial costumbre en la materia y en un punto
bien grave, desechando el parecer de todo el Con-
(1) Sevilla: 155, Archivo de Indias, 4 y 6.
(2) Ibid.
-56-
sejo para seguir sólo el del Fiscal (l). Con tal pro-
ceder, no había lugar á esperar acierto, y se le en-
cuentra no poca razón al último historiador de
Carlos III, en aquella expresión: «Bien puede de-
cirse que Carlos III fué el primer Monarca revo-
lucionario de España» (2).
«He venido en mandar se extrañen de todos
mis dominios de España é Indias, islas Filipinas y
demás adyacentes, á los religiosos de la Compa-
ñía, así Sacerdotes, como Coadjutores ó Legos
que hayan hecho la primera profesión, y á los No^
vicios que quisieren seguirles, y que se ocupen to-
das las temporalidades de la Compañía en mis do-
minios.» A esta prescripción textual del Decre-
to (3), añadía la Instrucción para los Comisiona-
dos» que se echase mano de la tropa, tomando las
avenidas de la casa ó colegio, y se buscase algún
pretexto para entrar antes de la hora regular de
abrir, debiendo quedar cerradas las puertas de la
iglesia, mientras perseverasen allí los Jesuítas (nú-
meros I y u); que se intimase el Decreto ante un
escribano y dos testigos, tomando la filiación de
todos los Jesuítas (núm. m); se hiciesen llamar los
( 1 ) Expediente de transporte de los 80 misioneros con-
cedidos al Paraguay. Resolución de 21 de Enero de 1767,
Sevilla: Archivo de Indias, 108, 7. 9.
(2) Danvila: tomo iii, cap. ix, pág. 616.
(3) Colección, núm. i, pág. 5. — El estar el Decreto re-
ñido con la misma Gramática, no es culpa sino de quien
lo redactó y publicó.
— 57 —
que estuvieran fuera de casa, por medio de carta
del Superior, que se había de entregar abierta al
Comisario (núm. v); se ocupasen judicialmente
Archivos, Bibliotecas y libros particulares (nú-
mero vi), caudales y efectos (núm, vii), y los ob-
jetos sagrados, interviniendo para esto último la
autoridad eclesiástica (núm. viii); se había de aten-
der á «la más cómoda y puntual asistencia de los
Religiosos, aún mayor que la ordinaria, si fuere po-
sible» (núm. ix); separar los Novicios, para los cua-
les se prescribía procedimiento especial (núm. x),
y á las \'eint¡cuatro horas se habían de poner en
marcha los Jesuítas (núm. xi), menos los Procura-
dores (números xxii y xxiii), los imposibilitados
por ancianidad ó enfermedad (núm. xxiv), quienes
habían de ser conducidos á algún convento cerca-
no, poniéndolos incomunicados con la gente de
fuera (núm. xxvi). En la Adición para América y
Filipinas, se señalaba como depósito general en
España el Puerto de Santa María (núm. i); dábanse
disposiciones especiales sobre el extrañamiento en
territorios de misiones (números v, vi, vii y viii);
hacíase recaer la responsabilidad en los ejecutores
(números ii y xi), y se les delegaba plena autori-
dad para resolver en los casos dudosos (núm. xii).
Para cada región hubo además su advertencia es-
pecial.
Recibió Bucareli su comisión á 7 de Junio, con
el encargo, además, de transmitir las órdenes que
venían para el Gobernador de Chile, el Presidente
de la Audiencia de Charcas y el Virrey del Perú.
— 6o —
les albazo, se dirigió al colegio de San Ignacio,
llamado comúnmente Colegio grande^ una compa-
ñía de granaderos, de que iban acompañados don
Juan de Berlanga, Secretario de Bucarell y ejecu-
tor principa], y D. Manuel Basavilbaso, D. Juan
de Asco y D. Francisco Pérez de Saravia, sus au-
xiliares. Llamaron á la puerta del colegio, y abierta
ésta, sorprendieron á la comunidad, que se compo-
nía de 36 sujetos. Intimáronles la orden del Rey, de
salir desterrados, á la que respondieron tranquila-
mente que la obedecían y estaban prontos á cum-
plirla. Ocho horas los mantuvieron presos sin salir
de la estancia del Rector, donde habían sido con-
gregados para oir la lectura del Decreto; y des-
pués de este tiempo, fueron conducidos, custo-
diados de tropa por las calles públicas, al arrabal
del Alto de San Pedro, y allí recluidos en la casa
de Ejercicios para hombres , contigua al otro co-
legio llamado de Belén, hoy San Telmo.
A la misma hora que al colegio grande, se ha-
bía dirigido á este segundo colegio otra compañía
de granaderos, yendo con ella, como ejecutores,
el sargento mayor de Caballería D. Francisco
González, con D. Vicente Azcuénaga, D. Domin-
go Basavilbaso y D. Julián Espinosa, é igualmen-
te fueron sorprendidos los Padres y Hermanos de
aquel colegio, en número de ocho, y confinados
también en la casa de Ejercicios.
Apenas amanecido el 3 de Julio, publicó Buca-
reli un bando, en que daba cuenta á la población
del hecho del extrañamiento por Real decreto, é
— 6i —
intimaba, so pena de muerte, que nadie comuni-
case con los Jesuítas en forma alguna, ni censu-
rase el Decreto ni las disposiciones que se toma-
ran para darle cumplimiento, y que todos los que
tuviesen deudas con los Padres 6 dependencias y
pertenencias de ellos, se presentasen á declararla
ante el Gobernador en el término de tres días (l).
De resultas del bando, se hicieron crecido núme-
ro de declaraciones de ninguna importancia , que
se conservan todavía en el Archivo general de
Buenos Aires (2).
Grande fué el sentimiento de los habitantes de
Buenos Aires al tener noticia de la impensada ca-
tástrofe que había sobrevenido á los Jesuítas, y se
les aumentó la pena con ver cerrada la iglesia de
San Ignacio, que era una de las más concurridas^
y el colegio, adonde de día y de noche acudían á
buscar confesores para los moribundos. En los pri-
meros días de su reclusión en Belén, buscaron los
medios de mostrarles su afecto, escribiéndoles, y
aun consiguieron algunos hablarles, á pesar del
draconiano bando de incomunicación; pero á ese
desahogo de compasión, respondió la siguiente
nueva orden de Bucareli al Jefe de la guardia de
Belén, Mayor D. Francisco González: «Señor mío:
He visto con mucho disgusto que á los Padres de
(i) Cbilb: Biblioteca Nacional. Mss. Jesuítas^ 277. Vid.
Apéndice núm. 4.
(2) BuBNOs AiRBs: Archivo general, legajo Expulsión
de los JesitUas,
-. 62 —
la Compañía» de cuya custodia y seguridad está
usted cuidando, se les permite escribir y aun tra-
tar con algunas personas, contrario todo á las ór-
denes del Rey y á las mías: y en este concepto
prevengo á usted que por ningún pretexto ni mo-
tivo vuelva á suceder, y que los registre á todos
uno por uno, y les quite papel, tintero y plumas,
y cualquier otro instrumento con que puedan ha-
cerlo, diciéndoles en mi nombre que si no se mo-
deran y contienen , tomaré providencias arregla-
das á las órdenes del Rey, con que me hallo, que
les serán muy sensibles, y usted me avisará de
haberlo ejecutado. — Nuestro Señor guarde á us-
ted muchos años. — Buenos Aires, 5 ^^ Julio de
1767. — Francisco Bucareli y Ursúa:^ (I). — Así in-
terpretaba Bucareli el Decreto real en la pafrte que
dice de los Jesuítas « se les tratará con la mayor
decencia, atención, humanidad y asistencia».
El hecho de privar á los Padres de tinta y pa-
pel para escribir, y el bando con tantas penas de
muerte y con la prevención de que se impondrían
por sola declaración de un testigo singular, hacen
más creíble la otra medida que refiere el P. Oleí-
na (2): «Entre todas las ciudades de América se
(i) Papeles de Bucareli, coleccionados por D. Juan
María Gutiérrez, y remitidos para su publicación á la Re-
vista de Buenos Aires ^ 1865, tomo viii, pág. 168.
(2) Olcina: Casos relativos d las persecuciones de la
Compañía. Manuscrito en el Archivo de la provincia de
Aragón, pág. 143-
-63-
distingiríó la de Buenos Aires en hacer público el
entrañable dolor que le causaba la pérdida de sus
amados Jesuítas, pues todos sus vecinos quedaron
poseídos de una mortal tristeza, que ocho días
después de intimado el arresto, aún no se había
abierto ninguna de tantas tiendas como hay en
aquel emporio de la América meridional, oyén-
dose desde la calle los inconsolables y amargos
llantos con que las gentes, á puerta cerrada y en
el retiro de sus casas, desahogaban, como podían,
su dolor. Esta tan general y tan expresiva de-
mostración del más vivo sentimiento la llevó muy
á mal el Sr. Bucareli , Gobernador de Buenos Ai-
res, por lo que dio luego las órdenes más estre-
chas, acompañadas de las más graves penas, para
que se abriesen todas las tiendas de mercaderes,
y al mismo tiempo tomó la tiránica providencia
de prohibir que nadie llorase por el arresto de los
Jesuítas; enviando diferentes patrullas de soldados
por los barrios de la ciudad, que entrasen en las
casas donde oyesen llantos y gemidos, y con ame-
nazas de penas pecuniarias, de cárceles y destie-
rros, obligasen por fuerza y por violencia á los
dueños de las casas á enjugar las lágrimas, y á so-
focar en sus pechos los tristes sollozos y suspiros
que de continuo les arrancaba el dolor de perder
á sus amados Jesuítas.» Hasta aquí el P. Olcina.
Con ser tan públicos estos hechos, y aun tras-
parentándose en sus cartas la desazón que le cau-
saba, no vaciló Bucareli en escribir oñcialmente al
Conde de Aranda en 6 de Septiembre de 1767:
-.Sa-
la Compañía» de cuya custodia y seguridad está
usted cuidando, se les permite escribir y aun tra-
tar con algunas personas, contrario todo á las Ór-
denes del Rey y á las mías: y en este concepto
prevengo á usted que por ningún pretexto ni mo-
tivo vuelva á suceder, y que los registre á todos
uno por uno, y les quite papel, tintero y plumas,
y cualquier otro instrumento con que puedan ha-
cerlo, diciéndoles en mi nombre que si no se mo-
deran y contienen , tomaré providencias arregla-
das á las órdenes del Rey, con que me hallo, que
les serán muy sensibles, y usted me avisará de
haberlo ejecutado. — Nuestro Señor guarde á us-
ted muchos años. — Buenos Aires, S de Julio de
1767. — Francisco Bucareli y Ursúa» (i). — Así in-
terpretaba Bucareli el Decreto real en la pafrte que
dice de los Jesuítas « se les tratará con la mayor
decencia, atención, humanidad y asistencia».
El hecho de privar á los Padres de tinta y pa-
pel para escribir, y el bando con tantas penas de
muerte y con la prevención de que se impondrían
por sola declaración de un testigo singular, hacen
más creíble la otra medida que refiere el P. Oleí-
na (2): «Entre todas las ciudades de América se
(i) Papeles de Bucareli, coleccionados por D. Juan
María Gutiérrez, y remitidos para su publicación á la Re-
vista de Buenos Aires y 1865, tomo viii, pág. 168.
(2) Olcina: Casos relativos d las persecuciones de la
Compañía, Manuscrito en el Archivo de la provincia de
Aragón, pág. 143-
-63-
distinguió la de Buenos Aires en hacer público el
entrañable dolor que le causaba la pérdida de sus
amados Jesuítas, pues todos sus veciaos quedaron
poseídos de una mortal tristeza, que ocho días
después de intimado el arresto, aún no se había
abierto ninguna de tantas tiendas como hay en
aquel emporio de la América meridional, oyén-
dose desde la calle los inconsolables y amargos
llantos con que las gentes, á puerta cerrada y en
el retiro de sus casas, desahogaban, como podían,
su dolor. Esta tan general y tan expresiva de-
mostración del más vivo sentimiento la llevó muy
á mal el Sr. Bucareli , Gobernador de Buenos Ai-
res, por lo que dio luego las órdenes más estre-
chas, acompañadas de las más graves penas, para
que se abriesen todas las tiendas de mercaderes,
y al mismo tiempo tomó la tiránica providencia
de prohibir que nadie llorase por el arresto de los
Jesuítas; enviando diferentes patrullas de soldados
por los barrios de la ciudad , que entrasen en las
casas donde oyesen llantos y gemidos, y con ame-
nazas de penas pecuniarias, de cárceles y destie-
rros, obligasen por fuerza y por violencia á los
dueños de las casas á enjugar las lágrimas, y á so-
focar en sus pechos los tristes sollozos y suspiros
que de continuo les arrancaba el dolor de perder
á sus amados Jesuítas. > Hasta aquí el P. Olcina.
Con ser tan públicos estos hechos, y aun tras-
parentándose en sus cartas la desazón que le cau-
saba, no vaciló Bucareli en escribir oñcialmente al
Conde de Aranda en 6 de Septiembre de 1 767:
-64-
«Puedo asegurar á V. E. que en esta ciudad he
observado una conformidad y complacencia no
esperada del mayor número de sus habitantes. i
Seguro estaba de que por aquel conducto llegaría
su impostura, sin contradicción, á Carlos III, y se-
ría creída.
A juzgar por lo que en su correspondencia es-
cribe Bucareli, es preciso reconocer que se halla-
ba poseído de pueril y desmesurado temor que le
representaba los Jesuítas como seres de una po-
tencia extraordinaria, que por todas partes le ha-
cía ver partidarios de los Jesuítas , prontos á per-
turbar la tranquilidad pública , y le descubría pe-
ligros en la ejecución de las órdenes que había
recibido: tanto es lo que pondera y engrandece
lo que no había. Por otra parte, sus hechos mues-
tran que al recibir la Comisión para el extraña-
miento, con carta de puño y letra del mismo
Rey (l), y con facultades superiores á cualquiera
otra autoridad, aunque fuese la del Virrey, en
aquel solo asunto (cosa que fué común á todos
los ejecutores de Indias), se persuadió de que po-
día usar de dominio universal, y todo le era per-
mitido, aun los procedimientos más arbitrarios.
No tardó mucho el desvanecido gobernante en
expedir y ejecutar decreto de destierro contra
ocho de los moradores de Buenos Aires, de res-
petables familias, so pretexto de asegurar la tran-
quilidad pública, y no les permitió regresar á la
(i) Brabo: ColeccióHy pág. 352.
-65-
ciudad en muchos meses hasta que hubiese salido
de la boca del río la primera expedición de Jesuí-
tas, que fué á mediados de Octubre; y todavía
después, según expresa el mismo Bucareli (l), le
pareció mejor dilatarlo más y esperar al 4 de No-
viembre, día del santo del Rey, en que por fin
los restituyó á sus casas. Pero inmediatamente, ó
asustado de nuevo ó irritado (si no es que se diga,
como lo dijeron algunos contemporáneos, que todo
esto no era más que pretextos para poder vejar á
los que le habían desagradado, é inutilizar á los
que por su entereza y conocimiento de las cosas
podían descubrirle los manejos, sindicándolos de
partidarios de los Jesuítas), desterró á otros cinco,
que fueron : D. Pedro Medrano , Oficial real ; don
José Nieto, Teniente coronel graduado; y los ve-
cinos D. Domingo Ucedo, D. Manuel Warnes y
D. Isidro Balbastro, dando por causa que decían
que los Jesuítas habían de volver dentro de tres
años, y que en la ciudad se divulgaban anónimos
y pasquines infamatorios, sobre todo, luego que
se tuvo noticia del alboroto de Salta y Jujuí. Me-
drano fué deportado á la isla de Maldonado, y
Nieto remitido á España (2) y aprisionado en el
castillo de San Antón, de la Coruña. Como estas
graves penas se imponían sin formación de causa
criminal, y aun sin dar siquiera conocimiento al
(i) Carta al Conde de Aranda, á 8 de Abril de 1768
(Brabo: CoUccióny pág. 121).
(2) Bucareli: Carta citada de 8 de Abril de 1768.
5
— 66 —
reo del delito de que era acusado (según el méto-
do expedito de protección y potestad económica^
que acababa de ponerse en boga para aplicarlo á
los Jesuítas), resultó que, recurriendo algunos de
ellos á los Tribunales superiores, fueron hallados
inocentes: como consta haber sucedido en el caso
particular del Teniente coronel Nieto, quien des-
pués de diligente examen del sumario irregular
que contra él había formado Bucareli, se declaró
que debía ser rehabilitado en su fama, y que no
hubo justa causa para las penas que se le impu-
sieron; pues por comprobantes de los cargos no
se presentaba otra cosa que «calumnias de testi-
gos», «voces vagas de oídas» y acriminaciones
«sin justificación» (l). Esta sentencia del Consejo
Extraordinario, á 29 de Noviembre de 1776, sir-
vió para borrar la nota arrojada en la fama de
Nieto, que amenazaba pasar á sus herederos; pero
no le ahorró las penalidades de varios años de
cárcel en el castillo de San Antón, ni la infamia
personal, porque le encontró ya muerto.
Pero mucho mayor fué otro exceso, en que pre-
cipitó á Bucareli la presunción y arbitrariedad de
que ya se ha hecho mención. En virtud del bando
de que acudiesen á declarar en el término de tres
días los que tuvieran deudas ó efectos pertene-
cientes á los Jesuítas, compareció el segundo día
á dar cuenta del caudal que había corrido por sus
manos en la intervención que había tenido en los
(i) Simancas: Gracia y Justicia, 690, íol. 1 10.
■
-67-
frutos de Misiones el respetable vecino D. Miguel
García de Tagle. A las doce del mismo día 4 de
Julio, se le presentó el Teniente de Rey, D. Die-
go de Salas, con un piquete de doce granaderos,
y tomándolo preso lo condujo á la Real fortaleza,
donde quedó encerrado en un calabozo muy hú-
medo, con centinela de vista. A la una de la tarde
del mismo día, entró á su prisión el Escribano don
José Zenzano, acompañado del Capitán D. Joa-
quín Moróte, y notificó á Tagle la sentencia de
muerte, dada contra 61 por el Gobernador, avi-
sándole que señalase padres espirituales para au-
xiliarle, como lo hizo, nombrando á los religiosos
de San Francisco: mientras Moróte, cumpliendo
con lo que se le había ordenado, le remachaba
una barra de grillos y le aseguraba los brazos, ha-
ciéndolo tender en el suelo, sin que tuviera más
cama que su propia capa. De este modo quedó
puesto en capilla un vecino en quien no se reco-
nocía delito alguno, y á quien Bucareli, sin más
formalidad que una sentencia verbal, condenaba
á p>ena de muerte, sin formarle autos, sin oirle ni
tomarle declaración, ni permitirle defensa, ni aun
darle noticia del crimen de que era acusado. Po-
níase en práctica, en toda su crudeza y aun con
circunstancias agravantes, el bando bucareliano.
El mismo día se embargaron á Tagle todos sus
bienes, libros y papeles, y fué encerrada su mu-
jer (que estaba embarazada de seis meses y con
dos hijos menores) en un cuarto de su casa, igual-
mente con centinela de vista y privada de toda
— 68 —
comunicación, tratándola con tanta inhumanidad,
que hasta hubo quien le anunciase que su esposo
estaba en capilla y con los religiosos que le auxi-
liaban para bien morir. Grande fué la consterna-
ción de la ciudad, y muchos los intercesores que
se presentaron al Gobernador á solicitar el indul-
to; pero no hubo consideración que moviese á
Bucareli á mitigar siquiera la sentencia ; y sólo al
tercer día, y cuando ya faltaban pocas horas para
la ejecución, cedió á las súplicas del Obispo dio-
cesano, y otorgó el perdón de la pena de muerte,
dejando empero al infortunado Tagle por enton-
ces en la cárcel. Al cabo de veintiséis días más, le
concedió la excarcelación bajo fianza; y posterior-
mente, de orden del mismo Bucareli, se canceló la
fianza (l).
Nunca se supo de cierto la causa de aquel inau-
dito atentado; sólo refiere el P. Peramás (2) que
se atribuía á una denuncia, que resultó falsa, de
haber Tagle despachado cartas á los Jesuítas de
alguna otra población, noticiándoles el arresto de
los de Buenos Aires. Cuando, después de termi-
nado el gobierno de Bucareli, se presentó la que-
ja del Sr. Tagle ante el Gobernador Vértiz, y
pasó, con los autos que acreditaban la verdad del
(i) SEvaLA: Archivo de Indias, 124, 2, 10.
(2) PeramXs: Annus páticos, sive Ephemerides quibus
continetur iter annuum Jesuitarum Paraquaríoruin Cor-
duba TucumaDÍae profectorum, die 1 * Augusti 1767. (Ar-
chivos generales de la Compañía, Ms.)
-69-
hecho y todas sus circunstancias, al Consejo Ex-
traordinario de España , causó allí asombro y ho-
rror este increíble atropello. El Fiscal caliñcó de
€ temerario y escandaloso despotismo»; de «insó-
lito, inaudito y arbitrario modo» de obrar «el
mandar verbalmente que Tagle se pusiera en ca-
pilla sin oirle sus defensas», «procediendo al acto
d^ condenarlo á la pena del último suplicio sin
preceder las formalidades intrínsecas del juicio»,
lo que era, según él mismo dice, atropellar las le-
yes del derecho natural y divino, en que ni los
mismos príncipes pueden jamás dispensar. Hacía
notar que Bucareli había usurpado la suprema
prerrogativa del indulto, que es propia y exclu-
siva del Soberano, y que aun en esto mismo in-
fería nueva injuria á Tagle; pues con el decreto
de cancelar su ñanza, declaraba que estaba ino-
cente de todo cargo, y, no obstante, le indultaba
como si fuera reo: y añadía que en ningún caso
resarciría el Gobernador «los espantosos sustos,
zozobras y aflicciones que le causaba [á Tagle] el
próximo é inmediato suplicio» (l). Pedía Tagle
que, sin perjuicio de su derecho de reclamar los
daños, se reparase luego la lesión de su honor in-
justamente vulnerado, «y se mande, desde luego,
que, habiendo sido tan público y notorio en aque
lias provincias el sonrojo que padeció, se haga
saber, á son de cajas y pregones, la injusta y vio-
(i) Río Janeiro: Biblioteca Nacional. Mss. Colección
Ángelis, 1-37.
— yo —
lenta determinación del Gobernador Bucareli». Y
aunque es cierto que no se decretó la reparación
precisamente en la forma que él pedía, se hizo,
no obstante, pública por otro medio no tan ruido-
so, pero que hubo de trascender á toda la Améri-
ca. Llamado Bucareli á dar razón de si, no pudo
alegar cosa que justificase aquel atentado; y el
Rey, á consulta del mismo Consejo Extraordina-
rio, decretó que se hiciese en su nombre una ad-
vertencia á Bucareli en que ae le manifestase su
Real desagrado, y que se expidiera Cédula á to-
dos los Virreyes, Gobernadores y Justicias de
América, dando noticia del hecho, y haciendo
notar que jamás podían traspasarse, como Buca-
reli lo había hecho, las normas del derecho natu-
ral de justicia, conminando, además, con severos
castigos á los que osasen hacerlo. Ni fué tan se-
creta la comunicación de esta Cédula, fechada en
El Pardo, á 20 de Febrero de 1 775, que no se
transcribiese el mismo año en el libro de Cabildo
de Montevideo, y de allí pasase, también en el
mismo año, al libro de Cabildo de Buenos Aires,
de donde, cuando le fué menester, la obtuvo en
testimonio el interesado (l). Graves reflexiones
pudieran hacerse, trasladando las consideraciones
(i) Sevilla: Archivo de Indias, 124, 2, 10.— Funes; En-
sayo^ lib. V, cap. VIH. £1 dictamen del Fiscal ha sido pu-
blicado ya en las Memorias de los Virreyes del Perú^
tomo IV, pág. 508. Véase la Cédula reaL en- el Apé&clice
de este estudio.
— 71 —
de esa sentencia dada por Carlos III , del caso de
un sujeto particular, al de 5*80O subditos suyos»
desterrados por toda la vida de su patria , y cu-
biertos de ignominiosa nota, sin oírles tampoco,
ni permitirles deíensa, ni darles siquiera noticia
del delito de que eran acusados.
A la dura condición del principal ejecutor del
decreto contra los Jesuítas, parece como que hu-
biese correspondido la de algunos de sus subalter-
nos. Al ocupar la estancia de Areco, que pertene-
cía al colegio grande de Buenos Aires, se hallaron
en ella, para cuidar del ganado y laboreo, 135
esclavos, ' incluyendo las mujeres y niños, con
más unos 24 que de la Chacarita habían pasado
allá para ejecutar obras de albañilería. El jefe que
había ido á hacerse cargo de la estancia con doce
soldados, D. Juan Francisco Somalo, se apresuró
á hacer salir el mismo día para Buenos Aires á los
dos Padres Sebastián Garau y Juan de Prado, con
el hermano Coadjutor Conrado Rell, únicos Jesuí-
tas que allí residían, para evitar, como él mismo
dice, mayores escenas de sentimiento, pues los
negros daban grandes muestras de dolor, con
abundancia de lágrimas (l). Continuaba este afee-
(i) «Por la aceleración con que los despaché por se-
pararlos de estos negros, que asi ellos como éstos, mani-
festaron tanto sentimiento, que no podían contener las
lágrimas.» Carta de Somalo á Bucareli, 10 de Julio de
1767. Buenos Airbs: Archivo general, legajo Expulsión
de los Jesutías.
— 72 —
to los días siguientes, conversando ellos entre sí
sobre el deseo que tenían de la vuelta de los reli-
giosos, y su esperanza de verlos de nuevo en la
estancia. No pudiendo ya sufrir tales conversa-
ciones, les dijo Somalo resueltamente, como él lo
escribe á Bucareli, que se dejasen de llorar á los
Padres, «que allí no había más padre que el Rey».
Pero no bastaba eso para convencer á los negros,
quienes argüyeron que ellos no eran esclavos del
Rey, porque al Rey nada le habían costado. Era
esto á 17 de Septiembre, y pocos días después
parece que hubo de insolentársele alguno de ellos,
y Somalo, sin poderse contener, le dio un bofetón.
Aquella fué como la señal de un rompimiento,
porque no habiendo obedecido el negro, envió
Somalo dos soldados con el capataz para pren-
derlo; pero montando á caballo el negro, se pre-
sentó acompañado de otros muchos que le apoya-
ban y parecía que iban á acometer. Previno So-
malo sus soldados, y se formaron dos campos,
como si fuese á empeñarse una batalla entre unos
y otros. Contenido el primer ímpetu, con algunas
promesas, depusieron los negros su actitud hostil.
Pero en 30 de Septiembre escribía Somalo á Buca-
reli que se le habían desaparecido todos los negros,
alzándose y huyendo de la estancia, sin que fuese
posible averiguar su paradero (l). Según él expre-
sa, una de las causas que aumentó mucho el dis-
(i) Somalo á Bucareli, 30 de Septiembre de 1767.
(Ibid.)
r
— 73 —
gusto de aquellos infelices, fué el ver que les man-
daban juntar todas las muías de la estancia para
venderlas. Acostumbrados á ver sacar para ven-
der solamente un número limitado cada año mien-
tras se iba formando nueva cría, vieron que se iba
á quedar sin muías la estancia; y el cariño que ha-
bían cobrado á la hacienda como si fuera cosa
suya, vino á aumentar las causas de sentimiento
que ya tenían. Efectivamente, para el mes de No-
viembre, sustituidos los negros por jornaleros,
llevaba Somalo vendidas l.ooo muías de aquella
estancia, y para Junio siguiente contaba con que
ya estarían vendidas otras 2. OCX) más (l); pues se
trataba, no de conservar ó aumentar, sino de sacar
pronto el mayor caudal posible de los bienes ocu-
pados, y vender las posesiones.
Ocupóse igualmente la Chacarita, estancia per-
teneciente también al colegio de San Ignacio; y
sacados de allí los Padres, fué menester enviar á
consumir el Santísimo, lo cual hizo en 7 de Julio
el Padre definidor Francisco de San Cristóbal,
franciscano. Pero habiendo allí hasta 165 esclavos,
ei encargado de la estancia, Juan Vázquez, escri-
bía áBucareli á 18 de Julio: «Los esclavos claman
por Misa los días de fiesta» (2). Otro tanto parti-
cipaba el encargado de la estancia de las Vacas,
perteneciente al colegio de Belén. Así se empeza-
(i) Buenos Aires: Archivo geoeral, legajo Expulsión
de los Jtstutas.
(3) Ibid.
— 74 —
ba por dejar sin asistencia espiritual á los mismos
cuyo sudor se utilizaba.
EXPULSIÓN EN MONTEVIDEO Y SANTA FE
El primer punto donde se verificó el arresto de
los Jesuítas, después de Buenos Aires, fué el puer-
to de Montevideo, cuya distancia de sólo 40
leguas, hizo que pudiera llegar pronto el correo
despachado por Bucareli en la noche del 2 de
Julio. Habíase divulga :'o ya en aquella ciudad la
noticia del extrañamic.ito de Espaiiii, por los via-
jeros que había traído el Aventurero y los náufra-
gos del Andaluz; y en virtud de estos informes,
se prevenían al parecer los Padres para asegurar
algunas cosas de la Residencia, única casa allí es-
tablecida. Habiendo hallado el Gobernador don
Agustín de la Rosa el día 5 de Julio á un hombre
que transportaba libros de la biblioteca de los Je-
suítas á alguna otra parte, se los mandó volver á
la Residencia; y el siguiente día 6, por la mañana,
procedió á la ejecución del extrañamiento, con-
forme á la orden que le acababa de llegar de ade-
lantar el día primeramente fijado. De cuatro Jesuí-
tas que había en Montevideo, tres íueron envia-
dos inmediatamente á Buenos Aires, quedando
solo el P. Nicolás Plantich, que era Superior y
Procurador, para dar razón de las existencias y
asistir á los inventarios.
En Santa />, dice Bucareli, mi /ugarteniente en
— 75 —
ellay D, yoaquin Maciel^ no les era afecto [á ¡os
!/esuitas], y sus circunstancias ofrecían el desem-
peño (l). Hacía poco tiempo que Maciel había sido
nombrado Teniente de Santa Fe. El relato cir-
cunstanciado del extrañamiento en Santa Fe, se
debe al P. Pauke, misionero de San Javier (2).
Muy de madrugada, á las cuatro de la mañana
del día 13 de Julio de 1767, cumplió la tropa la
orden de cercar en silencio por todos lados el
colegio. Hecho esto, llamaron algunos oñciales á
la puerta principal, tocando la campanilla y pi-
diendo que fuera aprisa el P. Rector á socorrer á
un moribundo. Fuese el portero al aposento del
Rector, donde estaban las llaves, y se encontró
ya al Padre, que habiendo oído el ruido, acudía
aprisa á la portería para abrir él mismo. Apenas
se hubo abierto la puerta, cuando los oñciales de-
clararon presos al Rector y al portero, é inmedia-
tamente se derramaron por el colegio, poniendo,
ante todo, centinelas en cada puerta de habita-
ción; mientras otros se arrojaban dentro de los
aposentos, hallando á unos Padres de rodillas en
oración» y á otros que se estaban vistiendo. To-
dos fueron encerrados en el refectorio, y mien-
tras tanto los oñciales registraban los aposentos,
llevándose y apropiándose cuanto en ellos encon-
traron que les pareció convenirles. Al saber lo
(1) Carta de 6 de Septiembre de 1767.
(3) KoBLBs: P. Florían Baucke, ein Jcsuit im Para-
gua}f, cap. VI, § I, pág. 616.— Ratisbona, 1870.
-76-
que pasaba en el colegio, todo el pueblo se con-
movió, y se reunió en la plaza de delante gran
número de gente; unos gritaban, otros lloraban y
se lamentaban de modo que movían á compasión;
mientras algunos, retirados en sus casas por el
espanto que infundía tan desusa(;lo atropello con-
tra los Jesuítas, los compadecían en secreto. Agre-
góse una tremenda tempestad que se desencadenó
aquella mañana sobre la ciudad, mezclándose los
gritos y alaridos de la multitud con los estampi-
dos del trueno; de suerte que contaba el sacer-
dote que íué enviado á la Reducción de San Javier,
que era el espectáculo más temeroso que recor-
daba él haber visto en toda su vida. Después del
medio día, fueron sacados los sacerdotes del cole-
gio, conduciéndolos en carruajes á las afueras de
la ciudad. Cada uno subía con su Crucifíjo al cue-
llo y el Breviario bajo el brazo al carruaje que le
estaba destinado; y en la plaza mayor fueron re-
gistrados todos los cofres, y nada se les dejó llevar
sino la ropa blanca. En el mismo día que salieron
los Padres del colegio, salieron de la ciudad; pero
hubieron de aguardar á vista de ella á campo raso
un día entero, hasta que se les previniese el avío
para el viaje de Buenos Aires; estando entretanto
custodiados cada dos carruajes por un centinela,
á fin de que ninguno de los vecinos comunicase
con ellos. Al segundo día se puso en marcha la
caravana hacia Buenos Aires. Mietras tanto, anda-
ban llorando por las calles de la ciudad los escla-
vos del colegio, fuera de sí de pena, clamando:
— 77 —
«jAh, Padres nuestros! ¡Ah, Padres nuestros!
¿Dónde iremos ahora?» Algunos de ellos salieron
corriendo hacía afuera de la ciudad sin saberse
adonde, y se perdieron. Los Jesuítas conducidos
desde Santa Fe á Buenos Aires, fueron cinco Pa-
dres, un escolar y cinco hermanos coadjutores,
habiendo quedado en el colegio por enfermo el
Rector, P. Manuel García y el Procurador Miguel
Martínez, para cumplir la instrucción y rendir las
cuentas.
EXPULSIÓN DE CÓRDOBA
Un día antes que la de Santa Fe, se había veri-
ñcado la sorpresa de los PP. Jesuítas en Córdoba.
Considerando esta ciudad como la de mayor em-
peño é importancia, por hallarse allí la residencia
del Provincial, el colegio máximo y la Univer-
sidad, había aprendido Bucareli tanta difícultad
para el extrañamiento de los Jesuítas de ella, que
quiso poner por sí mismo ejecutor elegido para el
intento, sin fiarse ni aun del Gobernador de la
provincia de Tucumán, á quien propiamente toca-
ban estas diligencias, por ser Córdoba de su juris-
dicción. Envió, pues, Bucareli por ejecutor al Ma-
yor D. Fernando Fabro desde Buenos Aires; y
para que pudiese vencer cualquiera resistencia,
le hizo acompañar por un destacamento de 8o
soldados de infantería con cinco subalternos, au-
xiliándole en su oficio el Dr. D. Antonio Aldao,
Auditor interino de guerra, quien por su parte,
-78-
después de asistir á Fabro en Córdoba, pasó, se-
gún sus instrucciones, á ejecutar la expulsión en
la estancia de Santa Catalina, y arrestó al P. Gue-
vara, último cronista de la provincia del Paraguay,
apoderándose de sus escritos, en los que se supo-
nía haberse de hallar noticias de importancia que
comprometieran á los Jesuítas.
Llegado, ¡;ues, Fabro á Córdoba, y recibido el
aviso de anticipar la ejecución, la verificó el 12 de
Julio de 1767. Entre las tres y las cuatro de la ma-
ñana (l) de aquel día, que era domingo, llamaron
á la puerta del colegio máximo: y preguntando el
portero quién era y qué se le ofrecía, le respondie-
ron que iban á buscar un Padre para asistir á un
moribundo. — Voy á llamarlo en seguida, dijo el
portero: y fué á avisar al P. Rector, quien señaló
al P. José Páez , designándole también el compa-
(i) PbramAs: Annus patiens die x(i lulii. No se explica
por qué error escribió el P. Cara yon, Documents inédits,
Doc. P.: Lt izjuilUt^ environ quatre heures aprés le (fau-
cker du soleil^ on vint frapper a la por U^ etc. — El texto
original latino del P. Peramás, dice: Du XII. Ituuntt
ferme guaría noctis vigilia, pulsatum est. La cuenta del
tiempo por cuartos ó vigilias, es que la primera vigilia
empieza á las seis de la tarde, y acaba á las nueve de la
noche; la segunda, es de nueve ádoce; la tercera, de me-
dia noche, á las tres, y la cuarta, de las tres á las seis de
la mañana: y, por tanto, el principio de la cuarta vigilia
es entre las tres y las cuatro de la madrugada. £n varias
otras cosas, que no son indiferentes, se hallará el presen-
te relato discrepante del texto del P. Carayón; pere es
siempre cuando él se aparta del original.
— 79 —
ñero. Llegados á la portería, en el momento de
abrir se vieron cercados de soldados, y adelantán-
dose el Mayor Fabro, puso un par de pistolas al
pecho al hermano portero, diciéndole estas solas
palabras: «Lléveme usted alP. Rector.» «Entretan-
to», dijo el P. Páez, «yo me voy al enfermo.» —
«No», replicó el jefe: «ahora se viene usted tam-
bién conmigo; ya no hay necesidad de más asis-
tencia á enfermos.» Hizo que le siguiera igualmente
el P. Ministro quien, oyendo el ruido, se había le-
vantado para averiguar lo que era. Así, acompa-
ñados de gente armada, se dirigieron al cuarto
del P. Rector de la casa, Pedro Juan Andreu,á
quien ordenó el ejecutor que se levantase de la
cama é hiciese levantar á todos sus religiosos, para
oir lo que tenía que comunicarles en nombre del
Rey. Vestido el Rector, y habiendo dispuesto que
se llamase la Comunidad, dijo á Fabro: «Señor sar-
gento mayor, hágame el obsequio de aguardar un
momento, mientras ofrezco á Dios las obras del
día, como tenemos nosotros por costumbre.» Y
puesto de rodillas, ofreció en una breve oración
al Señor las obras y padecimientos de aquel día.
A la verdad, dice el P. Peramás, era mucho lo que
había que ofrecer aquel día, y más de lo que nun-
ca había tenido que ofrecer.
Iba entretanto el P. Ministro de la casa, Ignacio
Deyá, despertando á los demás y conduciéndolos
al refectorio, adonde se les mandaba concurrir;
mas no iba solo, sino custodiado de dos soldados
con armas. Apoderóse de todos un sentimiento de
— 8o —
cxtrañeza y espanto al ver la casa llena de solda-
dos y oír el mandato de levantarse y reunirse en
hora tan intempestiva. Mirábanse unos á otros con
asombro sin saber qué pensar; y algunos de los
jóvenes bajaron con el manteo puesto, creyendo
que se trataba de ir á la iglesia, pues era día en
que tocaba comulgar. Reunidos ya todos en el
refectorio, mandó el Mayor á un notario que le-
yese el decreto de extrañamiento y confiscación
de bienes, y acabada la lectura, protestó que eje-
cutaría su comisión con toda humanidad, como se
lo encargaban las instrucciones del Rey. Tomó en
seguida el notario la declaración del nombre y
grado de cada uno; y al llegar al hermano Domin-
go Paz y preguntarle el grado, oyendo que era
novicio, le dijo: «Usted no tiene que tomarse un
trabajo inútil y dármelo á mí; pues siendo novicio,
puede volver á su casa con su familia , y dejar á
los Padres Jesuítas.» — «Y á usted», contestó re-
suelto el joven, «no le toca sino escribir mi nom-
bre como le mandan, sin cuidarse de lo demás.»
Concluida la formalidad, pidió el P. Rector que
por ser domingo aquel día, se permitiese á uno de
los Padres decir Misa, y á los demás el oiría; pero
Fabro lo negó absolutamente; y en seguida salió
del refectorio, dejando allí encerrados los Padres;
y solo volvió luego para hacer que le entregasen
las llaves de todos los aposentos. De este modo
violaba por su solo arbitrio las leyes de la Iglesia,
que mandan á todos los fieles oir Misa en los días
de fiesta.
— 8i —
Luego que hubieron salido Fabro y sus acom-
pañantes, ordenó el P. Rector que se hiciese la
hora acostumbrada de meditación; tarea á la que
todos se aplicaron con extraordinario fervor, y
cuyo efecto se echó de ver en el generoso y re-
suelto ánimo con que de ella salieron, prontos á
cualquier padecimiento, con tal de conservar su
vocación. No faltó sujeto á quien se procuraron
vestidos de disfraz y medios seguros de evadirse;
como también hubo otros, y no pocos, que si lo
hubiesen querido, se hubieran librado del destie-
rro y quedádose en su patria; pero el amor á Dios,
que los había llamado á la Compañía, prevaleció
en todos los corazones.
Notificado igualmente el extrañamiento á los
Padres del seminario de Monserrat, fueron tras-
ladados al mismo refectorio del colegio y con la
misma prohibición que los demás de salir del re-
cinto de aquella pieza, ni aun para las necesidades
más indispensables. Fué llamada luego al colegio
una comisión del Ayuntamiento de la ciudad para
asistir á los inventarios generales; y se notificó
por bando á los vecinos que se 'abstuviesen de
cualquier manifestación en favor de los Jesuítas, ó
queja contra el Real decreto. Pero no se pudieron
contener las lágrimas y gemidos de un gran nú-
mero de gente; ni faltaron voces que lamentasen
las desgraciadas consecuencias que se temían del
extrañamiento.
Por hallarse ausente en Visita pastoral el Obis-
po, se pasó oficio al Arcediano para que se sirvie-
6
— 8a -
se convocar el clero y exhortarlo en nombre del
Rey á que coadyuvase á la ejecución del Decreto^
También se participó á los seminaristas de Mon-
serrat que se les darían nuevos Directores com-
petentes para sustituir á los antiguos; pero por
unanimidad declararon que ni uno de ellos quería
seguir allí, después de desterrados los Padres; y
por esta razón les pusieron guardias á la puerta,
para estorbar que dejasen desierta la casa. El Prior
de Santo Domingo, atenta la grave tribulación que
había sobrevenido á I03 Jesuítas, hizo que todos
sus religiosos se pusiesen en oración ante el altar
de la Santísima Virgen; y que la campana mayor
de la iglesia llamase á todo el pueblo á rogativas
públicas. Las mismas demostraciones hicieron las
religiosas en Santa Teresa y en Santa Catalina.
En el colegio, para que los Padres durmiesen
por la noche, hizo Fabro transportar colchones al
refectorio, mas no en número igual al de los Je-
suítas allí confinados. Ni hubieran cabido, aun ex-
tendiéndolos en el suelo hasta cubrirlo todo, y
poniéndolos además sobre las mesas, debajo de
ellas y sobre las sillas, como de hecho se ponían,
pues no había espacio en aquella pieza para los
133 Jesuítas que allí fueron hacinados. Por la ma-
ñana se amontonaban los colchones unos sobre
otros para hacer posible la circulación. Cerrada
ya la noche del día 12, se percibieron fuertes mar->
tillazos por la parte de afuera; era que clavaban
la puerta lateral del refectorio, quedando la prin-
cipal asegurada con una numerosa guardia. En el
-83-
aposento del P. Rector se acomodaba el sargento
mayor Fabro, y sus soldados en las demás habi-
taciones de los Jesuítas.
Como al mediodía del día siguiente, se presentó
Fabro al P, Rector, y le preguntó si en el colegio
había otro dinero más que los S.goo pesos que
habían resultado del inventario. Había venido este
ejecutor lleno de las disparatadas ideas tan comu-
nes acerca de las riquezas de los Jesuítas. Por lo
mismo quedó muy defraudado en sus esperanzas,
no hallando por ninguna parte rastro de los teso-
ros con que soñaba. Respondió á su pregunta el
P. Rector que nada más había que lo que había
visto, y que ni aun eso era todo propio del cole-
gio; pues no habiéndose podido recoger todavía.
de las estancias lo preciso para sustentar tan cre-
cido número de estudiantes, Profesores y opera-p
ríos como había en casa, había sido forzoso pedir
prestados 4.000 de aquellos 5*900 pesos al Dean
de la Catedral D. José Garay, como constaba del
recibo en poder del deudor. Entonces el ejecutor:
«Mire, Padre», dice, «lo que afirma su Reveren-
cia. Manifieste los verdaderos caudales, y entienda
que le puedo obligar á hacer juramento para que
descubra la verdad.» (Hablaba Fabro poseído de
confianza y seguro de que iba á encontrar gran-
des depósitos, por haber tropezado con una llave-
cita que llevaba el rótulo davis secreti (llave del
secreto), del cual concluía que la caja que se abría
con aquella llave debía contener el tesoro de la
provincia.) — «Pues, señor sargento mayor, sepa
-84-
usted», respondió el Padre, «que ni por todo el
mundo diré yo una mentira por leve que sea ; lo
que he dicho sin juramento será lo que diré con
juramento, si juramento se me exige.» — «Veamos,
pues», repuso el ejecutor, sacando la llave, «¿qué
signiñca esta llave? ¿qué caja 6 armario abre?» —
«Puesto que quiere usted saber el uso de esa llave,
óigalo: En nuestro Archivo hay un cajoncito pe-
queño, y á él corresponde esa llave. Se llama
El secreto^ porque allí se ponen cartas del P. Ge-
neral que se han de mantener reservadas, sin que
las podamos abrir ni leer sino en el tiempo ñjado
para ello. Cuando el P. General, conforme á nues-
tro Instituto, nombra Prepósito Provincial, envía
junto con la carta de nombramiento otra cerrada
y sellada, en que nombra otro Provincial para el
caso, no raro por lá lejanía de estas tierras, de
que haya muerto aquél á quien señaló en primer
lugar, ó que esté aquél ejerciendo todavía su cargo
sin haber llegado nuevo nombramiento al cumplir
sus cuatro años de Provincialato. Para ese caso,
que nosotros llamamos casus mortisy es aquella
carta ; y cuando ocurre la muerte del Provincial, ó
el fenecimiento de su período, se abre la carta ante
la Consulta de Provincia, y se publica el sucesor
provisorio que ha de gobernar hasta que de Roma
llegue la designación ordinaria del Provincial. Este
es todo el misterio del nombre Llave del secreto^
que nada tiene que ver con dinero alguno.» Oída
la respuesta, vase Fabro al cajón indicado del Ar-
chivo, lo abre: abre igualmente la carta del P. Ge-
-85 —
neral que allí había para el casUs mortís; la lee, y
.se certifica á su pesar de que en todo había pro«-
cedido el Padre con sinceridad y fidelidad. Con
esto averiguó la noticia justamente reservada de
quién era el sucesor provisorio del P. Manuel Ver-
gara, que á la sazón era Provincial y estaba en Vi-
sita en las Misiones, y anduvo divulgándola entre
los Jesuítas arrestados (i).. Los soldados de Fabro,
que con esperanzas semejantes á las de su jefe,
habían registrado por cuantas partes se les ocurrió
toda la casa, repetían riendo que todas las rique-
zas de los Jesuítas se reducían á disciplinas y cili-
cios; y con esto, después de reunir cantidad de
aquellos instrumentos de penitencia, llenaron con
ellos un canastillo y se lo llevaron á los Padres.
Diez días permanecieron los Jesuítas de Córdo-
ba recluidos con aquella estrechura é incomodi-
dad, bien contraria, como muchas otras cosas, á
los términos de las instrucciones, que mandaban
fueran tratados con la posible comodidad y decen-
cia. En este tiempo tuvieron dos consuelos espe-
ciales. El uno fué que, habiendo sido separados de
ellos los novicios de la provincia la noche del día
13, para ser conducidos al convento de San Fran-
cisco, y examinados allí al día siguiente sobre si
querían volver á sus casas, como por el Decreto se
les permitía, ni uno solo flaqueó; y así íueron de-
vueltos algunos días después todos sin faltar uno á
(i) Pbramas: Annus patiens, 1767, lulii die xiu; Pbra-
mas: Petrus loannes Andrea, § 85.
— 86 -
Ja compañía de los Padres, siguiendo su camino
con las vicisitudes que luego se verán. El segundo,
que los colegiales de Monserrat pidieron al eje-
cutor licencia para ir á despedirse de los Padres;
si bien no la obtuvieron más que para hacerlo por
escrito, y otros varios jóvenes se ofrecieron para
acompañar á los' Padres adondequiera que fueran
en su destierro, y hacerles todos los servicios de
que fuesen capaces. Sosegados los alumnos de
Monserrat del primer ímpetu con que quisieron
abandonar el colegio, habían escrito al ilustrísimo
Sr. Obispo pidiéndole que les pusiese por precep-
tores y directores varios sacerdotes seculares de
muy buena reputación que le nombraban.
Llegado el día 22 de Julio, se intimó á los Je-
suítas la partida. A boca de noche se despidió de
ellos el ejecutor Fabro, y fueron encomendados
para su conducción al Capitán D. Antonio Boba-
dilla. Todo se había hecho de noche: la captura;
la salida de los novicios para el convento de San
Francisco; la vuelta de ellos al colegio, después
de su triunfo, en que se decidieron á afrontar un
viaje que les amenazaba con mayores infortunios
todavía que á los demás: y de noche se iba á ve-
riñcar también la salida deñnitiva de la ciudad.
Tanto era el temor de que la gente de Córdoba
presenciara aquellos espectáculos. Para este últi-
mo, además de señalar hora intempestiva y tiem-
po de obscuridad, se imposibilitó el acceso, fuese
al colegio, fuese á las personas de los expatriados,
poniendo tropa armada en todas las avenidas de
-87-
la casa. A las nueve de la noche se empezaron á
sacar á las carretas los equipajes, á saber: las ro-
pas y los Breviarios, pues ni los libros impresos,
ni manuscritos , ni aun una hoja de papel blanco
les permitieron llevar (l).
Hacia la media noche se dio la orden de partir.
Grande fué el llanto y clamores de los criados de
casa al ver que les arrancaban á los Padres. En
cuanto á los vecinos de la ciudad, se verá pronto
que, privados de aquella última despedida, la fue-
ron á buscar mucho más lejos, fuera de poblado.
Para el largo viaje de 150 leguas, con que se ha-
bía de atravesar la Pampa hasta llegar á la Ense-
nada de Barragán, adonde fueron encaminados,
estaban prevenidos á la puerta del colegio lO ca-
rretones y 34 carretas, que iban á conducir 37
sacerdotes, $2 escolares, 30 coadjutores y II no-
vicios. El espacio disponible de estos vehículos
era de 2,60 m. de largo, 1,05 de ancho y 1,87 de
alto (2); y excepto unos pocos, en que sólo iban
tres pasajeros, dos de ellos Padres ancianos ó en-
üennos, y el tercero un hermano Coadjutor, los de-
más contenían cuatro personas, que habían de es-
tar allí día y noche, durante un mes entero, con sus
camas y bagajes. Véase cuál podía ser la comodi-
(i) Pbramás: Annus patiens, lulii die xxii.
(2) Equivalencia aproximada de las medidas que se-
ñala ei P. Pbramás: Annus patiens die xxii lulii: cCarro-
rum ámericanorum longitudo, duodecina palmorum est;
lalitudo quinqué palmorum; altitudo, novem.»
.— 88 —
dad, cuando en el uso ordinario del país acostum-
braban servir únicamente para un viajero ó, cuan-
do más, para dos.
La primera jornada no pudo ser más que de
tres leguas, por haberse volcado tres de las ca-
rretas, lo que ocasionó un retardo considerable.
Al llegar al paraje donde habían de pasar la no-
che, á pesar de hallarse tan apartado de la ciudad,
se encontraron los Padres con gran número de
personas, y algunas de lo más principal de Cór-
doba, que habían ido allí á despedirse de ellos»
ya que no habían podido hacerlo en la misma ciu-
dad. Para poder deslizarse con más seguridad en-
tre los visitantes, la hermana de uno de los reli-
giosos expatriados, que pertenecía á una de las
mejores familias de la ciudad, se mudó el traje é
iba vestida de varón á despedirse de su hermano
por última vez en el mundo. Cinco días más tar-
de , á 28 de Julio , continuaban todavía estas visi-
tas de gente salida de Córdoba para despedirlos,
aunque ningún día interrumpieron sus marchas, y
aquel día habían atravesado ya el río Tercero (l).
Por lo demás, en todo el viaje, que duró hasta
el 18 de Agosto, no tuvieron alivio alguno, ni se
tuvo cuidado con su tratamiento. Y si bien el día
de Santiago, después de trece días que no asis-
tían al santo sacriñcio de la Misa, tuvieron el con-
suelo de ver que lo celebraban el P. Manuel Que-
rini y el P. Ladislao Oros en una capilla de Nues-
(i) Ibid. lulii die 2S.
-89-^
tra Señora del Pilar, que había junto al río Se-
gundo; peto aun de este consuelo se vieron pri-
vados la mayor parte de los días restantes; y
cuando lo tuvieron , hubo de ser en altar portátil,
sin permitírseles ni Misa ni comunión el mismo
día de la ñesta del Patriarca San Ignacio de Lo-
yola, por alegar el conductor que urg^a continuar
el viaje, como, en efecto, se continuó todo el día.
Tampoco se les permitió, al pasar por el santua-
rio de Nuestra Señora de Lujan, ya entonces te-
nido en gran veneración, entrar en la iglesia,
cuanto menos decir Misa, para lo cual hubiera
sido necesario ponerse en comunicación con el
Capellán, cosa imposible, por haber prohibido el
diocesano limo. Sr. D. Manuel Antonio de Lato-
rre, según se decía, á todo su clero el tratar con
los Jesuítas bajo pena de excomunión. El Cape-
llán D. Carlos Bejarano, discípulo que había sido
de los Padres en la Universidad de Córdoba, sin
atreverse ahora á comunicar con ellos, estaba des-
de lo alto del campanario mirando el desfile de
las carretas por la calle principal. Y si en lo espi-
ritual iban tan mal tratados, no lo eran mejor en
lo temporal, no habiendo tenido en todo aquel
tiempo más que una comida al día, y aun esa
muy corta en cuanto á la cantidad , y nada buena
en cuanto á la calidad. Sin contar con algún día
más extraordinario, como la víspera de la Asun-
ción, de la cual dice el P. Peramás: «Este día es
ayuno eclesiástico; pero el Capitán Bobadilla, de
puro piadoso, lo ha convertido en ayuno natural.
— go —
no dándonos de comer en todo el día» (l). O al-
guna otra vez que, por caminar todo el día y se-
guir viaje también varias horas después, nada les
permitió tomar hasta las once de la noche. Para
que no les faltase tribulación de ningún género, an-
duvieron asimismo algunos días con grandes te-
miores de un asalto de los indios pampas, que á
menudo solían acometer las carretas en viaje. Por
todo el camino acompañaron las carretas 40 sol-
dados bien armados, para evitar se les huyesen
los Padres, si ya no era para colmar su ignomi-
nia, tratándolos como á malhechores; por más que
desde los primeros días hubiesen experimentado
que, hallándose en circunstancias ó puntos donde
fácilmente se podían haber escapado y librado de
lá vejación, ellos por sí mismos se habían presen-
tado á los ejecutores, sin querer dar oídas á las
personas que les aconsejaban ó facilitaban la fuga.
AI pasar por cerca de Buenos Aires, en el río de
las Conchas, recibieron la visita de varias perso-
nas de familias principales de Buenos Aires, que
fueron á saludarlos en medio de la noche; y luego,
sin acercarse más que á dos leguas de la ciudad,
siguieron su ruta para la Ensenada, donde los dejó
en 20 de Agosto , embarcados en el navio La Ve-
níiSy el Capitán Bobadilla, para dirigirse él á Bue-
nos Aires.
(i) PeramAs: Annus patieos, Augusti die xiv.
— 91 —
EXPULSIÓN DE LAS OTRAS CIUDADES,
EN PARTICULAR DE LA ASUNCIÓN Y TARIJA
Las demás ciudades estaban á mayor distancia
de Buenos Aires. Contábanse á Corrientes 240 le-
guas. En esta ciudad fué señalado por ejecutor el
Auditor de guerra D. Manuel de Labardén, y se
ejecutó la prisión el 26 de Julio, siendo 15 los
Jesuítas que de allí fueron remitidos á Buenos Aires.
La Asunción dista 400 leguas; y hallándose en
provincia distinta de la de Buenos Aires , era me-
nester, para dirigir al ejecutor, que Bucareli usara
de su facultad extraordinaria, lo que hizo él con
mucho gusto, como lo había hecho para Córdoba
y para toda la provincia del Tucumán. Designó
por ejecutor de la Asunción al mismo Goberna-
dor de la provincia del Paraguay, D. Carlos Mor-
phy. Pero sospechando del afecto que siempre
había mostrado este caballero á los Jesuítas, le
agregó para todas las diligencias dos personas de
toda la conñanza de Bucareli, y que por lo mismo
debían ser conocidas de él como enemigas de los
Padres, aunque en lo exterior se daban por ami-
gos. Fueron éstas los dos vecinos de la ciudad,
D. Marcos Salinas y D. Salvador Cavañas. Ante
ellos se leyó el pliego que condujo á la Asunción
un Oficial de Dragones con seis de sus soldados á
26 de Julio, y entrambos , según las instrucciones
que se enviaban, prestaron juramento, en manos
del Gobernador, de que no descubrirían á nadie
lo contenido en el despacho hasta después de su
ejecución, que debía veriñcarse ocho días más
tarde (l).
No podían pasar inadvertidas estas circunstan-
cias extraordinarias en una ciudad de 6oo veci-
nos como la Asunción, y habían producido una
expectación inquieta, haciéndose diversas conje-
turas y dividiéndose los pareceres, cuando en la
mañana del 30 de Julio de I ^^^ se vio el colegio
cercado de más de ICX) soldados. Penetró el Go-
bernador en el edificio con gente armada, y sólo
acompañado de los empleados necesarios para la
intimación. Había en el colegio 16 sujetos, con-
tando entre ellos un sacerdote y dos hermanos
coadjutores, que vivían en las estancias. Reunidos
todos los presentes en el aposento del P. Rector
Antonio Gutiérrez, y habiendo declarado Morphy
de palabra el intento de la diligencia, mandó al
Notario tomar razón del nombre y circunstancias
de cada uno, y luego, puestos de pie, escucharon
el Real decreto de extrañamiento. Terminada la
lectura, preguntó el Gobernador si lo obedecían.
«Respondió por todos el P. Rector», dice Iturri,
«que lo obedecía gustoso^ y repetimos todos lo
mismo, con mucha alegría y serenidad, al paso
que los seglares no hacían más que llorar». Mor-
(i) Este relato de la Asunción se toma de un manus-
crito del P. Francisco de Borja Iturri , uno de los arresta-
dos en aquel colegio, que se conserva en el Archivo de
la provincia de Toledo.
-^ 93 —
phy fué el único ejecutor que, sin dejar de tener
arrestados y seguros con guardias á los Jesuítas,
usó con ellos de la humanidad de no tenerlos ha-
cinados en un aposento, sino distribuirlos en va-
rios, como lo previene la misma Instrucción del
Conde de Aranda, núml ix.
La vista de tanto aparato y la noticia del extra-
ñamiento, llevada á las casas por los 400 niños
que al salir el sol habían acudido, como de cos-
tumbre, á las escuelas, produjo en la ciudad una
consternación indescriptible. Las lágrimas y la-
mentos de los vecinos eran tales, que se oían des-
de los aposentos en que estaban confinados los
Padres. Hubo quienes prorrumpieron en estas in-
discretas expresiones, arrancadas por la vehemen-
cia del dolor: Ya no me confesaré jamás y faltando
bs Jesuítas y directores de nuestras almas. Otros
decían: Ya no tengo esperanza de asegurar mi sal-
vación^ estando desterrcuios los Jesuítas , que á to^
dos Cristian á la hora de la muerte. Y otras expre-
siones semejantes. Ni faltó á los Jesuítas de la
Asunción la compasión de las otras órdenes reli-
giosas. El P. Comendador de la Merced, Fray Ma-
nuel Pessoa, advirtiendo que el día siguiente era
la fiesta de San Ignacio, y en el colegio de los Je-
suítas, en vez de regocijados cultos, no había sino
luto y desolación, quiso celebrar en su Iglesia una
Misa cantada con gran solemnidad en honor del
santo Patriarca* Sabiéndolo la gente, ocupó el tem-
plo en tanta muchedumbre , que no había memo-
ria de concurso tan numeroso ; y la Misa con di-
— 94 —
fícultad pudo terminarse, porque haciendo el pue-
blo coro de por sí con el llanto , obscurecía el so-
nido de la música y voces de los cantores, y con-
movieron de tal modo al celebrante, que, sin ser
dueño de reprimir sus lágrimas, apenas podía se-
guir oñciando. En Santo Domingo no era la aflic-
ción menor; y el F. Prior del convento, pasmado
del suceso, prorrumpió en estas palabras, hablan-
do con el Maestre de campo D. Lorenzo Recalde:
«¿Qué harán con nosotros, si así son tratados es-
tos religiosos tan ejemplares?» (i).
Los negros esclavos del colegio, que tenían gran
apego á los Padres por su buen tratamiento, y
presentían cuan diversa iba á ser su suerte en
poder de cualquier otro dueño, mostraron su
dolor con extraordinaria vehemencia. Habiendo
entrado el agregado del Gobernador, D. Salvador
Cavañas, en la ranchería donde se hallaban con-
gregados, les anunció con palabras desentonadas
que en adelante no tenían para qué pensar en los
Padres, porque éstos iban desterrados; que ya no
eran esclavos sino del Rey, y que en nombre del
Rey le habían de obedecer á él, que lo represen-
taba. Alzaron aquellos infelices al oir tan impruden-
tes razones el grito y el llanto con tal clamor, que
se temió algún alboroto ó revuelta, y fué necesa-»
rio que acudiese allí el Gobernador, quien empleó el
influjo del P. Rector para calmarlos y sosegarlos.
En medio del sentimiento general, hizo notable
(i) Iturri: Relación citada.
— 95 —
disonancia la excepción de cierto religioso, que le-^
jos de mostrar pena, andaba de casa en casa esfor-
zándose en persuadir que no había motivo para en-
tristecerse, pues los Jesuítas no servían para nada
ni hacían falta alguna, y todos sus ministerios serían
desempeñados con ventaja por los frailes de la sa-
grada Orden á que él pertenecía. Halló este impor-
tuno consolador su merecido en la respuesta que
recibió en alguna casa; pero mucho más lo halló
cuando pocos días después y al enviar á recoger
los Jesuítas que estaban en la misión de los Guay-
curús y Guanas, se le presentó el Gobernador»
pidiéndole dos religiosos de la casa que regía para
sustituir á aquellos Padres. Respondió que no
tenía Padres á propósito para aquel ministerio.
Entonces el Gobernador le dijo: «¿Cómo es esto>
Padre? ¿Tan poca compasión tiene vuestra Pater-
nidad á esta pobre provincia y á sus vecinos, que
van á quedar de nuevo expuestos á las incursio-
nes de esos infieles? ¿Y en esto han venido á parar
los alardes de los días antecedentes, que todos
han oído y admirado? Entienda vuestra Paterni-
dad que ofende mucho con sus dichos, agravando
el infortunio de unos religiosos y sacerdotes dig-
nos de respeto y compasión, y jactándose con
tanta vanidad de lo que llegada la ocasión no es
capaz de ejecutar» (l). No pudiendo Morphy
(i) Iturri: Relación, núm. lo. — Casado: La provincia
^estdHea del Paraguay^ Ms. del Archivo de la provincia de
Castilla.
-96-
hallar religiosos, envió como pudo algunos cléri-
gos seculares para sustituir á los ocho Jesuítas mi-
sioneros de Abipones, Mbayás y Monteses, como
se verá en el libro siguiente.
Veintiún días estuvieron detenidos los Jesuítas
fen la Asunción antes que se les pudiesen propor-
cionar competentes embarcaciones para Buenos
Aires; y en todo este tiempo continuaron expe-
rimentando tan á las claras el afecto de los mora-
dores de la ciudad, que para poder hablar á los
Padres y despedirse de ellos, hubo varios que se
disfrazaron y se pusieron á ejercitar los más hu-
mildes oficios que les facilitasen la entrada en el
colegio, no obstante hallarse ya prohibida toda
comunicación con los expatriados bajo pena de
muerte. So pena de muerte también, segün el man-
dato y en nombre de Bucareli, estaba publicado el
bando de que nadie hablase: <en asunto de Jesuí-
tas, especialmente tratando de la falta que hacían,
ó inconvenientes que se seguirían de su extraña-
miento. > Estos bandos, de que da noticia el Padre
Iturri, muestran la suavidad de medios de que
echaba mano Bucareli para lograr la «complacen-
cia» que, según él (l), causaba el extrañamiento
de los Jesuítas.
Dispuestas, finalmente, todas las cosas, se em-
barcaron á 19 de Agosto, según parece, y bajaron
por el río para reunirse con los demás Jesuítas
que estaban en Buenos Aires, depósito general
(i) Carta al Conde Aranda de 6 de Septiembre de 1767*
— 97 —
para todas estas provincias. Y fué cosa singular
que hasta los payaguás, que desde mucho tiempo
atrás estaban medio avecindados en la Asunción,
tomasen parte con su tristeza en las muestras ge-
nerales de duelo por la expatriación de los Jesuí-
tas, sin estorbárselo su carácter perpetuamente
cerril, propenso á la traición é ingrato á los bene-
ficios. Su cacique, viendo el sentimiento de la
ciudad y sabiendo lo sucedido, fué el día del
arresto á la casa de D. Sebastián de León, y le
dijo: f¿Por qué tratáis á esos Padres Teatinos»
[sobrenombre dado á los Jesuítas en aquellos paí-
ses] «con* tanta inhumanidad? ¿Qué han hecho? Y
siendo ellos tan buenos, ¿por qué les ponen pre-
sos?» Procuró León satisfacerle con el decreto del
Rey; pero el bárbaro, que se guiaba por su expe-
riencia, no quiso admitir estas razones; y de hecho
los payaguás hicieron especiales demostraciones
de dolor en los días de la partida, como se refe-
rirá más adelante con las palabras del P. Sánchez
Labrador.
A pesar del cuidado puesto por el Gobernador
Morphy en observar las instrucciones, se empeñó
Bucareli primero en sospechar que las había des-
obedecido del todo , y eso justamente cuando es-
taban para llegar á Buenos Aires los desterrados
de la Asunción. Sindicóle asimismo de haber con-
fundido intencionalmente los papeles del Archivo;
cosa tan falsa, que hoy mismo existe en el Ar-
chivo Nacional de Buenos Aires el inventario de-
tallado de tales papeles hecho en los días de arres-
7
-98-
to (l). Y le atribuyó asimismo el no haber desalo-
jado á los portugueses de Igatimf (2), omisión de
la cual, como demostró más tarde el Gobernador
Pinedo (3), el verdadero culpable era el mismo
Bucareli, quien dejó indefensa y sin socorro de la
Real Hacienda la provincia del Paraguay. Con
tales cargos envolvió Bucareli á Morphy en un
proceso ante el Consejo extraordinario; y fué tal el
ensañamiento, que sólo por muerte de aquel pun-
donoroso militar, se terminó con decreto de so-
breseer en él. Este fué el medio ordinario en Bu-
careli y en algunos otros ejecutores semejantes á
él, para desentenderse de los que les inspiraban
recelo ó á quienes profesaban enemistad.
La jurisdicción de Tarija (4), aunque por estar
gobernada por un Corregidor dependiente de la
Audiencia de Charcas, nada tenía que ver con las
tres provincias asignadas á Bucareli como ejecu-
tor, pertenecía, no obstante, á la provincia jesuí-
tica del Paraguay, á la que había sido agregada
(i) Buenos Aires: Archivo general, legajo Paraguay
1766-1770,
(2) Memoria de Bucareli á su sucesor Vértiz (Brabo:
Colección, 292.)
(3) Informe al Rey en 22 de Junio de 1778. (Asunción:
Archivo nacional, vol. i, núm. 16.)
(4) Los detalles del extrañamiento de Tarija se hallan
consignados en una Memoria de autor anónimo, pero que
fué uno de los Padres arrestados allí, con el título de No-
ticia de lo sucedido con los Jesuítas del colegio de Tarija
con motivo del Decreto de su expulsión, (Ms. Archivos gene-
rales de la Compañía.)
— 99 —
por causa de mayor facilidad de atender á las mi-
siones de aquella comarca. Existia en Tarija un
colegio fundado á fines del siglo xvii por el Mar-
qués de Tojo, con lO 6 12 sujetos, que atendían
además á una misión formada, parte de indios
chiriguanos, parte de mataguayos. Desde Tarija
también acudían los Padres con lo necesario á las
misiones de los Chiquitos, que ya estaban en la
jurisdicción secular de la provincia de Santa Cruz.
La ejecución del extrañamiento en Tarija se
hizo bajo la dirección del Presidente interino de
la Audiencia de Charcas, D. Victorino Martínez
de Tineo, del cual dice Bucareli en su carta de 6
de Septiembre de 1 767: «Me avisa... que para
cumplir la Real voluntad, determinó el 4 del pre-
sente su ejecución, comprendiendo en ella el cole-
gio de Tarija, y los pueblos de Chiquitos y Mojos,
que están en sus inmediaciones.»
La misma causa que aceleró la ejecución en la
parte argentina, la hizo acelerar también en Ta-
rija, y fué el haber llegado á Montevideo á fines
de Junio las tripulaciones que habían presenciado
el extrañamiento en España. Poco antes que lle-
gase á Tarija el ejecutor nombrado por Tineo, que
era D. José Tomás de Herrera, Corregidor del
distrito, y residente á bastante distancia de la villa,
hubo noticia del golpe que amenazaba, habién-
dola llevado á 21 de Agosto un mercader que por
sus jornadas regulares iba desde Salla, y había
visto el extrañamiento en esta ciudad.
Grande fué la aflicción de los vecinos con tal
lOO —
anuncio, y creció más cuando al día siguiente y
aun antes de llegar el Corregidor, se pusieron
guardias armados alrededor del colegio; alarde
que desaprobó en lo público el Corregidor á su
llegada, por más que hubiera sido él quien lo había
ordenado, y sin que sus aparentes muestras de
disgusto estorbaran que mandase en seguida poner
cautelosamente centinelas; y á la mañana siguien-
te, 23 de Agosto, á las cuatro de la madrugada,
hiciese su ocupación con tropa y sin ahorrar ve-
jación alguna de las que cometieron otros ejecu-
tores, aunque había sido discípulo de los Pa-
dres en Córdoba y colegial de Monserrat. Eran
los sujetos del colegio el P. Francisco Frasset,
Rector; P. Francisco Fabra, Procurador; Padres
Antonio Garau, Cayetano Torres, Antonio París,
Bartolomé Franco, y HH. Pedro Haro y Antonio
Muñoz; á los que se agregaban cinco Padres más
que se hallaban fuera, para quienes aquel mismo
día despachó con urgencia sus cartas el P. Rector;
y fueron los ausentes tan puntuales, que uno de
ellos, el P. Agustín de Azúa, que se hallaba ad-
ministrando una hacienda á siete leguas de distan-
cia, aquel mismo día concurrió al colegio, reci-
biendo tan fuerte impresión al verlo cercado de
tropas y presos y extrañados los Padres, que po-
cos dias después moría en el camino, casi al prin-
cipiar el viaje. Otros dos distaban 40 leguas, y
200 los dos últimos, que estaban dando misión en
Pica.
A las veinticuatro horas del arresto, fueron des-
— lOI —
pachados hacia Buenos Aires cuantos había en el
colegio, excepto el P. Procurador. Detuviéronlos
luego, apenas empezado el viaje, y los hicieron
permanecer en casa de un secular, á cuatro le-
guas de Tarija hasta I.** de Septiembre. El avío
para el camino íué muy diminuto, é insuficien-
te para el larguísimo trecho que habían de atra-
vesar hasta Buenos Aires, que era casi de 500
leguas; ni aun permitió el G>rrepdor que para el
viaje llevasen otro vestido más que el que tenían
usado y puesto. Al cuarto día de viaje enfermó
de tanta gravedad el P. Azúa, que fué preciso
desviarse para atenderle en Yavi, casa de los Mar-
queses de Tojo, por no dejarle morir en despo-
blado; y efectivamente, llegados allí el 5 de Sep-
tiembre, ese día falleció el Padre, recibidos con
gran conformidad los santos Sacramentos. Aun
de este proceder redargüyó á su regreso el Corre-
gidor al capitán conductor; y alegando él que el
Padre se estaba muriendo, y que no había dónde'
enterrarlo, replicó el G>rregidor con notable inhu-
manidad, que eso no importaba; que debía haberle
asistido en el camino como pudiese, y si no había
capilla inmediata donde enterrarlo, debía ente-
rrarlo en el campo, si le embarazaba en su marcha.
A 12 de Septiembre se hallaban en Guacalera,
jurisdicción de Jujuí, y se disponían á continuar
su camino, cuando llegaron un Alcalde y el Escri-
bano de Tarija, quienes de orden del Corregidor
embargaron las cargas, requiriendo á los Padres
sobre sus papeles; y respondiendo eÜQs que no
— I02 —
llevaban sino unos cartapacios de sermones, y con
licencia del mismo Corregidor; lo registraron todo,
sin hallar, efectivamente, otra cosa. Desde Jujuí
fueron conducidos por el Alcalde provincial de
Corrientes, D.José de Acosta, quien los trató muy
bien en las 400 leguas que hay hasta Buenos
Aires, sin otra particularidad que la de un nuevo
registro de todas sus cosas en Santiago del Estero,
por orden del Gobernador de Tucumán, D. Juan
Manuel Campero.
Los cuatro Padres restantes llegaron á Tarija
bastante más tarde, por razón de la gran distan-
cia, habiendo acaecido con los de la misión de
Chiruguanos escenas parecidas á las que se dirán
después, al tratar de las misiones del Chaco. To-
dos ellos, con el P. Fabra, Procurador, fueron
despachados de Tarija á poco de su llegada, en 27
de Octubre, y entraron en Buenos Aires á 23 de
Febrero de 1768, habiendo padecido en el camino,
por razón de los conductores, más que los prime-
ros, quienes estaban ya en aquella capital desde
el 2^ de Diciembre de 1 767.
Salta distaba de Buenos Aires 400 leguas, como
la Asunción, y se verificó en ella el extrañamiento
á 3 de Agosto. El ejecutor era el Gobernador don
Juan Manuel Campero, que años antes se había
mostrado muy favorable á los Jesuítas; pero cuyo
afecto habían cambiado en contrario los vientos
que corrían. Desconfiando de él Bucareli por sus
demostraciones anteriores, le había dado por ad-
junto al Illmo. Sr. Obispo Ulana, que también al
— I03 —
principio favoreció en algo á los Jesuítas, pero
debía ser actualmente bien conocido como con-
trarío de ellos; y, en efecto, de ellos dijo todo mal
en adelante, habló con odiosas sospechas de sus
intenciones cuando no podía censurar las obras, y
procuró deshacer sus primeros informes, contradi-
ciéndose á sí mismo. No necesitaba Campero de
tal auxiliar, según fué el empeño que puso en
hacer más duro de lo que ya era de sí el extraña-
miento. Al día siguiente á la prisión, hubieron de
emprender los Jesuítas la marcha en carretas, or-
dinario vehículo en aquellas tierras , para ir á em-
barcarse al puerto de Buenos Aires. Cuando ya
llevaban varios días de camino, manda de pronto
el Gobernador que se registre todo el equipaje de
los Padres. Detiénense, pues, las carretas, obli-
gando á bajar á todos los expatriados, y les hacen
entrar en una choza cercana, cubierta con techo
de paja. Los soldados que á efecto del registro
habían sido enviados ponen los baúles en el suelo,
y despliegan manteos, camisas, medias y cuanto
dentro había, y lo revuelven todo de arriba abajo,
paia rer si encontraban ciertos papeles escritos,
que era lo que se buscaba. Luego que delante de
tan gran número de curiosos se hubo registrado
todo sin hallar cosa, vuélvese á poner la ropa en
ios cofres, y sube nuevamente cada Jesuíta á su
carreta. Vuelven los emisarios al Gobernador, que
se hallaba en la vecina ciudad; pero como no hu-
biese él quedado contento de la diligencia, *manda
que de nuevo se haga registro, examinando hasta
— 104 —
los vestidos mismos de los Jesuítas, mientras ellos
estuviesen acostados, y que se tienten y miren
todos sus pliegues. Aunque como esta medida, á
los mismos que la ordenaron parqcia ya demasiado
vejatoria contra los religiosos, proveyó el Obispo
que al registro se hallase presente un sacerdote
señalado por él. De este modo entendía Campero
la tranquila^ decente y segura conducción de los
expatriados, y el tratarlos con alivio y caridad (i).
Lo que encontraron los registradores tan indeco-
rosamente enviados por aquel ministro, se redujo
á un poco de dinero que para el viaje habían dado
á algunos Padres sus conocidos. Todo ello des-
apareció en manos de los soldados, convirtiéndose
así el registro en despojo de los desvalidos.
En Tucumán tuvo lugar la expulsión en 7 de
Agosto, y fué su ejecutor el Coronel de milicias
D. Juan Antonio Cornejo, según los documentos
que todavía se conservan en aquella Tesorería.
Había allí siete Padres y algunos hermanos (2).
En el mismo mes, sin que conste de la fecha
exacta, se verificó el extrañamiento en Santiago
del Estero, Catamarca y Rioja.
A los Jesuítas conducidos á Buenos Aires de
toda la provincia del Paraguay, se juntaron los de
Mendoza, San Juan y San Luis, que entonces per-
tenecían á la provincia de Chile, por no ser posi-
(i) Instrucción, núm. xxix.
(2) Memoria histórica y descriptiva del Tucumán^ § vni,
página 121. £d. Buenos Aires, 1882.
— I05 —
ble trasladarlos á Valparaíso, pasando la cordille-
ra. Salieron los de Mendoza á 7 de Septiembre, y
fueron á embarcarse á la Ensenada de Barragán.
EXPULSIÓN DE LOS RECIÉN LLEGADOS
DE ESPAÑA
Lo que podría causar notable asombro á cual-
quiera, es que entre los expulsos fueran compren-
didos los misioneros de la expedición que acababa
de llegar de España. Los PP. Procuradores de la
provincia del Paraguay, José de Robles y Domin-
go Muriel, quienes, según la ordinaria costumbre,
habían ido á Europa al cabo de los seis años para
tratar los asuntos de su provincia y procurar la
venida de nuevos misioneros, lograron del Consejo
de Indias licencia para traer á América hasta 8o
religiosos. No se había concedido expedición ma-
yor que aquélla desde la fundación de la provincia
del Paraguay. Y esta concesión se hizo cuando ya
el odioso proceso secreto de la pesquisa reservada,
en la que de antemano se había resuelto que sa-
liesen culpables los Jesuítas, iba muy adelante, y
se inclinaba hacia el inicuo término de la expul-
sión; queriendo, según parece, los iniciados en el
plan de perder á la Compañía de Jesús en España,
adormecer la conñanza de los Jesuítas con mues-
tras de favor, ya que todos aquellos misioneros
eran conducidos á América á expensas, en parte,
— io6 —
del Real Erario. De los 8o concedidos, se habían
embarcado 20 en Cádiz, en el navio San Femando^
á 2 de Enero de 17^7% co^ otros 20 que estaban
destinados á Chile. Los que se habían juntado de
los 60 restantes de la expedición al Paraguay, que
estaban distribuidos para venir en otros buques,
se hubieron de ver comprendidos en el extraña-
miento de España, ejecutado el 2 de Abril. En
cuanto á los 40 del San Femando, estaban desti-
nados por la divina Providencia para sufrir terri-
bles golpes aquel año. Y es bien singular que, no
habiendo podido apartarse de las costas de España
en más de dos meses, á causa de los malos tem-
porales, todavía se hallaban á 5 de Marzo enfrente
de Algeciras, donde los vientos les habían forzado
á refugiarse. Else día salieron por fin; y después de
haber estado á punto de perderse en el mar con
las borrascas, y de pasar una trabajosa navegación
de siete meses desde Cádiz, arribaron al puerto
de Montevideo á 26 de Julio, haciendo señales de
socorro para que fuesen á auxiliarlos, por ser
grande el número de enfermos y extrema la ne-
cesidad que padecían de víveres. De los 42
Jesuítas embarcados en Cádiz habían muerto seis
en la travesía. Mas á pesar de las señales, no se
movió el Gobernador La Rosa á enviarles auxilio
en todo aquel día, y sólo al día siguiente se pre-
sentó á bordo él en persona, rodeado de multitud
de soldados armados y con bayoneta calada, y
reuniendo todos los Jesuítas sobre cubierta, les
intimó el decreto de extrañamiento y les exigió la
— I07 —
respuesta de si estaban prontos á obedecer. Res-
pondieron que sí; é instando los oñciales del navio
.por la necesidad del pronto desembarco, dio el
Gobernador licencia para hacerlo, amontonando á
los 36 Jesuítas en el espacio ocupado antes por
lo» tres 6 cuatro que habían expulsado de Monte-
video. Y fué providencia de Dios para dar aquel
breve alivio á los fatigados viajeros, pues ya venía
cruzando el río una orden de Bucareli para que si
llegaban Jesuítas de Europa, en ningún modo los
dejasen desembarcar, sino que inmediatamente
pasaran á la Ensenada, para entrar en la fragata
La Venus y hacerlos regresar á España. Aíortu -
nadamente no llegó hasta la noche, cuando ya to-
dos estaban en tierra (l). No puede menos de re-
probarse la inhumanidad de semejante mandato,
que ni aun consentía un instante de reposo á
aquellos hombres exhaustos de fuerzas, que aca-
baban de salir de las molestias y peligros de tan
larga navegación, sin hacerse cargo ni de las fati-
gas del viaje ni de la afección moral ocasionada
por la noticia del destierro é infamia, que fué bas-
tante para causar rápidamente la muerte al Padre
José Salinas, natural de Buenos Aires, que ya
venía enfermo. Recobrados un tanto los demás,
fueron embarcados 20 de ellos á fines de Agosto
^^i) Carta especial del hermano escolar José González
Duran al P. Domingo Muriel (Archivo de la provincia de
Aragón).
— xo8 —
con los Padres de Córdoba en la Ensenada (l).
Otros ocho, que eran novicios, fueron conducidos
en los primeros días de Septiembre á Buenos Aires,
para hacer con ellos las pruebas que más adelante
se verán. Los siete restantes, detenidos en Monte-
video por enfermos, fueron embarcados, finalmen-
te, para Buenos Aires, á 17 de Noviembre, cuando
ya la primera expedición de Jesuítas había partido
para España; pero sorprendidos en medio del río
por una deshecha tormenta, todos ellos perecieron
ahogados. Eran el P. Bernardo Bennáser, sacerdo-
te de las islas Baleares, con los hermanos Juan
Blanco y Antonio Gandía, escolares, y el hermano
Antonio López, Coadjutor, destinados á Chile; y
los hermanos Ignacio Morro, Juan Ribas y José
Gayola, escolares, destinados á la provincia del
Paraguay (2). Y todavía parece que quiso castigar
á los mismos cadáveres Bucareli; pues habiéndose
recogido algunos de ellos los días siguientes, los
hizo enterrar silenciosamente y sin funerales. — En
la Colonia apareció uno, y los portugueses le hi-
cieron solemnes exequias.
Estos hechos, y los que todavía restan por ver,
acreditan que el extrafiamiento fulminado por Car-
los III con la mayor ceguedad, sobre ser en sí
mismo un desatentado atropello de la inmunidad
eclesiástica, y una flagrante violación de la ley y
justicia natural, que alardeando de clemencia y
(i) PbramXs, Anaus páticos, xxx Augusti.
(2) PbramAs, Vita Ignatii Morrii.
— log —
benignidad, condenaba á millares de inocentes, á
quienes se había negado toda defensa, y ni siquie-
ra se les había oído; y les infligía las mayores pe-
nas que conocen las leyes fuera de la pena capital:
estigmatizándolos además con nota de perpetua
infamia, más dolorosa aun que la misma muerte;
fué, en su ejecución, desapiadado y cruel, y sacri-
ficó muchas vidas de los mismos con quienes, por
lo menos en la aplicación de la inmerecida pena,
podía y debía haberse usado de humanidad.
EL VIAJE A EUROPA
Todo el mes de Julio, Agosto y gran parte del
de Septiembre, hubieron de estar los Padres de
Buenos Aires encerrados en su prisión de la casa
de los Ejercicios, junto á la actual parroquia de
San Telmo; agregándoseles los que iban llegando
de Corrientes, Montevideo y Santa Fe. Su arresto
en aquella casa distaba mucho de ser suavizado
con algún alivio ó consuelo, como que luego su-
pieron que, extraídos de sus iglesias los ornamen-
tos y vasos sagrados, que se destinaban á otras,
se habían tapiado las puertas de ellas, cual si se
pretendiera que no quedase memoria de sus mi-
nisterios espirituales; y en cuanto á ellos mismos,
haciendo Bucareli ostentación de su sabiduría ca-
nónica, los declaró incursos en innumerables cen-
suras, y, por lo menos á los principios, no sólo no
lio
les dejó que celebrasen el santo sacriñcio de la
Misa, sino que ni aun permitió que la oyesen, no
dejando que les dijera Misa ningún sacerdote de
fuera. Por fin, llegados ya los Jesuítas de Córdoba
á la Ensenada; detenidos los que venían de Espa-
ña en el San Fernando para que de nuevo em-
prendiesen la contraria navegación, y recogidos
los de los dos colegios de Santa Fe y Corrientes,
y de la residencia dé Montevideo, se reunieron
después de mediado Septiembre en el río en cinco
buques hasta 224 Jesuítas expatriados (l). Eran
los buques la fragata de guerra La Venus^ que
llevaba los Padres de Córdoba y muchos del San
Fernando, en número de más de 150; la fragata
de registro San Esteban^ donde iban los de Bue-
nos Aires, en número como hasta de 50; la saetía
El Pájaro^ que llevaba los de Santa Fe; La Cata-
lana^ en que iban los de Corrientes, y el paquebot
El Príncipe^ que transportaba al P. Cosme Agulló
con seis novicios de los llegados en el San Fer~
nando.
Día de San Miguel, 29 de Septiembre de 1 767,
se dio esta flotilla á la vela desde el puerto de la
Ensenada; y á 12 de Octubre salieron de la boca
del Río de la Plata. Después de padecer una fu-
riosa borrasca todo el día 17 de Octubre y la no-
che siguiente, fué bueno lo restante del viaje, lo
que Padres y marineros atribuyeron á especial
protección de San Estanislao de Kostka, á quien se
(i) PbramXs, Annus patiens, die xxix. Sept. 1767.
III
hacían particulares obsequios. La Venus entró en
el Puerto de Santa María el 7 de Enero de 1768;
El Pájaro^ el 9; La Catalana^ el 17, y el San Es-
teban no llegó hasta el 17 de Febrero, habiendo
padecido los que en él iban lo que no es decible
del hambre y sed; muriendo tres hacia el fin de la
nav^ación, y llegando los demás sumamente ex-
tenuados al puerto. El Principe^ empujado por
vientos y tormentas, fué primero á parar al Ferrol,
de allí á la Coruña, y, últimamente, se presentó
en el Puerto de Santa María á 9 de Marzo.
En el Puerto de Santa María, situado en la
bahía de Cádiz y fijado como depósito donde ha-
bían de recogerse todos los expatriados de Amé-
rica, aguardaban á los Jesuítas del Paraguay cua-
tro meses más de estrecha prisión, amargados
todos los días con nuevos sinsabores. Todos ellos
fueron alojados al principio en la casa que en
aquella población tenían las provincias de Amé-
rica de la Compañía con el nombre de Hospicio
de Misiones^ y donde se detenían las expediciones
de misioneros convocados en Europa, aguar-
dando que se hicieran á la mar los buques que
los habían de conducir. Aquel puerto y aquella
casa, que tantas veces había visto partir á los
Misioneros para evangelizar á los indios en apar-
tadas regiones, los veía ahora confluir de todas
partes de América para ser expatriados, retirando
España con este hecho su poderosa acción de las
antiguas misiones. A I.** de Marzo de 1 768, au-
mentándose notablemente el número de los Jesuí-
— 112 —
tas que llegaban de otras provincias de América,
los del Paraguay fueron transportados á un gran
ediñcio llamado de La Guia^ á distancia de un tiro
de fusil del Hospicio, donde también había una
capilla pequeña. Todo el tiempo que permanecie-
ron en el Puerto de Santa María, aunque los gas-
tos del Real Erario para alimentar y vestir á aque-
llos deportados eran grandes; el trato que reci-
bieron en la comida y hospedaje fué muy infeliz;
lo «que prueba, dice el P. Peramñs (l), que el
abandono en que estamos no procede de escasez
del Rey, sino de avaricia y deslealtad en los que
manejan estos caudales».
Agregóse á su mal tratamiento otro pesar mu-
cho más grave. Algunos de los Jesuítas de las pro-
vincias americanas, que con tanta edificación ha-
bían sufrido su destierro y soportado las molestias
de la navegación, seducidos ahora por los falsos
halagos que oían en España, y amedrentados de
lo mucho que les ponderaban los trabajos que to-
davía les faltaban que pasar, apostataron feamente
de su vocación; y mientras los novicios les daban
ejemplo de una perseverancia á la que no se ha-
llaban ligados, rooipieron ellos la obligación sa-
grada de los votos que ya tenían contraída. Nueve
fueron los que de la provincia del Paraguay se
retiraron de este modo, y de otras provincias los
hubo en mayor número. Pero no lograron ni aun
las ventajas temporales que de su sacrilegio se
(i) Annus patiens, xx Maü 1768.
— 113 —
prometían; pues el ministro español encargado de
la expulsión, les notificó que era preciso que tam-
bién ellos siguiesen embarcados á Italia, para ob-
tener del Sumo Pontífice su secularización, y que
para eso había de hacer cada uno su diligencia
propia, justificando las causas por las que preten-
día salir de la Compañía; y de esta solicitud y
comprobantes debían llevar una copia para pre-
sentarla al Papa, y otro debían dejar en España.
Agrega el P. Peramás que al contestar el Rey
Carlos III á la primera petición que le dirigieron so-
licitando su permanencia en el reino, como miem-
bros que se querían separar de la Compañía de
Jesús, había respondido el Monarca con frases muy
cariñosas, llamándolos hijos suyos. Singular delito
de lesa majestad el que hacía expatriar á todos los
Jesuítas» que se convertía en inocencia con sólo
renegar de un Instituto religioso aprobado por la
autoridad de la Iglesia de Jesucristo como santo y
de prescripciones que conducen á la perfección
cristiana.
Proceder es éste en que resalta la semejanza
con el de los perseguidores del Cristianismo, quie-
nes sentenciando á la última pena á los cristianos,
los daban, sin embargo, por inocentes con sólo
que abjurasen de la fe; con lo que ponían de ma-
nifiesto que las severísimas penas infligidas á los
fieles no procedían sino de odio á la religión; y que
cuando se publicaba ser los cristianos unos malva-
dos y facinerosos, estaban en realidad inocentes de
todo crimen, y no tenían otro delito, que el de pro-
8
— 114 —
tesar una religión santa. Aunque esto consolaba á
los Jesuítas del Paraguay; no obstante, la prueba
que tuvieron que sufrir con ocasión de los após-
tatas, fué muy dolorosa: hasta que más tarde, lo-
graron que fuesen separados de ellos en la morada,
aquellos que ya se habían separado en el ánimo,
abandonando cobardemente su puesto y faltando
á los compromisos que tenían contraídos con Dios.
Por fin, el I S de Junio, embarcados nuevamen-
te, dirigieron su rumbo hacia la isla de Córcega,
adonde iban destinados, y donde todavía estaban
los demás Jesuítas de la Península, por no haber
sido recibidos en Italia. Con grandes trabajos, que
pueden verse en el Diario del P. Peramás, llega-
ron al puerto de Bastia, con la particularidad de
habérseles hecho esta vez embarcar en buques
separados á los que eran nacidos en Europa y á
los que lo habían sido en América; confiando en
que de este modo les habían de hacer faltar más
fácHmente á su vocación. Felizmente no fué así;
y, alojados en Bastia, donde permanecieron desde
el 4 hasta el 3 1 de Agosto, hubieron de abando-
nar también la isla por orden de los franceses que
ya la poseían. Nueva navegación hacia la Repú-
blica de Genova y nuevos infortunios y viajes que
duraron hasta el 29 de Septiembre de 1 768, día en
que se cumplía un año justo de su salida de Punta
de Lara. Ese día, y el antecedente, se alojaron los
Jesuítas del Paraguay en la ciudad de Faehza, per-
teneciente á los Estados Unidos del Papa, que
fuá el paraje donde perseveraron en adelante. 1
EL EXTRAÑAMIENTO
DB
LOS JESUÍTAS DEL RÍO DE L4 PLATA
UBRO II
ARGUMENTO
LOS NOVICIOS. LOS MISIONEROS DEL CHACO. SEGUNDA
EXPEDICIÓN DE JESUÍTAS DEL PARAGUAY A EUROPA.-r—
MISIONEROS DE CHIQUITOS. EXPULSIÓN DE LOS JESUÍ-
TAS EN LAS MISIONES DE LOS GUARANÍS. BÚSCANSE EN
LOS PAPELES DE LOS JESUÍTAS PRUEBAS DE LOS CARGOS
QUE LES QUISIERON HACER. — OBSERVACIÓN SOBRE EL
EXTRAÑAMIENTO
LOS NOVICIOS
Expresaba la Instrucción que se dio á los eje-
cutores del extrañamiento que se había de pro-
ceder de un modo especial con los novicios de la
Compañía de Jesús: «En los noviciados ó casas en
»que hubiere algún novicio por casualidad, dice
>el § X de la Instrucción, se han de separar inme-
>diatamente los que no hubiesen hecho sus votos
» religiosos todavía, para que desde el instante no
>comuniquen con los demás, trasladándolos á casa
— n6 —
^particular, donde, con plena libertad y conocí*
amiento de la perpetua expatriación que se im-
»pone á los individuos de su Orden, puedan tomar
>el partido á que su inclinación los indujere. A
testos novicios se les debe asistir de cuenta de la
>Real Hacienda mientras se resolvieren, según la
> explicación de cada uno, que ha de resultar por
^diligencia firmada de su nombre y puño, para
> incorporarlo si quiere seguir, ó ponerlo á su
>tiempo en libertad con sus yestidos de seglar al
ique tome este último partido, sin permitir el
^Comisionado sugestiones para que abrace el uno
>ó el otro extremo, por quedar del todo al único
>y libre arbitrio del interesado; bien entendido
>que no se les asignará pensión vitalicia, por ha-
tUarse en tiempo de restituirse al siglo, ó trasla-
> darse á otro Orden religioso, con conocimiento
>de quedar expatriado para siempre.»
Once eran los jóvenes que con decisión de se-
guir la Compañía había en el Noviciado de Cór-
doba; y ellos, como los demás religiosos, fueron
encerrados en el refectorio del Colegio máximo á
12 de Julio de 1 767. Ninguna impresión les hizo
el que al llegar á ellos el Notario encargado de
tomar la filiación de todos los que allí se encon-
traban, les dijese: ¡Dichosos vosotros, jóvenes! A
cada uno de vosotros os da facultad el Rey para
que os volváis a vuestras ccísas ó sigáis á los anti^
guos (i). Ni los halagos de aquel ministro, ni el
(i) PeramXs, Clemens Baygorri, § xxiv.
— 117 —
adusto ceño del sargento mayor Fabro, ni el apa-
rato de los soldados les hizo vacilar un punto en
su resolución; respondieron todos sin faltar uno, á
medida que se les iba interrogando, que querían
seguir á los Padres. Por entonces no se hizo más
novedad; pero al día siguiente por la noche,, fueron
separados de los demás Jesuítas, sin que ni ellos
ni los Padres tuviesen conocimiento del fin de la
separación. Condujéronlos al convento de San
Francisco, donde los recibió el P. Guardián Fray
Blas de Agüero y los otros religiosos, con mucha
benignidad. Introducidos allí, empezaron á ser
tentados á una y otra parte, sobre si querían ó no
perseverar en su propósito. Y como no todos los
de una casa son de un mismo parecer, había quie-
nes les aconsejaban que se retrajesen de seguir á
k>s antiguos, ya que tanto se habían mudado las
circunstancias y tantas calamidades les aguarda-
ban. Otros, por el contrario, alababan su constan-
cia y les daban ánimo. La misma variedad de
pareceres se mostraba en los habitantes de las
familias distinguidas de la ciudad, que de cuando
en cuando acudían á visitarlos.
Pidieron desde luego los novicios al P. Guardián
que les diese facultad para observar sus distribu-
ciones del mismo modo que lo hacían en el novi-
ciado, y les señalase un sacerdote de la comuni-
dad franciscana con quien se pudiesen confesar
para recibir luego la comunión. Entrambas cosas
les concedió, como que había resuelto no influir
en nada para inclinar aquellos jóvenes á uno ni
— ii8 —
otro partido; puesto que tratándose de la eleccióa
de estado, y teniendo ellos edad y discernimiento
bastante para elegir por si mismos, no quería que-
dar con escrúpulo de haber apartado á alguno del
camino por donde Dios le llamaba. Varios días pa-
saron los resueltos novicios en las peleas dichas
arriba con los que les hacían sugestiones; y en esta
prueba se sentían animados de un modo especial
por el ejemplo y exhortaciones de uno de ellos
mismos, de la misma ciudad de Córdoba y de una
de las familias principales, que era el joven Cle-
mente Baygorrí. Tuvo éste que resistir fortísimoR
asaltos, y en especial hizo su familia que le impug-
nase la vocación cierto religioso tenido por hom-
bre de gran doctrina y autoridad, quien esforzó
cuanto pudo las razones para persuadirle que el
seguir á los Jesuítas en su destierro era contra de-
recho natural, divino y humano. Probaba, en par-
ticular esto último, diciendo que, puesto que Car-
Ios III desterraba á los Jesuítas, sería por tenerlos
por reos de algún delito, por lo cual, si él los se-
guía, desaprobaba el juicio de Carlos III y le con-
denaba, empeñándose en seguir á los que él des-
terraba por malos. Pero á todos sus argumentos
respondió victoriosamente el joven, y al del jui-
cio de Carlos III contestó: El Rey, sin expresar
las causas del destierro, da igual libertad para que
nosotros nos volvamos á nuestra casa ó sigamos á
los Padres. Si yo me vuelvo á mi casa, su Reve-
rencia mismo conviene en que no obro contra el
Decreto; luego tampoco obro contra él, si sigo á
— 119 —
los Padres. Al contrarío, si alguno me estorba se-
guirlos, ó me sugiere que no lo haga, queriéndolo
yo hacer, ese es el que obra contra el Decreto del
Rey. Tan eficaces fueron sus respuestas, y tan
llenas de espíritu, que su mismo padre, luego que
hubo quedado á solas con él, le abrazó, y recono-
ciendo que su llamamiento era de Dios, le bendijo
y animó á que lo siguiese, á pesar de los trabajos
que le aguardaban.
Cuatro días habían pasado en estas tentativas
para alejar á los novicios de su vocación , mani-
fiestamente prohibidas en el núm. x de la Intruc-
ción arriba copiado; y visto que no los sacaban de
allí, escribieron ellos al Comisario de la expulsión,
pidiendo que, puesto que no habían sido separa-
dos de los Jesuítas sino para examinar su volun-
tad, y todos, después de haberlo pensado delante
de Dios, estaban resueltos á seguir á los antiguos,
los juntase de nuevo con ellos. Todavía los tuvo
Fabro otros tres días sin darles respuesta; y al fin,
á 21 de Julio, mandó que los trasladasen de nuevo
al colegio y á la compañía de los Padres. Pero
para que no fuese tan celebrado el triunfo de
aquellos valerosos jóvenes, hizo que fuesen Deva-
dos ya entrada la noche. Aunque ni aun así logró
su intento, pues habiéndose divulgado la trasla-
ción, se derramó la gente por las calles, y colmó
de bendiciones y aplausos á los generosos novi-
cios. Al día siguiente, á media noche, se intimó
la orden de emprender la marcha hacia el puerto
de la Ensenada, y salieron antiguos y novicios en
-^ I20
las carretas, caminando hasta llegar á embarcarse
el 1 8 de Agosto, como queda dicho arriba.
Mas á los 30 de Agosto, día de Santa Rosa de
Lima, fueron llamados los novicios para embar-
carlos en un buque ligero, y llevarlos á Buenos
Aires, donde los aguardaba Bucareli. Al día si-
guiente bajaban en la playa del puerto con el jefe
y soldados que los custodiaban, siendo recibidos
allí por una gran multitud de gente, sin contar con
los que esperaban asomados á los balcones para
ver pasar á aquellos jóvenes que en todos excita-
ban la simpatía por su generosa constancia. Con
la modestia propia de novicios, y la mayor que
pusieron empeño en guardar, por haber recorda-
do uno que á ejemplo de San Francisco de Asís,
al pasar por las calles, debían ellos predicar con
el ejemplo, dejaron ediñcados á cuantos los vieron
en todo el trayecto, hasta llegar á la casa de Ejer-
cicios que había al otro lado del colegio de San
Ignacio, esquina de Potosí (hoy Alsina) y Perú.
Allí fueron introducidos, pero no se les pusieron
como se habían puesto á los Padres, guardias en-
la puerta. Aguardábanles aquí nuevas indagacio-
nes sobre su voluntad de seguir á los Jesuítas de
votos, como si no bastaran los siete días emplea-
dos en Córdoba, y las vehementes sugestiones que
contra el texto expreso de la Instrucción se les
habían hecho para que no siguiesen á los Pa-
dres, ó más propiamente, porque se pretendía
á todo trance hacerlos volver atrás de su resolu-
ción á fuerza de molestarlos ó fatigarlos. No tiene
— 121 —
otra explicación la nueva indagatoria de Buenos
Aires, sino la de decir que fué uno de tantos actos
arbitrarios y despóticos como aquí ejecutó Buca-
reli, quien se burlaba de toda clase de leyes divi-
nas y humanas. Tres días después se les agrega-
ban ocho novicios más, que venían entre los Jesuí-
tas llegados en el San Femando^ seis de ellos para
la provincia de Chile y dos para del Paraguay.
Desde su llegada á Buenos Aires habían entabla-
do los novicios cordobeses la misma regla de vida
que llevaban en el Noviciado, y que habían obser-
vado mientras estaban en el convento de los fran-
ciscanos de Córdoba. Todos los días iba á decirles
Misa un sacerdote dominico, y dos veces que qui-
sieron comulgar, acudieron á confesarlos algunos
Padres de San Francisco y Santo Domingo, Al
sexto día se presentó un notario para leerles el
párrafo x de la Instrucción del extrañamiento
arriba transcrito, que muy bien conocían ya, y les
advirtió que se les daban tres días de término para
deliberar su última resolución. Grande era, entre-
tanto, la expectativa en la ciudad, opinando unos
que todos perseverarían; y otros, por el contrario,
que todos sin faltar ninguno, desistirían de su pro-
pósito, si les enviaban para persuadirles á D. Fran-
cisco Saravia, quien para todo lo que intentaba
persuadir, tenía singular arte y eñcacia. Y este
fué el que eligió Bucareli para que, pasados los tres
días, hablase á los novicios; y lo hizo valiéndose
de todos sus recursos, pintándoles muy al vivo los
daños é infelicidades á que se iban á exponer: <ma-
— 122 —
teria», dice elP. Peramás, «que conocía muy bien
experimental mente, por haber padecido calamida-
des, y muy graves, poco tiempo hacia» (l). Pero en
respuesta de su exposición, oyó de los novicios
réplicas muy sabias y generosas (como inspiradas
por la gracia de Dios) acerca de las obligaciones
que impone la vocación divina, y de la virtud de
la constancia en medio de las adversidades. To-
madas las declaraciones de los que querían se-
guir á los Padres, los II novicios del Paraguay
permanecieron firmes en su primera resolución; y
sólo dos de los recién venidos, espantados con las
calamidades que habían padecido en siete meses
de navegación que inmediatamente se les obligaba
á experimentar de nuevo, faltaron á su vocación,
y se resolvieron á quedarse en América.
Expresada y firmada ya como en Córdoba su
última determinación, á II de Septiembre fiíeron
llevados á embarcar los 17 novicios constantes,
acompañándolos el pueblo con las mismas mues-
tras de simpatía que la primera vez. El paso desde
Buenos Aires hasta la punta de Lara adonde iban
destinados y que á la venida no les había costado
más que un día; ahora, por causa de una deshecha
(i) Pbramás: Adqus patiens, 1767, die xxi lulii. — Pb-
RAMÁs: Vita Clementis Baygorrí.— Anónimo: Relación de lo
acaecido d los novicios de la provincia que fué del Para-
guay (Ms. publicado en la Revista Eclesidstica del Arzo-
bispado de Buenos Air es ^ 1906).— De estas fuentes se han
tomado las noticias del presente relato.
— 123 —
tempestad que se levantó, les hizo emplear ocho
días enteros. Vueltos á bordo, y no cabiendo
todos en el navio de guerra La Venus, fueron
destinados los seis novicios del San Femando con
el P. Cosme AguUó al paquebot denominado El
Príncipe. Y de este modo hicieron los novicios el
viaje con la primera expedición de Jesuítas envia-
dos á España, hasta llegar al Puerto de Santa
María.
Nuevos exámenes y larguísimas pruebas que no
esperaban, habían de pasar todavía en la Penín-
sula; y sólo por espacio de dos semanas pudieron
continuar en la amada compañía de los Padres,
para no volverlos á ver hasta mucho tiempo des-
pués y en reinos extraños. Llegados al Puerto de
Santa María al otro día de Reyes, son separados
á 22 de Enero, y los conducen al convento de los
Padres Franciscanos. Poco después, al número de
los II del Paraguay se agregaron otros 1 8 más de
otras provincias de América; como se les agrega-
ron más tarde algunos otros, según iban llegando;
todos los cuales fueron recibidos de los primeros
con tal alegría, caridad y conñanza, y tratados
con tal intimidad, que dejó pasmados á los religio-
sos franciscanos cuando hubieron averiguado que
ni parentesco, ni conocimiento personal, ni otro
lazo alguno los unía con ellos, sino únicamente el
de pertenecer á una misma Orden religiosa, y
reconocerse como hijos de una misma madre, que
era la Compañía de Jesús. Hallando los recién ve-
nidos entablado todo el orden y la distribución
— 124 —
del Noviciado, se acomodaron enteramente á ella.
Todos ellos fueron interrogados de nuevo por el
Comisario de aquella Caja si querían desistir de
seguir á la Compañía; y todos uniformemente res-
pondieron que no querían dejar la Compañía, sino
seguir á los Padres. Eran ya 3 5 los que se habían
juntado, de diversas provincias de América.
Visto que no se conseguía apartarlos de su pro-
pósito, ordenóse que fueran separados de los Pa-
dres y alejados del Puerto, para ver si el tiempo
y la distancia tenían más inñujo para mudar su
resolución; y á este fin fueron trasladados á Jerez
de la Frontera. Tres veces, ante comisionados
competentes, habían declarado los novicios del
Paraguay que querían perseverar. Con una sola
bastaba, y, sin embargo, se les conduce lejos de
la vista del Puerto, no para certificarse de lo que
quieren, sino para forzar su voluntad ó derribarla
por el cansancio, y hacerles abandonar la Compa-
ñía de Jesús adonde Dios los llama. Y esto á pesar
de que el Decreto Real dice: He venido en man-
dar se extrañen.,, á los novicios que quisieren se-
guirlos'^ y la Instrucción dada con autoridad Real
expresa que «no se han de permitir sugestiones
para que abracen el uno ó el otro extremos. Si la
Instrucción de los Ejecutores hubiera ordenado
que se tentaran todos los medios para apartar á
los novicios del pensamiento de seguir á los Pa-
dres Jesuítas, como del mayor mal que les pudiera
acaecer para su alma y para su cuerpo , y que no
se dejase piedra por mover, ni se omitiese suges-
— 125 —
tíón alguna hasta conseguir tal intento, era impo-
sible haber aplicado medios más eñcaces que los
que se pusieron en juego. Y como las medidas
que se tomaron en .España no se pueden atribuir
á los ejecutores particulares, porque se consulta-
ban á la Corte, es preciso decir que el Conde de
Aranda, que era quien todos estos pasos ordena-
ba, no tuvo reparo en convertir en una burla las
palabras mismas del Rey, y en pasar públicamen-
te y muchas veces por encima de las órdenes con
que él mismo había reglamentado la ejecución y
todos conocían, á trueque de hacer á los novicios
el grave daño de arrancarles la vocación de Dios.
Tal desprecio de la Majestad de Dios y vilipendio
de la autoridad real, era fruto natural de la deter-
minación de Carlos III al conñar el poder á un
hombre impío.
Conducidos los constantes jóvenes á Jerez, fue-
ron separados no sólo de la proximidad de los
Padres Jesuítas, sino también unos de otros, á ñn
de que no se animasen mutuamente con el trato,
el ejemplo y las prácticas de piedad en común; y
así fueron distribuidos en diversos conventos de re-
ligiosos. Siendo aquí, como en todas partes sucede,
y había sucedido en América, diversas las opinio-
nes, había entre los que los hospedaban quienes
reconocían el mérito de la constancia en aquellos
intrépidos jóvenes, y les exhortaban á continuar
en su decisión. Otros, por el contrario, la tacha-
ban de terquedad, ponderando las circunstancias
en que tanto habían de padecer desterrados al
— X26 —
extranjero, el siniestro concepto en que era tenido
el Instituto de la Compañía de Jesús como malo y
nocivo, y la multitud de calumnias que contra el
cuerpo de la Compañía se vociferaban. Mas los
novicios, industriados por la experiencia que ya
iban adquiriendo, y guiados por el impulso del
santo espíritu de su vocación, se previnieron para
poder resistir á los embates que en tal situación
no podían menos de padecer. Aunque divididos en
casas pertenecientes á varias Ordenes religiosas,
se reunían todos los que estaban juntos en una, y
de común consentimiento nombraban uno que
fuera superior, á quien todos obedecían, y éste se
aconsejaba en las cosas difíciles de algunos de los
más experimentados. Si, como varias veces suce-
dió, era aquél trasladado á otro convento, inme-
diatamente le sustituían por otro. Tenían también
por regla no estar solos nunca si se les empezaba
á tratar de su vocación, sino llamar al punto á
algún otro, para que siendo dos ó más, tuviesen
más probabilidad de acertar á deshacer las falsas
razones con que habían de pretender envolverles.
Por lo demás, seguían siempre su orden de distri-
bución del Noviciado , haciendo sus señales con la
campanilla á las horas convenientes, y esmerán-
dose más en las prácticas de devoción en ocasión
en que tanto necesitaban robustecer el espíritu.
Varias fueron asimismo las trazas de que se
valieron para animarse y consolarse mutuamente,
para tener noticias unos de otros (cosa que no
siempre se les permitía), y aun saber de los Pa-
dres mientras estuvieron en el Puerto de Santa
María; algunas de las cuales pueden verse reseña-
das en la vida del novicio Clemente Baygorri,
escrita por el P. Peramás en su De vita et tnori^
bus tredecim virorum Paraguaycorum. Pasábanse
entretanto meses y meses, y se sucedían unos á
otros los interrogatorios. A mediados de Junio
fueron embarcados los Jesuítas del Paraguay para
pasar á Italia; mas á los novicios no se les conce-
dió la libertad.
Seis meses todavía hubieron de tolerar aquel
estado, en que no faltaba quien los molestase gra-
vemente, porñando para que abandonasen su vo-
cación, y en que se ayudaron ellos de todos los
medios posibles para sostenerse en ella , ora prac-
ticando los ejercicios espirituales de ocho días,
propios de la Compañía de Jesús; ora alentándose
con fervorosas exhortaciones en las ñestas de los
santos que, como ellos, habían tenido que padecer
graves combates por su vocación, como lo hicie-
ron en las ñestas de Santo Tomás de Aquino y
de San Estanislao de Kóstka. Sólo nueve de los
35 fallaron en las pruebas y se quedaron en Es-
paña.
Visto por fin que era inquebrantable la cons-
tancia de los demás, y después de un nuevo inte-
rrogatorio, se les intimó á lo de Diciembre
de 1768 que habían dejar la sotana, que se les da-
rían trajes seglares y quedaban desterrados de
todos los dominios del Rey de España, con el
agregado de que debían buscarse ellos mismos los
— 128 —
medios de salir fuera, sin poder detenerse más de
seis meses; amenazándoles, en caso contrario, con
graves penas. Es posible que semejante decreto
final ni siquiera lo viese ni tuviese noticia de él
Carlos III, y en tal caso, á solo el Conde de Aran-
da habrá que atribuir lo que sus instrucciones re-
velan: un alma dura y reproba, que no conoce la
compasión, y por estar asegurada de la impuni-
dad, pisotea y escarnece toda justicia. Porque la
injusticia y tropelía que se cometía qon los jóve-
nes novicios era tan odiosa, que clamaba al cielo.
La instrucción primitiva reconocía solemnemente
la inocencia de los novicios, al darles franca liber-
tad de volverse á sus casas, y á renglón seguido
los despojaba de cuanto tenían y los desterraba
para siempre, si querían seguir siendo fieles á la
voz de Dios. Las instrucciones subsiguientes los
mantuvieron presos, atormentando su conciencia
durante año y medio. El último decreto les arran-
caba sacrilegamente el vestido de religioso, que
sólo la Iglesia les había dado y ella sola les podía
quitar; los lanzaba en la calle en extrema miseria
siendo ellos de familias acomodadas, y añadía la
sangrienta burla de amenazarles que los trataría
como vagabundos si no se procuraban un viaje
que sólo mendigando podían conseguir, y aun así
no estaba con seguridad en su mano. Cierto que
no hubieran procedido tan inhumanamente unos
forajidos que hubiesen asaltado y despojado á los
novicios en medio de la selva: tanto endureció al
Conde la masonería y la impiedad.
— 129 —
Pero nada de esto arredró á los valientes novi-
cios de América. Puestos en libertad de seguir su
vocación, deliberaron entre sí que lo mejor era
que dos de ellos se trasladasen al Puerto de Santa
María y allí procurasen asegurar de limosna (que
era el único arbitrio que les quedaba), una casa
donde permanecer hasta que lograran embarcar-
se, y luego, de limosna también, pedirían lo que
fuese necesario para satisfacer el flete de un barco
que los condujese hasta Italia. Todo se cumplió
como lo habían esperado los animosos jóvenes. La
.casa se encontró en seguida, y se debió á la cari-
dad de dos nobles señoras, doña María de Borja,
de la familia del Santo Duque de Gandía, y doña
Juana Arroyabe. Las limosnas para fletar un barco
se recogieron en breve tiempo por la generosidad
de los habitantes del Puerto de Santa María y de
Cádiz; y en 26 de Enero de 1 769 se embarcaban
los 26 novicios triunfantes en una saetía, que,
aunque con difícil navegación, por la estación con-
traria del año, los puso en la boca del Tíber sanos
y salvos <i I.® de Abril. Dirigiéronse desde allí á
Roma, de donde fueron más tarde distribuidos
en las ciudades en que se hallaban ya sus pro-
vincias.
He aquí la edificante misiva con que el Herma-
no Clemente Baygorri pedía desde Roma al Padre
Juan de Escandón, Maestro de novicios, residente
en Faenza, la licencia para ir á incorporarse con
los Jesuítas d^l Paraguay:
«Mi P. Juan de Escandón: Escribo ésta á V. R.
— 130 —
para hacer saber nuestra llegada á Roma, donde
hemos sido recibidos de N. M. R. P. General con
aquel amor que esperábamos de tan paternales
entrañas; y también para suplicar, asía V. R., como-
ai resto de Padres y Hermanos que se hallan ahí
en su compañía, se dignen admitirnos y darnos
por amor de Dios algín abrigo en esa ciudad de
Faenza, adonde llegaremos todos muy en breve.
No pedimos á nuestros Hermanos que nos igualen
en su fortuna, ni menos que se quiten el bocado de
la boca para darlo á nosotros, como ya otras veces
lo han hecho; sólo, sí, suplicamos con el mayor
rendimiento que nos admitan en su amable com-
pañía, que por lo demás, cuando no nos bastaren
las sobras de su mesa, estamos prontos para men-
digar de puerta en puerta por amor de Dios nuestra
diaria manutención, seguros de que su Divina Ma-
jestad, que mantiene á las hormigas y á las aves
sin que siembren, no faltará en nada á los que
puramente por su amor se han reducido á tal po-
breza, confiados sólo en su protección y miseri-
cordia. En sus santas oraciones me encomiendo
mucho. Roma y Abril 6 de 1 769. Su humilde hijo
y siervo en Cristo, Clemente Baygorri» (i).
Recibida la contestación favorable, emprendie-
ron los novicios paraguayos gozosos su viaje para
Faenza, y allí volvieron á ver á sus queridos Pa-
dres, de quienes habían estado separados más de
(i) Olcina: Casos relativos d ¡as persecuciones de la
Compañía^ pág. 186.
— 131 —
un año. Dentro de no mucho tiempo, el Señor
premió al joven Baygorri con una muerte santa y
llena de consuelos (l), sin dejarle ver la destruc-
ción de la Compañía que tanto amaba.
Los seis novicios que se habían embarcado con
el P. Cosme Agulló, no pudieron arribar al Puerto
de Santa María por haberlos empujado al parecer
los temporales hacia la costa de Galicia. Allí fue-
ron á aportar al Ferrol, de donde pasaron á la
Coruña, sin que los dejasen saltar en tierra. Des-^
pues de varios días vino respuesta del Conde de
Aranda, que los cuatro escolares, por ser novicios,
desembarcasen y fuesen llevados al convento de
San Francisco, y los demás fuesen al Puerto de
Santa María. Ignoraba, según eso, el que dio la
orden, que los otros dos también eran novicios.
Los dos que acompañaron al P. Agulló al Puerto
de Santa María, fueron, sin duda, comprendidos
luego en las pruebas de los de Jerez. En cuanto á
los cuatro, separados de repente de todo otro
auxilio, después de grandes asaltos y de batería
continua de un mes, poniéndoles personas ecle-
siásticas pecado mortal en seguir la Compañía, lo-
graron que uno se resolviera á irse á su casa, otro
optara por hacerse cartujo, y el tercero por que-
darse de franciscano. Mas el Conde de Aranda,
atropellando aún en esto su propia palabra, de-
cretó que los tres fueran enviados á sus casas. El
cuarto fué el hermano José González Duran,
(i) Olcina: Casos relativos , etc., pág. 145.
— 13» —
quien se mantuvo constante, y al fin fué desterra-
do con decreto semejante al de los 26 de Jerez; y
atravesó pidiendo limosna toda España desde la
Coruña hasta Barcelona, entre los meses de Fe-
brero y Agosto de 1 768; siendo testigo del afecto
que se conservaba á la Compañía, del sentimiento
que había causado su pérdida, y de la estima que
de ella tenían, en virtud de la cual varías perso-
nas le dijeron en Barcelona que si no fuera por
las leyes de terror impuestas, en andas le habían
de llevar por las calles. Embarcado en Barcelona
el hermano González, logró reunirse con sus com-
pañeros de Faenza á 23 de Octubre de 1 768 (l).
LOS MISIONEROS DEL CHACO
La instrucción del Conde de Arahda expresaba
claramente que no convenía expulsar á un tiempo
á los Jesuítas que moraban en las poblaciones y á
los misioneros; sino que primero habían de ser
sorprendidos aquéllos, para que éstos no tuviesen
tentaciones de resistir, viendo que les faltaba el
principal apoyo, aunque no dejaba de confesar
que estaba asegurado de que no había de tener
lugar tal oposición, sino al contrarío, la conformi-
dad y obediencia. «Naturalmente» dice «se pres-
(i) Véase en el Apéndice núm. 7, su carta en que re-
fiere las pruebas que soportó él y sus compañeros.
— 133 —
taran» los Jesuítas «con resignación, sin dar mo*
tivo para que el Real desagrado tenga que mani-
festarse en otra forma» (l). Y mayor era aún la
obediencia que realmente había en los ánimos de
los Jesuítas, de lo que aquí significa él Conde de
Aranda, porque, como dice el P. Peramás (2), si
hubiera ordenado concurriesen á embarcarse en los
puntos señalados, sin necesidad de ejecutores ni
guardias, se hubiesen presentado todos, pues el
aparato que se empleó, ni para el' caso de resisten-
cia hubiera sido bastante, ni para el caso real sir-
vió de otra cosa que de autorizar y hacer más rui-
dosa la ignominia á que se les sujetó.
Quince eran en 1 767 las reducciones del Chaco;
cuatro de Abipones: San Fernando, San Jerónimo,
la Inmaculada Concepción y San Carlos ó Rosario
del Timbó. Dos de Mocovíes: San Javier y San
Pedro; y una, respectivamente, de Vilelas, Lules,
Pasaínes, Omoampas,Isistines, Chiriguanos, Tobas,
Mbayás y Guanas. Aquí se referirá el modo cómo
fueron extrañados los misioneros de los Mocovíes
y los de los Mbayás, con lo cual se tendrá idea
de lo que ocurrió en otras partes.
Dependían las dos reducciones de Mocovíes del
gobierno de Santa Fe; y aunque en la ciudad ve-
rificó la prisión el Teniente Maciel á 1 3 de Junio
(á 16 dice el P. Kobler) (3), mas en la reducción
(i) Instrucción para América, núm. 13.
(3) Peramás: Aodus patiens, 1768, xii lulii.
(3) Koblbr: P. Florian Baucke (sic, aunque su verda-
dero apellido es Paukb), pág. 616. La iecha del 13 ^6
— 134 —
de San Javier, distante 12 leguas, no tuvieron no-
ticia de nada hasta el 21, día en que un joven
español, por nombre Ponciaho, á quien había en-
señado música el misionero P. Pauke, llevó allá la
noticia de que los Padres del colegio habían sido
presos y conducidos á buenos Aires. Apenas le
daban crédito los misioneros; pero bien pronto re-
cibieron confirmación estas noticias con la carta
que del Teniente trajo el Sargento mayor D. Fran-
cisco de Andino. En ella se decía que por orden
del Rey se había hecho que los Padres desocupa-
sen el colegio y pasasen á Buenos Aires; pero que
respecto de los misioneros no se había recibido
disposición alguna; y así, esperaba que siguiesen,
como hasta entonces, manteniendo á los indios en
su obligación. Respondió el Padre verbalmente ál
enjisario «que si era decreto del Rey, también él
sabría obedecerlo», y no dio respuesta alguna por
escrito. Con esto se despidió el Mayor, sin haber-
se detenido en la reducción más de media hora.
Nada dijo el P. Pauke á los indios, como en la
carta se le recomendaba; pero el mismo joven
la que da Bucareli en su carta ofícíal de 6 de Septiem-
bre de 1767. Aunque el relato ha de tomarse del Pa-
dre Kobler, que es la única fuente que contiene detalles,
ha sido preciso corregir errores de fechas como el pre-
sente y otros más notables» cual es el de poner la expul-
sión en 1766. Parece que deben atribuirse á lo confuso
de la escritura del Ms. del P. Bauckc, de donde se sacaron
las noticias, ó á desliz de la memoria del misionero que
escribía sin apuntes después de varios años.
- 135 —
<jue á él le había llevado la triste noticia, la divul-
gó muy pronto entre ellos. El primer efecto que
produjo su conocimiento fué un clamor en todo el
pueblo y en cada una de las cabanas de los indios,
que se oía distintamente desde la habitación del
misionero. Salió el Padre para ver qué era aque-
llo, y supo que los indios, con sus mujeres é hijos,
•estaban previniéndose para volverse á sus selvas.
Fuéle preciso recorrer cabana por cabana, conso-
lar á éstos, soltar los caballos que otros tenían ya
•ensillados, preguntar por qué lloraban. Nadie res-
pondía; todos continuaban sollozando y enfardan-
<lo sus enseres. Los más apesadumbrados eran los
caciques. Juntó el Padre á tres de los cuatro que
había en el pueblo (pues el cuarto, llamado Ci-
thaalín, no parecía), y les rogó que tranquilizasen
la gente y no dejasen que nadie saliera á caballo.
Procuraba el pobre misionero consolar á sus in-
dios y detenerlos hasta que llegasen noticias más
ciertas de lo ocurrido. Mas, oyendo esto, aquella
misma tarde salieron á caballo varios de ellos, y
se dirigieron á la ciudad para cerciorarse por sus
propios ojos de lo que había. Volvieron al día si-
guiente al caer de la tarde, y refirieron cómo ha-
bían encontrado el colegio vacío y cerrado. Reno-
vóse el llanto y las tentativas para abandonar la
reducción, y hubo de hacer nuevos esfuerzos el
misionero para calmarlos, persuadiéndoles que,
aunque tuviera que salir él, no les faltaría un Pa-
dre, pues les enviarían uno que cuidase de ellos,
y él estaría algún tiempo acompañándole para en-
— 136 —
terarle de lo que convenía á la reducción. Logr6>
por ñn, disuadir á todos del empeño de irse, me-
nos á Citbaalín. Este denodado cacique, Uoranda
como un niño, dijo al misionero: «Padre, no lie-
»ves á mal que yo me retire; porque si me queda-
>se aquí, ó acometería con mi gente á los españo*
»les cuando vengan, 6 me moriría de pena, si hu-
j^biera de contemplar impasible cómo te expulsan
»de aquí, como lo han hecho con los de Santa Fe^
»No me voy á la selva, sino que por ahora me re»
>tiro á San Jerónimo; y cuando tú te hayas ido,.
>podrá ser menor mi pesar, y volveré otra vez
»acá.> En vano se esforzó el P. Pauke por persua-
dirle; mantúvose inflexible, y partió de la reduc-
ción, siguiéndole más de 400 hombres de su tribu^
Al día siguiente llegó la noticia de que los in-
dios de la reducción de San Pedro, también Mo-
covíes, que no hacía mucho se habían reducido^
habían abandonado todos el pueblo. Llamó al pun-
to el P. Pauke á Domingo, el más fiel entre todos
los caciques, y le rogó que le previniese cuatro 6
cinco hombres para ir en seguimiento de los fugi-
tivos y traerlos de nuevo á su pueblo. Con esta
gente caminó toda la noche, y al amanecer llegó
á San Pedro, donde no encontró más que á los
misioneros, que habían quedado desamparados de
todos los indios. Dijo allí Misa y siguió su derrota^
dando, finalmente, con ellos, á la tarde, y alcan-
zándolos en un bosque, adonde se habían retirado.
Pudieron tanto con ellos las exhortaciones del Pa-
dre y el empeño del cacique Domingo, que se de-
— 137 —
cidieron á volver al pueblo. Con esto regresó al
suyo el P. Pauke, y consolada su gente, puso de
nuevo en orden las cosas del servicio divino, acá*
bándose de pasar en paz el mes de Agosto. Pera
tuvo cuidado el misionero de avisar á la autoridad
de Santa Fe de cuanto había ocurrido y partici-
parle la retirada de Cithaalín. Esto último produ-
jo terrible pánico en la ciudad, temiendo ver de
nuevo sobre sí al arrestado caudillo, cuyos estra*
gos antes de ser cristiano tenían muy presentes.
No. pasó mucho tiempo sin que la imprudencia
de un español ocasionase nueva desbandada en
San Pedro, propalando que ya era cierto que to-
dos los misioneros habían de salir de América»
Huyeron del pueblo todos los indios, y nueva-
mente se puso en campaña el P. Pauke, acompa-
ñado de Domingo y de algunos indios, logrando*
también esta vez hacerlos volver á la reducción.
Para prevenir lo que pudiera suceder, dejó en el
pueblo dos de sus acompañantes, encargando á
los misioneros que, á la menor señal de querer
huir nuevamente los indios, le diesen aviso por
medio de aquellos dos moradores de San Javier.
Apenas había transcurrido una semana cuando-
se presentó el mismo D. Francisco de Andino,
arriba mencionado, con la noticia de que era ya
cosa resuelta que también los misioneros habían
de salir de las reducciones y ser transportados á
Buenos Aires. Pedía, por tanto, el Teniente Maciel
que le enviasen cierto número de indios armados
para acompañar á la reducción á los Comisarios
. -138-
que debían ejecutar esta orden. Respondió el mi-
sionero que obedecería; pero aconsejó que no en-
viasen soldados españoles á la ejecución, ni aun
en compañía de los Mocovíes armados; pues no
podía responder de los desastres que en tal caso
pudieran ocurrir, atento el estado de irritación de
los indios. D. Francisco le agradeció que no le
entretuviese mucho con respuestas por escrito, y
se volvió inmediatamente á Santa Fe, «observán-
dose tales muestras de ira entre los indios», dice
el P. Pauke, «que de no haber intervenido yo, le
hubieran dado muerte». La consternación de los
indios llegaba á su colmo. Al llegar la noticia á
San Pedro, la gente abandonó el pueblo por ter-
cera vez. Procuró el P. Pauke hacer para buscar-
l'os la misma diligencia que las dos veces pasadas;
pero se habían alejado mucho más, y tuvo que
caminar dos días hasta encontrarlos. Logró tam*
bien esta vez que regresasen á San Pedro, y se
llevó consigo los caciques que tenían á San Javier,
esperando que, detenida la reina de aquel enjam-
bre, no se le desparramarían de nuevo las abejas.
En la reducción de San Javier había una efer-
vescencia extraordinaria. Al enterarse los Mocovíes
de que era resolución definitiva que también los
misioneros fuesen deportados á Europa, arrearon,
ante todo, su ganado á las islas; y luego se empe-
ñaron con el P. Pauke en que les siguiese á ellos
á sus bosques, donde se defenderían de los espa-
ñoles y libertarían á su misionero de la deporta-
ción. No fué poco lo que le costó al Padre des-
— 139 —
impresionar á tos indios. Púsose á razonar larga-
mente con ellos, preguntándoles qu^* intento les
guiaba en querer llevarle consigo; y como le res-
pondiesen que para que bautizase sus hijos y les
asistiese al morir con los Sacramentos de la Igle-
sia, les hizo ver que con eso no lograban lo que
querían, que era vivir como cristianos; pues él se
había de morir, y entonces se quedarían sin sacer-
dote y volverían á ser lo que habían sido primero,
perdidos en medio de las selvas y empozando de
nuevo su vida de salvajes y gentiles. Después de
de mucho porfíar, les persuadió que les estaba
mejor quedarse en el pueblo, donde los españoles
les darían un sacerdote que les asistiese, y así po-
drían ellos y sus hijos vivir y morir cristianamen-
te. Atajados con sus razónos, le prometieron que
se quedarían en la reducción un año, para esperar
que él volviese, y después harían lo que más les
conviniera. I lubo de contentarse el Padre con ha-
ber logrado desviarlos de su primer projíósito y
asegurado para que por de pronto no se \ol vie-
sen á su g(*ntil¡dad. lí\ alboroto de los ánimos era
grande, tanto mis cuanto que eran aquellos indios
los que estaban acostumbrados á dar terribles
sorpresas á la ciu<lad de Santa I'e, y sabían bien
que no había sido la fuerza de las armas lo que
les había hecho vivir en paz, sinp el alecto que ha-
bían cobrado á sus misioneros. <Si yo, dice el Pa-
dre Pauke 1 1 1, con la ayuda de I)ios y las razones
;i ^ Kobikr: P. /'7jr/üft linucke, jkíj;. 027.
— 140 —
:»que Él me ponía en la boca, no hubiera logrado
:»apaciguar mis indios para que soportasen aquella
:> medida, en breve tiempo hubiera quedado arra-
»sada Santa Fe. (Cuántas veces me vinieron á
» preguntar si daban una arremetida general contra
»la ciudad! Y hubiera bastado, no que yo se lo
^aprobase, sino simplemente que no me hubiera
amostrado con tanta decisión opuesto á ello, para
3>que lo hubieran llevado á cabo. Gracias á Dios^
»no hubo ni uno de los misioneros á quien le pa-
usara siquiera por el pensamiento el permitir se-
:^mejante inhumanidad.»
Al llegar el día prefijado, envió el misionero á
Santa Fe el número de Mocovíes armados que le
habían pedido, y con ellos fué á la reducción el
Comisario D. Pedro de Miura, acompañado de un
sacerdote, que había de reemplazar al Padre en su
ministerio de párroco. Era Doctor en Teología por
Córdoba. Llamábase D. Miguel de Ziburu, y aun-
que tenía patrimonio con que sustentarse decoro-
samente sin necesidad de buscar beneficio, había
consentido en encargarse de la reducción para fa-
cilitar la salida del misionero, por amistad al Pa-
dre Pauke. El Comisario era bueno; pero no así sus
acompañantes, quienes, apenas llegaron, cuando
se pusieron á devastar la huerta y apoderarse de los
objetos de la casa, como si estuvieran en territo-
rio conquistado. Alteráronse los indios que lo
veían, persuadiéndose de que primero se saquea-
ba la casa del misionero y después pasaría el robo
á verificarse en los bienes de ellos. Advirtióselo el
— X4I —
Padre al Comisario, y éste refrenó un poco aquella
turba desmandada.
De los enseres de la casa del misionero se hizo
un prolijo inventario; y acabado éste, le preguntó
el ejecutor por el dinero. «Ha de saber usted, res-
:»pondió el Padre, que en la reducción no hay di-
»nero alguno, porque todo cuanto nosotros nece-
»sitamos se obtiene por medio de trueques, con-
:>duciendo los efectos á Santa Fe, donde el Procu-
»rador nos busca, en cambio del valor de cada
»cosa, los objetos que se le piden. Pero para que
>conste de cuanto en esa materia tengo, ahí en
»ese cajón hallará usted todas las existencias que
»hay aquí.» Abrió el Comisionado el cajón, y halló
por todo caudal 1 3 reales de plata, los cuales de-
claró el Padre que eran un donativo hecho á la
persona del misionero por D. Francisco de la
Mota. Los testigos que para todo el acto había
llevado el ejecutor quisieron que el Padre jurase
no tener más dinero en la reducción; lo que 61
hizo, in verbo sacerdotis. Entonces, pasmado el Co-
misario de lo diferente que era la realidad, de los
falsos dichos sobre la riqueza de las Misiones de
América y sus tesoros, exclamó, con lágrimas en
los ojos: cjOb Dios! ¿Y estas son las copiosas ri-
»quezas que nuestro rey busca en poder de estos
>misioneros?^
Contóse el ganado, y se hallaron 24.000 cabe-
zas de ganado vacuno, de las cuales había 8.300
terneros, que aquel año so habían herrado por
primera ve/; 1.200 yeguas, 400 muías, 500 caba-
— X42 —
líos, 1.700 ovejas y 500 bueyes de labranza.
Al ver los indios que ya se les iba á ir su misio-
nero, y el que le sustituía, aunque era de muy
buenas intenciones, no entendía su lenguaje, su
fervor cristiano les movió á querer todos confe-
sarse por última vez con el P. Pauke. No fué pe-
queño consuelo para el Padre y edificación para
los españoles el ver que mientras ellos andaban
tan solícitos en sus registros, cumplían los indios
como fervorosos cristianos con aquella santa prác-
tica.
Terminada ya la operación en San Javier, fué
preciso que el P. Pauke acompañase á los ejecu-
tores á San Pedro y á la Concepción, para practi-
car igual diligencia; y una vez hecho lo mismo en
los dos puntos, en lo que, á pesar de la bondad del
principal ejecutor, no faltaron arbitrariedades (que
pueden verse en la relación original del mismo
Padre), fueron conducidos los seis misioneros á
Santa Fe; pero deteniéndolos íuera de la ciudad:
y desde allí se emprendió el camino de Buenos
Aires, empleándose en este último viaje desde el 6
de Septiembre hasta el 4 de Octubre, día en que
las carretas llegaron á Buenos Aires. La despedi-
da del pueblo fué tiernísima, llorando los indios y
clamando á grandes voces al Padre para desearle
buen viaje y encargarle que fuese puntual en re-
gresar, pues tanto los indios como el misionero te-
nían aquella expulsión por temporal, como lo ha-
bían sido tantas otras, no pudiendo persuadirse de
que, si se examinaba la causa con imparcialidad.
— 143 —
dejase de reconocerse la manifiesta inocencia de
los misioneros y la necesidad de restituirlos á sus
respectivas cristiandades. Pero más conmovedora
fué todavía la despedida de uno de los caciques,
el fiel Domingo, que no se había querido separar
del misionero, sino que con 2$ hombres arma-
dos le acompañaba camino de Buenos Aires,
y hasta se había llegado á lisonjear de que el Go-
bernador Bucareli tal vez le concediese la gracia
de restituir al pueblo su amado Padre. Desenga-
ñóle el P. Pauke, pero aun así, quiso el cacique
acompañarle gran parte del camino. Al llegar á
Santa Fe, hubo quien dijo á los indios que el Co-
mandante Maciel había ordenado que los Mocovíes
se volviesen atrás; y que así como no se daba li-
cencia á los españoles para visitar á los Padres ni
tratar con ellos, asi tampoco la tendrían los indios.
Tomólo pesadamente el cacique, y respondiendo
á semejante pretensión, dijo cosas que convenía
hubiesen oído aquellos hombres infatuados, porque
no hallaban quien les resistiera en su tarea de opri-
mir la inocencia; y ya que entre los españoles no
había allí quien sacase descubiertamente la cara
por los misioneros, habló por ellos con desusada
elocuencia un bárbaro, imponiendo respeto su
ánimo y resolución á los que le habían notificado
semejante mandato. «No comprendo, dijo, entre
»otras cosas que pueden verse en el P. Pauke(l),
»cómo pueda ser decreto del Rey, á quien siempre
(i) Kobler: P, Baucke^ pág. 63 8.
— 144 —
>nos han representado nuestros misioneros como
> modelo de humanidad, el quitarnos nuestros Pa-
>dres á nosotros, pobres indios; ni menos el pro-
>hibirnos que hablemos con ellos* Si vosotros fué-
»rais buenos cristianos, habíais de condoleros con
♦nosotros de ver que se nos quitan nuestros Pa-
>dres. Y qué, ¿pensáis acaso que os irá mejor cuan-
>do hayáis arrojado de entre nosotros á nuestros
> misioneros? ¿Están ya del todo cicatrizadas las
> heridas que antiguamente os habíamos abierto?
>Pues reparad bien que todavía podemos abriros
♦otras nuevas. Decid á vuestro Comandante que
♦se acuerde de que el bastón de mando que tiene,
>hace poco que lo ha recibido, y el mío hace años
♦que lo tengo de mano, del Gobernador. Y en su-
♦ma, si algo tiene que disputar conmigo, que sal-
ega á dirimirlo aquí con las arrpas y no se esté en
♦la ciudad. En cuanto á mí, no me harán retroce-
♦der sus mandatos, sino que yo y mis hombres
♦acompañaremos á los Padres hasta donde resis-
♦tan nuestros caballos.» Semejante resolución, que
mostraba estar ya agotada su paciencia, hizo que
reflexionase el Teniente de Santa Fe el peligro á
que se podía exponer manteniendo su primera de-
terminación; y así mandó que dijesen á los indios
que podían seguir con los Padres hasta donde qui-
sieran, y que 61 no había dado la orden que se le
atribuía en contrarío, sino que debía ser invención
de algún soldado, que, si averiguaba quién era,
llevaría su merecido castigo. Por lo cual, aun des-
pués de pasar de Santa Fe, continuó el cacique
— 145 —
con sus 25 Mocovíes armados, haciendo compa-
ñía á los misioneros. Finalmente, ya que se
iban alejando demasiado, persuadió el P. Pauke á
Domingo que se volviese á la Reducción. Verifi-
cóse la despedida, que fué tiernísima, el 15 de
Septiembre, hallándose en Capilla del Rosario, á
43 leguas de Santa Fe. Los indios á caballo ro-
dearon al P. Pauke, y por última vez le besaron
la mano. Todos ellos lloraban á lágrima viva, ex-
cepto el cacique, el cual estaba inmóvil, pálido
como un difunto, como si fuera á exhalar el últi-
timo aliento; hasta tal punto, que alguno de los de
la comitiva se apresuró á acercarse á él para au-
xiliarle. Por fin, recobrado del desfallecimiento en
que le había hecho caer la pasión de ánimo, se
despidió del misionero con írases salidas del cora-
zón, expresando el ansia de verle pronto de nue-
vo en sus tierras, y pidiéndole que, al volver á
Buenos Aires, le hiciese avisar al punto, porque
quería ir á buscarlo con su gente para conducirlo
otra vez á la Reducción. El espectáculo de tal des-
pedida hizo saltar las lágrimas de los ojos de to-
dos los que acompañaban y custodiaban á los Pa-
dres. Al llegar los misioneros á Buenos Aires, fue-
ron encerrados en la misma casa de ejercicios que
había servido de depósito á la primera expedición
de Jesuítas.
Otra de las Misiones del Chaco, era la que po-
cos años antes había establecido t\ P. José Sán-
chez Labrador en la nación de los Mbayás, que no
eran sino los restos de los famosos Guaycurúes. Es-
10
— 146 —
taba á punto de formalizarse la nueva reducción
de los Guanas ó Layanás, de quienes los Guaycu-
rües se servían como de esclavos, y se veía también
próximo el día en que se formase otra aMea más
con el nombre de San Ignacio, de la misma nación
de los Mbayás y tribu de los Lichagotegodíes. Pera
todas estas risueñas esperanzas vino á tronchar de
un golpe el decreto de extrañamiento. A 15 de
Agosto se presentó en la reducción principal, que
era la de Belén de los Mbayás, el Comisionado doi>
Antonio de Vera y Aragón, vecino de la Asun-
ción, y puso presos al P. Sánchez Labrador y á
su compañero el P. Juan García. Era el ejecutor
prudente, y aunque intimó el decreto de extraña-
miento á los Padres, y entregó la carta que por
mandato del Gobernador escribía el P. Rector del
colegio á los misioneros, para que al punto bajasen
á la Asunción; no pudo menos de dejar correr las
lágrimas en estas diligencias, haciéndose cargo del
bien que perdía la provincia y los indios, y del na-
tural sentimiento de los misioneros. Respondió el
P. Labrador que al punto podían partir; pues en
cuanto á nosotros, añadió, con el Breviario nos.
basta para todo viático. «No, Padre mío, dijo el
^Comisario. Hemos de hacer cuenta con los indios
^infieles, que podrán arrojarse á cualquiera deter-
>minac¡ón desesperada. Y así, es preciso prevenir
»sus ánimos para que también ellos lleven en pa-
»ciencia este trabajo, dorándoles la realidad con
>algún color. > Díjose, pues, á los indios, que el
mucho amor que tenían á los misioneros el Rey y
— 147 —
sus superiores mayores, les obligaban á llamarlos
á España por deseo de verlos. Mas no pudo, á pe-
sar de ésto, disimularse la verdad, que entendieron
muy bien los bárbaros. Porque, habiendo ido para
la ejecución varios soldados, que no todos eran
tan prudentes como su Jefe, supieron los indios
adonde iban los Padres, y que ya ni entre los espa-
ñoles quedaba Jesuíta alguno. Con lo cual aprehen-
dieron todo el peso de la desgracia que les sobre-
venía y de la suerte de los Jesuítas. Retiráronse á sus
toldos y empezó un lamento continuo que duró casi
toda la noche. Por su parte, el cacique acudió á la
casa de los Padres para enterarse de ellos si volverían
ó no. Respondieron ellos que no lo sabían, pero
que esperaban que el Capitán grande (así llaman
en su idioma al Rey) les enviaría cuentas, plata y
cuanto necesitaran; así como ya desde luego les
enviaba aquel sacerdote que cuidase de ellos. Era
un clérigo poco antes ordenado, que había estudia-
do con los Padres en el colegio de la Asunción, y
aun el mismo P. Sánchez le había tenido por dis-
cípulo de Teología. De donde sacaba motivos
para recomendárselo. Pero ya le empezaban los
indios á buscar capítulos para mirarlo con descon-
fianza, preguntando: «Sitan íntimo vuestro es, como
»dices, ¿por qué no lleva vestido como vosotros,
>sino que viene sin la ropa larga? (ya que lo veían
>que por el momento estaba vestido con traje ne-
»gro, sí, pero no de sotana). ¿Por qué trae hebillas
>en los zapatos?» En estas y semejantes circuns-
tancias tan menudas reparaba la atención de aque-
— 148 —
líos bárbaros, y cierto que no les tranquilizaban
las diferencias que descubrían.
Entretanto la gente menuda y las mujeres esta-
ban empeñándose con el P. García en que se que-
dase á lo menos él en la reducción «porque para
»ir á ver al Capitán grande», le decían, «basta que
»vaya nuestro Padre (refiriéndose al P. Sánchez
^Labrador) «y tü te puedes quedar con nosotros,
»como lo haces cuando el Padre va á sus viajes.»
Y de hecho, estaban asiéndole y queriendo llevar-
le á sus esteras. Procuró el Padre con buen modo
librarse del empeño; y los indios, por el respeto
que tenían á los misioneros, y disuadidos con las
razones que ellos les daban, no pasaron adelante
en su pretensión. Pero no por eso fueron menores
las muestras de sentimiento que dieron. Consegui-
da la tranquilidad y resignación necesaria, se trató
del embarque en el río para bajar á la Asunción.
Pidieron los Padres testimonio de cómo dejaban la
reducción sosegada, y se lo dieron el Comisiona-
do y los soldados de que por la diligencia de los
misioneros se había logrado la quietud de los Mba-
yás. El trayecto de tres leguas desde el pueblo al
embarcadero estaba lleno de indios Mbayás y Gua-
raníes, que querían dar el último adiós á sus misio-
neros, á quienes por siete años habían tenido, es-
cuchando su doctrina en aquellas tierras, donde
primero no se atrevían á penetrar los españoles;
espectáculo de gran lástima, y que arrancaba lá-
grimas de los ojos de los presentes. Embarcados
el 19 de Agosto, llegaban tres días después los
— 149 —
misioneros á la Asunción, á los cuatro días de ser
deportados los Padres del colegio de aquella ciu-
dad para Buenos Aires.
También en la Asunción encontró lástima entre
sus ilustres vecinos la desgracia de los Jesuítas mi-
sioneros; y muchos los salieron á ver llegar por el
río, y los recibieron con las lágrimas en los ojos.
Su alojamiento en la ciudad fué el convento de la
Merced, donde fueron tratados con gran afecto
de caridad religiosa por los Padres, distinguiéndo-
se entre todos el P. Comendador Pessoa.
Mientras se disponía lo necesario para el segun-
do embarque y traslación á Buenos Aires, llega-
ron dos caciques Mbayás con varios vasallos su-
yos, que todos iban á despedirse por ultima vez de
los Padres. Indagado su paradero, por no haberlos
hallado en el colegio, donde los habían ido á buscar
como otras veces, se presentaron en el convento
de la Merced, sin saber apartarse de los Padres,
confusos de ver lo que sucedía. El uno de ellos,
ya cristiano, que era Epaquiní, llamado en el Bau-
tismo Jaime, representaba nuevos reparos que ha-
bían hecho los Mbayás, sus vasallos, acerca del clé-
rigo que les habían puesto por doctrinero, el cual
no les agradaba; y en particular, insistía mucho en
averiguar por qué había rodeado su casa de una
empalizada, como lo hacen los españoles en sus
fuertes, y por qué estaba allí con guardia de sol-
dados españoles. Satisfízole, como pudo, el P. Sán-
chez Labrador; y últimamente, el cacique le dijo:
«Dile á nuestro Capitán grande (el Rey), que te
— 150 —
» envíe presto; que yo le pido que tenga compa-
isión de nosotros. Tú eres nuestro Padre; te has
»fatigado en buscarnos alivio y en aprender nues-
»tra lengua, y ahora que la sabes, te aparta de
inosotros.» Y sollozando el buen anciano, repitió:
<Dile al Capitán grande, que tenga compasión
>de nosotros, y que yo, Epaquiní, le pido que te
» vuelva á nuestra tierra presto.»
No menos digno de repararse fué el proceder
del otro cacique, Napidrigí, que era el caudillo de la
tribu de los Lichagotegodíes, empeñados en formar
nueva reducción. «Preguntó éste, dice el P. Sán-
»chez Labrador (l), que ¿en dónde estaban losPa-
»dresqueyo le había prometido para ser sus máes-
»tros ó misioneros? Díjele que los pidiese al señor
1 Gobernador, quien tendría cuidado de consolar-
ile á él y á sus vasallos. Yo quiero, respondió él,
ȇ tus hermanos; y estoy admirado de no hallaros
>en vuestra casa, que he visto con solos soldados.
»¿Qué significa ésto? Procuré, por cuantos medios
pude, satisfacerle; pero el indio, con un modo de
desdén, poniéndose la mano derecha sobre los
^labios , y pronunciando en su acostumbrada
^admiración V. V. V. V., añadió estas palabras:
»No vale, no vale el modo de los españoles; y sin
^despedirse, se retiró con los suyos...»
«Lo que causó admiración á todos, dice poco
^después el misionero, fueron las demostraciones
(i) Paraguay Católico , parte tercera, etc., 23, desde el
número 525.
9de sentimiento que en sus tolderías, que estaban
linmediatas á la ciudad, hicieron los inñeles Pa-
lyaguás. Cuando éstos supieron el arresto de los
^Jesuítas, en cierto modo pusieron entredicho á su
>genio alegre. Por la noche lloraban en sus este-
iras el trabajo de los Padres. Uno de ellos, llama-
ido Anapichiguá, Capitán, bien conocido, en su
>modo de hablar la lengua española, delante de
1 muchos españoles y otra gente de castas, dijo:
iLos Payaguás lloran porque irse Paí Teatino, Paí
iTeatino mucho bueno; Pai Teatino no malo. En
»este castellano elegante decían otras cosas de
»poco honor de los españoles, y que se omiten;
> bastando saber que los Payaguás son testigos de
1 muchas maldades de personas que se precian de
^españolas y cristianas.»
Semejante á las de San Javier y Belén fué la eje-
cución del extrañamiento en otras reducciones
nuevas del Chaco y en los bosques del Tarumá.
Entre los misioneros que las regían, son de notar
•elP.Dobrizhoífer, que entonces se hallaba de Cura
■de San Joaquín del Tarumá; y el P. Joséjolís, mi-
sionero de los Pasaines, reducción de Nuestra Se-
ñora del Pilar, autores más tarde, éste de la Storia
del gran Ciaco^ y aquél de la De Abiporibus. A pe-
sar de haber contribuido en todas partes los Pa-
dres á calmar los ánimos de los indios, para que no
hiciesen oposición al extrañamiento, no les faltó
•en alguna parte la calumnia de haber alborotado
ios indios. En la reducción de San Ignacio de To-
bas estaba de Cura el P. Francisco Oroño, y de
— 152 —
compañero el P. Román Arto. Hallándose el Pa-
dre Oroño ausente en Salta, hubo de pasar al
fuerte de Ledesma; y el Capitán del fuerte, con
orden del Gobernador Campero, le prendió allí^
y sin dejarle volver más á la reducción, le des-
pachó á Buenos Aires. Presentóse luego el Capitán
en la reducción de los Tobas con el Capellán
que el Gobernador había elegido, y se hizo la
sustitución con gran paz, como él mismo se lo
escribió á Campero, y se lo dijo Campero al
P Toledo, único Jesuíta que había quedado en
Salta por su cargo de Procurador. Idos ya los Pa-
dres, se dijo que los Tobas habían desamparado el
pueblo; pero que el Capitán les había salido á bus-
car y logrado recogerlos de nuevo; mas que las
causas de la fuga habían sido las exhortaciones del
P. Oroño, quien antes de salir del pueblo había di-
cho á los indios que los españoles los iban á asaltar,,
que resistiesen y le defendiesen á él para que no-
se lo llevaran; y si no, que se huyesen al monte.
La calumnia estaba fraguada de modo que sin oír
á los acusados, pasase como informe de los minis-
tros ejecutores, y así se presenta en la Colección
de Brabo (l), dándola por cierta Bucareli en vir-
tud de una carta que le envía Campero, y toda se-
funda en un dicho atribuido á los indios. Pero en
la realidad no es la relación otra cosa que un te-
jido de. imposibilidades y despropósitos. En efecto,.
(i) Brabo: Colección^ págs. 83, 399.
— 153 —
como arguye el P. Diego González, misionero tam-
bién de los extrañados del Chaco, 6 el P. Oro-
ño alborotó á los indios antes de ser preso, 6 des-
pués. Antes, no pudo ser, porque nada sabía del
arresto. Después, tampoco, porque no tuvo comu-
nicación alguna con ellos (l). Conque la verdad
es que no los alborotó nunca; y aun quizá la mis-
ma fuga momentánea de los indios es un mero ru-
mor echado á volar por conveniencia. Es cierto
que el informe de Javier Robles (2) dice que el
misionero concitó los ánimos antes de ser preso,
con lo que añrma implícitamente que sabía la or-
den de arresto; pero eso es tan absurdo, que mos-
traría ser el misionero un hombre forrado de sim-
pleza, puesto que si hubiera él sabido que le que-
rían prender, y tenido intención de evitarlo, era la
suma necedad irse solo al fuerte, donde estaba la
tropa de Campero. Lo natural era quedarse en su
reducción y aguardar allí en armas, ó huirse al bos-
que con los indios, que ciertamente^ añade el Padre
Ciotizi\ez^ lo hubieran defendido con sus lanzas y
dardos (3). Pero no hizo ni uno ni otro, y se fué al
fuerte, porque en realidad no sabía el arresto, ni
aunque lo hubiera sabido, tenía intención de resis-
tirlo. El mismo informe, escrito de la manera más
basta posible, y donde, en vez de dar razones, se
(i) Ms. sobre las Misiones del Chaco, íol. 278. (Archi-
vo de la provincia de Castilla.)
(2) Brabo: Colección, pág. 85.
(3) P. Diego GonzAlez: Ms. y íol. cit.
— 154 —
profieren injurias contra las personas, denominan-
do á uno maldito^ llamando al sacerdote á quien
calumnia cizaña, autor de la chisma diabólica (i),
y diciendo que se ha puesto en la cárcel un de-
pendiente sin más razón que porqiu scAe la lengua
íanto como los indios: presenta señales de lo mal
hilado de la ficción. Porque afirma su autor que al
ir á llevar el Capellán, le acompañaron los princi-
pales indios del pueblo; lo estableció, y los dejó
sosegados, así lo avisa á Campero. Pues si el Padre
los hubiera alborotado antes, la ocasión de dar se-
ñales de descontento los indios era justamente en el
primer momento, y entonces no hubiera habido tal
sosiego. Dice que el Fadre Juntó d todos los indios
en público y les habló, y á renglón seguido afirma
que los indios principales y curacas no sabían nada.
De donde se ve que todo fué una invención mal
combinada para calumniar al misionero; y que si
realmente se huyeron después los indios del pueblo,
serla por alguna inquietud ó disgusto de tantos
como les causaron los ejecutores, y no por habér-
selo persuadido el Padre, que nunca se lo persua-
dió. Pero de este arte de urdir informes falsos, con
que dañar é infamar á los que aborrecían, eran
maestros tanto Bucareli como Campero; y de ello
se han visto ya algunas muestras más arriba.
Así los misioneros dependientes de la Asunción
como los demás del Chaco, fueron remitidos á
(i) Brabo: Colección, pág. 85.
— 155 —
Buenos Aires, caja destinada para reunirlos y em-
barcarlos, y allí se encontraron con los Jesuítas
que habían ido llegando de las casas más remo-
tas, como Salta, Santiago del Estero y Tucumán,
teniendo que aguardar en estrecha prisión hasta
Mayo del año siguiente.
Lo que en aquellos meses padecieron los arres-
tados, se puede conjeturar por lo que había suce-
dido á los del mismo Buenos Aires: siendo más pe-
sados los trabajos, porque aquéllos estuvieron en-
cerrados en la casa de Ejercicios de Belén tres
meses, y en éstos, el plazo fué de más de medio
año. Bucareli se mostró con ellos como había
aparecido desde el principio: áspero y rencoroso
con los Jesuítas, procurando agravar con sus in-
sultos y desmanes la suerte humanamente lasti-
mosa de los expatriados. Ya se ha dicho que nin-
guno de los de la primera expedición, á pesar de
haber durado tres meses en su encierro, pudo ce-
lebrar Misa, ni aun oírla. Con los de la segunda, se
guardó al principio el mismo rigor. ¿En qué dere-
cho se apoyaría Bucareli para obrar así? No es fá-
cil saberlo, porque ninguno había. Pero habiendo
hecho los encarcelados solicitud al Obispo y al
mismo Gobernador para que se les permitiese ce-
lebrar, y no les privasen por más tiempo de aquel
consuelo, el Gobernador dio una respuesta en que
á la arbitrariedad añadió el escarnio. «Es natural,
>dijo, que no digan ni oigan Misa. Como los Pa-
»dres están cometiendo cada día nuevos sacrile-
>g¡os, bien pueden pasar sin celebrar Misa. Tam-
- 156-
>poco yo la celebro* (l). Más humano fué el Obis-
po, á pesar de que en aquel tiempo en que los v¡6
caídos, se había declarado especialmente enemigo
de los Jesuítas, contra los que siempre había tenido
prevención* En la ocasión presente dio licencia
para que un Padre de los arrestados por turno di -
jese Misa, que los demás pudiesen oír; y con el
tiempo llegaron á tener licencia todos. Acostum-
braban antes los vecinos de la ciudad á llamar á los
Padres Jesuítas con mucha frecuencia para asistir á
los moribundos, y hallándose ahora tantos de
aquellos Padres en la casa inmediata á su colegio
de Belén, comenzaron á buscar este remedio para
sus almas varios enfermos de gravedad; pero el
Gobernador jamás quiso dar licencia para que en
seis meses acudiera ni uno solo de los Jesuítas á
este ministerio, prefiriendo que muriesen sin sa-
cramentos, como en efecto sucedió con más de
30 enfermos de familias conocidas (2). Estas
continuas peticiones, y el disgusto ostensible que
causó en los moradores de Buenos Aires la de-
mostración de tapiar las puertas de la iglesia en
los colegios de San Ignacio y Belén, agriaron aún
más el ánimo de Bucareli. Decía la gente que, á
seguir á aquel paso, antes de diez años ya no que-
daría ni rastro de religión en toda la provincia.
Agregaban que fácilmente se hubiesen entregado
( 1 ) Kobler: P, P lorian Baucke^ cap. vi, § 2 , pág. 563 . Ed.
RatisboDa, 1870.
(2) Koblbr: P, F lorian Baticke, pág. 664.
— 157 —
á cualquier potencia marítima que se presentara
con fuerzas suficientes, con la condición de que
les garantizase el ejercicio de la religión católica y
la permanencia de los Jesuítas en el país (l). Se-
mejantes muestras de afecto de la gente del país
en favor de los expatriados, pusieron tan fuera de
sí á Bucareli, que no contento con redoblar las
guardias en el edificio de los prisioneros, mandó
arrestar á varios de éstos en sus propios aposen-
tos con centinelas de vista, y envió á intimar á los
Padres la amenaza de que se guardasen bien de
tratar, de cualquier modo que fuese, con ninguna
persona de la ciudad; porque de lo contrario, los
colgaría á todos como un racimo en la Plaza Ma-
yor (2), A tanto había llegado su infatuación, que
parece que creía que en virtud del decreto de ex-
trañamiento, quedaba él legítimamente constituí-
do señor despótico de vidas y haciendas, y el que
echaba en cara á los Jesuítas sacrilegios, inventa-
dos por su fantasía para calumniarlos, no vacilaba
en amenazar con un sacrilegio y atentado tan
monstruoso como el de dar por semejante motivo
afrentosa muerte á personas consagradas á Dios y
exentas de su jurisdicción por todos los derechos.
A tan desaforada amenaza, contestaron, dice ti
P. Pauke, los Jesuítas por medio del Mayor, á cuya
inmediata custodia estaban, que nada tendrían que
decir contra semejante pena de horca^ como se les
(i) Koblbr: F. Floridn Baucke^ pág. 664.
(2) Ibid, pág. 665.
- 158 -
demostrase que la habían merecido y y que el decreto
del Rey llegaba hasta prescribir que fuesen casti^
gados con pena de muerte. Que por lo demás ^ ha-
hiendo de pasar en seguida a España ^ donde esta-
rían mds cerca de Su Majestad, si acaso era preci-
so venir al extremo de la última pena, quedaba
tiempo^ y podía diferirse para cuando estuviesen
allá; y asi esperaban que Su Excelencia no se dejaría
transportar de tan desusado rigor contra unos sacer-
dotes á quienes no había podido hasta el presente
echar en cara delito digno de tan ignominioso su-
plicio. Y por lo que tocaba á la comunicación con
los españoles, ni mantenían ninguna^ ni la manten-
drían en adelante] pues querían cumplir respetuosa
y puntualmente su mandato. Que su único deseo era
que se informase en particular sobre su conducta,
del Mayor y de los Oficiales que los custodia-
ban^ (i). Recibió la respuesta el Gobernador, y
nada más dijo en adelante.
Estas y otras tropelías y tristes sucesos experi-
mentados en aquellos meses de encerramiento, hi-
cieron escribir al P. Sánchez Labrador en su Pa-
raguay Católico', «La ciudad de Buenos Aires,
caja determinada... para nosotros fué cerrada,
por el encierro casi inhumano y trato que expe-
rimentamos. Huye la memoria del recuerdo, y
la pluma no da tinta para relacionarlo, temiendo
el escándalo del orbe cristiano» (2).
(1) Kobler: P, Floridti Baucke, pág. 665.
(2) P. Sánchez Labrador: Paraguay Católico, parte iii,
§ 23, n. 533.
— 159 —
SEGUNDA EXPEDICIÓN DE JESUÍTAS
DEL PARAGUAY A EUROPA
Después de la dura cautívidad de Buenos Aires>
llegó por fin el día en que los Jesuítas allí deteni-
nidos habían de emprender viaje á Europa, que
fué cuando en el puerto hubo nave disponible que
los pudiese conducir. Era ésta una fragata de 36
cañones, llegada de España á Montevideo á fines
del mes de Marzo de 1 768, cuyo nombre era La
Esmeralda^ y su Capitán D. Mateo del Collado
Nieto (l), hombre de carácter áspero, con el que
dio harto que merecer á los Jesuítas que transpor-
taba, como si las principales personas que habían
de intervenir en el extrañamiento estuviesen con-
cordes con el tono del Gobernador de Buenos
Aires. Hízose á la vela esta nave desde Montevi-
deo á 6 de Mayo de 1 768 (2), llevando á bordo
151 Jesuítas. Mucho fué lo que padecieron por el
( 1 ) Ignoro por qué causa se hallan transformados nom-
bre y apellido de este Capitán en la narración publicada
por el P. Kobler: P, Floridn BauckCy ]>ágs. 673-sqq; lla-
mándole D. Pedro Villano. El nombre del texto es el que
aparece en el documento original fírmado por él mismo
en calidad de Comandante de la fragata * Esmeraldas ^ ha-
ciéndose cargo de los 153 Jesuítas en diversas fechas, 17
de Marzo, 29 de Marzo y 13 de Abril de 1768, y fírmando
las tres veces D. Mateo del Collado. (Río Janeiro, Colee--
ción Angelis, xv-39.)
(2) PeramXs: Joann Ángel. Amilaga.
— x6o —
poco cuidado que se tuvo con ellos al embarcarlos
en Buenos Aires, donde estuvieron dos días amon-
. tonados bajo una carpa después de una lluvia to-
rrencial, metidos en medio de la humedad y dur-
miendo en el suelo; y después en la navegación,
durante la cual muchos cayeron enfermos por la
estrechez, 6 más bien hacinamiento, con que iban
en el buque, y el mal tratamiento que recibieron
en cuanto á la alimentación, á pesar de que se ha-
bían hecho grandes provisiones á bordo, de las
cuales dice el P. Pauke (i): <í Habían costado milla-
res de pesos y por ser orden del Rey que en alimento
y vestido se nos procurase no sólo lo que pedia la
necesidad^ sino aun lo que tocaba en regalo, Y sise
hubieran empleado con nosotros las provisiones que
se habían reunido, no hiciéramos experimentado
penuria alguna, como de hecho la sufrimos en oca-
sienes.^ Esta y otras incomodidades del viaje con
algunos otros sucesos, y en especial el peligro en
que se vieron por causa de una deshecha tormenta
que se les levantó al segundo día de navegación,
pueden leerse en el relato del misionero delosMo-
covíes P. Pauke, tantas veces citado.
Arribados finalmente al Puerto de Santa María
á 22 de Agosto de 1768, fueron hospedados como
los primeros (que ya habían salido de allí por Ju-
nio), al principio en el Hospicio de los misioneros,
ú Hospicio de los Apóstoles, como se le llamaba por
otro nombre, á causa del destino de los que allí se
(i) Pág. 668.
— i6i —
juntaban para ir á ejercer en las gentilidades de
América las tareas apostólicas. Más tarde fueron
distribuidos en varios conventos de religiosos. El
tratamiento en general fué mejor en España que
el que habían soportado en América; pero siempre
se vio el empeño de aparentar muchas formalida-
des y exámenes, para que apareciesen los Jesuítas
como grandes criminales á los ojos del pueblo,
que no sabía lo que se les preguntaba, siendo así
que todos los interrogatorios se reducían á pre-
guntas generales, cuya repuesta era ya sabida y la
habían dado los arrestados varias veces, ó á cues-
tiones impertinentes, como las que refiere el Padre
Pauke; y jamás se les interrogaba de crimen algu-
no de los que se habían divulgado. Es verdad que
á los misioneros de Chiloé y de California los en-
carcelaron y les formaron causa sobre haber esta-
do en tratos con escuadras enemigas para entre-
gar aquellas regiones al^extranjero; resultando de
la indagación que en los años á que se refería el
cargo, ningán buque había tocado en aquellas cos-
tas, ó á lo más hábil sido uno de los galeones es-
pañoles, lo que no excusó á los Jesuítas de Amé-
rica varios años de cárcel.
A 13 de Marzo del año de 1 769 recibieron los
Jesuítas alemanes la noticia de un decreto del Rey,
en que se decía que los que quisieran ir en dere-
chura á Alemania diesen sus nombres; los demás
serían transportados á Italia. Diez y ocho fueron los
que se reunieron para el viaje, dándoles el Erario
real recursos para fletar un buque y costear su pa-
II
— l62 —
saje, y de ellos algunos eran de la provincia del
Paraguay, entre los cuales se contaba el P. Florián
Pauke, misionero de la reducción de San Javier de
Mocovíes, quien describe este viaje por Holanda
hasta restituirse á su país. Los demás Jesuítas del
Paraguay, dentro de poco fueron transportados á
Italia directamente, sin pasar por las calamidades
de los primeros, que habían tenido que andar erran-
tes por las islas y repúblicas septentrionales de
aquella nación, y fueron á juntarse á sus antiguos
compañeros, domiciliados ya por la mayor parte
en la ciudad de Faenza.
MISIONEROS DE CHIQUITOS
Diez reducciones tenían los Jesuítas del Para-
guay á la fecha del extrañamiento en la nación de
los Chiquitos: San Javier, la Inmaculada Concep-
cinó, San Rafael, San Miguel, San José, San Juan>
Santiago, Santa Ana, el Sagrado Corazón de Je-
sús y San Ignacio. Su lejanía de Buenos Aires, cen-
tro de reunión para los Jesuítas del Río de la Pla-
ta, de donde distaban más de 6oo leguas, hizo
que fuese encargada la expulsión, no al Goberna-
dor Bucareli, sino al Presidente de la Audiencia
Real de los Charcas, que lo era entonces interina-
mente D. Victorino Martínez de Tineo, por muer-
te de D. Juan Francisco Pestaña en una expedi-
ción desgraciada contra Matogrosso. Remitióle
— 163 —
Bucareli los pliegos pertenecientes al asunto á 12
de Junio de 1 767, recibiéndolos él á 19 de Julio,
y avisando que tenía determinado hacer la expul-
sión el día 4 de Septiembre del mismo año (l).
La expulsión encomendada á este Ministro com-
prendía el colegio de Tarija con las Misiones de
Chiquitos á él anejas, uno y otras pertenecientes
á la provincia jesuítica del Paraguay, y las Misio-
nes de Mojos con otras casas que tocaban á la
provincia del Perú. En lo cual se atendía á la dis-
tancia de los lugares, cuando no se podía cómo-
damente seguir la división civil ó religiosa estable-
cida. Era D. Victorino Martínez de Tineo, al de-
cir de Bucareli, sujeto comprendido en el univer^
sal contagio y fanatismo (palabras enfáticas de su
jerga especial, que signiñcan que era afecto á los
Jesuítas, y que igualmente lo eran todos los habi-
tantes de estas regiones), como lo prueba, añade ,
haber dicho en público, según consta de la depo-
sición de varios testigos, que si hubiera tenido an-
ticipada noticia de la disposición tomcuia contra los
.Jesuítas^ habría dejado el empleo para libertarse
de ser instrumento de practicarla (2). A pesar de
esta aserción de Bucareli, procedió, según se verá,
como si hubiera sido un gran enemigo, sin tener
consideración á la edad, ni á las enfermedades, ni
(i) Carta de Bucareli á Aranda, íecha 6 de Septiem-
bre de 1767.
(2) Carta de Bucareli á Aranda, á 28 de Marzo de 1 768.
(Brabo: Cokccidny ^ig, 110.)
— 164 —
á las diñcultades de un camino asperísimo de cen-
tenares de leguas á caballo por enriscadas cordi-
lleras; y así fueron varios los expatriados que no
alcanzaron á salir de su distrito,' sino que pere-
cieron en él, víctimas de la inclemencia con que
se les hizo emprender una marcha, de la que el
mismo Decreto real, y ciertamente todas las leyes
de la humanidad, los tenían dispensados.
Para ejecutar el extrañamiento en las Misiones
de Chiquitos, eligió el Presidente áD. Diego Anto-
nio Martínez, Teniente coronel del ejército y Ca-
pitán del regimiento de infantería de Mallorca, quien
se hallaba en Santa Cruz de la Sierra. Las circuns-
tancias habían facilitado la reunión de fuerzas
relativamente considerables y pocas veces vistas
en aquellas tierras, que pudieron servir para ve-
rificar el extrañamiento con el aparato militar que
pretendía el recelo de muchos y suponía la ins-
trucción del Conde de Aranda. Incansables los
])Ortugueses en su tarea de irocupando los dominios
del Rey de España en América, sin retirar el pie
de donde una vez lo habían llegado á poner: se
habían establecido por los años de 1740, junto al
territorio de los indios Mojos. El Superior de los
Jesuítas, á cuyo cuidado estaban aquellas reduc-
ciones, advirtió cortésmente al jefe portugués que
allí se había situado, que no podía ocupar aque-
llas tierras sin traspasar los tratados con el Rey de
España. Respondió con no menor formalidad el
portugués que había estado siempre muy lejos de
su intención el faltar á los tratados entre las dos
- i6s-
coronas, y continuó tranquilamente en su puesto
sin moverse un paso atrás. Dio aviso de todo el
P. Superior al Gobernador de Santa Cruz de la
Sierra; y éste, armando un cuerpo de tropa com-
petente, se dirigió á aquel punto y desalojó al por-
tugués. Pero como la cualidad predominante de los
portugueses en América fuese la constancia, al
cabo de poco tiempo volvieron al mismo paraje,
y aprovechándose de las tramitaciones del tratado
de 1750, establecieron allí un fuerte que se llamó
de La Estacada^ en el antiguo pueblo y misión
española de Santa Rosa. En los años anteriores al
extrañamiento, había recibido el Presidente de la
Real Audiencia de Charcas, Coronel D. Juan Pes-
taña, la orden de reunir tropas y acometer al
fuerte de La Estacada, hasta echar de una vez de
allí á los portugueses. Organizó él con mucho tino
su tropa en número que le pareció suñciente; pe-
ro después de haber hecho los largos y penosos
viajes que eran necesarios en regiones tan dilata-
das, se halló enfrente de la fortaleza enemiga, y
echó de ver que no tenía bastantes fuerzas para
vencer á los portugueses y obligarlos á ceder el
terreno, tanto más, cuanto que de prolongarse un
asedio, tenían ellos cerca los recursos en la provin-
cia de Matogrosso, de donde les llegaría el auxilio,
utilizando todos los esfuerzos del español. Re-
solvió, pues, bien á pesar suyo, desistir por enton-
ces del ataque y emprender la retirada, en la que
él mismo perdió la vida por efecto de las enferme-
dades que contrajo en la campaña. Quedaban es-
— i66 —
parcidas en varios puntos las tropas destinadas á
aquella operación, mientras aguardaban nuevas
órdenes ó refuerzos de España. De esta suerte, las
tropas que no habían tenido fuerza para desalojar
al portugués, se emplearon para expulsar á los Je-
suítas de Chiquitos y Mojos. Por su parte, los por-
tugueses, no molestados ya del español, consoli-
daron más aquella fortaleza, que recibió desde en-
tonces el nombre de Fuerte del Príncipe de Beira,
El Teniente coronel Martínez, al frente de un des-
tacamento de su tropa, había sido enviado, con
ocasión de la expedición de Pestaña, á ocupar los
pueblos de Santa Ana y San Rafael de Chiquitos,
por si los portugueses intentaban , como se presu-
mía, algún amago por aquella parte. En aquellos
pueblos había estado al pie de un año, tratando
con los Padres y con los indios, y admirando el
régimen y orden que en ellos resplandecía, y á la
sazón se hallaba de vuelta en Santa Cruz de la
Sierra (l).
Recibida por el Teniente coronel Martínez la
comisión, partió de Santa Cruz á 2 1 de Agosto al
frente de 8o soldados de caballería, y se dirigió á
los Chiquitos, donde tenía orden de ejecutar el ex-
trañamiento para el día 4 de Septiembre de 17^7-
Mucho antes de llegar á las Misiones, y en medio
de aquellas vastas soledades, llamó á consejo á sus
Oficiales para resolver cuál había de ser el modo
de proceder en aquella expedición, ya que no era
(i) Pbra.mAs: Stephanus Pallozzi, §. xxv sqq., pág. 317.
— 167 -*
posible mantener el secreto sobre el extrañamien-
to, pues el 16 de Agosto se sabía ya en Chuquisa-
ca haberse ejecutado la medida en las tres provin-
cias de Paraguay, Tucumán y Río de la Plata. Dos
fueron los pareceres, diametralmente opuestos
entre sí. El primero, que se habían de sorprender
los Jesuítas, y al punto se habían de sacar de las
Misiones. El segundo, que nada se había de hacer
en el asunto, que no íuese conforme al parecer y
determinación de los Padres; pues de lo contrario
se arriesgaba el éxito, y podía haber lugar á las
más graves consecuencias, atento el amor que los
indios profesaban á los misioneros, y las condicio-
nes guerreras de que estaban dotados. No faltaron
quienes reclamaran de este parecer; pero, en efec-
to, se procedió conforme á él, y se vió^ dice el
P. Peramás (l), un espectáculo al que quizá no se le
hallaba precedente alguno en la historia: el de un
hombre que de su voluntad ensene á otros el modo
de arrojarle ignominiosamente de su casa á pade-
cer innumerables calamidades^ y que los guie en
toda la ejecución-^ (2).
Presentóse, pues, el Comisionado en San Javier,
que era el primer pueblo que se ofrecía al paso, y
donde residía el P. Procurador de las Misiones, es-
tando allí á la sazón haciendo la visita el P. Supe-
rior José Rodríguez. Conducido por éste con el
Cura del pueblo y su Compañero aun aposento de
(1) PbrámAs: loanncs Messner^ § xxxii, pág. 196.
/2) Ibid.
— i68 —
la casa para obsequiarle, sinsaberaúnáloquevenía,
hizo el Jefe entrar á cuatro de sus Oficiales, y pi-
dió ai Superior que jurase obedecer á las órdenes
que tenía que intimarle de parte del Rey. Lo cual
hizo Martínez, no porque dudase de la obediencia
de los Padres, que tenía bien experimentada, sina
porque nadie pudiese acusarle de haber omitido
las formalidades prescritas ó mayormente condu-
centes; que no todos los que iban con él eran de
sus mismos sentimientos. Respondió el Superior
que no había necesidad de juramento; pues bien
sabía él, habiendo nioradoen aquellos pueblos con
su tropa, cuánta era la fidelidad que siempre ha-
bían tenido y tenían actualmente al Rey, sin que
pudiera explicarse de otro modo lo que habían
hecho á costa de tantas fatigas, padecimientos y
aun muertes, hasta reducir aquellas naciones, á las
cuales no podían entrar antes los españoles, y traer-
las al servicio de Dios y á la obediencia del Rey,
dilatando así el imperio de España. Convino el
Comisario en que no había necesidad de jurar; é
intimada la orden de extrañamiento, únicamente
exigió á los Padres que nada dijeran á los indios,
hasta que, preparados poco á poco los ánimos, se
les pudiese notificar el decreto del Rey sin peligra
de alborotos (i).
(i) PbramXs: loannes Messner, § xxxiv.— El Sr. Remé-
MoRBNO {Catálogo del Archivo de Mojos y Chiquitos, se-
gunda parte, § VI, pág. 315. Ed. Santiago de Chile, 1888)
narra el hecho de este modo: cLlegado Martínez el i.^dc
— lóg —
Tratóse luego de determinar el modo como se
lograría el intento. Y lo que los Padres aconseja-
ron fué que á los pueblos donde no había habido
guarnición, no convenía que se enviase tropa, sino
solo un Oñcial acompañado de un Padre Jesuíta,
porque esto no les podía llamar la atención, es-
tando los neófitos enterados desde tiempos atrás,
de que el censo de las familias para señalar el tri-
buto se hacía delante de un Comisionado real.
Pero á los pueblos donde ya había estado aqam-
pada la tropa, podían ir soldados; porque los na-
turales pensarían que no iban más que á lo que
habían ido el año anterior.
He aquí cómo se verificó la expulsión en San-
tiago, uno de los pueblos más lejanos, distante más
Septiembre de 1767 á San Javier, Procuraduría general en-
tonces, y llave de entrada á estas Misiones, el 4 en la ma-
drugada hizo rodear calladamente con tropa el colegio
de los Jesuítas. Residía allí en aquel momento el Superior
general de Chiquitos, Don Joseí Rodríguez y cuatro mi-
sioneros más. La campana que llamaba á la Comunidad
sonó, y al punto fueron pareciendo los Padres. El P. Pro-
curador Don Antonio Priego, entrando primero al locu-
torio donde aguardaban los Comisarios del Teniente co-
ronel Martínez, apagó un candil que traía en la mano, y
dijo: ¿Se trata del extrañamiento de todos los Jesuítas de
los dominios del Rey? Prevenidos estaraos ya los de estas
Misiones, y prontos á obedecer.» Esta descripción, aun-
que resulta más dramática, no parece que sea exacta. No
era al Procurador de las Misiones á quien tocaba expre-
sar su obediencia, sino al Superior. Por otra parte, entre
el testimonio del P. Peramás, que tomó sus datos de boca
— 170 —
de 100 leguas de San Javier. Era Cura de aquel
pueblo el P, Narciso Patzi, y Compañero el Padre
José Peleyá. Escribió á los dos misioneros el Supe-
rior P. José Rodríguez la novedad que había con
el mandato del Rey, y que por tanto preparasen
la partida sin dar nada á entender, imponiéndoles
precepto de santa obediencia de que nada dijesen
á los indios del destierro á que estaban condena-
dos. Con qué sentimiento recibirían tal noticia, ya
se deja presumir, y más cuando, si bien podían
tratar de ello entre sí para consolarse en algún
modo 6 tomar providencias, no lo podían hacer
con los indios. Y así, aunque el amor de sus neó-
ñtos, á los cuales acababan de agregar 200 fami-
lias, les arrancaba á veces lágrimas de los ojos,
era preciso enjugarlas forzadamente en público, y
de los mismos misioneros que intervinieron en el acto, y
el escritor que, registrando los documentos ciento y más
años después, halla que faltan hasta los Autos pertene-
cientes á la intimación (Rbné-Morbmo: íbid.^ pág. 512), y
que se ve obligado á suplirlo con otros documentos suel-
tos y probablemente con algunas analogías que pudieron
intervenir en todas las ejecuciones ó estaban prescritas
como normas para los casos ordinarios en la instrucción
del extrañamiento, no puede ser dudosa la elección. Por
eso, aunque podía haber sucedido que los misioneros de
Chiquitos hubiesen tenido noticia de que se preparaba la
expulsión, se ha preferido al tratar del hecho como fué
en realidad, el relato del P. Peramás, que dice que no la
tenían: ignari penitus quid sibi illi vellent, et quantum
mali apportarent. {loannes Messner, § xxxiv.) Y otro tanto
se ha hecho en cuanto á las demás circunstancias.
■•• .
— 171 —
llorar sólo en secreto, por no descubrir lo que tan
apretadamente se les mandaba tener oculto. Por
su parte el Comisario Martínez había ordenado al
Capitán Jaime Gutiérrez, que acompañado del Pa-
dre Jesuíta Joaquín Camaño, estaba comisionado
para hacerSe cargo de Santiago, que levantase en
secreto el inventario de los haberes del pueblo, y
acabado, se trasladase al siguiente pueblo, lleván-
dose consigo uno de los dos sacerdotes que en ca-
da uno había, que era el plan aconsejado por los
Padres, para que así pudiera ir ejecutándose sin
ruido el decreto de extrañamiento.
Cuando ya los dos enviados se aproximaban al
pueblo, dieron á los indios noticia de^su llegada
los PP. Patzi y Peleyá, significándoles que, pues
aquél era un ministro muy autorizado del Rey,
convenía hacerle recibimiento solemne. Prevíno-
se, por tanto, una fiesta de regocijo para recibir al
que les llevaba motivos de tanta tristeza. Toma-
ron los indios con empeño la insinuación de sus
pastores. A la entrada del pueblo estaban aguardan-
do ár los huéspedes los niños divididos en dos cua-
drillas, cada una con su jefe al frente. Seguían á
las hileras de niños otras dos de jóvenes, y en me-
dio de ellos cantaban los músicos y tañían sus ins-
trumentos de flautas, trompas y otros; y todos
iban, según su estilo, adornados de plumas de vis-
tosos colores arregladas con prolijo arte. Los hom-
bres á caballo en compañía de los cabildantes y
de los PP. Patzi y Peleyá, salieron á encontrar á
Gutiérrez fuera y á alguna distancia de la pobla-
— 172 —
ción, y le saludaron y condujeron á ella con gran
des demostraciones de alegría, tocándose las cam-
panas como en las mayores ñestas.
Dos días se detuvo allí solamente el Comisiona-
do para hacer el inventario de los bienes del pue-
blo; y luego, en compañía del mismo P. Camaño,
que le servía también de defensa contra los bár-
baros infieles, que andan en gran número vagando
por aquellos parajes, se encaminó al pueblo del
Santo Corazón, el más lejano de todas las Misio-
nes, y el último hacia la parte del río Paraguay.
Santo Corazón^ dice René-Moreno (l), se miraba
entonces y puede mirarse todavía^ como el confín del
mundo» — Hecho también ,el inventario de aquel
pueblo, tomó consigo al P. Francisco Javier Gue-
vara, dejando al Cura, P. Francisco Chueca. Ha-
bía de regresar por el pueblo de Santiago, y allí
también dividió los Jesuítas, llevándose al P. Pe-
leyá, y dejando al P. Patzi. Extrañáronse un tan-
to los indios de que se quedase éste y aquél se
fuera en compañía del Comisionado y del P. Ca-
maño, y aun llegaron á recelar algo nada agrada-
ble; pero se aquietaron finalmente, así por quedar-
les el Cura, como por haberles dicho el P. Peleyá
que iba á ver á los otros Padres Misioneros, cosa
que ya alguna otra vez había hecho.
De este mismo modo se procedió en los demás
pueblos, yéndose uno de los Padres y quedándose
(i) 'Rxtut'^oKEnox Archivo de Mojos y Chiquitos^ pági"
na 315.
— 173 —
el otro; de suerte que en el espacio de ocho me-
ses salieron por secciones todos los Jesuítas, orde-
nando todo con bastante prudencia el ejecutor, y
trabajando los Padres en sosegar las turbaciones
que en algunos pueblos se originaron, como lo
consiguieron, hasta quedar allí sus sucesores en-
viados de Santa Cruz. Y es claro que al final hubo
de manifestarse á los indios, ya dispuestos con lo
que habían presenciado, que sus antiguos Padres
dejaban de ser sus Curas, aun cuando no se les
arrancase totalmente la esperanza de volverlos á
ver con el tiempo, como ni los mismos Jesuítas
dudaban que llegaría á suceder. A 2 de Noviembre
de I767,.despachó el ejecutor una partida de 13
Padres á cargo de un Oficial y algunos soldados.
El 28 de Diciembre inmediato envió otra partida
de seis Padres, y con ella marchó la tropa arma-
da de la expedición. Por fin, el 2 de Abril del año
siguiente pudo enviar los cuatro últimos misione-
ros que quedaban en Chiquitos (l).
(1) Así Ke^É'Moreho: Arc/fivo dg Mojos y Chiquitos,
segunda parte. Introducción, §6, pág. 322. — Indudable-
mente hay error en el número de alguna de estas parti-
das; porque los misioneros de Chiquitos eran 24, como
consta de la lista del extrañamiento, que se conserva en
el Archivo general de Buenos Aires; y de la suma de es-
tas tres expediciones, sólo resultan 23. Además, los mis-
mos documentos catalogados por el Sr. René-Moreno,
muestran el error. El núm. xi del vol. 23 es un oficio del
Presidente de Charcas sobre que se había recibido con
complacencia la nueva de que el dos de Abril anterior sa-
A
— 174 —
Entre los Jesuítas que se hallaban en Chiquitos
había algunos que por su edad ó por sus achaques
era probable que no habían de poder resistir las
fatigas de un viaje como el que se les esperaba. En
particular son de notar el P. Juan Messner, Cura de
San Ignacio, asmático y de edad de sesenta y siete
años; el P. IgnacioChomé, de setentay un años, que
estaba en San Javier postrado en cama sin poder
menearse, y el P. Esteban Pallozzi, Cura de San Ra-
fael, también de setenta años. Era el ejecutor Mar-
tínez, áspero por carácter; pero viendo las cosa de
cerca, juzgó que sería inhumanidad obligarles á sa-
lir con los demás, y determinó que mientras llegaba
la respuesta de Charcas, adonde escribía represen-
licran de Chiquitos los cuatro últimos Jcsuitas que queda*
ban de los veinticuatro que ocuparon aquellas Misiones,
Luego, habiendo sido positívamente seis los que partie-
ron el 28 de Diciembre (oficio del Presidente de Charcas,
vol. XXXIII, n. VI, pág. 327), sigúese que la primera expe-
dición hubo de ser de catorce. — De estos documentos
se deduce también que la especie que contiene el oficio
del Presidente á 4 de Abril de 1768 sobre que el Jesuíta
P. Narciso Patzi anduviese buscando pretextos para que-
darse (á la cual parece dar entero crédito el colector, pá-
gina 552) probablemente no tiene más fundamento que
alguna calumnia de las muchas que se forjaron en todo
tiempo, y más en aquél, contra los Jesuítas, y fueron ad-
mitidas en los documentos. Cuando el Presidente andaba
tan lleno de sospechas y solícito para que sacasen de
Chiquitos al P. Patzi (4 de Abril de 1768, pág. 327, vol. vi),
ya el P. Patzi había salido, pues los cuatro últimos db
LOS 24 QUE HABÍA fuerou remitidos á 2 de Abril, y de su
remisión avisa haber recibido la noticia el mismo Presi-
— 175 —
tando estas circunstanciaSi quedasen aquellos Pa-
dres en los pueblos en que estaban; y aun después»
habiéndole pedido el P. Messner que le trasladase
al pueblo de San Rafael, donde no sufriría el gran
desconsuelo suyo y de sus feligreses, que no le deja-
ban un punto, haciéndole oír de continuo sus lá-
grimas y lamentos, y podría aprovecharse del
ejemplo y virtudes del santo anciano P. Pallpzzi,
condescendió con su deseo. Mientras tanto escri-
bía el ejecutor al Presidente de la Audiencia de
Charcas, que aquellos Jesuítas no podían empren-
der el viaje, y que le parecía de todo punto nece-
sario que se quedasen; lo cual, no sólo no traería
inconveniente alguno, sino que pi^r el contrario,
dente á 9 de Mayo (vol. 23, núm. xi, pág. 328).— Por lo
demás, el fundamento que parece se da á la intención del
P. Patzi de quedarse en el Alto Perú, es absolutamente
inexacto. Supónese que el P. Patzi era natural de aquella
región: era un alto-ptruano natural de Chichas í'René-Mo-
RENO, Archivo, etc., nota 193, pág. 552); y de aquí le debe-
ría venir el deseo de quedarse en su ^^\x\?^^ fugarse ¿ irse
d vivir con su hermano en Oploca (carta cit. del Presiden-
te, pág. 327, á 4 de Abril). Pero el P. Patzi era europeo,
nacido en San Martín de la Nuve en Cataluña, admitido
en la Compañía en el Noviciado de Tarragona, y traído á
América en la expedición del P. Orosz en 1748. Así se
halla consignado en la lista original de mano del mismo
P. Orosz, que se conserva en el Archivo general de Bue-
nos Aires, legajo «42, 1600-1750-60 (Jesuítas) Guerra gua-
ranítica». P. Narcissus Patzi San Martín db la Nuve, Ca-
talaunus, natus 20 Mart. 1727, ingressus in Societ. Tarra-
CONB. 31 Dec. 1746. Studia: Absolvit Philosophiae trien-
nium.
— 176 —
sería de gran utilidad, pues podrían servir parte
para enseñar la lengua á los nuevos Curas, parte
para mantener en sosiego y consolar á los indios,
de quienes por experiencia había conocido cuan
amados eran. La respuesta que despachó el Presi-
dente Tineo por correo expreso, rechazó categó-
ricamente las indicaciones del Teniente coronel
ejecutor. Decíase en ella, con fecha 5 de Diciem-
bre de 1767, que se desechaba como inconveniente
y contrario á las Reales instrucciones del extraña-
miento el que quedase ningún sujeto déla Compañía
de yesús en aquellos pueblos ^ aun á título de viejo
ó de enfermedad habitual como ahora se propo-
nía (i).
Fué sacado, pues, el P. Chomé de la cama y
puesto en una hamaca, llevada por dos robustos
indios, y de esta manera recorrió las 60 le-
guas que dista San Javier de Santa Cruz de la Sie-
rra. Empieza allí, en las lOO leguas que hay hasta
Cochabamba, otro camino mucho más áspero por
lo fatigoso y empinado de la cordillera de los An-
des. También este camino hubo de pasarlo el Pa-
dre, tan descaecido ya de fuerzas, que los sacer-
dotes que le acompañaban le hubieron de decir la
recomendación del alma, creyendo que les iba á
expirar entre las manos. Llegados á Cochabamba,
parecía que aquella población hubiera sido á pro-
pósito á lo menos para restaurar con algún tiem-
(i) Rbné-Morbno: Archivo de Mojos y Chiquitos, volu-
men 23, núm. III, pág. 326.
•:':T'Í^;
— »77 —
po de descanso la quebrantada salud de aquel an*
ciano. Pero fuerza le fué seguir adelante, y pasar
nuevas montañas escarpadas y desiertas, en espe-
cial la que llaman taparí, más áspera y difícil que
todas las otras. Por este camino llegó á Oruro,
siempre en su hamaca ó parihuelas, á hombros de
indios, recorriendo todavía aquel espacio de 30
leguas. Al llegar á Oruro, reconoció que ya no
había fuerzas para más; y habiéndose preparado
con la mayor piedad y diligencia para morir, re-
cibidos los Santos Sacramentos é invocando á Dios
y á los Santos, expiró con gran tranquilidad, vís-
pera de la Natividad de la Santísima Virgen, 7 de
Septiembre de 1 768. Era conocido el P. Chomé
en el mundo literario por su correspondencia como
misionero publicada en las cartas edificantes; y
lo hubiera sido mucho más, si hubiesen visto la luz
pública las obras que de él enumera el P. Peramás
en su Vida. En particular se menciona allí una
Gramática y un Vocabulario de la lengua de los
Zamucos, de quienes fué misionero, y otro gran
Diccionario de la lengua de los Chiquitos, y la tra-
ducción al idioma chiquito de la Imitación de Cris-
to y del Temporal y Eterno del P. Nieremberg.
Una explicación de la Doctrina cristiana y sermo-
nes en lengua chiquita para facilitar el trabajo de
los Padres que empezaban aquella lengua, y so-
bre todo, la HISTORIA DE LOS CHIQUITOS en dos gran-
des tomos en folio, fruto de largas vigilias y espe-
ciales investigaciones, y del conocimiento profun-
do de aquella nación adquirido en sus viajes, en
12
r
— 178 —
su experiencia y en los oñcios de misionero. Toda
esto^ añade el biógrafo, quedó perdido para el Pa-
dre el día del destierro y pues se prohibía severisinia-
mente que nadie llevase consigo manuscrito alguno^
Si alguien arrinconó ó destruyó aquellos libros, en
verdad que procedió como enemigo de la lengua de
los Chiquitos y de la república literaria, al hacer
perecer el fruto de tantas vigilias y trabajos de tan-
ta utilidad (I). — Pero si le faltó al P. Chomé este
fruto de sus trabajos de estudioso, no le faltó el de
sus virtudes y sus empresas de apóstol que en otro
lugar de esta obra quedan referidas, coronándose
sus méritos con la edificante y santa muerte en
medio de la obediencia más dura que le podía so-
brevenir.
Semejantes fueron los padecimientos del Padre
Messner. Más robusto que el P. Chomé, recorrió
el venerable anciano las 112 leguas que sepa-
ran á San Rafael de Santa Cruz de la Sierra;
pero con la fatiga que se deja entender, dado su
achaque de asma. La dificultad de respirar se le
aumentaba con el movimiento del caballo. Habién-
dosele enfermado además las piernas por el exce-
sivo calor y humedad, le manaban materia. Pade-
cía mucho más que los otros de las espinas y zar-
zas de que están llenos los campos, y juntamente
de las hormigas, que son innumerables, y cuyas
picaduras son tan intolerables, aun para los anima-
les, que los caballos se ponen furiosos al sentirlas^
(i) PeramXs: P. Chomé, § Lxxn, 254.
— 179 —
corcobean y se desbocan. De este modo llegó el
P. Messner á Santa Cruz, más muerto que vivo.
Ya no podía tampoco moverse, y estaba en el
caso de ser transportado como el P. Chomé; pero
todavía hubo de detenerse cinco meses en Santa
Cruz, por estar la cordillera llena de nieve. Lue-
go que hubo llegado mejor estación, sacaron al
consumido misionero, que no podía tenerse en pie,
y lo pusieron á caballo en una muía. Para colmo
de padecimientos, el conductor, que no era nada
humano, obligaba á sus viajeros, á pesar de verlos
de tanta edad, á hacer jornadas más largas aún de
lo que las hacen los arrieros por aquellas ásperas
montañas, de donde resultaba que llegaban sin
fuerzas á los parajes que les había fijado para des-
cansar al mediodía ó á la noche. Agregóse á las
causas que dificultaban la respiración al P. Mes-
sner, otra propia de la cordillera, á saber, lo que
se llama puna, y consiste en que por estar el aire
en aquella extraordinaria altitud muy enrarecido,
se hace sumamente trabajosa la respiración, aun
á los sanos; y á veces es tanta la fatiga, que hasta
los más robustos tienen que detenerse de tiempo
en tiempo y respirar y sosegarse antes de empren-
der de nuevo la marcha. Habiendo llegado á la
más alta montaña que hay entre Oruro y Tacna,
se detuvieron allí y descargaron los animales para
tomar un poco de descanso. Sentíase morir el Pa-
dre, y pidió por amor de Dios al jefe de la expe-
dición que no se le hiciese pasar adelante, pues
no le quedaban fuerzas ni vida para ello. !Mas nada
— i8o —
fué capaz de mover á piedad al conductor. Hizo
emprender de nuevo la marcha, y ordenó que po-
niendo al P. Messner á caballo, fuese un hombre
continuamente á su lado, sosteniéndole para que
no se cayese. No fué larga la tarea, porque al cabo
de poco rato advirtió aquel auxiliar que el Padre
había expirado. Era un viernes 22 de Mayo de
1768. El cadáver fué conducido á la iglesia de Pa-
quia en la jurisdicción de Tacna, y allí lo enterra-
ron, haciéndole sus compañeros el funeral.
Más largo fué el camino del P. Pallozzi. De San
Rafael, donde estaba de Cura, á San Javier, se
cuentan 52 leguas. De San Javier á Santa Cruz de
la Sierra, 60. De allí á Cochabamba, lOO. De Co-
chabamba á Oruro, 30. De Oruro á Arica, pasan-
do por las escarpadas montañas de la cordillera
del Perú, 90 leguas. Estas 332 leguas hubo de ca-
minar á caballo el septuagenario P. Pallozzi con
suma incomodidad, porque los arrieros de aquel
país proveen muy mal de caballerías á los cami-
nantes. En Arica entró en una embarcación pe-
queña en la cual iban para Lima algunos Jesuítas
de Chile, y en medio de las molestias que le oca-
sionaron los calores del trópico, fué el consuelo y
ejemplo de todos la alegría y afabilidad del santo
viejo. De Lima, donde le mantuvieron encerrado
en el que antes había sido colegio de San Pablo, y
donde los Jesuítas quedaron obligados con una cre-
cida deuda de gratitud á las señoras de la ciudad,
y también á los religiosos de Santo Domingo, que
hicieron cuanto estuvo á su alcance para procurar-
— i8i —
les los auxilios de que tanta necesidad tenían en
aquellas circunstancias y desamparo, salió el Pa-
dre Messner para embarcarse nuevamente en el
Callao hasta Panamá; y de allí, parte por tierra,
parte por el río Chagres, llegó á Portobelo en el
Atlántico, de donde le tocaba emprender nueva-
mente su camino, embarcándose para Europa.
Mas las fatigas del penoso viaje en edad tan avan-
zada, habían consumido sus fuerzas, y el pésimo
clima de Portobelo, donde además fueron los Je-
suítas muy mal alojados, acabó de poner su en-
fermedad en un estado que ya era mortal. Siem-
pre con los mismos ejemplos de paciencia y edi-
ficación, entregó allí su alma al Señor á2I de Di-
ciembre de 1768. La gente de la ciudad veneró su
cuerpo como de santo, y se apresuró á recoger
reliquias de él. Era el tercer Jesuíta de los 24 de
Chiquitos, muerto en medio del viaje de resultas
de las fatigas propias del camino, como ya se pudo
conjeturar al ponerse en marcha, y en efecto se
representó al Presidente de Charcas.
Este fué el proceder de aquel magistrado á quien
Bucareli pintaba al Conde de Aranda como tan
partidario de los Jesuítas, y á quien no cesaron los
enemigos de éstos de pedir que se le quitase del
cargo, alegando la misma razón (l). Y parece que
al fin lo consiguieron. No es fácil entender qué
fué lo que movió al Sr. Tineo, aun en el caso de
que hubiera sido adverso á la Compañía, á enviar
(i) Brabo: Colección, pág. 154.
— l82 —
á una muerte cierta aquellos ancianos, que forzo-
samente habían de perecer en viaje de tal natura-
leza, como no sea que quisiera cumplir al pie de
la letra aquella misiva q'ue según Crétineau-Joly
se envió á los ejecutores (l), y decía textualmen-
(i) Crétineaü-Joly: Clément XIV et les JésuiUs^ pági-
na 1 68. Ed. París, 1848.— Es verdad que esta carta del
Rey no se halla registrada en la Colección general de las
procidencias.., sobre el extrañamiento. Mas esto sólo no bas-
ta para probar que no se enviara. En efecto, es cierto que
se enviaron documentos de que ni rastro hay en la Co-
lección de providencias. En carta de 5 de Enero de 1 769
dice Bucareli al Conde de Aranda (Brabo: Colección^ pá-
gina 251): Con fecha /.* de Marzo de 1767 me dirigid
V. E. la orden para poner en ejecución en estas provincias
y Misiones el Real decreto de extrañamiento.,, y al mismo
tiempo se sirvió V. E. incluir una carta del sr. marqués
DE GRIMALDI, Y DENTRO DE ELLA LA QUE EL REY NUESTRO SE-
ÑOR SE DIGNÓ ESCRIBIRME DE SU REAL PUNO.» Dc lOS CUatrO
documentos aquí mencionados, sólo dos se hallan en la
Colección de providencias; pero la carta del Marqués de
Grimaldi y el autógrafo del Rey no se registran, ni hay
indicio de ellos. «Tampoco sería improbable, dice el P.Za-
randona, que después del extrañamiento, el Gobierno
mandase ocultar ó hiciese desaparecer algunos documen-
tos que no le honraban mucho.» (Zarandona: Extinción y
restablecimiento de la Compañía^ tomo 11, pág. 13. Edición
Madrid, 1890). Sabido es por otra parte que Crétineau-
Joly logró reunir sobre estas materias documentos cuyo
contenido parecía increíble, y que, sin embargo, expuso
al público para que los examinara quien quisiese, sin que
jamás le probasen que había dado por auténtico algún do-
cumento que no lo era, ni menos que lo había inventado.
Léase el primer párrafo del Proemio ó Avant-propos de su
Clemente XIV.
- i83 -
te: Os apoderaréis de todos los religiosos, y los haréis
conducir presos en el término de veinticuatro horas
al puerto señalado^ donde se embarcarán en los bu-
ques dispuestos al ejecto; y al tiempo mismo de la
ejecución haréis sellar el archivo de la casa y los
papeles de los individuos, sin permitir a ninguno
que lleve otra cosa más que los libros de rezo, y la
ropa blanca estrictamente necesaria para la trave-
sía. Si después del embarque quedase en vuestro
DISTRITO UN SOLO JESUÍTA, AUNQUE SEA ENFERMO Ó MO-
RIBUNDO, SERÉIS CASTIGADO CON PENA DE MUERTE.
YO EL REY. — Este documcnto daría razón de la in-
humanidad usada con aquellos Jesuítas ancianos,
achacosos, y alguno tan enfermo, que fué necesa-
rio llevarlo todo el viaje en parihuelas hasta falle-
cer en medio del viaje, y de que semejante reso-
lución fuera tomada por parecer, no sólo del Pre-
sidente Tineo, sino del Acuerdo (l), que es decir,
de los Oidores reunidos en Tribunal para delibe-
rar sobre el asunto con su Presidente; y finalmen-
te, de que se resolviera ser «contrario á las Ins-
trucciones del extrañamiento el que quede ningún
sujeto de la Compañía de Jesús en esos pueblos,
ni á título de viejo ó de enfermedad habitual» (2).
Ya se ha reseñado el viaje que hubieron de hacer
los demás Jesuítas extrañados del territorio de
Chiquitos hasta llegar á Portobelo, al referir los
(i) René-Morbno: Archivo^ etc., yol 23, núm. m. Testi-
monio de AUTO ACORDADO, etc.
K2) Ibid.
— 184 —
sucesos del P. Pallozzi. En Portobelo se embarca-
ron nuevamente para Cartagena, donde cayó la
cuarta víctima del viaje, que fué el Superior Pa-
dre José Rodríguez, quebrantado de las fatigas del
camino, quien murió allí á l.° de Febrero de l/óg»
Pasados seis meses de detención en Cartagena de
Indias, se embarcaron de nuevo, y fueron á apor-
tar á la Habana, y de allí dentro de poco siguie-
ron viaje para España, yendo á parar al Puerto de
Santa María, depósito general para todos los Je-
suítas de Ultramar. De donde finalmente, al cabo
de un año, fueron transportados á Italia. Entre los
misioneros que hicieron este larguísimo viaje de
tres años, se contaban ancianos de más de seten-
ta y cinco, como lo era el P. Martín Schmid, in-
signe maestro de música entre los Chiquitos, que
como Cura, tenía á su cargo en San Rafael, y cuya
biografía escribe el P. Peramás entre sus Vidas de
Varones insignes del Paraguay (l)."
EXPULSIÓN DE LOS JESUÍTAS
EN LAS MISIONES DE GUARANÍES
A mediados de Mayo de 1768 quedaba termi-
nado el extrañamiento en todo el vasto distrito
que comprendía la famosa provincia religiosa de
los Jesuítas del Paraguay, excepto en una solaco-
(i) PbramXs: De vita et moribus tredecim virorum Pa-
raguaycorum, Faventiae, 1793, pág. 405.
-i8s-
marca. Era ésta la de las Misiones de los Guara-
níes, situadas á orillas de los dos ríos Paraná y Uru-
guay, las más numerosas y las que más fama te-
nían en todo el mundo, habiéndose urdido tantas
fábulas y embustes, como se han podido ver en el
decurso de esta Historia para desfigurar el carác-
ter de las Misipnes y perder á los misioneros que
las tenían á su cargo, ya presentándolos como á
unos usurpadores de la potestad de los príncipes,
ya como inobedientes á la autoridad eclesiástica, 6
como rebeldes en armas contra los mandatos del
Soberano. Con éstos más que con ningunos otros
de los expatriados, empleó Bucareli exquisitas
precauciones. Aplicando la regla núm. vm de la
Adición para Indias sobre que primero sean
extrañados los que están en los colegios que los
de las Misiones, y que se obligue al Provincial á
escribir á los misioneros cartas en que les prescri -
ba la obediencia, las cuales habían de ir abiertas,
añadió otras medidas de que da cuenta en sus
cartas al Conde de Aranda, y que revelan un mie-
do verdaderamente pueril.
Llama de un modo particular la atención el que
desde el día en que los Jesuítas fueron expulsados
de las casas que tenían en la jurisdicción de las
tres provincias, hasta el en que se les notificó el
extrañamiento en las Misiones de Guaraníes, pasó
un año cumplido y bastante más. Sobre lo cual
será preciso reflexionar, para comprender bien el
alcance de esta circunstancia, después de haber na-
rrado el suceso.
— i86 -
Tiempo hacía que estaban persuadidos los Je-
suítas de que tarde ó temprano tendrían que aban-
donar las Misiones de Guaraníes. Por espacio de
ciento cincuenta años habían estado defendiendo
á aquellos indios de las muchas manos codiciosas
que pretendían robarles la libertad y apoderarse
del fruto de su trabajo; pero las recias embestidas
que no cesaban de darse contra los misioneros con
nuevas calumnias, y las disposiciones que tomaba la
Corte, les hacían ver claro que no tardarían mucho
en ser desposeídos de las Reducciones que con
tanta fatiga , sudor y sangre de mártires habían
fundado, adelantado y conservado en estado prós-
pero y floreciente, así en lo temporal como en lo
espiritual. La orden de poner las Doctrinas en ma-
nos del clero secular era ya muy antigua, y los
mismos Superiores de los Jesuítas habían manifes-
tado varias veces este deseo; pero en las provin-
cias del Río de la Plata no había podido ponerse
por obra á causa de la falta de suficiente número
de clero, que tampoco le había ahora. Mas los de-
seos de ver alejados á los Jesuítas de aquellas Mi-
siones eran tan grandes, que no habiendo podido
sacarlos de ellas por medio de las atroces calum-
nias que se les levantaron, como se ha visto, en
tiempo de la guerra guaranítica, recurrían de nue-
vo los que en España estaban confabulados para
arruinar la Compañía, á las disposiciones antiguas,
exigiendo que se aplicasen absolutamente. Por lo
cual, se había dada orden dé que, si no se podían
poner todas las Doctrinas que tenían los regulares
— 187 —
de las Indias al cuidado de clérigos, por lo menos
se pusieran algunas (l). Y en el tiempo de las al-
teraciones guaraníes corrió tan válida la noticia de
que totalmente se iban á quitar aquellas Doctrinas
á los Jesuítas, que el P. Escandón, hablando de la
materia, dice (2): Por este mismo tiempo (1758) el
Marqués de Valdelirios avisó desde las Misiones,.,
al Obispo de Buenos Aires y al Provincial de San
Francisco^ para que le tuviesen prevenidos clérigos
y frailes para entregarles el cuidado de todos aque-
llos indios y sus pueblos ^ de quienes,., decía nuestra
Corte^ que los Padres no cuidaban bien ni en lo es-
piritual ni en lo tetnporal.y que por eso se veía la
Corte obligada á quitárselos, Y asi, también aquí
{en España) se daba por hecho^,., tanto que hubo en
Madrid carta de un Obispo del Perú en que le de-
cía a un jesuíta que ya con ejecto se les habían en-
tregedlo a los Franciscos algunas de las dichas Mi-
siones pertenecientes á la diócesis del Paraguay. >
Detuvo por entonces este gran ímpetu el Informe
del Obispo del Paraguay D. Manuel Antonio de
Latorrc, quien sin embargo de haber pasado á
América con ¡deas sumamente desfavorables á los
Jesuítas, y justamente por eso elegido por el par-
tido como instrumento contra ellos; luego empero
que, personalmente en unos pueblos, y en otros
por medio del Visitador franciscano Fr. Pedro Jo-
(i) Real cédula de i.** de Febrero de 1753, confirma-
da por otra de 23 de Junio de 1757.
(2) Escandón: Transmigración^ Apéndix, § 26 al medio.
— i88 — ,
sé de Parras, hubo hecho aquella Visita, que tan
encomendada traía de la Corte, no pudo menos
de informar, rindiéndose á la evidencia, que las
Doctrinas estaban muy bien administradas en lo
tetnporal y espiritual por los Jesuítas, concluyen-
do expresamente después de su exposición razona-
da, que en las circunstancias presentes ^en toda
la provincia del Paraguay es extrema la necesidad
de eclesiásticos,,; y aun cuando hubiese igual «lí-
mero de sustitutos en el clero y las demás Religio^
nes, no deberiaremoverse dios Padres Jesuítas^ {\\
Sepultóse en el silencio este informe en España, y
aun se negó después de la expulsión de los Jesuí-
tas; mas no por eso fué menos real y eficaz, impi-
diendo la mudanza por entonces, y hoy puede
consultarse en el archivo de Simancas, Estado
7.405. Mas al llegar el Decreto de extrañamiento
general, forzoso fué poner en aquellos pueblos
otros Curas, hubiese ó no abundancia de clero, y
fuese ó no conveniente para bien espiritual y tem-
poral de los indios la mudanza.
Según iba Bucareli ejecutando el extrañamiento
en las demás casas, tomaba ya sus medidas para
el que proyectaba ejecutar en las Doctrinas. Al re-
cibirse en Buenos Aires los pliegos que ordenaban
(i) Carta-Informe enviada desde Santa Rosa de Misio-
nes, á 8 de Noviembre de 1759, á D. Pedro Antonio de
Cevallos, Gobernador de Buenos Aires, encargado de au-
xiliar al Obispo en esta sustitución, que se había de eje-
cutar de común acuerdo. (Simancas: Estado, 7.405.)
— iSg —
la expulsión, y llegaron en los primeros días de
Junio de 1 767, se hallaba el Provincial P. Manuel
Vergara pasando la Visita de su oficio á las Doc-
trinas. Escribióle Bucareli que acudiese á Buenos
Aires, porque tenía que comunicarle un asunto
urgente del Real servicio. Acelerado después el
extrañamiento, cundió pronto, no sólo en las po-
blaciones menores de españoles, sino también en
las Doctrinas, la noticia de haber sido arrojados los
Jesuítas de sus colegios en las tres provincias.
Grande fué el sentimiento de los misioneros, y no
fué menor su solicitud por el peligro que había, y
conocían ellos muy bien, de que se alborotasen
los indios, como lo habían hecho en tiempo del
Tratado de límites, y se cerrasen, como entonces,
en no dejar salir á los Padres. Para evitar este
daño, escribió el Provincial con mucha eficacia á
los Curas y á los Compañeros que preparasen los
ánimos de sus feligreses en los sermones, en el ca-
tecismo, en público y en privado, oportuna é im-
portunamente, para recibir con sumisión y re-
verencia el decreto del Rey, y obedecer puntual-
mente á los nuevos sacerdotes que habían de ser
puestos en lugar de los Jesuítas para dirigirlos, in-
culcándoles que esto era lo que convenía para el
bien de los mismos indios y para el de los misio-
neros hijos de San Ignacio á quienes amaban como
á Padres en Cristo, pues si no lo hacían así, habían
de sobrevenir innumerables daños á unos y otros
por indignarse el Rey. Y lo que en la carta escri-
bía, lo fué repitiendo y urgiendo personalmente
— igo —
pueblo por pueblo. Entretanto le llegó la primera
carta de Bucareli, y se puso inmediatamente en
camino para Buenos Aires. Mas como era menes-
ter recorrer cerca de 20p leguas para llegar allá,
mientras él bajaba por el río, cambió Bucareli de
parecer y le envió contraorden de que, si todavía
estaba en las Doctrinas, se quedase allí; pero si ya
se había alejado mucho, continuase su viaje hasta
la capital. Como no le marcaba término fijo, dudó
primero el Provincial si continuar ó regresar, pues
estaba muy adelantado su camino, y últimamente
creyó lo mejor acercarse hacia la boca del río Pa-
raná y preguntar al Gobernador qué es lo que había
de hacer. Llegó, pues, hasta la población de Baja-
da^ que hoy es la ciudad de Paraná, y desde allí en-
vió su carta á Bucareli. La contestación fué que se
volviese á las Doctrinas y allí le aguardase. Así lo
ejecutó, regresando desde la Bajada á Yapeyú (l).
Al mismo tiempo que Bucareli escribía la pri-
mera carta al Provincial, despachaba otra para el
Superior de las Misiones P. Lorenzo Balda, en la
que le ordenaba hiciese bajar á Buenos Aires los
30 Corregidores indios de los pueblos con 30 ca-
ciques principales, uno de cada pueblo también,
sin decirle para qué. Mas en el ánimo astuto y
desconfiado del Gobernador estaban muy deter-
minados los fines de aquel llamamiento, como él
mismo lo descubre en carta al Conde de Aranda, fe-
(i) PbramXs: Emmanuel Vergara^ de quien se toman
gran parte de las noticias siguientes.
— 191 —
cha en Buenos Aires á 4 de Septiembre de 1 767:
i^con las ideas de examinar por este niedio cómo
piensa — , y también con, la de que (si obedece y los
remite) — , hacerles conocer la benigna piedad con
que el Rey ha mircuio por ellos, sacándolos de la es-
clavitud é ignorancia en que vivían— , é igualmente
para que vayan en rehenes cuando llegue el caso de
marchar á extraer los Padres^ (l). Las injuriosas
sospechas reveladas en este párrafo sobre si el
P. Superior cumpliría 6 no su encargo, no tenían
más fundamento que el dañado ánimo con que Bu-
careli deseaba hallar en todo motivo de sindicar á
los Jesuítas, tanto más cuanto que ya en 22 de Ju-
lio le había contestado el Superior que se los en-
viaba al punto; y, en efecto, diez días después de
fechada la carta en que tan receloso se mostraba
este ejecutor, llegaron á Buenos Aires los 60 in-
dios principales que había pedido, con otros que
traían por acompañantes. Cerca de un año los
detuvo en Buenos Aires, y en este tiempo los pro-
curó deslumbrar, haciéndoles mil explicaciones y
promesas con que les llenó la cabeza de ilusiones,
y esforzándose en impresionarles contra los Pa-
dres. Por medio del intérprete Lucas Cano, su ins-
trumento general para estos manejos, les movió á
que escribiesen una carta al Rey Carlos III, mos-
trándose muy entusiasmados con su Gobernador,
que tan caballerosamente les trataba; dábanle al
mismo tiempo gracias de que los hubiese sacado
(i) Brabo; Colección, pág. 51.
— 194 —
Padres^ que los amaban tiernamente. Era necesa-
rio^ sin embargo^ templar las respuestas de manera
que, si no se apaciguaban del todo sus ánimos exci-
todos ^ se les mitigase á lo menos el dolor (i).
En este intervalo, varias veces excitó el P. Bal-
da, Superior de las Misiones, el ánimo de Bucare-
li con cartas apretadas. ^Qué aguardaba? ^ Qué le
detenía? Todo estaba en paz; todo tranquilo^ y los
indios^ con las frecuentes amonestaciones que se les
habían hecho^ estaban prontos á recibir con reveren-
cia á los nuevos Sacerdotes, Que les envíale los suce-
sores conforme á la voluntaddd Rey entonces que se
podía sin peligro. Que si por la instabilidad de
ánimo propia de los indios^ se dejasen vencer del
cansancio^ é inciertos entre los Curas que habían de
ausentarse y los que de nuevo habían de llegar ^ in-
tentasen alguna novedad y sj resistiesen^ no serían
responsables al Rey el Superior ni los misioneros ^
Jesuítas de haberse malogrado la empresa^ sino el
Gobernador^ que iba dilatando la ejecución y de-
jando pasar voluntariamente la oportunidad (2).
A la verdad, en este asunto, al mismo tiempo
que se procedía del modo que más pudo mortifi-
car á los Jesuítas, reteniéndoles por un año entero
en aquel estado de solicitud, cuando sabían que ya
sus compañeros iban caminando á su destino, se
obró de un modo contrario á todas las precaucio-
nes que exigía la prudencia más elemental, si los
(i) PbramXs: Emmanuel Ver^^ara, § ciii, pág. 11.
(a) Ibid., §ci.
— 195 —
Jesuítas hubieran sido aquellos temibles conspira-
dores y usurpadores que de continuo representaba
en sus cartas Bucareli, y divulgaban con frenético
empeño en millares de escritos los adversarios de
la Compañía de Jesús por todo el mundo. Porque
de ser verdaderos tales cargos, y los Jesuítas de
Misiones hombres acostumbrados á no pararse
en respetos de la potestad civil, y á no detenerse
en sacrilegios, como los pintaba aquel Gobernador,
lo primero que se imponía era sacar aquellos pe-
ligrosísimos sujetos del R-eino, 6 por lo menos del
asiento de su soñado imperio del Paraguay, antes
que tuviesen siquiera noticia de lo que contra ellos
se intentaba: siendo cierto, según propalaban sus
adversarios, que los años pasados había sido nece-
sario hacer venir á las regiones del Río de la Plata
un ejército de l.ooo hombres desde Europa, al
mando de uno de los más hábiles generales, para
sofocar la insurrección de los Guaraníes, y que
ellos solos podían juntar fuerzas capaces de desa-
ñar á cuantas tropas había en el país, como halla-
sen jefes que los quisieran guiar. Pues ¿qué sería
ahora, cuando las tropas españolas de Buenos
Aires, si se ha de dar crédito á las lamentaciones
de Bucareli, eran pocas y en mal estado, y cuan-
do no se iba á tratar de someter á solos siete pue-
blos, como en la guerra guaraní, sino á los 30,
que 6 estarían interesados en que no les quitasen
sus Curas, 6 por lo menos los empeñarían los Je-
suítas en la resistencia, valiéndose de sus acostum-
bradas trazas? Los misioneros eran precisamente
— 196 —
loft mismos que habían figurado ea las calumnias
de 1755 en adelante; un P. Cardiel, á quien hablan
levantado el testimonio de que se burlaba de los
preceptos del Rey y del P. General; un P. Enia, á
quien fingieron caudillo del ataque al Río Pardo;
un P. Lorenzo Balda, á quien había habido testigos,
y no en corto número, que juraron haberle visto
en un caballo melado con sombrero blanco al
frente de las tropas de los indios, aunque él probó
que en realidad estaba en aquella misma hora
guiando á pie una procesión de rogativas en su
pueblo, á 20 leguas del lugar de la batalla; y en
suma, aquellos 1 1 que los enemigos de los Jesuítas
lograron se señalasen para ser deportados á Es-
paña como convictos de conjuración y traición
contra el Monarca. ¿Qué no podrían hacer en un
año de tiempo hombres de tanto talento y reso-
lución como se figuraban éstos, con tan extraordi-
nario inñujo sobre unos indios que les seguían cie-
gamente? Y ¿á qué no se arrojarían, viendo que les
iba en ello su dominación, y que iban á verse
privados para siempre de su reino, si no lo defen-
dían, y desterrados ignominiosamente como rebel-
des, si se mostraban débiles ó sumisos? El más
vulgar conspirador, puesto en tales circunstancias,
hubiera hecho comprar muy cara á quien le hu-
biese querido prender, la satisfacción de verlo
encadenado y expatriado. Ni ¿para qué necesita-
ban del auxilio de los colegios ó de sus hermanos
de las ciudades los Jesuítas de las Doctrinas, si hu-
biesen sido lo que sin ningún empacho repetía de
— 197 —
dios Bucareli ? Todo cuanto era preciso para la
vida lo tenían sin salir de las Misiones, porque Mi
se producía ó se fabricaba; y no eran los Jesuítas
de los colegios los que tenían la fuerza armada,
sino los de las Misiones, como lo demuestran las
empresas militares, tantas veces ejercitadas en ser-
vicio del Rey, en que el nervio principal de la gue-
rra habían sido las tropas Guaraníes. La prudencia,
pues, aconsejaba que tratándose de tan dañosos
conspiradores, se sacasen cuanto antes del cen-
tro de sus operaciones, mucho antes de ocupar
colegio ni casa alguna (porque en ellos era en
quienes realmente estaba el peligro); y que no se
llegase en manera alguna á provocar é irritar un
poder tan fuerte y tan poco escrupuloso con la
violenta prisión de los Jesuítas de las ciudades. Ni
se había de reparar en que los indios quedasen sin
socorro espiritual, pues valía más que estuviesen
absolutamente sin Curas por algún tiempo, que no
que tuviesen por Curas unos sujetos que, según
dicho de Bucareli, estaban cargados de sacrile-
gios, y mantenían á sus subditos en prácticas abu-
sivas en materia de religión, y sobre todo, los es-
tarían disponiendo á un alzamiento general, que
habría de traer dolorosísimas consecuencias y rui-
nas á todo el país.
Y en vez de proceder de este modo, que era el
que dictaba la prudencia, si no eran un tejido de
enredos y embustes los informes de Bucareli ¿qué
hace este (jobernador? Envía al centro de las Doc-
trinas al P. Provincial del Paraguay, y tarda má&
— 198 —
de un año á expatriar á los Jesuítas de las Misio-
nes. Esto, si hubieran tenido la más pequeña par-
te de verdad sus perpetuas declaraciones sobre la
maldad de los Jesuítas, era mostrar el más furioso
frenesí. Era introducir una nueva potencia más
formidable en el mismo campo enemigo, como di-
ciendo: Si no tenéis jefe, yo os lo envío. Ahí tenéis
un poderoso director, que además debe estar lleno
de ira por el modo como acabo de tratar á cuan-
tos dependían de él. Os concedo además tiempo y
sosiego para que os organicéis.
Bucareli no lo entendió así. No temió ninguno
de estos funestos resultados, por más que él lo
esté signiñcando ácada punto en sus cartas, escri-
tas para ser presentadas á Carlos III, y mantener-
le en el odio y recelo astutamente excitados en él
contra la Compañía de Jesús. Pero el Gobernador
sabía bien á qué atenerse, y no se equivocó. Sabía
que el Provincial, puesto en las Doctrinas, era sii
más potente auxiliar para garantir la quietud de
los indios, y la obediencia de los Padres. Y como
lo sabía él, lo sabía también el principal ejecutor,
que era el Conde de Aranda, cuya es aquella frase
de las Instrucciones muy digna de ser adv'ertida,
porque muestra cuan seguro estaba deque en nin-
guna parte faltaría la obediencia de los Jesuítas,
aunque se trataba de otros muchos que se halla-
ban constituidos en condiciones an;tlogas á las de
los misioneros del Paraguay: de manera que se lle-
gue al complemento cabal de la expulsión^ combinan-
do las precatuiones y reglas con la decencia y buen
— '99 —
trato de, los individuos, que naturalmente se pres-
tarán CON RESIGNACIÓN ( i). Así, la Colección de do-
cumentos relativos á la expulsión de los Jesuítas de
la República Argentina y del Paraguay ^ heqha
por D. Francisco Javier Brabo con propósito más
bien hostil qtu favorable á la Compañía (2), ha ve-
nido á mostrar la refinada hipocresía con que
redactaba sus documentos oficiales Bucareli, enun-
ciando á cada paso indianas sospechas, y denigran-
do sin cesar la fama de aquellos Jesuítas cuya obe-
diencia y sumisión conocía bien, y debía haber
admirado y elogiado, por merecerlo su coopera-
ción abnegada y abiolutamcnte necesaria para
realizar los mandatos del Monarca.
Pero, aunque de la obediencia de los Jesuítas no
temía nada B*ucarel¡, es muy verisímil la conjetura
del P. Peraraás cuando dice: Temió el Gobernador
alguna sublevación de ¿os indios, pues harto se echa-
ba de ver que les h.iy.i de amargar notablemen-
te Id partida de los Porlrcs. Y confiando que con el
tiempo se mitigar 'a el dolor, y que todo saldría bien
si entre ellos permanecía el Provincial, disponiendo
poco d poco los ánimos á obedecer al Rey, se movió
por estas razones á enviarle allá, correspondiendo
á su esperanza el buen resultado, aunque á costa
de penosas solicitudes y trabajos de los Jesuítas (3).
(i) Adición sobre el extrañamiento por lo tocante á
Indias, núm. xiii«
(2) Mbn¿ndez y Pela yo: Heterodoxos, ni, cap. 11, § ni,
pág. 148.
(3) Pbramís: Emmanuel Vergara, § cu.
— 200 —
No es de omitir aquí un riesgo eminente de al-
boroto de los indios, que se evitó por la vigilancia
y eñcaz intervención del Provincial, y lo refiere
el P. Olcina con las palabras siguientes: Los indios
de los pueblos nuevos más cercanos cU Chaco de la
facción del cacique Benavides, que supo ser el te-
rror de ciudades enteras^ escribieron á los Guaraníes
que si no querían dejar salir á los JesultaSy avisa-'
sen á su principal cacique Benavides; que éste to-
maria las medidas necesarias para el intento^ á que
estaba pronto y bien dispuesto. Su proyecto era unir-
se con los Guaraníes^ y levantarse contra los espa-
ñoles... Luego que llegó esta carta al primer pueblo
de los Guaraníes y la leyeron los indios ^ quiso Dios
que cayese en manos del P. Provincial Manuel Ver-
gara^ el cual la ocultó luego y tomó las debidas me-
didc^^ para que su contenido no llegase á noticia de
los demás pueblos^ con lo que se evitó del todo el
riesgo evidente de que se alborotasen los pueblos,
y de ningún modo permitiesen se ejecutase en
los Jesuítas sus misioneros el decreto de expul-
sión (i).
Otra causa además había detenido á Bucareli
tanto tiempo sin hacer salir á los Jesuítas de las
Doctrinas. Era que los Jesuítas, contra todo lo que
habían dicho los que tanto tiempo antes los que-
rían sacar de allí, no eran reemplazables, ni bien ni
mal, por clérigos seculares. Y la razón perentoria
(i) Olcina: Casos ^ pág. 67.
— 20I —
era porque no los había. Hartos deseos tenía de.
complacer á Bucareli el Obispo de Buenos Aires
D. Manuel Antonio de Latorre, que ya se había
declarado acérrimo enemigo de los Jesuítas; pero
al pedirle el Gobernador sacerdotes para reempla-
zar los misioneros de Guaraníes, hallaba que no te-
nía los 34 Curas que se necesitaban para ocupar
tan sólo las Doctrinas de su diócesis. Ni menos ha-
bía en la diócesis del Paraguay sacerdotes secula-
res con que sustituir á los Doctrineros que se ha-
bían de expatriar de aquella parte, que eran por
lo menos 26, V aquí se empezaba á tocar con la
mano cómo la disposición del extrañamiento de-
jaba á los subditos de Carlos III privados de soco-
rro espiritual, no pudiendo darles, no ya pastores
equivalentes en preparación, abnegación y celo á
los que les quitaba, sino ni aun Curas medianamen-
te preparados. Vista la imposibilidad de hallar
clérigos seculares, recurrió Bucareli á las órdenes
religiosas; y aunque al fín encontró en ellas lo que
buscaba, no fué sin grandes molestias y dificulta-
des, de que da razón él mismo en uno de los ca-
pítulos de sus cartas, en que se le puede creer algo
veraz por tratar de cosas que ha experimentado él
mismo, y en que no se atraviesa la sombra de los
Jesuítas, que siempre le hace torcer la verdad de
lo sucedido. Dice así: Entre las graves dificulta'-
des que se presentaban y detuvieran poner en prác-
tice [sicj la extracción de los Cura^ y Compañeros
del Orden expulso^ sólo referiré á V, E.por no can^
sor con todas su atención^ que la que me tuvo en
— 202 —
continua agitación ¿ inquietud^ fué la de encontrar
otros eclesiásticos qtie los relevaren ^porque como in-
dispensable requisito^ no podía marchar á ejecu-
tarla sin ellos, cuyo embarazo y aunque el celo [sic]
de este reverendo Obispo, auxíliculo del de Córdoba
del Tucumdn, nada les quedó que hacer para alia-
narlo, no lo consiguieron] pues necesitándose a lo
menos 6o sujetos que entendiesen el idioma guaraní,
llegó á considerarse remotísimo el hallarlos; y los
que desde luego se juzgaron á propósito, residían en
conventos de ciudades que distaban de ésta 400 ó ¡oo
leguen, á que se agregaba miraban [sic] con tanto
horror el destino, que todos procuraban excusarse,
alegando imposibles que sólo eran pretextos. De
modo que, viendo interminable el asunto, determiné
plisar exhortos á los Provinciales de Santo Domin-
go, de la Merced y San Francisco, pidiendo al últi-
mo señalados religiosos que desde aquí saliesen con-
migo; con los que logré partir, seguro de que por
falta de operarios no se detendría la ejecución del
Real decreto de extrañamiento en aquellx hermosa
provincia, Pero hasta, que se vieron en ella, venci-
dos los riesgos que hubo para ocupar los pueblos, les
sufrí mucho, y no poco a sus Provinciales, que in-
tentaron se dividiese en tres, tomar cada Religión
lo suyo, y colocar un Superior subordinado á ellos
que la gobernase como los de la Compañ'a\ en que
insisten, queriendo hacer patrimonio de lastres Or-
denes el que sólo era de ésta, que [sic] de ningún modo^
conviene; pues si se desvía el cuidado espiritual en
alguna parte de los RR, Obispos, se repetirán los
— 203 —
-mismos excesos y desórdenes que ahora tocamos (i).
A pesar de la continua agitación é inquietud en
que había tenido á Bucareli el cuidado de vencer
Ja diñcultad de hallar nuevos Curas para los Gua-
raníes, la resolvió del peor modo que se pudo ha-
ber resuelto. Porque lo único que procuró fué que
hubiese sujetos que supiesen el guaraní; como si
sólo saber el idioma bastase para tomar aquella
cura de almas, donde se necesitaban, más que en
otras algunas, especiales dotes de virtud y pruden-
cia. Y ni aun limitándose á tan triste condición,
pudo reunir el número de sujetos necesarios para
los pueblos. En la lista primitiva faltaban por lo
menos cuatro sacerdotes para el número requeri-
do (2). En adelante faltaron más (3). Mostraba
asimismo Bucareli por igual su ignorancia de la
verdad, de los cánones y de la prudencia. De la
verdad, en llamar patrimonio de los Jesuítas la ad-
ministración espiritual y temporal que tenían de
las Doctrinas, donde, com.:) dijo un justo apre-
ciador, no eran^ como se declay esdavos los indios
de los Padres^ sino esclavo cada Jesuíta de los in-
dios de su Doctrina\ y de donde no sacaban los
Jesuítas utilidad temporal alguna, como se saca del
(i) Carta al Conde de Aranda, Buenos Aires, 14 de Oc-
tubre de 1768. (Brabo: Colección, pág. 1S5.)
(2) Distribución de Curas, Compañeros, etc. (Brabo,
318.)
(3) Buenos Aires: Archivo general, legajos varios de
Misiones.
— 204 —
patrimonio, sino disgustos y persecuciones; ni fi-
nalmente lo defendían como cosa propia, como con
el patrimonio se hace, sino que estaban prontos á
dejarla, como de hecho la dejaron, cuando el Rey
que se la había confiado, quiso que cesaran en ella.
De los cánones, pues mostraba no saber que no
podía el Obispo visitar á los Curas religiosos en
materia de vita et moribus, sino sólo del ejercicio
del Curato, y lo demás tocaba al Provincial de su
Orden. Déla prudencia, porque cualquiera ve cuan
oportuna, por no decir absolutamente necesaria,
había sido la medida de señalar un Superior que
pudiese atender á todos los misioneros, en parajes
en que la distancia del Obispo 6 del Provincial,
era de 6o, lOO 6 200 leguas, sin poder hacerse la
Visita canónica sino muy de tarde en tarde. Peco
Bucareli no entendía más quede sospechas y acu-
saciones antojadizas; que igualmente las hace aquí
de los Provinciales de las otras Ordenes religiosas,
como las hacía de continuo contra la Compañía, y
con el recurso de tales sospechas le parecía que
bastaba para cubrir el enorme desacierto de dejar
á aquellos Religiosos alejados de todo Superior,
regular ó diocesano, en Curatos que precisamente
necesitaban de mayor vigilancia. Si después ocu-
rrían desórdenes lamentables, que costaban harto
de remediar, ó no se remediaban nunca, cualquie-
ra puede reconocer dónde estaba, si no toda la
culpa, á lo menos uno de los orígenes principales
de ella.
Habían continuado los Jesuítas Doctrineros de
Guaraníes persuadiendo á sus indios la más rendi-
da obediencia, sin lograr no obstante apaciguar
del todo su conmoción y sus lamentos. Algunas
diligencias hicieron también los infortunados Gua-
raníes para ver de alejar de sus cabezas aquel daño
que tanto temían, y se conserva todavía hoy la re-
presentación que dirigió al Gobernador Bucareli el
pueblo de San Luis, cuyo texto puede verse en las
Aclaraciones de esta obra. Pedían en ella los indios
que les conservasen sus Padres, alegando que ellos
habían sido siempre buenos servidores del Rey, que
no tenían afición á otros religiosos ni á clérigos
seculares, y así el imponérselos les era una morti-
ficación que pedían se les excusara. Exponían
además que, faltándoles los Padres Jesuítas, ellos
se perderían, arruinándose sus pueblos y huyendo
de allí sus hijos, sin poder contenerlos las autori-
dades, como ya sabían que estaba sucediendo en
aquellos pueblos del Paraguay, cuyos misioneros
habían sido expatriados el año antecedente, San
Joaquín, San Estanislao, San Fernando de Abipo-
nes y Rosario del Timbó, cuyos habitantes habían
abandonado las reducciones y se habían huido al
bosque. Finalmente, se ofrecían á pagar mayor
tributo en caso de que se les concediese el favor
que solicitaban. Ignórase si llegó á manos del Go-
bernador alguna otra petición de esta naturaleza;
lo cierto es que esta súplica, que nada tenía de
irreverente, unida á otras varias conjeturas de su
receloso carácter, produjeron notable inquietud en
el ánimo de Bucareli, como si los indios preten-
— 206 —
dieran rebelarse» y anduvo haciendo indagaciones
para ver de atribuir todo el impulso á los Jesuítas,
como si ningún amor tuviesen los Guaraníes á sus
misioneros, ni hubiesen empleado en otras ocasio-
nes el medio de que ahora se valían.
Hecha ya su prevención de Doctrineros para
sustituir á los expatriados, dispúsose Bucarélí á
entrar á mano armada á la conquista de aquel pre-
tenso imperio, de la que había de reportar á su
juicio la gloria de un Alejandro Magno, cuando
en realidad no le iba á proporcionar sino la triste
celebridad de haber consumado la ruina espiritual
y temporal de los indios, y la satisfacción de una
vanidad pueril.
No cesaba de hacer averiguaciones, valiéndose
como podía de los naturales, para penetrar las dis-
posiciones que tomasen los Padres en las Doctri-
nas, creyendo al parecer, y transmitiendo al Con-
de de Aranda como verdades indubitables, cuanto
le había relatado la fecunda imaginativa de algunos
indios para inventar falsedades; por ejemplo, el
haber tirado los Jesuítas al río las cucharas, pla-
tos, tenedores y otros utensilios en algunos pue-
blos, haber cortado los árboles de las huertas, et-
cétera (l), cosas que si no eran verdad, pero ser-
vían para hacer odiosos á los Jesuítas, que era su
intento. Trató asimismo de averiguar dónde pa-
raba el famoso Nicolás Neenguirú, cacique antiguo
(i) Carta de Bucareli á Aranda, 25 de Julio de 1768.
(Brabo: Colección^ pág. 161.)
— 207 —
de la Concepción, que según el nombre, podía ha-
ber dado ocasión á creer que se pareciese al de la
fábula, y que ahora, por causas que no están cla-
ras, se hallaba como desterrado en Trinidad. Supo
él que el Gobernador deseaba verle, y se huyó del
pueblo, presentándose á Bucareli, quien escribió
sobre el caso una carta al Conde de Aranda, y al
ver que Neenguirú llevaba criado que le tomaba el
caballo, y que los otros caciques le tenían el estri-
bó y le trataban con veneración, llegó á formar
cierta idea recelosa, presumiendo que quizá pu-
diera suceder algo desagradable si á semejante
hombre se le dejaba en libertad; por lo cual, desde
luego le puso en aquella honrada prisión en que
tenía á los caciques que se llevaba hacia las Doc-
trinas, como lo dice éX^para que vayan en rehenes
vistiéndole como lo había hecho con los otros en
traje de caballero á la usanza española, y mandán-
dole que le siguiese, con resolución de hacerle re-
sidir en lo sucesivo en la ciudad de Buenos Aires,
bien lejos de su patria (I). Cierto que D. Pedro
(i) Carta de Bucareli á Aranda á i.** de Octubre de
1768. (Brado: Colección^ pig. 176.) Ea la carta, como de
costumbre, promueve una acusación calumniosa contra
uno de los Jesuítas, el P. Cardiel, por un hecho que en la
declaración de Neenguirú (Brabo, 2S6) aparece haber
cambiado Bucareli SBubstancialmenie en su informe, pues
Bucareli atribuye al P. Cardiel el haber mandado á los in-
dios que matasen á unos correnlinos, y Neenguirú dice
que les mandó intimarles que no pasasen el río, pena de
muerte. Lo primero era una iniquidad salida de la fanta-
— 208 —
de Cevallos había visto al mismo Nicolás en tiem-
po mucho más cercano á los alborotos de I753i
cavando en la huerta del pueblo de San Nicolás,
donde era Cura el P. Tux, y no había hecho caso
alguno de un riesgo que no existía sino en la imagina-
ción, ni había dado más importancia al suceso que
para chancearse, sin que en diez años corridos des-
de entonces hubiese sucedido nada de lo que sos-
pechaba Bucareli; cuánto menos sucedería ahora,
estando el indio indispuesto con los Padres, que
se habían visto precisados á castigarle.
Había salido de Buenos Aires el Gobernador á
24 de Mayo, y después de pasar á reconocer la
isla de Martín García y el campamento de San
Carlos, con el cual se mantenía el bloqueo de la
Colonia, subió de allí á buscar el salto del Uru-
guay, adonde llegó el 16 de Junio. Desde allí des-
pachó dos capitanes, que habían de ejecutar el ex-
trañamiento en los extremos de las Doctrinas. Don
Juan Francisco de la Riva Herrera en el Tebicua-
sía de Bucareli para achacársela á los Jesuítas, atríbu-
yendo el dicho al mismo Neenguirú, que dijo cosa muy di
versa; lo segundo se podía hacer con aquellos soldados
que eran desertores, si el Alcalde ó el Corregidor había
recibido orden del jefe Catani, cuyo campo desampararon,
ó del Gobernador. Seguramente que el P. Cardiel hubie-
ra dado explicación que cerrara la boca á Bucareli, con-
venciéndole de calumniador. Sin contar con que el testi-
monio del indio castigado por los Padres, interrogado por
Bucareli, y singular, no tiene valor alguno en juicio. Tal
era la ñdelidad de Bucareli en sus informes á la Corte.
— 209 —
rí, donde tenía orden de incorporársele el destaca-
mento de milicias del Paraguay; y D. Francisco Brur
no de Zavala en los seis pueblos más orientales,
donde también estaba dada orden para que cerca
del pueblo de San Miguel se hallase el destacamen-
to de tropas de la frontera del Río Grande. El
Gobernador en persona se reservaba subir por el
centro (l). Cualquiera pensaría que se trataba de
alguna hazaña importante de guerra, en que el
Capitán general disponía el camino que habían de
seguir los cuerpos de ejército, reservándose él para
tomar las disposiciones más oportunas en el mo-
mento de la acometida. Pero en realidad, el apa-
rato que desplegó Bucareli venía á ser ridículo,
porque para una verdadera acción militar si la hu-
biese habido contra los indios, era de todo punto
insuficiente, y para la ejecución verdadera, inne-
cesario. Es verdad que servía para hacer más ca-
lificada la ignominia de los Jesuítas, tratándolos
como rebeldes; y eso en una ocasión en que, si la
ocupación y arresto se hacía pacíficamente, á ellos
y á sus exhortaciones durante un año entero era
debida. Mas para el caso fantástico de que los Je-
suítas hubieran querido hacer resistencia valiéndo-
se délos indios, to:los los aprestos del Gobernador,
que con su centro, derecha é izquierda, se redu-
cían á unos 200 ó 300 hombres de tropa regular,
(I ) Bucareli á Aranda, 14 de Octubre de 1768. (Brabo:
Colección, 185.) De esta relación de Bucareli se toman la
mayor parte de los datos que siguen.
14
— 210 —
hubieran valido tan poco, cuanto que los indios
podían juntar 5 y 6.000 hombres, y de hecho los-
habían juntado cuando los Padres los reunían para
campaña, que era únicamente cuando lo ordena-
ba la autoridad del Virrey ó del Gobernador.
Avisó Bucareli al P. Provincial Vergara que le
tuviera prevenidas en el Salto cierto número de
carretas con los víveres necesarios para caminar
hasta Yapeyú, y así lo ejecutó el Padre, hallando
el Gobernador todavía más elementos de viaje de
los que había pedido. A 27 de Junio salió de allí
la primera división de las tres que se formaron;
á 28 la segunda y á 29 la tercera, en que iba el
Gobernador. Pasado todo aquel trayecto hasta Ya-
peyú, en que no hubo otra novedad sino el estar
malos los caminos con las lluvias del invierno, y
habiendo salido á ayudar á los viajeros algunos in-
dios yapeyuanos en los pasos del Mocoretá y Mi-
riñay, llegó, por ñn^ Bucareli á una legua del pue-
blo de Yapeyú ó Santos Reyes, y allí se detuvo el
día 15 de Julio de 1 768: Despachó desde aquel
paraje un comisionado para intimar el decreto de
extrañamiento al P. Provincial y á los demás Je-
suítas que había en Yapeyú; cosa que no se había
hecho hasta entonces oficialmente. Era el enviado-
el Dr. D. Antonio Aldao, el mismo que con Fa-
bro había sido ejecutor en Córdoba, y le acompa-
ñaba con alguna tropa el Capitán D. Nicolás Elor-
duy, quien ya otras veces en los Gobiernos ante-
riores había estado en las Doctrinas. Convocó el
Comisionado á los Jesuítas que estaban en aquella
— 211 —
casa, y leído el decreto del Rey, preguntó al Pa-
dre Provincial Vergara, qué respuesta daba á lo
que en él se contenía. — Yoy dijo el Padre, en nom-
bre mió y de los misioneros mis subditos^ me sujeto
absolutamente á ese precepto del Rey^ y lo acato y
pongo sobre mi cabeza. Detúvose un momento el
Comisionado como atónito, y luego, saltándosele
las lágrimas de los ojos, dijo: No esperábamos me-
nos de su Reverencia^ Padre Provincial, Porque aun
aquellos ministros del Rey, añade el P. Peramás (l),
que eran enemigos de los Jesuítas, tenían en alto
concepto la santidad de este Padre.
Cumplida la primera formalidad, se pasó á re-
conocer el inventario de todas las cosas pertene-
cientes al pueblo, así de la iglesia, como de los ta-
lleres, almacenes, etc., que, obedeciendo á las ór-
denes del Gobernador, tenían ya hecho los mi-
sioneros Jesuítas por triplicado, recibiéndose de los
objetos de iglesia, el nuevo Cura, y de los demás
los ejecutores y el sujeto nombrado en cada pue-
blo por administrador. Inmediatamente después
fueron extraídos del pueblo los religiosos de la
Compañía. Los llantos y lástimas de la despedida,
ya que de ella no ha quedado relato de testigo
presencial, pueden colegirse de lo sucedido duran-
te el año, y de lo que ocurrió en las ciudades de
españoles, siendo más propensas al sentimiento en
semejantes ocasiones las multitudes sencillas, que
por la mayor necesidad que experimentan, suelen
(i) PbramXs: Emmanuel Vergara^ § cv.
— 212 —
tener mayor apego á los que les han hecho bene-
ficios.
Bucareli se había mantenido fuera del pueblo,
sin querer dejarse ver de los habitantes hasta que
los Padres estuviesen ya fuera, como si temiese la
presencia de las víctimas ó el enojo que pudiera
causar la vista del Gobernador en los Guaraníes, que
veían cómo les arrebataba sus misioneros. Y así es-
cribía con gran solicitud al Capitán Elorduy en 1 7
de Julio: Avíseme V, si marcharon los Padres y para
ir yo luego al pueblo (l). Por donde se ve que lo
que afirma 61 en su carta, de haber recogido al
Provincial y á los seis compañeros que había en el
Vapeyú, despachándolos al Salto, y exigiendo del
P. Vergara cartas para que los misioneros hiciesen
la entrega de los pueblos á los comisionados que
él señalase, hubo de ser hecho, no por él mismo,
como suena el relato, sino por intermedia perso -
na. Entró finalmente en el pueblo con todo el apa-
rato posible, y en él se mantuvo diez días, procu-
rando agasajar á los indios y ganarse su confianza;
lo que con el trabajo empleado anteriormente por
los misioneros, no fué difícil. Y aquí se hace pre-
ciso notar porción de falsedades que el Goberna-
dor escribió al Conde de Aranda en su carta-rela-
ción de 14 de Octubre de 1/68, cierto de que
nadie se las había de desmentir, por decirse á es-
paldas de los que con ellas eran sindicados, y des-
(i) Buenos Aires: Archivo general, legajo Expulsión
de los Jesuítas,
— 213 —
tinadas á que llegasen, como en efecto llegaron, á
los oídos del engañado Monarca, para confirmarle
más y más en la idea con que le habían impresio-
nado del desasosiego que los Jesuítas causaban en
sus Estados, y aun de la conjuración contra su
propia persona. Dice que se huyeron varias mu-
jeres del pueblo del Yapeyú al monte, en virtud
del influjo de los Jesuítas^ y que los Jesuítas im-
presionaron á los indios desconfianza y horror con-
tra los españoles^ perstiadiéndoles desde el pulpito
que éramos sus acérrimos enemigos, que no creye-
sen a los Corregidores que llevaba conmigo^ que la
providencia se dirigía a esclavizarlos y quitarles los
bienes^ con sus mujeres y sus hijas ^ reduciéndolos á
la mayor miseria] con otras especies que habían
abominable hasta el sagrado nombre del Rey. Mas
como es imposible á la malicia el ser consecuente
consigo misma, se ve forzado á consignar hechos
que muestran la falsedad de tales acusaciones. Re-
conoce, en efecto, que encontró una facilidad ex-
traordinaria en sus operaciones, sin haber ocurri-
do en todo el curso de la ejecución incidente al-
guno que la contrariase. Que se presentaron dije-
rentes diputaciones de los indios, y para los pasos
del Mocoretáy Miriñay parecieron los de Yapeyú
con canoas y un bote; dice que entró en el pueblo
de Yapeyú seguido de los Oficiales, de Corregido-
res, caciques y diputados que habían llegado de
todos los pueblos, y salieron a recibirme al paso de
Guayvirabi con músicas, danzcís y escaramuzas;
que los indios luego fueron desechando sus temores
— 214 —
y todas las mujeres se restituyeron al pueblo. Que
todos manifestaron la mayor conformidad y alegría
y su reconocimiento i amor y obediencia al Rey y y su
afecto á los españoles. En el pueblo de la Cruz hice
mi entrada^ tuve el mismo buen recibimiento^ y prac-
tiqué lo propio que en el Yapeyú^ mostrando sus ha-
bitantes igual alegría. El pueblo de Santo Tomé
manifestó su bella conformidad y buen afecto. La
diligencia en el pueblo de San Borja selogrósin opo-
sición. Desde el 7 hasta el 22 de Agosto, en quince
días, se verificó la ocupación de todos los demás
pueblos, hasta completar el número de 30. Estos
son hechos narrados textualmente por el mismo
Bucareli, que confirman las diligencias hechas por
los misioneros durante un año y referidas arriba con
la autoridad del P. Peramás: así como deshacen
las feas imposturas de Bucareli que se contienen
en su carta y se acaban de transcribir. A no ser
que se diga que el estar predicando á los indios
desde el pulpito que el Gobernador iba á hacerlos
esclavos, á llevárseles las mujeres é hijos, y otras
especies que hacían abominable hasta el sagrado
nombre del Rey^ fueran los medios propios para
lograr que los indios saliesen con canoas y hom-
bres á auxiliar á sus opresores y á recibirlos con
músicas y festejos; que victoreasen al Rey y mos-
trasen la mayor cordialidad á los españoles. Bien
entendía Bucareli que si no hubiera sido por el
influjo de los Padres, nunca hubiera podido ejecu-
tar en cuatro meses aquella operación, como la
ejecutó, ni en cuatro años tampoco, con sólo los
— 215 —
elementos de que disponía; ni con facilidad, como
lo logró, ni con diñcultad y empeño. Pero el da-
ñado ánimo que respiran todas sus comunicacio-
nes, y quizá un oculto concierto, semejante al que
•existió en 1753, para enviar á España las noticias*
que pudiesen acreditar las calumnias allí imputa-
dlas á los Jesuítas, torcía su pluma para hacerle
negar el testimonio á la verdad, y consignar éstas
y tantas otras imposturas de que están llenas sus
cartas. Podían creerlas los que se hallaran poseí-
dos de tanta pasión como él; mas era tanta su ce-
^edad, que no reparaba en que cualquier ánimo
sereno había de descubrir forzosamente la flagran-
te contradicción entre sus palabras y los hechos
■que refiere, y había de atenerse á los hechos.
A renglón seguido, y venga ó no venga á pro-
pósito de las sediciones de que va hablando, dice
«1 relato del Gobernador que los Jesuítas tenían la
impiedad de no ir á confesar los enfermos en sus
casas, ni á llevarles el Viático, sino que los hacían
transportar á un cuarto que tenían frente de la igle-
sia^ dejándolos morir sin más auxilio ni asistencia.
Calumnia desaforada é iniquísima, que desmienten
las Visitas é Informes de todos los Obispos, inclu-
so el que entonces lo era, D. Manuel Antonio de
la Torre, que dos veces había visitado las Doctri-
nas, y ciertamente no se distinguía por apasionado
de los Jesuítas; y que, sin embargo, él, como los
demás Prelados, daba testimonio de que la asis-
tencia espiritual á los indios en aquellos pueblos
era tan buena como se podía desear. Y si algo hu-
— 2l6 —
bieron de corregir, nunca fué un abuso de esa
calidad.
Dice en seguida textualmente: Considerando
conveniente colocar en cada pueblo un retrato del
Rey que les recordase su obligación^ y llevaba a pre-
vención para ello y se ejecutó este acto con el decoro
debido^ al ruido de las descargas de artillería y fu-
silería^ lo que también les infundió conocimiento y
respeto, oyéndoseles continuamente decir: ¡Viva el
señor Don Carlos Tercero^ nuestro legítimo Rey y
señor natural^ que tanto bien nos ka enviado! — Al
leer tanta ponderación, fácilmente se descubre el
blanco á que tiende el relato, que es á suponer
por lo menos que no había tal retrato en el pue-
blo, y hasta que era desconocida allí la autoridad
del Rey; y que con sólo presentarse Bucareli, lo
hizo reconocer y aclamar. Pero esto es también
una insigne falsedad, así como era un gravamen
más para los pobres pueblos la introducción inútil
de los retratos para todos ellos. Porque todos te-
nían el retrato del monarca reinante, y le hacían
gran fiesta en varios días del año, como era pú-
blico entre los españoles, y lo testifican todas las
relaciones de Doctrinas; habiéndolo visto las tro-
pas españolas y portuguesas los cuatro años que
estuvieron allí desde 1756 hasta 1760 (i). Y los
(i) Cardibl: Declaración de la verdad^ núm. 67, donde
se verán por menor los obsequios que se hacían al retrato
del Rey, los vítores que se le daban; y nótese que se divul-
gaba este escrito estando allí el ejército españolen 1758.
— 217 —
retratos que llevaba BucareH, seguramente que no
los pagó de su propio sueldo , sino que se los car-
gó en cuenta á los pobres indios, que para nada
necesitaban de ellos (pues ya tenían) ni los habían
pedido. Pero los retratos y la descripciTSn de la
ceremonia de vitorearlos eran cosas necesarias
para hacer aparecer desde dos mil leguas de dis-
tancia á los Jesuítas como olvidados de infundir
en los indios el debido vasallaje al Rey de Espa-
ña. En cuanto al afán de Bucareli por persuadir
que los indios eran por culpa de los Jesuítas ene-
migos de los españoles y mal afectos al Rey; pero
que él en diez días, con unos cuantos donecillos
que les regaló, con hacerles admirar, como dice,
las garras de los granaderos^ y tremolar el estan-
darte nuevo, los había hecho amigos y fieles sub-
ditos; basta enunciar la especie para que se vea
que, sobre falsa, es ridicula y pueril.
Vista la facilidad con que en efecto se había
logrado la ejecución en el primer pueblo, merced
al penoso trabajo de un año de los misioneros,
que ahora, como se ve, era retribuido con calum-
nias de rebeldía é impiedad, determinó Bucareli
acelerar la obra, y recorriendo él únicamente los
pueblos de Yapeyú, la Cruz, Santo Tomé y Can-
delaria, donde últimamente se fijó, logró que sus
subordinados ejecutasen el extrañamiento en to-
dos los pueblos, y quedasen canónicamente insti-
tuidos los nuevos Curas por el Vicario del Obis-
po, Dr. D. Antonio Martínez de Ibarra, en 22 de
Agosto, habiendo empezado el 1 6 de Julio la pri-
— 2l8 —
/
mera operación en el Yapeyú. De esta suerte, con
el envió de los últimos Jesuítas, que fueron des-
pachados río abajo el 22 de Agosto, se verificó en
un mes y seis días la expulsión de 78 religiosos
que había en las Misiones, distribuidos en 30 pue-
blos, sin que. en niguno de ellos ocurriese disturbio
alguno. Las únicas dificultades que encontró Bu-
careli fueron las de los caminos, y esas las ponde-
ra extraordinariamente; pero debió haber hecho
notar al mismo tiempo que todos aquellos misio-
neros, sin faltar ninguno, habían vencido antes que
él las mismas dificultades y con menos auxilios y
alivios que los que á él se le previnieron, sin que
por eso se imaginasen que eran generales de una
empresa guerrera, como la que puerilmente quiere
figurar, y en substancia la califica de gloriosa vic-
toria y profunda operación estratégica. La otra
dificultad real fué la que se ha expuesto arriba,
la carencia de sujetos que sustituyesen á los mi-
sioneros.
Expelidos los Jesuítas del territorio de Misiones,
fueron conducidos á Buenos Aires, y encerrados,
como los de las dos primeras expediciones, en la
casa de Ejercicios junto al colegio de Belén. Allí
permanecieron hasta l.° de Noviembre de 1768,
en que empezó el embarque. Bucareli, que había
cobrado especial estima del P. Provincial Vergara,
como primero la había tenido del P. Cosme Agu-
Iló, quiso que él mismo señalara quien de los 82
Jesuítas que se iban á embarcar, habían de ir en
una ú otra de las dos naves que para su conduc-
— 219 ""
ción se destinaron. La navegación se emprendió
el día de la Purísima Concepción, 8 de Diciembre
de 1768, llegando á Cádiz en cuatro meses á 7 de
Abril de 1769. De allí pasaron al Puerto de Santa
María, donde 30 Padres con el Provincial fueron
albergados en los Agustinos; y los restantes , en-
viados al hospital de San Juan. Más de un año
hubieron de aguardar allí; y á 15 de Mayo de
1770 vieron morir al P. Manuel Vergara, á quien
los trabajos de la navegación y la afección moral
de tan rudos golpes como había sufrido, más que
sus cincuenta años, quitaron la vida, como la ha-
bían quitado á otros varios en aquel viaje; á los
cuatro ancianos entre los 24 de Chiquitos; á otros
en los viajes de la primera expedición, y á los
siete ahogados entre Montevideo y Buenos Aires.
Hablando de la travesía de los expatriados desde
América al Puerto de Santa María, dice el P. Pau-
ke: Según supimos en el Puerto, donde se juntaron
casi todos los misioneros de América, habían muerto
en el mar durante la travesía al pie de joo Jesui"
/¿w (i). Es de advertir que el total de los expa-
triados de América, fué, según los Catálogos ofi-
ciales, de 2.276. De manera que perecieron en el
viaje más de un 20 por 1 00 de todos los misioneros
que había en América. Este es un fruto que ha
de atribuirse como propio al decreto de extra-
ñamiento.
En toda la vasta extensión de la antigua pro-
(i) Kobler: /*. Fio fian Baucke, cap. vi, § 3, pág. 686.
— 220 —
vincia religiosa del Paraguay no quedaba ya ni un
solo Jesuíta, si se exceptúa el octogenario Padre
Segismundo Aperger, natural de Innspruck en el
Tirol, á quien dejó Bucareli en el pueblo de Após-
toles: dejandoy dice, mi fiyudante mayor Don Juan
de Berlanga en el primero [en el pueblo de Após-
toles] á Segismundo Aperger por incapaz de remo-
verloy respecto de hallarse postrado en cama con
cerca de noventa años^ tullido^ vulnerado y nio-
ribundo (i).
BÚSCANSE EN LOS PAPELES DE LOS JESUÍTAS
PRUEBAS DE LOS CARGOS
QUE LES QUISIERON HACER
Los que intervinieron en el extrañamiento délos
Jesuítas del Paraguay hicieron cuanto les fué posi-
ble por demostrar que aquellos religiosos habían
sido grandes culpables y prevaricadores; pero sin
lograr su intento.
Después de tanto como se había escrito y di-
vulgado contra ios Jesuítas del Paraguay, pintán-
dolos como usurpadores de la potestad real, cau-
dillos de ejércitos y rebeldes á las órdenes del So-
berano, era natural sospechar que los misioneros
de Guaraníes iban á oponer formidable resistencia
á los que pretendían expulsarlos. Así se temía en
(i) Carta de i8 de Octubre de 1768. (Brabo, 191.)
221
Madrid; mas quienes lo temían eran el Rey Carlos III
y los que ignoraban la realidad de las cosas; no el
Conde de Aranda y los que estaban bien entera-
dos de que todo aquello había sido pura fantas-
magoría, inventada por ellos mismos á causa de su
enemiga contra la Compañía de Jesús. Y bien claro
significó el supremo ejecutor cuál era su parecer
en aquella frase arriba anotada de la Instrucción
para Indias, núm. xiii, que naturalmente se presta-
rán con resigftación; y en la carta á Bucareli, que
fué una circular á los ejecutores de América, don-
de sólo como cosa remota previene la aventuali-
dad de hallar resistencia: si contra lo regular,
hubiese resistencia en los misinos religiosos intere-
sados. No faltó en Europa quien echase á volar la
idea de que en esta ocasión se vería si los indios
Guaraníes se alteraban, lo que probaría la culpa-
bilidad de los Jesuítas, no reparando^ dice con ra-
zón el P. Peramás, que los Jestiitas eran responsa-
bles de si mismos^ mas no dueños de la aquiescencia
de los indios', y que aun cuando entre estos huóiera
ocurrido alguna alteración, no por eso se podía con-
cluir que los Padres la hubiesen promovido, como
no se echa a los gobernantes la culpa de los des-
órdenes que á pesar de sus diligencias no pueden
atajar (l). Pero para que la verdad resultase más
patente, quiso Dios que la expulsión se llevara á
cabo con la tranquilidad que se ha visto, aun en
las Misiones de Guaraníes; y la facilidad con que se
(i) Pbramás: De admhtistrationc giiaranica, § ccLxxni.
— 222 —
verificó fué para cuantos no estuvieran ciegos la
demostración más cumplida de que los Jesuítas
eran fieles vasallos del Rey de España, y carecía
en absoluto de fundamento la acusación de cau-
santes de perturbaciones públicas.
Púsose luego en práctica en la provincia reli-
giosa del Paraguay lo que se había hecho en Es-
paña. La Compañía había sido condenada sin
pruebas y sin ser oída; y una vez ejecutada la
sentencia, se procuraban buscar los delitos entre
los papeles, secuestrados con el mayor rigor á los
expulsos. Córdoba^ dice el ^viajero Bougainville,
que por entonces estuvo en estas regiones, era de
gran interés para BucarelL Era en estas provin-
das la casa principal de los Jesuita^y y residencia
habitual del ProvinciaL,.^ por lo tanto ^ allí debían
hallarse los papeles más importantes de la Compa--
ñia (i). Efectivamente, los papeles de Córdoba,
que Bucareli procuró recogiese con gran cuidado
un confidente suyo, el Dr. Aldao, vinieron á Bue-
nos Aires, y Bucareli en persona quiso buscar en
ellos las pruebas tan deseadas.
Al principio se representó el contenido de los
papeles como de suma importancia y capaz de
revelar grandes misterios. Bucareli consumía en
el estudio de ellos el tiempo y la salud. De todoy
escribía al Conde de Aranda el Illmo. Sr. Latorre,
Obispo de Buenos Aires, dará a su tiempo puntual
(i) Boügainvillb: Voyage auiour du mande par la /re-
gate o^La Boudeuse*, pág. 103. París, 1771.
— 223 —
y exacta razón este Exento, distinguido Gobema-
dor^ á quien estudiosamente embarazo yo algunos
tatos por cortarle su infatigable tarea^ temiéndome
se imposibilite para una obra tan importante.,.^ pero
satisface d todas las reconvenciones y argumentos con
responder que siempre morirá gustoso en servicio de
su Rey y Señor. ¡Singular ejemplo! Añadía en la
misma carta: Se van hallando horrendos manuscri-
tos que justifican su expatriación^ sin llegar á los
inescrutables senos del compasivo y benigno corazón
del Rey (l). La pasión que tanto al limo. Sr. La-
torre, como al Obispo de Córdoba, limo. Sr. Illana,
hacía formar y admitir las más siniestras sospe-
chas en cada acción de los Jesuítas, sin querer
acordarse ya de lo bueno que en ellos habían visto
y de que uno y otro habían dado testimonio en
documentos públicos, no era tan fuerte en el mis-
mo Gobernador Bucareli, quien, á pesar de su tesón
en el examen de documentos, escribía al mismo
Conde de Aranda un día después: Hotsta ahora no
he podido inspeccionar la crecida porción de papeles
hallados en estos dos colegios (de Buenos Aires);
pero entre varias cartas que se cogieron cerradas^
etcétera (2). Por manera que los horrendos manus*
critos que por sí solos justificaban la expulsión de
los Jesuítas, se reducían á la única carta á que se
refiere Bucareli, y de que se hablará después de
(i) Carta del limo. Sr. Latorre al Conde de Aranda.
5 Septiembre 1767. (Brabo: Coleuión^ pág. 37.)
(2) Brabo: CoUcidn^ pág. 5 1 .
— ^ 224 —
explicar el paradero de los papeles. Aunque pare-
ce que el Gobernador Bucareli estaba dispuesto á
sacrificar con singular ejemplo su vida, ocupándo-
se infatigablemente en la tarea de descubrir los
delitos de los Jesuítas en los papeles que les había
sorprendido, debió luego mudar de resolución y
tomar mejor acuerdo, como escribe él mismo en
la Memoria dirigida á su sucesor Vértiz (l): La
Instrucción de 23 de Abril de 1767, comprendida
en la Colección general de providencias del Consejo
en el extraordinario ^ prefija las reglas qu€ deben
observarse en el reconocimiento^ inspección^ examen^
formación de inventarios, índices y separación de
papeles recogidos á los Regulares expulsos. Celoso
mi cuidado^ procuré yo mismo dedicarme á su cum-
plimiento; y encontrando un volumen extraordina-
riamente considerable^ infinidad de materias, y muy
grandiosa y prolija esta obra^ cesé eti ella, atendien-
do á otras ocurrencias más ejecutivas; y á que las
varias circunstancias y requisitos que han de ador-
fiarla piden una constante aplicación, laboriosa tar-
rea, y la concurrencia de muchos sujetos hábiles y
de toda confianza] y no hallando alguno ocioso de
quien tenerla entre el corto numero de imparciales á
los Jesuítas, con inteligencia suficiente para los ex-
tractos y demás concerniente á su arreglo y coordi-
nación ^ quedan en este estado; y en 7ni cottcepto seria
conveniente la conducción á los reinos de Castilla;
(i) Memoria de Bucareli al Gobernador Vértiz. (Trb-
LLEs: Revista de la Biblioteca, tomo 11, pág. 298.)
— 225 —
y más pronta^ fácity segura y menos costosa la eje--
cución en la corte,.. Hice conducir á la fortaleza de
Buenos Aires y colocar^ para la mayor y más segura
custodia^ en el cuarto de que áV.S.h$ entregado
la llave^ los papeles manuscritos recogidos en el acto
de la intimación del Real decreto, y en el reconoció
miento de los colegios y casas. Quedan en este esta-
do, había dicho Bucareli; y el estado lo describe
poco después la Junta de Temporalidades de Bue*
nos Aires, al dar cuenta de la visita que hizo de
aquel depósito de papeles; se vieron los papeles sin
llegar á ellos; unos en cajones, cerrados y aóiertos;
y sobre ellos, sueltos algunos; otros en estantes y
arcas; y algunos en el suelo, etc. (l). No parece, pues^
que fuese muy notable la obra ordenadora de Bu-
careli en el registro de documentos. Años adelante,
se mandaron remitir rotulados y encajonados aque-
llos papeles al Presidente de la Casa de Contrata-
ción de Cádiz; á lo que parece, para ser examina-
dos en España. Así se cumplió el deseo de Buca-
reli, que aun en esto hizo daño á las provincias
que gobernaba, pues muchos datos históricos con-
tenidos en aquellos papeles se han perdido para
esta región. En España tampoco se pudo sacar de
aquellos manuscritos delito alguno de los Jesuítas;
y la prueba mejor es que nunca se publicó, en
una época en que todo, aun lo falso y lo absurdo
é inverisímil se daba á luz, como pareciera conve-
( 1 ) Juota de Temporalidades del día 25 de Septiembre
de 1770. (Chilb: Biblioteca Nacional , Mss. Jesuítas 1 26^,)
15
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y más pronta, fácil, segura y menos costosa la eje-
aiciÓH en la corte... Hice conducir á la fortaleza de
Buenos Aires y colocar, para la mayor y más segura
custodia, en el cuarto de que á V. S. ke entregado
la llave, los papeles manuscritos recogidos en el acto
de la intimación del Real decreto, y en el reconoció
miento de los colegios y casas. Quedan en este esta-
do, habla dicho Bucareü; y el estado lo describe
poco después la Junta de Temporalidades de Bue-
noB Aires, ai dar cuenta de la visita que hizo de
aquel depósito de papeles; « vieron los papeles sin
llegar á ellos; unos en cajones, cerrados y abiertos;
y sobre ellos, sueltos algunos; otros en estantes y
arcas; y algunos en el suelo, etc. ( I ). No parece, pues,
<jue fuese muy notable la obra ordenadora de Bu-
^^reli en el registro de documentos. Años adelante,
9r mandaron remitir rotulados y encajonados aque-
ITc»» papeles al Presidente de la Casa de ContraU-
CÍé5/1 de Cídií; A lo que parece, para ser examina-
dos en España. Asi se cumplió el deseo de Buca-
fC/í, T"*" aun en esto hizo daño í las provincias
que ^o '''í^rnaba, puM muchos datos históricos con-
leniA^"^ «"n aquellos papelrs se han perdido para
«Ufctni'-- ■: ■ ■■■■■ .■!- I'-." >!■■ l''^ _Hulta«;
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— ^ ai27 —
escasez de otros materiales, tavo el honor de pa-
sar, si bien substancialmente desñgurado, al escrito
que oficialmente se presentó al Papa con cierto
número de falsas acusaciones para pedir la supre-
sión de la Compañía. Entre varías cartas^ dice
Bucareli, que se cogieron cerradas^ he visto una,
escrita desde el colegio de Salta por el P, Domingo
Navarro, a su Provincial Manuel de Vergara,
con fecha des de Junio del presente año [1767], en
que hablando de la fundación del colegio que tuvieron
en Jujuí, y por orden de S. M, se mandó que no lo
hubiese, dice lo siguiente: esperando, ó que se mu-
dará DE Rey, ó que entrará de Ministro el seííor
Cevallos (l).Esta es toda la prueba de los supues -
tos crímenes. Ahora, suponiendo que las palabras
de la carta estén copiadas con exactitud, sobre lo
cual no sería imprudente abrigar alguna duda,
tratándose de un sujeto como Bucareli, que se
pudo descuidar en eso levemente, pues más des-
cuidado anduvo en la noticia que allí mismo da de
haber tenido los Jesuítas colegio en Jujuí y haberse
quitado por mandato del Rey; siendo así que
nunca tuvieron allí colegio, sino que pedían que
se les diese licencia para erigir en colegio una re-
sidencia que hubo, lo cual les fué negado. Si en
esto, que estaría contenido en la misma carta, erró
el Gobernador, bastaría que se le hubiese escapa -
(i) Carta de 6 de Septiembre de 1767. (Brabo: CoUc^
r«f#», pág. 51.)
— 228 —
do una leve errata igualmente en el transcribir las
palabras; y donde él afirma que se lee ó se muda-
rá de Rey^ estuviera escrito ó se mudará el Rey y
para que la frase resultara tan inocente, que ni
el mismo Bucareli, con toda su cavilosidad y ene-
miga contra los Jesuítas, pudiera aprovecharla
para demostrar una leve falta siquiera en quien la
escribió. Porque el esperar con paciencia á que se
mude el Rey, esto es, á que andando el tiempo
cambie de parecer, 6 conceda lo que ahora niega,
ciertamente que no es crimen de lesa majestad,
sino muestra de sumisión. A no ser que preten-
diera Bucareli, y con él Moñino, que es el autor
del libelo presentado al Papa (l), que era delito
de traición el pensar siquiera que pudiese subir
al Ministerio de Indias el prudentísimo y valeroso
General D. Pedro Antonio Cevallos, uno de los
más grandes gobernantes que ha habido en Amé-
rica. Bien podía Cevallos ser digno del Ministerio
de Indias después de haber sido diez años Gober-
nador de Buenos Aires, y de haber dado en estas
regiones tanto lustre á las armas españolas; puesto
que con tanto menores méritos aspiraba Bucareli
poco despuésáser Virrey del Perú (2), y todavía le
parecía pequeño cargo para su persona. Así que,
en esperar que Cevallos fuese ascendido al Minis-
(i) Danvila: Reinado de Carlos JII, tomo ni, pág. 676.
(2) Cartas de Bucareli de 2 de Febrero y 8 de Abril
de 1772 á personas confídentes suyas. (Colección par-
ticular).
— 229 —
terio de Indias, no había falta alguna, ni era tan
fuera de camino el pensarlo; y en el esperar que
se mudase el Rey tampoco había temeridad, sien-
do cosa que se ve cada día que los Superiores,
aunque sean R(:yes, cambien de parecer cuando
se les ofrecen nuevas razones en favor de alguna
determinación. Y no es improbable que esto di-
jera la carta. Pero aunque hubiera dicho ó se mu-
dará de Rey^ no se ve que pudiera haber en ella
delito alguno; y se necesita para descubrir delito
una suspicacia empeñada en hallar á todo trance
" crímenes donde no los hay. No hacía tanto tiem-
po que había visto España fallecer al Rey Fernan-
do VI, con menos edad ciertamente que la que
ahora tenía Carlos III. Pues luego no era delito
dilatar las esperanzas para cuando faltase Carlos III,
y conñarque tal vez entonces, cambiadas las cir-
cunstancias, se pudiese abrir el colegio de Jujui.
Si no es que fuera un crimen el pensar que los
Soberanos eran mortales, ó que no faltaban mu-
chos años para que sucediese otro monarca des-
pués de Carlos III, que ya había reinado veintitrés
en Ñapóles, donde estuvo á punto de morir de
una enfermedad, y ocho en España. Véase si ha-
bría algún tribunal en el mundo, que por seme-
jante expresión condenase, no ya á los 6.000 Je-
suítas de los estados españoles, sino ni á uno solo,
como reo del delito de traición. Y sin embar-
go, ésta era la única razón que se haya aducido
para que Bucareli hablase de gravísimos asuntos,
internos y externos^ sobre la conducta y modo de
— 230 —
pensar (i); y para que el Obispo, limo. Sr. Lato-
rre, dijera que se iban hallando horrendos manus-
critos, tales que justifican su expatriación ^ sin
llegar d los inescrutables senos del compasivo y
benigno corazón del Rey (2); y, ñnalmente, para
que Moñino se pasmara de que los Jesuítas hubie-
ran tenido atrevimiento para escribir tal frase:
Hubo valor en los Jesuítas para avisarse decisiva-
mente en una de sus correspondencias de aquellos
dominios que ó se mudaría de Rey, ó sería Secreta--
rio del Despecho de Indias cierto personaje de su
facción (3). En lo que verdaderamente hubo valor,
que rayaba en escandalosa avilantez, fué en que
en un documento que pretendía exponer cargos
de crímenes ciertos cometidos por la Compañía
de Jesús que merecían la abolición, falsificara Mo-
ñino en su Memorial lo que decía la carta. Porque
nunca dijo el P. Navarro absolutamente que suce-
dería una de las dos cosas, como se lo achaca el
Fiscal y los Ministros enemigos de la Compañía,
sino sencillamente que era necesario esperar, si
se había de obtener la licencia para colegio en
Jujuí, á que sucediese una de las dos cosas. Y
quien espera sólo dos casos favorables á lo que
desea, claro es que prevé que mientras eso no
(1) Bucareli á Aranda, 6 Septiembre 1767. (Brabo, pá*
ginasi.)
(2) limo. Sr. Latorre á Aranda, 5 Septiembre 1767.
(Brabo, 37.)
• (3) Simancas: Gracia y Justicia, 6S8. (Damvila, m, 676.)
— 231 —
suceda, hay otras muchas eventualidades que
pueden dilatar ó frustrar su esperanza. Y en cam-
bio, con cinismo sin igual, se le hace decir que
avisó decisivafnenU que sucedería una de las dos
cosas: Hubo valor para avisarse decisivamente
que ó se mudaría el Rey, ó sería Secretario de In-
dias cierto personaje de su facción. En suma, falsi-
ñcaba Móñino la carta á ñn de pintar como regi-
cidas á los Jesuítas, y trataba con indigno menos-
precio á D. Pedro Cevallos, que valía tanto más
que él. Tan ñaca veían su causa los enemigos de
los Jesuítas, que para convencerlos en el Para-
guay, donde parece que iban á resultar más cul-
pables que en ninguna parte, no hubo más que un
testimonio en que apoyar la acusación, y ese fal-
sificado (l).
(i) Más se pudiera decir estudiando en particular el
documento \^Vid. Apénd. núm. 5), cuya copia autorizada
se conserva hoy en el Archivo general de Buenos Aires,
legajo Años de 1767 y J76SI Correspondencia con el Conde de
Aranda^ habiendo sido presentado el original, según indi-
cios, ai mismo Carlos III. La falsificación de Moñino no
era la primera, pues Bucareli lo falseó antes añadiendo
en su carta oficial la palabra esperando^ que no está en la
carta, y poniendo en futuro mudard^ entrard^ lo que ea«
taba en condicional, mudara, entrara. Para el intento pre-*
senté basta con lo dicho en el texto. Y es lugar aquí de
admirar cómo la Providencia divina quiso justificar de
una manera incontrastable á los Jesuítas del Paraguay, lo
que expresa con sus propios conceptos una carta de don
Isidoro Lorea, vecino de Buenos Aires, escrita al expa-
triado P. Diego Iríbarren, resideate en Faenza, con fecha
— 232 —
OBSERVACIÓN SOBRE EL EXTRAÑAMIENTO
«Estimulado de gravísimas causas relativas á la
obligación en que rae hallo constituido de mante-
ner en subordinación, tranquilidad y justicia mis
pueblos, V OTRAS URGENTES, JUSTAS V NECESARIAS,
QUE RESERVO EN MI REAL ÁNIMO — EN MI REAL PERSO-
NA QUEDAN RESERVADOS LOS JUSTOS V GRAVES MOTIVOS
que, á pesar mío, han obligado mi real ánimo á
esta necesaria providencia... siguiendo en ello el.
IMPULSO de mi real BENIGNIDAD.» Frases son todas
estas del Decreto de extrañamiento de 27 de Fe-
brero y de la Pragmática sanción de 2 de Abril
de 1767. Comprobadas están hoy las causas ver-
daderas (que en el mismo siglo xviii eran ya co-
nocidas de muchos) por las cuales extrañó Car-
los III á los Jesuítas, y los persiguió con incesante
i.^ de Octubre de 1788: «En cierta ocasión, dice, hablan->
do con un Oñcial inválido, le hice esta reflexión:... Na
ignora V. que les han levantado mil calumnias: la prime-
ra, la del Rey Nicolao; la segunda, de la mina de oro»
plata y diamantes; y que éstas estaban cerradas con rejas
de hierro, para que los indios que entraban á trabajarlas
no saliesen y diesen parte de ellas. Que el comercio Jo te-
nían abarcado. Que procuraban sublevar los reinos. Y
que el mal de este cuerpo estaba en lo interior, y que no
se podía descubrir sin sorprenderlos de repente para que
nada se ocultase. Que en los Bancos extranjeros tenían
mil millones, etc. <Qué hizo Dios? Los dejó como á Job:
sin Madre [extinguida la Compañía], sin honra, sin ha-
— 233 —
encono hasta que se le acabó la vida. La de haber
tachado de infamia á él y á su virtuosa madre,
consta que falsamente se les imputó á los Jesuítas,
habiendo sido introducido artiñciosamente el fo-
lleto de la bastardía, dos veces por lo menos, en-
tre los papeles de los Padres, y luego secuestrado
para que le viese por sus ojos el Monarca: una en
el paquete dirigido al P. Joaquín Navarro, Rector
del Colegio imperial de Madrid; otra en la corres-
pondencia, con rótulo del Nuncio, entregada á los
Procuradores de Méjico , PP. Tomás Larraín y
Bernardo Recio; yendo conjunta con ella la exhor-
tación á atentar contra el gobierno del Monarca,
y si necesario era, contra su vida, para sustituir en
su lugar á su hermano Don Luis, á quien se pin-
taba como único legítimo. La misma horrible con-
juración estaba expresada en una carta falsiñcada
como si la hubiese escrito el P. General Lorenzo
Ricci, y sorprendida en el mismo paquete dolosa-
mente introducido en el Colegio imperial, ya sea
tienda, sin valimiento, sin amigos, y descubiertos todos
sus mayores secretos, para que sus contrarios no tengan
que alegar ignorancia de sus virtudes en el tribunal de
Dios. Si estos héroes hubieran querido justiñcarse ante
los ojos de los hombres, nunca quedarían satisfechos és-
tos; porque, estando unidos y sin separarse este cuerpo,
dirían que por el poder, que por el valimiento, que por
la sagacidad, y últimamente, que por la plata, se habían
justiñcado. Pero nuestro gran Dios, para que á nada de
esto se atribuya, los ha dejado como los hemos visto...
Esta fué mi reflexión: no sé si he dicho bien ó mal.» (Ori-
ginal en el Archivo de la provincia de Castilla.)
— «34 —
idéntica con // carteggio kgalizzato de que habla
Tanucci en su carta al Príncipe de la Católica de
l6 de Noviembre de 1 766 (l), ya sea otra dife-
rente. La conjuración para asesinar á Carlos III,
con su familia el Juev^es Santo, aunque se ignora
con qué artificiosas apariencias se la persuadieron
á Carlos III, consta, sin embargo, que la creyó, por
la afirmación expresa del mismo Rey, y por la del
Conde de Fuentes, por más que se afane Danvi-
la (2) en buscar interpretaciones para ver obscuro lo
que tan claro está en los textos. Agregaron á estas
causas los impostores que para sus fines maquia-
vélicos se las habían sugerido, motines preparados
por ellos mismos, que no cesaron en todo el tiem-
po que tardó á darse el Decreto de expulsión, y
se apaciguaron al instante que hubo sido ejecuta-
do, como que estaban en la mano de sus promo-
tores, para hacer entender á Carlos III que toda
la agitación de España procedía de los Jesuítas.
Y todo ello junto produjo aquel implacable odio
de abominación que le movió en adelante á mirar
como una suprema injuria la petición del pueblo
de Madrid, el día de su santo de 1 768, de que
usase de clemencia con los Jesuítas, y los restitu-
yese á España, siquiera fuera como sacerdotes se-
glares (3). Precisamente entonces estaba activan-
(1) Simancas: Estado, 5.998, fol. 273.
(2) Danvila: Reinado de Carlos IIÍ^ tomo ni, pági-
nas 60-65.
(3) Coxb: Los Reyes de la Casa de Borbdn en Esfaña,
edición francesa, tomo v, pág. 25.
do las negociaciones á ñn de obtener la extinción
de la Compañía. Odio que lo Uevó á añrmar que
jamás, en adelante, pondría el pie en los dominios
de España uno que hubiese pertenecido á la Com-
pañía de Jesús, y á decretar la pena de muerte
contra el que se atreviese á volver, si era lego, y
la reclusión perpetua, si era sacerdote (l). No co-
rresponde á la índole del presente estudio dilatar
más la exposición de estos hechos, que están refe--
ridos y probados en los autores arriba citados. -
La medida del extrañamiento, tal como resulta
de todas sus circunstancias, es un acto de despo-
tismo é injusticia que apenas tendrá igual en la
historia. Cerca de seis mil personas eclesiásticas
fueron sentenciadas por un simple decreto, sin tri-
bunal competente, á perpetua infamia y perpetuo
destierro, siendo, además, jurídicamente inocen-
tes. Nada se les probó en contra, ni siquiera á uno
de sus individuos; pues la primera condición para
que haya prueba en el juicio humano, es que sea
escuchado el reo; y siendo los reos acusados de
ios crímenes más atroces, ni á uno siquiera se le
dio audiencia. Si el Santo Tribunal de la Inquisi-
ción hubiera procedido de aquella manera en la
causa más insignificante, se hubiera escandalizado
el mundo; pero haciéndolo el Príncipe que lo hizo,
tuvo aliento para decir que era un efecto de su
benignidad. Hase dicho que Carlos III obró en-
gañado, y es verdad; pero el engaño, sin dejar de
(i) Cédula Real de i8 de Octubre de 1768.
— 236 —
cargar la mayor odiosidad y responsabilidad sobre
sus Ministros, que á ojos vistas y deliberadamente
cometían aquella iniquidad, amontonando menti-
ras sobre mentiras, no deriva sobre ellos la res-
ponsabilidad propia del Monarca, porque era enr
gaño culpable en su origen, y fué voluntario el
perseverar en él. Voluntariamente había tomado
Carlos III, y conservaba, consejeros que, por corto
de alcances que algunos le hayan querido supo-
ner, no podía menos de conocer que eran perver-
sos; cuando oía á los unos, como Tanucci, mos-
trarse resueltos á atropellar todos los derechos de
la Santa Sede, y tratar á todas las personas de la
Iglesia, sin exceptuar el Sumo Pontífice, con un
desdén y menosprecio propio de la impiedad de
un afiliado y favorecedor de las tenebrosas sectas
del siglo xviii; y á los otros, como Wall, asentar
que al Santo Padre había que besarle el pie y atar-
le las Tnanos, De tales perversos no se podían es-
perar sino grandes maldades; y, en efecto, á ellas
indujeron el ánimo del Rey de España, que los
escuchaba como oráculos, y hacía años que se iba
revistiendo de sus ¡deas. Y cuando el Sumo Pontí-
fice Clemente XIII le aconsejó, expresándole te-
mor grave de su eterna condenación, y mostrán-
dole el camino que la misma ley natural dicta para
juzgar, que es no condenar al inocente con el cul-
pable, ni al mismo delincuente sin haberlo oído,
en su obligación estaba el no haber respondido
con la soberbia y desdén que muestra la carta de
2 de Mayo de 1767; por más que así se lo acón-
— 237 —
sejase, en asunto tan grave, un Consejillo de cuya
respuesta debía inspirarle recelo, cuando no fuera
más que la precipitación de haber despachado su
cometido en menos de veinticuatro horas, dando
un informe que era imposible hubiese sido consi-
derado con sosiego, por no haber apenas tiempo
material para escribirlo, leerlo en Consejo y comu-
nicar á sus vocales los antecedentes. Carlos III,
sin embargo, pasó adelante, y desoyó en aquella
hora solemne la voz de la justiciay la amonesta-
ción del Vicario de Cristo. Díjose en la provi-
dencia que no se procedía por autoridad judicial,
sino por potestad económica; pero la simple pala-
bra económica, no basta para cambiar la naturaleza
de las cosas y hacer que la infamia de los Jesuítas,
coa la confiscación de bienes y destierro perpetuo
de su patria, que son las más graves penas des-
pués de la de muerte, dejasen de ser penas; y que,
aplicadas á inocentes, dejasen de constituir una
horrible injusticia. La dureza é injusticia del De-
creto de extrañamiento se agravó todavía con
los excesos y atropellos que varios Ministros co-
metieron en la ejecución, en lo cual no poco pa-
decieron los Jesuítas americanos.
Fuera de la iniquidad cometida con las perso-
nas, el daño acarreado á los reinos de España fué
inmenso. No tenía compensación el detrimento
espiritual causado á las almas con quitarles milla-
res de operarios fervorosos, los cuales con sus
ministerios santiñcaban á muchos, que ahora, mo-
ral mente hablando, se perderían. Y sí esto tenía
lugar en sus ministerios de Europa, ¿cuánto más
sucedería en las Misiones de Ultramar? Reparo
que ponía ante los ojos de Carlos III el Sumo
Pontífice con inimitable energía diciendo: Tantas
Misiones en países extranjeros^ naciones bárbaras
y remotas^ fundadas y dirigidas con la sangre y
los sudores de los imitadores de San Ignacio y San
Francisco Javier, ^en qué estado quedarán, priva^
das de sus pastores y padres espirituales} Y si una
sola ó muchas de aquella^ almas, agregadas ó pró^
ximas á agregarse al rebano de Cristo, viniesen á
perecer por esta causa, ^qué gritos no darían en el
tribunal de Dios contra quien hubiese sustraído los
medios y auxilio de su salvación} (i). El detri-
mento que experimentaron las letras y los estudios
y educación de la juventud, era fácil de prever,
y se palpó ya desde el primer instante en la difi-
cultad de sustituirles, y mucho más después, en la
decadencia que se siguió. La ruina del prestigio
de España en sus colonias, quitados los misione-
ros, era patente que había de experimentarse; y
una consideración análoga ha hecho que gobier-
nos sumamente impíos, como los ha habido de
más de un siglo á esta parte en Francia, respeta-
sen instintivamente sus propias Misiones en el ex-
tranjero, sin abandonarlas, cuanto menos perse-
guirlas, ni aun en las épocas de mayor furor con-
tra la religión. Pero al Monarca español le ence-
(i) Carta de Clemente XIII á Carlos III. (Archivo gb-
MBRAL central: Estado, 3.526.)
— «39 —
guecía de tal modo el odl^dir abominación contra
los Jesuítas, que le IAb9 olvidar hasta el instinto de
conservación def Bien de sus reinos y propio.
De este modo, Carlos III, primer Rey revolu-
cionario de España, como con razón le llama Dan-
vila (l), con los dos actos que más propiamente
fueron suyos, la persecución de los Jesuítas y el
auxilio dado á las colonias de Norteamérica contra
Inglaterra, su metrópoli, fué poderoso causante de
«
la ruina de la prosperidad moral y material de la
nación española, y de la pérdida de sus propias
colonias de todo el mundo, que se ha consumado
en el siglo xix.
(i) Danvila: II, 6i6.
EL EXTRAÑAMIENTO
DE
LOS JESUÍTAS DEL RÍO DE LA PLATA
LIBRO TERCERO
ARGUMENTO
VIDA DE LOS JESUÍTAS DEL PARAGUAY EN ITALIA HAS-
TA LA EXTINCIÓN. LOS EJECUTORES DE LA EXPULSIÓN.
—CONSECUENCIAS INMEDIATAS DEL EXTRAÑAMIENTO EN
EL RÍO DE LA PLATA. — LAS DOCTRINAS DE GUARANÍES.
RESTOS DE LAS CONSTRUCCIONES DE LOS JESUÍTAS.
CONSECUENCIAS ULTERIORES DEL EXTRAÑAMIENTO.
VIDA Y ACCIÓN DE LOS JESUÍTAS DEL PARAGUAY DESPUÉS
DE LA EXTINCIÓN. DOÑA MARÍA ANTONIA DE LA PAZ Y
LOS EJERCICIOS DE SAN IGNACIO. NOTICIAS INDIVIDUA-
LES QUE HAN PODIDO ADQUIRIRSE DE LOS EXPATRIADOS
DEL RÍO DE LA PLATA. JESUÍTAS DEL PARAGUAY MUER-
TOS EN EL EXTRANJERO. — EL ÚLTIMO PROVINCIAL.
OTROS ESCRITORES MUERTOS EN ITALIA. ^—ESCRITORES
OMITIDOS. -^JESUÍTAS QUE VOLVIERON AL RÍO DE LA
PLATA. EL ÚLTIMO JESUÍTA DEL PARAGUAY.
VIDA DE LOS JESUÍTAS DEL PARAGUAY
EN ITALIA HASTA SU EXTINCIÓN
Los primeros Jesuítas que fueron expulsados del
Paraguay se encontraron, como los primeros que
lo fueron de España, forzados á caminar de re-
i6
— 242 —
gión en región, sin saber dónde podrían asentar el
pie, á causa de la estupenda imprevisión y arro-
gancia de Carlos III, que pretendió mandar en los
Estados del Sumo Pontífice con el mismo imperio
con que mandaba en los propios. Por lo cual, sin
solicitar antes el beneplácito del Papa, ni darle si-
quiera noticia del intento, destinó al Estado pon-
tificio los 6.000 subditos españoles que expulsaba
de sus dominios. Ordenaba á los jefes de sus bu-
ques que fuesen á desembarcar en los Estados del
Papa, y en el artículo 6.° de su Pragmática de 2
de Abril de 1767, decía: ^Declaro qtu si algún Je-
suíta saliere del Estado eclesiástico ^ adonde se re^
miten todos,,, le cesará desde luego la pensión que
va asignada.^ El Sumo Pontífice se negó á ad-
mitir los 6.000 religiosos, entre ellos gran número
de sacerdotes, que el Rey de España y sus Minis-
tros pretendían introducir de repente y por sor-
presa en un Estado poco numeroso, pobre, donde,
moralmente hablando, no habían de hallar ocupa-
ción ni sustento; añadiéndose á todo ello la increí-
ble descortesía con que se mandaba que fuesen
desembarcados, y allí permaneciesen como en
cárcel perpetua, tratando los dominios pontificios,
como territorio propio y de los más despreciables;
como si no fuese tan dueño el Papa de sus Esta-
dos como lo era de los suyos el Rey de España.
Y tal medida se tomaba tratándose de unos suje-
tos que, por declaración del mismo Carlos líl, eran
tan sediciosos, que no acertaba él á mantener sus
reinos en quietud, sino arrojándolos de ellos, y
J
- 243 —
tan criminales, que sólo por usar de su benignidad
Real los condenaba á no mayor pena que la de
quedar para siempre infames y no poder volver
más á su patria. Quién sabe cuál hubiera sido la
suerte que cupiera á tales gentes, si el benignísi-
mo Rey hubiera usado con ellos de justicia. Tales
hombres tenían la resolución muy asentada de obli-
gar al Santo Padre á que recibiese y custodiase en
sus Estados. Se ve, pues, que hizo muy bien el
Papa al negarse á admitirlos, cuando no hubiera
sido más que por la razón que expresaba el Car-
denal Torrigiani en estos términos: Si son buenos ^
no hay derecho á expulsarlos como perniciosos; y si
son malos ^ no puede pretender que el Papa se los
castigue, sino que han de ser castigados en su rei^
no. Los Jesuítas, al saber esta resolución, aplau-
dieron lo que hacía el Papa, por más que con este
contratiempo se viesen sujetos á una serie inter-
minable de peregrinaciones y padecimientos que
acabaron con la vida de muchos, pero cuya causa
no eran las disposiciones del Papa, sino la misma
enormidad del decreto y de la Pragmática de ex-
pulsión dados por Carlos III, con no menor injusti-
cia en cuanto á la ejecución que la que tenían en
la substancia.
Así, los primeros Jesuítas del Paraguay que lle-
garon á Europa, no obstante haber salido de la
Península española casi año y medio después del
Decreto de la expulsión, hubieron de irá la isla de
Córcega, y aposentarse con estrechez y trabajos
á primeros de Agosto de 1768, en el puerto de
— 244 —
Bastía. Su primera preocupación fué la de cumplir
las exhortaciones que poco antes les había dirigi-
do el M. R. P. General Ricci, quien, al animarles
á la paciencia y confianza en Dios, insistía enca-
recidamente en la observancia de la vida regular y
común, y la obligación de mantener en lo posible
las costumbres de los colegios. Hallábanse espar-
cidos todos los Jesuítas en las pequeñas casas de la
población, y se procuró hallar una algo más capaz
que las demás, donde se pudieran juntar los Teó-
logos y emprender de nuevo sus tareas escolares.
Empezáronse estas con un triduo de ejercicios, el
24 de Agosto, mientras se buscaba también modo
de colocar en otra casa á los Filósofos con sus
profesores. Mas, apenas se habían tirado estas lí-
neas, cuando sobrevino orden del Comandante
francés, de que todos los Jesuítas tenían que salir
de la isla y dirigirse á la república de Genova. Los
detalles de la peregrinación por tierra, que duró
un mes, pueden verse en el Diario del P. Peramás.
El Sumo Pontífice, compadecido de la triste
suerte de los proscritos, y cuando la admisión no
tenía los caracteres de descortés imposición que al
principio, había ordenado que no se les impidiera
establecerse en sus Estados, dirigiéndolos á las co-
marcas de la Emilia y Romana, y señalando una
ciudad donde habitasen los de cada provincia.
Los Jesuítas del Paraguay fueron destinados á la
ciudad de Faenza, y allí se establecieron la ma-
yor parte, extendiéndose los restantes á Ravena,
menor número á Brisighella y unos pocos, tempo-
— 245 —
raímente, á Imola. Alojáronse los de Faenza, unos
en el Seminario, otros en el Monasterio de los
Servitas. Auxiliáronles con gran caridad, é hicie-
ron eñcaces diligencias en su favor los Padres del
colegio que la Compañía tenía en aquella ciudad,
señalándose dos de ellos en especial por su solici-
tud en atender á los desterrados, que fueron los
Padres Pedro Pablo Canestri, ministro, y Luis Co-
rrea, y dándoles el P. Rector licencia para tomar
de la biblioteca del colegio cuantos libros necesi-
tasen. Al principiar el mes de Octubre de 1768,
los Padres alojados en el Seminario, aceptando las
invitaciones del Conde Cantoni, que mostró singu-
lar estima de los Jesuítas y caridad exquisita con
ellos, se trasladaron á vivir á una casa de aquel
señor, sita en el campo. Tan obsequioso se mos-
traba el dueño que, no contento con ayudar él
mismo á los desterrados á transportar allá sus co-
sillas, había añadido para ellos una porción de mue-
bles á los que ya había en la quinta, y se traslada-
ba á ella casi todos los días para ver si algo falta-
ba á los Padres, discurriendo sin cesar nuevos
favores con que testificarles su afecto.
A mediados del mismo Octubre llegaron á Faen-
za los dos PP. Procuradores que habían sido envia-
dos á Europa poco antes del decreto de expulsión;
y habían conseguido una expedición tan numerosa,
que sólo otra igual seí había visto en ciento cin-
cuenta años en el Paraguay; pues debía constar de
80 sujetos, parte de los cuales llegaron á Buenos
Aires en el San Fernando^ como ya se ha visto.
— 246 —
siendo comprendidos en la expulsión y obligados
á regresar á Europa, sin darles tiempo siquiera
para reposar.
Eran los dos Procuradores el P. José Robles y
el P. Domingo Muriel. El primero fué nombrado
Provincial de la provincia del Paraguay, y el se-
gundo Rector del colegio máximo 6 casa de estu-
dios mayores de los jóvenes Jesuítas. El Provincial
fijó por el momento su residencia en Imola, adon-
de poco después llamó á algunos Padres del Para-
guay que habían ido á. parar á Ferrara, á fin de
que toda la provincia se hallase más reunida.
El P. Muriel hizo emprender á l.° de Noviem-
bre los estudios con el mismo orden que se esti-
laba en el colegio máximo cuando estaba en Cór-
doba del Tucumán. Eran los profesores siete: dos
de Teología dogmática, uno de Moral, otro de De-
recho canónico, otro de Sagrada Escritura, uno de
Filosofía y uno, finalmente, de Retórica. Habíanse
hecho los Ejercicios espirituales de San Ignacio,
prescritos para todos los años, á mitad del mes an-
terior; y alentados con ellos al trabajo y á los pa-
decimientos y suerte que Dios* quisiera enviarles,
emprendieron con gran fervor y empeño su tarea
los 60 estudiantes que formaban la esperanza de
la provincia, aunque colocados á 2.000 leguas del
colegio, cuyo nombre todavía llevaban.
A mediados de Diciembre se trasladó el Provin-
cial desde Imola á Faenza, donde primero procuró
casa más cómoda para que se mantuviese reunido
el escolasticado, y juntamente dio reglas sobre el
— 247 —
modo de observar lo que prescribe el Instituto de
la Compañía en circunstancias tan anormales como
las en que se encontraban. Hallábanse á principios
del afk> 1769 distribuidos to4os los Jesuítas espa-
ñoles en la parte septentrional de los Estados Pon-
tificios , de la siguiente manera : < En algunos pe-
>queños lugares y en las campañas de Bolonia,
>toda la provincia que en España se llamó de Cas-
>tilla, y la mayor parte de la de Méjico. En la ciu-
»dad de Ferrara, las provincias de Aragón y del
>Perú, y una porción de la de Méjico. En la ciu-
>dad de Imola, cinco leguas más allá de la de Bo-
>lonia, por el camino de Roma, la provincia de
>Chile. En la ciudad de Faenza, dos leguas más
>allá, por el mismo camino, la del Paraguay y al-
»gunos, digámoslo así, destacamentos de otras va-
inas provincias. En la ciudad de Forlí, pocas le-
nguas más allá, la de Toledo. En la de Rímini, sobre
»el mismo camino y ya puerto al mar Adriático,
»la de Andalucía. I^s dos provincias de Santa Fe
»y Quito estaban en algunas pequeñas ciudades y
^lugares de la Marca de Ancona y del ducado de
»Urbino, como Pesare, Fano, Sinigaglia, Gubio,
3> etcétera. La de Filipinas se estableció en Bagna-
>cavallo» (i).
Al empezar el año de 1 769, el día de la fiesta
de Reyes, se consagró la provincia del Paraguay
al Sagrado Corazón de Jesús, ofreciéndole los co-
razones de todos sus hijos, y añadiendo á este
(i) P. Luengo: Compendio del Diario.
— 248 —
acto el voto de ayunar un día de cada mes perpe-
tuamente en adelante en honor suyo, haciendo el
día del ayuno, además de la hora ordinaria de me-
ditación, otro largo espacio de meditación sobre
los tesoros infinitos de misericordia de aquel Co-
razón divino (l). Ni se contentaron con practicar
ellos mismos esta saludable devoción, sino que
trabajaron en propagarla por cuantos medios es-
tuvieron á su alcance, siendo hoy mismo voz co-
rriente en Faenza que estos Padres desterrados
fueron los que introdujeron la devoción del Cora-
zón de Jesús en aquella comarca. De hecho, la ca-
pilla donde los más de ellos se compraron la se-
pultura, y se llamó de sepultura de los españoles^
que es en la Catedral la que tiene el título de San
Ignacio y San Cayetano, ostenta todavía hoy, de-
bajo del cuadro principal, un retablo menor, ova-
lado, del Sagrado Corazón, que, sea cual fuere su
mérito artístico, y aunque no parece que se co-
nozca el autor, es ciertamente muy devoto, y per-
tenece, sin que se pueda apenas dudar, á aquella
época. No es el único recuerdo que de los expa-
triados queda en Faenza.
Entrado ya el año de 69, llegaron allá los No-
vicios, cuyos percances se han referido más arri-
ba. Grande fué el gozo de los Padres al recobrar
aquellos jóvenes tan valerosos y fieles á su voca-
ción; y aunque venían destituidos de todo auxilio,
pues Carlos III les había tomado cuanto tenían y
(i) Pbramás: Annus páticos, die vi Jan., 1769.
— 249 —
los había dejado sin pensión, siquiera para lo más
preciso del sustento, fueron, no obstante, recibi-
dos con honra y agasajo, y mantenidos con la po-
breza de los demás.
Así establecidos, aunque con la tristeza dé te-
ner prohibido los sacerdotes ejercitar ministerio
alguno con los prójimos, pensaban los Padres que
disfrutarían por lo menos de alguna tranquilidad.
Pero no se pasó mucho tiempo sin que vieran
nuevas muestras del tenaz empeño con que los
perseguía Carlos III. Habiendo éste recibido no-
ticia de que el P. General había nombrado nue-
vos Provinciales españoles para sustituir á los que
habían fallecido ó á quienes se les había cumplido
el período, tomó el hecho como ofensa á su per-
sona y á sus decretos, y le hizo notificar ante No-
tario en Roma que se guardase en adelante de
dar en sus patentes las denominaciones de Provin-
cial de ninguna región de los dominios españoles,
debiendo revocar las que ya tenía dadas, y lo
mismo se había de entender de los títulos de co-
legios ó casas y de sus Superiores, no habiendo
de quedar ni aun el nombre de Asistente de Es-
paña, so pena de que si así no se hacía, quitaría
inmediatamente la pensión á todos los expatria-
dos (l). Tanto como esto, se mostraba celoso el
obcecado Monarca de que no quedase un Jesuíta
en sus dominios, ni siquiera en el título. Mudaron,
(i) Véase el texto de la notifícación en el P. Nonbll,
tomo I, pág. 346. La fecha es de 13 de Julio de 1769.
— 250 —
pues, desde entonces todas las provincias de Es-
paña sus nomÉres por otros, tomando el de algún
Santo protector, y la provincia del Paraguay tomó
por titular al bendito Esposo de la Santísima Vir-
gen, llamándose en Siáelsint^ ' Provincia de San
José.
Aún mayor pena les causaron las noticias, que
ya entonces iban haciéndose públicas, de los pa-
sos dados por Carlos III y sus Ministros para soli-
citar del Papa la completa abolición de la Compa-
ñía, impulsando con su férrea tenacidad á los prín-
cipes de la casa de Borbón. Cuatro años duró esta
porfía, hasta conseguir, finalmente, su intento, y
no pertenece á la presente historia el explicar
aquellos sucesos que, por otra parte, se hallan de-
talladamente descritos en varios autores, de los
cuales siempre se consultarán con fruto: Créti-
neau-Joly (l) y el P. Nonell (2). Sólo será razón
notar que la supresión puede llamarse obra pro-
pia de Carlos IIL Pudo el extrañamiento de los
dominios de España ser persuadido á este Monar-
ca con una detestable trama urdida por los impíos
que tenía de Ministros; pero una vez encendida la
centella del odio á los Jesuítas y despertado el te-
rror de ellos en su corazón , no fué necesario más
para que él se convirtiese en motor de todos y
no sosegase hasta haber acabado con la religión
(i) Crétineau-Joly: Historia de los Jesuítas; Clemen-
te XIV y los Jesuítas; Polémica,
(2) Nonbll: El V, P. PignatelH.
— «51 —
de la Compañía de Jesús. Hasta el Ministro que
por medio de la incesante coacción moral arrancó
del Sumo Pontífice el Breve de extinción, fué tan
de mano de Carlos III, que le envió á Roma sin
haber tenido participación en elegirle, y antes mi-
rándolo con recelo y disgusto, los mismos que se-
cretamente influían las decisiones contra los Jesuí-
tas, que eran el Confesor P. Osma, el Duque de
Alba y el Conde de Aranda. Sobre la última ra-
zón que forzó al Sumo Pontífice á decretar aque-
lla tristísima medida, muy contra su voluntad, que
siempre había sido conservar la Compañía, puede
verse el P. Nonell (l), que explica cómo, traspa-
sando todos los límites de las instrucciones que
tenían los Ministros de las Cortes borbónicas en
Roma y hablando contra la verdad, llegaron á per-
suadir al Papa de que si no destruía los Jesuítas,
divulgarían las Cortes que él había sido un Papa
ilegítimo y elegirían otro que les cumpliese sus
deseos» produciendo un cisma en la Iglesia, lo que
le obligó á elegir lo que era mal menor. Análogo
es el parecer del Cardenal Hergenrother (2).
Habían llegado al terminar el año 1769 los úl-
timos Jesuítas que quedaban en el Paraguay, que
fueron los Padres de las Doctrinas, después de
haber perdido gran número de muertos así en el
viaje por mar como en el Puerto de Santa María.
(i) Nonbll: El V. P. Pignaielli^ tomo i, pág. 392.
(2) Hbrgbnrothbr: Historia de la Iglesia, £d. espa-
ñola, período 8.^, cap. i, § iv, tomo v, pág. 690.
— 252 ^
Toda la vida regular estaba ya entablada, conti*
nuándose en forma los estudios, como asimismo
la tercera probación; y teniendo el consuelo de
que los jóvenes iban ordenándose de sacerdotes,
y varios, que habían concluido ya todas sus pro-
baciones, hacian los últimos votos. Hasta un no-
vicio, el hermano Manuel Lara, natural de Jerez,
que primero habia sucumbido á la tentación de
su familia, y al pasar por su pais habia abandona-
do á los demás, se sintió después poseído de tal
dolor y remordimiento, que se empeñó con el
P. Provincial en volver á ser admitido y seguir la
suerte del destierro en que Dios le quería. Tales
diligencias hizo y tales pruebas dió de la ñrmeza
de su voluntad, que el P. Provincial juzgó deber
concederle lo que solicitaba; y habiendo seguido
viaje á Italia, perseveraba el año 1 790, en que re-
fiere este caso el P. Juárez (l).
Las noticias alarmantes de la extinción se sus-
pendieron por breve tiempo, en que se dijo iban
á ser restablecidos los Jesuítas en Francia, por
haber caído en desgracia el Duque de Choiseul, y
hasta se divulgó que volverían á España; pero
presto se desvaneció aquel rayo de esperanza, y
en adelante cada día se vio el cielo más nublado.
El 16 de Agosto de 1773 se intimaba en Roma
á los Padres de la Compañía el Breve Dominusac
Redemptor, que decretaba la extinción; y sucesi-
(i) Carta del P. Gaspar Juárez á D. Ambrosio Funes.
(Archivo de la Misión de Chile-Paraguay.)
— 253 —
vamente en aquel mes y principios del siguiente
fué intimada á todos los Jesuítas españoles, que,
como se ha dicho, se hallaban reunidos en las pro-
vincias septentrionales de los Estados del Papa.
En Faenza la hizo intimar el Obispo Monseñor
Vidal de Buoi el 25 de Agosto por medio de los
párrocos, que la notificaron en los diversos domi-
cilios de los americanos. En Ravena el mismo día
la intimó personalmente el Arzobispo Monseñor
Antonio Cantoni, hermano del Conde Cantoni de
F'aenza, y como él favorecedor de los desterrados.
Así como habían recibido con cristiana resigna-
ción el extrañamiento, así recibieron también este
último golpe, mucho más terrible que el primero,
en medio del dolor que les oprimía el corazón.
Triste era el estado á que se veían reducidos
los Jesuítas del Paraguay. Los primeros desterra-
dos oyeron sólo el Decreto del extrañamiento.
Pronto sobrevino la Pragmática sanción de 2 de
Abril de 1762, que fijaba su suerte para toda la
vida, y en adelante se leían conjuntamente el De-
creto y la Pragmática. En virtud de ésta se decla-
raba que el destierro de cada uno de los Jesuítas
era perpetuo de por vida, sin que hubiese circuns-
tancia alguna que le pudiese hacer levantar, ni
aun la de quedar secularizado, dejando de perte-
necer á la Compañía (números ix y x), á no ser
que interviniese un permiso expreso, tan gravoso
y deshonroso, que nadie que tuviese un resto de
honor lo había de solicitar (números xi, xii, xiii).
Si alguno osase volver, era sentenciado á muerte,
— 254 —
siendo lego, y á reclusión perpetua, si era sacer-
dote (R. C. de l8 de Octubre de 1767). Señalá-
baseles de los bienes que se les habían confiscado
una pensión que para los sacerdotes, según la
Prismática (núm. ni), debía ser de ICO pesos; pero
que por descuentos que intervendrían, eran en
realidad cuatro reales de vellón cada día (l), valor
hoy de un franco: y estando señalada para los
legos 90 pesos anuales, ó 450 francos, á tenor del
mismo descuento, tendrían tres y medio reales
diarios. Cantidades eran éstas con las que tal vez
hubieran podido subsistir hallándose en comuni-
dad; pero mandándoseles que cesasen las comu-
nidades, y habiendo de cuidar cada uno de sí,
sucedía con la pensión lo que gráficamente expre-
saba uno de los expatriados en estos términos: No
teniendo otro recurso que la pensión^ resulta que con
ella el que se viste no come^ y el que come no tiepíe
para vestirse, Y para que se evitase todo exceso
en cobrar pensiones, cautelaba el art. 7.**: Mi Mi^
nistro en Roma tendrá particular cuidado de saber
los que fallecen^ ó decaen por su culpa de la pensión^
para rebatir su importe. Esta misma pensión, insu-
ficiente, como era, para el sustento, se perdía sí
alguno salía del Estado eclesiástico, si daba justo
motivo de resentimiento á la Corte con sus opera^
dones, 6 lo daba con sus escritos. De suerte que la
pensión venía á emplearse como instrumento para
(i) Isla: Memorial, publicado por el P. Uriarte, p^-
nas 188, 189.
— í»5S —
mantener i los Jesuítas conñnadoSi y para te-
ner sujetas al arbitrio y juicio de la Corte sus
operaciones y sus escritos. Al principio se privó
á los novicios de toda pensión; y sólo más tarde,
cuando ya aquella privación había producido,
unida á los demás recursos, sus efectos de terror
para hacer desistir á algunos de su vocación, y apa-
recía notablemente más inicua y monstruosa entre
tantas monstruosidades como encerraba el extra-
ñamiento, se derogó este capítulo, y se les dio
pensión como á los demás. Una vez verificada la ex-
tinción, quedaron privados los Jesuítas de ejercitar
ministerios, aunque el Breve abolitivo los habilita-
ba como á cualesquiera otros sacerdotes secula-
res; para esta privación se dio especial decreto.
Quedaban así reducidos á vivir en la inacción,
y á luchar con la estrechez , y en ocasiones con la
miseria, que hubiera sido mucho mayor si Car-
los III hubiera logrado su intento de que nadie
mantuviese correspondencia con los Jesuítas^ por
prohibirse general y absolutamente^ pena de ser cas-
tigado á proporción de su culpa. Las personas com-
pasivas y que tenían alguna posibilidad, no res-
petaron esta prescripción esencialmente nula por
contraria á la ley natural, y de América llegaron
á Italia de tiempo en tiempo algunos socorros que
aminorasen la necesidad de los expatriados. Con
el tiempo también lograron varios sujetos por di-
versos motivos, especialmente por la publicación
de libros útiles, algún aumento en la pensión, con
que se alivió su penuria.
— 256 —
* A pesar de verse en tan triste estado los Jesuí-
tas del Río de la Plata, y separados del cuerpo
que formaban como provincia, no cesaron de edi-
ficar á los habitantes de las ciudades en que mo-
raban, con sus .ejemplos y virtudes (ya que con los
ministerios no podían) como lo habían hecho en
América, y en la misma Italia mientras vivieron
en corporación. Algunos de ellos, con licencia
especial, fueron empleados por los Obispos de
-Italia ,en las parroquias, y en ministerios de con-
fesar y predicar; los hubo que fueron profesores
en los Seminarios; y muchos, no pudiendo ejercer
sus ocupaciones habituales de misioneros y ope-
rarios, se dedicaron á escribir, trabajando varias
obras, algunas de las cuales vieron la luz pública,
haciendo grande honor á la antigua provincia del
Paraguay. Así mostraba la experiencia que aque-
llos hombres que sus adversarios habían querido
figurar como revoltosos, herejes y perversos, con-
tinuaban mereciendo la confianza de cuantos los
trataron, porque en ellos reconocían no las mal-
dades proclamadas por la calumnia, sino la inte-
gridad de la doctrina, la prudencia, y el ejemplo
y piedad de las costumbres. Todos ellos aguarda-
ron en silencio y esperanza la restauración de la
Compañía, de que no dudaban, y algunos pocos
lograron verla con sus ojos.
— 257 —
LOS EJECUTORES DE LA EXPULSIÓN
No dejó de sentirse la providencia de Dios so-
bre los principales instrumentos de la expulsión de
los Jesuítas. En las regiones del Río de la Plata,
los ejecutores que se señalaron por su malevolen-
cia y dureza fueron Bucareli y Campero.
Bucareli fué odiado de los habitantes de su go-
bernación, si se exceptúan algunos paniaguados
suyos. Daba á todos en ojos su codicia, su carác-
ter arrogante, desdeñoso y despótico, y los actos
de verdadera tiranía que cometió en estas tierras,
como fueron la sentencia de muerte de D. Mi-
guel Tagle, la deportación por dos veces de veci-
nos notables de Buenos Aires, el empleo de cau-
dales del Municipio en usos privados, los atrope-
llos cometidos con los que le pudieran estorbar,
enredándolos en causas en los tribunales, y el me-
nosprecio que hacía de la provincia, como de cosa
de menos valer (l), y de los americanos del Río
de la Plata, en especial de los porteños, que con-
servó después de volver á España, y á quienes
pinta como cargados de delitos, y en su jactancia
se promete ahorcar á varios de ellos cuando sea
Virrey del Perú, como presumía que estaba á pun-
to* de ser nombrado (2). Sintiéndose aislado en
(i) Carta de 14 de Octubre de 1768. (Brabo, 198.)
(2) Cartas de 8 de Febrero y 8 de Abril de 1772. (Co-
lección particular.)
17
-258-
Buenos Aires, pedía en repetidas cartas al Conde
de Aranda que le sacase de América (l). Y, en
efecto, fué preciso relevarlo antes de cumplir el
tiempo ordinario de cinco años que solían estar
los Gobernadores en estas tierras. Carácter total •
mente contrario al del grande y simpático General
Ceballos, sólo por odio á los Jesuítas ha sido ala-
bado de algunos Bucareli. Volvióse á España sin
ver realizado ninguno de sus sueños. La única cosa
de provecho que hizo, que fué arrojar á los ingle-
ses de las islas Malvinas, tuvo el disgusto de que
fuese desautorizada, á lo menos en público, por la
Corte de España, guiada de razones políticas. Hizo
alarde de gran fuerza militar para extrañar á los
Jesuítas de quienes no había de experimentar re-
sistencias, y en cambio dejó que los portugueses
armados hicieran nuevas invasiones en los domi-
nios españoles, mientras le entretenían con pape-
les, y se burlaban de sus protestas. Díjose en el
Río de la Plata que calculando Bucareli que habría
en poder del Provincial en Córdoba unos cinco
millones de pesos oro, había encargado á Fabro-
que inmediatamente le remitiese á Buenos Aires
dos millones con buena custodia, arriba se ha vis-
to cuál fué el desencanto de Fabro, y no hubo de
ser menor el de su comitente. Frústresele asimis-
mo el ansia de hallar minas de oro y plata en Jas.
Doctrinas de Guaraníes ó en las posesiones de los
(i) Cartas de 20 de Octubre de 1768 y 11 de Marzo
de 1769. (Brabo, 231-373.)
— 259 -
Jesuítas, en lo que había trabajado más de lo que
parece, á juzgar por lo que muestran los docu-
mentos que hoy día se conservan en la Asunción,
y en Buenos Aires (l). Habiéndose encaprichado
en que el nombramiento de ejecutor de la expul-
sión le había constituido Gobernador de las tres
provincias de Tucumán, Paraguay y Río de la
Plata, tuvo algunos ratos amargos por las compe-
tencias que con tal pretensión suscitó, y le fué
mucho más amargo el declarar la Corte que Bu-
careli estaba en un error (2). Pero más graves fue-
ron sus disgustos en España. Vio sentenciar la
inocencia de los acusados que él trabajaba por
arruinar en la causa de Campero (3), y acusado el
mismo Bucareli de su tiranía en condenar á muer-
te á Tagle, se vio hecho objeto del horror que
causó la noticia de aquel exceso, y amonestado
judicialmente de haber incurrido en el desagrado
del Rey, que fué el golpe que más podía herir un
ánimo acostumbrado á andar siempre entre lison-
jas y mandos de importancia y que soñaba con
otros mayores. No consta que en adelante figura-
se más, y sólo hace notar el P. Luengo al hablar
en su Diario de la muerte de Bucareli la circuns-
tancia de no saberse que diese alguna satisfacción
ó reparación, siquiera de palabra y deseo, á las
(i) Bubnos Aires: Archivo general, leg. 1600-1750-60
(Jesuifas) Guerra guaraniiica.
(2) Brabo: Colección^ pág. 254.
(3) Funes: Ensayo y lib. v, cap. ix.
— 26o —
víctimas de las muchas injusticias que cometió,
entre las que no fueron los menos atropellados los
Jesuítas.
Don Juan Manuel Campero tenía, según el rela-
to del Dr. Funes (i), tan empobrecida la provin-
cia del Tucumán con sus dilapidaciones, que fué
necesario que el Alférez Real D. Juan Antonio
Barcena representase sobre ello al Virrey, de
donde resultó ser enviado por juez de las malver-
saciones de Campero D. José Antonio Zamalloa,
vecino de Jujuí, haciéndolo al mismo tiempo juez
privativo de todas las causas de Barcena, á fin
de que Campero no se arrojase á algún exceso
contra aquel promotor del asunto. Las rapacida-
des de Campero habían llegado á tal grado, que
habiendo al entrar él en el Gobierno cuarenta mil
pesos de existencias en las cajas de la Sisa, todo
lo había disipado, además de lo que se iba cobran-
do en su gobierno, que solía pasar bien de doce
mil pesos anuales. Campero se resolvió á prender
á Barcena, y en seguida á su mismo juez Zama-
lloa; pero sucedió al revés, que Campero fué el
preso y conducido á la Audiencia de Charcas.
Todo esto no dejó de atribuirlo Bucareli en sus
informes á tramas de los partidarios de los Jesuí-
tas, recurso muy socorrido; pero él mismo daba
indirectamente testimonio de las prendas de Cam-
pero, cuando supuso que los Jesuítas le querían
(i) Funes: Ensayo de la Historia civil del Paraguay^
Tucumdny Rio de la Plata, lib. v, cap. ix.
— 201 —
mal porque no había empleado, como estaba or-
denado por el Rey, cierta cantidad del producto
de la Sisa en auxiliar las Misiones nuevas, y cuando
escribía al mismo Campero: En los inventarios
procederá V. 5. con la pureza que encarga S. M,^
desmintiendo sospechas a las cuales da bastante
fundamento el no haberse encontrado en todo ese co-
legio de Salta más que diez y nueve pesos, dos y me-
dio reales^ siendo constante por lo mismo que F. S.
dice y es notorio^ lo vasto de sus manejos, los mu--
chos y cuantiosos caudales de depósitos (l). Y aun-
que por de pronto pareció lograr Bucareli el in-
tento de sacar triunfante contra Zamalloa á Cam-
pero, siendo éste repuesto en su gobierno, y recla-
mados Barcena y Zamalloa por el Consejo ex-
traordinario, á pesar de estar absueltos por juez
competente, al fin fueron declarados en juicio
contradictorio por libres y sin culpa en lo ocurri-
do con el Gobernador Campero (2), lo cual era
infligir terrible nota á los atropellos de éste y de
su protector Bucareli. En balde, pues, pintaron
los hechos con colores arbitrarios los mismos Bu-
careli y Campero y el limo. Sr. Illana en sus do-
cumentos, publicados por Brabo.
El Conde de Aranda, alma de la ejecución en
todos los dominios de la monarquía española, no
sólo cayó feamente de la privanza del Rey tres ó
cuatro años más tarde, con gran desprecio aún de
(i) Funes: Ensayo, lib. v, cap. ix.
(2) Ibid.
— 202 —
los que primero le habían admirado, y en especial
del gran consejero del Rey de España, Tanucci,
sino que, enviado más tarde como Embajador á
Francia, y vuelto luego á la Corte como primer
Ministro de Carlos IV, cayó definitivamente con
más estrepitosa ruina, y lo que es más singular,
se obró con él de la manera que él había obrado
con los Jesuítas en el extrañamiento. Inmediata-
mente después de una acalorada y violenta discu-
sión que había sostenido en el Consejo Real con
el Duque de la Alcudia D. Manuel Godoy, fué
sorprendido Aranda á la una de la noche en su
casa por fuerza armada, ocupándole todos sus pa-
peles, y sin concederle tiempo más que para pro-
veerse de lo más indispensable, fué metido en un
carruaje, y con guardias sacado de la Corte para
ser llevado al destierro de Jaén y encerrado des-
pués en la Alhambra de Granada. Todo como
veintisiete años antes lo había hecho él con los
Jesuítas. Ocurría este hecho en la noche del 14 de
Marzo de 1794. Moñino había corrido igual suer-
te pocos años antes. Á los cuarenta años de la
salida de los últimos Jesuítas de América, año de
1808, era destronado el Rey de España por un
usurpador; y al cumplirse cien años, en 1 868, lo
era Doña Isabel II por sus propios subditos.
Los curiosos verán en estos hechos meras coin-
cidencias. Los maliciosos las podían haber atri-
buido á los Jesuítas, si los Jesuítas hubieran estado
entonces en valimiento ó supieran conservar ren-
cores, cosas entrambas falsas. Las personas que
— 263 —
juzgan con exactitud, conforme á la enseñanza ca-
tólica, descubren aquí los rastros de aquella Pro-
videncia divina que ni castiga todos los delitos en
esta vida, ni reserva todos los castigos para la
otra. Esto mismo juzgaba D. Isidoro Lorea en la
carta citada arriba (l), acerca de algunos casos
ocurridos en el Río de la Plata: Lo cierto es que
todos aquellos que pusieron sus baterías contra este
fuerte [contra la Compañía] han tenido unos fines
acelerados. De los que he conocido de aquellos que
más se esmeraron en tirar su bala con cañón de
pluma^ he visto baldada la cureña que movía el ca-
ñón^ y después lo encontraron muerto en su cama;
otros ahogados en su sangre; otros insensatos^ y^ en
fin, si hubiera de referir todos los pasajes^ tuviera
mucho que referir en este punto. El 5r. Malvar
[Obispo que fué de Buenos Aires] cuando estuvo
aquí de Obispo, dijo que haiía conocido en Madrid
varios sujetos que concurrieron al golpe, los que tU"
vieron desastrado fin, en el cual acabaron.
CONSECUENCIAS INMEDIATAS
DEL EXTRAÑAMIENTO EN EL RlO DE LA PLATA
Los ministerios en que se ocupaban los Jesuítas
en la vasta extensión de la provincia del Paraguay,
(i) Carta al ex Jesuíta P. Diego de Iríbarren, fecha en
Buenos Aires á i.^ de Octubre de 1788.
— ; 264
que hoy comprende la República Argentina, la
del Paraguay, la Oriental, parte de la de Bolivia y
de la del Brasil, habían sido muchos y de muy dis-
tinta índole. Del cultivo espiritual de las almas
cuidaban por medio de sus ministerios de predicar,
confesar, enseñar en las escuelas, dar misiones en
las ciudades y en la campaña, y con la práctica de
los Ejercicios espirituales, sin contar con la reduc-
ción de indios infieles. En lo temporal, además de
atender á las necesidades de sus colegios por me-
dio del cultivo de las tierras, lo que implicaba,
según la práctica única de labranza de aquel tiem -
po, la existencia, mantenimiento y ocupación de
gran número de negros, habían de cuidar de la ad-
ministración de las Doctrinas de Guaraníes y Chi-
quitos que les estaban encomendadas por el Rey.
Por mucho que se esforzasen en el primer mo-
mento el Gobernador y el Obispo de Buenos
Aires, enemigos ambos de la Compañía, en alzar
el grito sobre que no hacían falta los expatriados,
fácil es conocer que 40 sacerdotes, por lo me-
nos, arrancados de pronto de Buenos Aires, y
otros tantos ó más de Córdoba, y proporcional-
mente de las demás ciudades. Ministros evangéli-
cos todos ellos, quo no sólo no daban que decir á
nadie, sino que continuamente andaban empleados
en ministerios espirituales y Misiones, á veces con
el fruto copiosísimo que consiguió en todas las
ciudades del Río de la Plata, que fué recorriendo
como un apóstol, el venerable P. Ignacio Oyarzá-
bal, que ya no era conocido sino por el Padre San^
— 26s —
to^ no podían menos de causar vacío sensible. Y
así fué en realidad. Antes de un año, ya el Gober-
nador y el Obispo confesaban que se habían equi-
vocado, y pedían que viniesen nuevos sacerdotes
de otras Ordenes, fundándose colepo de misione-
ros de San Francisco, no para las Misiones de in-
fieles, sino para la urgentísima necesidad de los
cristianos de las ciudades (l), y añadiendo el Obis-
po (justamente mientras en otra carta decía que
el ponderado vacío que dejaban los Jesuítas se había
llenado con manifiestas ventajas de nuestra reli-
gión)^ los siguientes conceptos, que contradicen
tal aserto, y por la misma naturaleza de la cosa se
ve que son la expresión de la verdad: Al ver esta
ciudad tan populosa ^ tan llena de vicios, los que
cada día crecen más, y al mismo tiempo tan vacía
DE OPERARIOS QUE... HOY SE HALLA CUASI EN EXTREMA
NECESIDAD — de quc Ictstimo Sámente se sigue que,
muriendo no pocos sin Sacramentos, expiren los
más sin el cottsuelo de Ministro que haga á Dios la
recomendado tt de sus ahnas,,. — Por lo mismo, di-
latan los sanos la sacramental penitencia por un
año regularmente — ;ylas más de las veces se frus-
tran sus diligencias por hallarse los confesores
preocupados por el concurso, que comúnmente no se
puede evacuar, mediante el corto número de con-
fesores ÚTILES que se hallan en los conventos (2).
(i) Brabo: Colección, págs. 238, 261.
(2) Las dos cartas del Obispo son de 14 de Noviem-
bre de 1768 (Brabo, 237, 241); la del Gobernador, de 7 de
— 266 —
Pero, á pesar de las protestas del Rey Carlos III
al Papa, cuando en autógrafo suyo le decía que
para la felicidad eterna de sus subditos había aten-
dido con exacto esmero a que ningún socorro espiri-
tual les faltase^ ni aun en los países más remotos ^ y
de su postrera frase: Quede^ puss, tranquilo Vues-
tra Beatitud sobre este objeto; el hecho es que el
tal colegio de doce misioneros franciscanos para
socorrer la necesidad del Barrio Alto de San Pe-
dro, ni otra cosa equivalente, jamás se fundó, y las
necesidades quedaron sin remedio. .
Fundadas por bienhechores, tenían los Jesuítas
dos casas, donde, conforme á su santo Instituto, se
daban los Ejercicios espirituales de San Ignacio,
tan propios de la Compañía y tan recomendados
siempre en la Iglesia. Mucho se discurrió sobre el
destino que convendría dar á las dos casas, y la
resolución final fué que cesó del todo aquella san-
ta práctica, si bien Dios por un medio extraordi-
nario la volvió á suscitar más tarde. Con lo que se
acaba de decir de Buenos Aires puede entenderse
lo que proporcionalmente sucedió en las demás
poblaciones, donde había aún menos medios de
suplir la falta de tal número de sacerdotes y ope-
rarios útiles y contraídos al trabajo como se les
arrebataban.
Febrero de 1769 (Brabo, 260), y se lamenta de que el Ar-
zobispo de Charcas escribió á varios Obispos que se unie-
sen para pedir al Rey la vuelta de los Jesuítas. Lo mismo
persuadía el limo. Sr. Alday al Obispo lUana.
— 267 —
Otro de sus ministerios era la enseñanza. En
ésta les fueron sustituidos los padres franciscanos
en la Universidad de Córdoba; pero en muchas
otras partes no tuvieron sustituto alg^uno, y en las
ciudades donde tenían facultades mayores, como
Buenos Aires y la Asunción, pasaron veinte años
sin que se estableciesen estudios análogos. El
limo. Sr. Illana, Obispo de Códoba, sin embargo
de protestar en sus informes que los Jesuítas no
eran necesarios, sino antes bien, perniciosos, des-
cubre en seguida, muy contra su voluntad, la
gran falta que hacían, y todo se le vuelve buscar
para supli la arbitrios que no tuvieron resultado.
Sobre ministerios dice: Faltando los Padres ye-
suüas, faltaron obreros que hacían algún fru-
to„. (l). De la enseñanza hablan de este modo:
Por lo mismOy no sé qué hemos de hacer con la ni-
ñez y juventud de estos países. {Quién ha de ense-
ñar l¿is primetas letras? Algo hacen los Padres
Franciscos,,, (2).
Sobre Doctrinas de indios y Misiones será pre-
ciso hablar en párrafo aparte.
En cuanto á los bienes de ' los colegios, el ar-
tículo 3.** de la Pragmática sanción de 2 de Abril
de 1767, decía: Declaro que en la ocupación de las
temporalidades de la Compañía se comprenden los
ii) Informe al Rey en 7 de Junio de 1768. (Bra-
BO, 143.)
(2) Carta al Conde de Aranda, á 15 de Junio de 1768.
(Brabo, 159.)
— 268 —
bienes y efectos^ asi muebles como raices ó rentas
eclesiásticas que legítimamente posean. Con qué fa-
cultad eran usurpados éstos, que por ser bienes
eclesiásticos, no se podían tocar sin sacrilegio, y
sin incurrir en excomunión reservada en la Bula
de la Cena los que lo decretaban y los que lo eje-
cutaban, atropellando un derecho de propiedad
sagrado, y disponiendo al antojo de la autoridad
civil de unos bienes que la voluntad de los fieíes
había dado expresamente para determinadas per-
sonas y determinados fines piadosos; esto nunca se
aclaró. Pero habrá que decir que entre tantos atro-
pellos y sacrilegios cometidos contra las personas,
juzgándolas y sentenciándolas jueces legos, incu-
rriendo igualmente con esto en excomuniones, la
usurpación de los bienes eclesiásticos §e miraba
como una pequeña parte de todo aquel conjunto,
un sacrilegio y excomunión más. Fueron, pues,
confiscados todos los bienes que poseían los Je-
suítas en el Río de la Plata. En cada provincia se
estableció^ dice el historiador Domínguez, una Jun-
ta general de aplicacioms^ y en cada ciudad^ otra
municipal^ dependiente de aquella^ para adminis-
trar estos bienes y darles el destino ordenado por el
Rey^ qtu fué el fomento de la instrucción pública y
de los establecimientos de beneficencia. De este modo
se paliaba el carácter odioso de la confiscación de
unas propiedades que estuvieron siempre aplicadas
d los mismos fims. La Junta superior de Buenos
Aires estaba compuesta del Gobernador y del doctor
D. Juan Manuel de Lavardén^ D. Manuel Basa-
— 269 —
vilbaso^ D, José Gainza y el Dr, Leiva. Los dos
primeros eran de la intimidad de Bucareli^ y le lia--
bian ayudado personalmente en el acto de la expul-
sión. Un inventario formado por Lavardén tres
años después de la ocupación de los bienes existen^
tes en la provincia de Buenos Aires, daba por li-
quido caudal la suma de 277. go2 pesos.,. La her-
mosa casa de Ejercicios para mujeres, más de
veinte casas pequeñas de habitación^ las estancias^
dos molinos, una tahona, tres hornos de ladrillo,
dos quintas y varios terrenos, todo desapareció des-
pués con poco provecho para el Estado ó para el
público.,. En Córdoba sucedió lo mismo con estos
bienes. Todavía existen como propiedad publica al-
gunas de las fincas urbanas ó rurales que se sali-
varon de la rapacidad de los administradores.
En Montevideo, los bienes confiscados consistían en
una estancia en Santa Lucia, otra entre Pancb y
Solís Chico con gran cantidad de ganado, 45 escla-
vos, algunas cc^as en la ciudad, dos molinos de
trigo y algunas chacras de cultivo. Casi todo fué
presa de la rapacidad de los directores de estos ne-
gocios, el Rey destinaba estos bienes para la educa-
ción práctica; pero los administradores lo arregla-
ron de otro modo. Y añade: La Rosa en Montevideo,
como Bucareli en Buenos Aiies, como Campero en
Córdoba, fueron los verdaderos usufructuarios del
despojo de la Compañía. Ni hay que admirarse de
esto, porque la historia de todos los países enseña
que el verdadero motivo y el fin oculto de toda con-
fiscación eclesiástica... es la aplicación de los bie-
— 270 —
nes espoliados en beneficio de los innovadores (l).
No difiere de este juicio el de otro historiador
reciente, quien, hablando de la expulsión en Mon-
tevideo, dice así: De los bienes mencionados poco ó
nada utilizó la Corona, pasando los más de ellos á
manos de particulares por tasaciones ínfimas, con
lo cual se construyeron fortunas pingües. Lo mismo
aconteció en todas partes , lo que demuestra que el
celo de muchos en la persecución de los Jesuítas lle^
vaba por norte heredarles (2).
LAS DOCTRINAS DE GUARANÍES
Una de las mayores y más insignes obras de la
provincia religiosa de la Compañía de Jesús en el
Paraguay, fué la de las Doctrinas de Guaraníes;
obra que bastaba ella sola para calificarla, como
se la calificó, de provincia apostólica y misionera;
la que atraía la admiración del mundo, los celos
de muchos émulos, y juntamente un crecido nú-
mero de vocaciones de Jesuítas de todas las pro-
vincias de Europa, quienes nunca se consideraban
más dichosos que cuando recibían la noticia de
haber aceptado el P. General de la Compañía su
(i) Domínguez: Historia argentina ^ sec. m, cap. xiii,
pág. 251, 4.* edición, 1870.
(2) Bauza: Historia de la dominación española en el
Uruguay, tomo 11, lib. iii, pág. 189, 2.* ed., 1895.
— «7^ —
petición para Misiones, destinándolos á trabajar
entre los indios del Paraguay. Por lo mismo fué
uno de los mayores sentimientos que atravesaron
el corazón de los expatríados, la solicitud de lo que
ocurriría á sus pobres indios, á quienes amaban con
la ternura de una madre para sus hijos. Y tenían
razón de temer: Al salir los Jesuítas de Doctrinas,
íueron puestos en su lugar Curas en cada uno de
los pueblos, pero adviértase que los Jesuítas que
de allí salieron eran al pie de 8o, y los Curas que
nominalmente estaban señalados eran 56. Eran,
pues, aun en la primera instalación, cuatro los pue-
blos donde no hubo más que un sacerdote, y bien
pronto quedaron con uno solo también varios pue-
blos más, hallándose solo el Párroco por años y
años entre aquella multitud. Y si cuando estaban
los Jesuítas no sobraban los operarios, como se ve
por sus mismas correspondencias y en casos de
pestes, tan frecuentes allí, apenas bastaban, pue-
de imaginarse lo que sucedería en adelante en
cuanto al cultivo espiritual de los Guaraníes. Agre-
góse que los nuevos Curas se eligieron, ó mejor, se
tomaron cuales los deparó la casualidad, para sa-
tisfacer las urgentes instancias con que apremiaba
Bucareli; y esta sin duda era nueva causa de que
se desatendiese el bien espiritual de aquellos infe-
lices, cuando no resultase daño positivo á los mis-
mos Curas y á sus feligreses. Más tarde, los docu-
mentos oficiales revelan que para regir espiritual-
mente aquellos pueblos se enviaron jóvenes recién
salidos de los noviciados de las religiones, y or-
— 272 —
denados con prisa para suplir la escasez de suje-
tos. A lo cual dio también ocasión el haber hecho
aquellas parroquias sumamente incómodas y nada
apetecibles; pues siendo ya harto trabajosas de
suyo por no haber en ellas más trato que el de
unos incultos indios, se agregó á esto el inconsulto
parecer del limo. Sr. Latorre, Obispo de Buenos
Aires, quien juzgó que bastaba señalar por sínodo
del Cura 250 pesos anuales, y aun ese se redujo
más adelante á 200 pesos, siendo así que los cu-
ratos del Perú tenían por sínodo goo pesos. Y de
todo ello resultaba que aun los religiosos, que vi-
vían con más pobreza que un clérigo secular, mi-
raban aquellos pueblos como una de las más infe-
lices ocupaciones entre sus ministerios.
El régimen de las Doctrinas, que con tanto pro-
vecho había estado entablado por ciento cincuenta
años, fué juzgado de repente malo é inepto por la
petulancia dé Bucareli, quien dio un reglamento
enteramente nuevo (l), sin saber ni entender ó te-
ner experiencia alguna de los subditos con quienes
trataba, tanto que él mismo se tuvo que corregir
en cosas graves una y varias veces; y aun habien-
do prometido á los indios que les iba á hacer una
repartición de todo lo que poseían en común, á la
manera que lo sueñan hoy los socialistas de la
plebe, volvió atrás de su intento luego que por
experiencia vio lo que él y sus semejantes no que-
(1) Instrucción á que se deberán arreglar, etc. (Brabo:
Colección ^ pág. 200.)
— 273 —
rían creer cuando lo oían de boca de los Padres de
la Compañía, á saber, que no eran los indios Gua-
raníes capaces de manejarse solos con provecho. El
sistema de Bucareli, propuesto con palabras am-
pulosas, retocado más tarde con Adición (l) y or-
denanzas de comercio (2), del cual, si alguna cosa
había razonable no se observó, fué con los des-
aciertos de que estaba plagado, la causa más efi-
caz de la ruina de las Misiones, junto con el espí-
ritu de rebeldía que el Gobernador había infundi-
do á los 60 jefes principales que tuvo consigo casi
un año en Buenos Aires. Sucedió también aquí,
en cuanto á las personas encargadas de lo tempo-
ral, una cosa semejante á la de los Curas. £1 Ad-
ministrador, que tenía una tercera parte de renta
más que el Cura, era nada más que un hombre tal
como se pudo encontrar, y que llenaba su cargo
por sueldo. Claro es que no había de poder reem-
plazar á aquellos misioneros que cuidaban de las
cosas temporales de los indios por vocación de
Dios, que estaban dotados de conocida prudencia
y se regían por estatutos acomodados en virtud
de la observación al genio de los indios, teniendo
además Superiores que conocían todo cuanto era
necesario en las Misiones, por haber pasado ellos
también casi toda su vida en aquel ministerio.
Hay que dejar aparte las prevaricaciones indivi-
duales, como, por ejemplo, las de los primeros
(1) Adición. (Brabo: Coleccsdn, pág, 300.)
(2) Ordenanzas. (Brabo: CaUcMn, 334.)
18
*- «74 —
años, cuando Bucareli puso todos los Administra-
dores paraguayos y correntínos, atendiendo úni-
camente á que aquellos eran los que sabían el idio-
ma; y fué tan grande la ruina de los pueblos y el
descontento de los indios, porque cada uno aten-
día sólo á su interés, que el mismo Bucareli se vio
forzado á sustituir de un golpe los 30 Administrado-
res y poner otros nuevos. Pero aun sin mirar más
que á las condiciones generales del reglamento de
aquel Gobernador y de las personas de que nece-
sariamente se había de echar mano, podía pronos-
ticarse con certeza que las Doctrinas habían de ir
á menos y arruinarse, si no de repente, á lo me-
nos poco á poco y sin remedio. Y eso es lo que
sucedió. En los tres primeros años fué el desastre
tan grande, que se temió que totalmente se perdie-
sen las Misiones de Guaraníes, tanta era la miseria
causada por la desmoralización, á que se agregó
la peste y el hambre. Restauróse algo el estado ma-
terial por la solicitud que tuvo durante los doce
años de su cargo el Administrador general D. Án-
gel Lazcano, en proveer á los pueblos de ganado
y poner, en cuanto era dable, buenos Administra-
dores particulares. Salido Lazcano del cargo en
1 786, siguió la decadencia, y al finalizar el siglo xvm,
habían disminuido los habitantes de las Doc-
trinas en más de una mitad, reduciéndose de
94.000 á 45.000. Su estado social y moral lo des-
cribe un testigo -de vista con los siguientes tristí-
simos colores: «La impericia de los Administrado-
tres, que los más de ellos ignoran el manejo de
— í»75 —
>caudales, están ajenos de lo que es agricultura,
yfábrícas, y no saben ni aun ajustar una cuenta,
>todos conocimientos esenciales á su empleo; la
>crasa ignorancia de los maestros de escuela, de
>que muchos tienen sólo el titulo; la poca ó nin-
ygruna armonía que suele reinar entre ellos y los
>Curas; las francachelas y gastos enormes, llama-
»dos indebidamente dé Comunidad^ que se hacen
>en los colegios, no sólo en las ñestas de tabla,
>sino también con cualquier leve pretexto que
»ocurra á los empleados; la mesa diaria, en que
>jamás se sienta el indio que la surte, y está siem-
>pre franca al pasajero, extraño y trancante, que
>con este motivo se detiene muchos meses en los
ypueblos; el desaseo y continua necesidad en que
>viven los cunumts (adolescentes); la porquería y
>torpe indecencia con que se crían las cuñatais
> (niñas y doncellas); la pobreza suma de los natu-
>rales, todos sacrificados siempre y desatendidos
»por las comunidades; y, por último, el gran liber-
>tinaje y escandaloso desarreglo de costumbres,
> frecuentemente autorizados hasta de personas
^consagradas á Dios, son los desórdenes envejeci-
>do6y reinantes en todas las Doctrinas» (l).
Cada Gobernador del Paraguay ideaba un plan
nuevo para sustituir al de Bucareli, y en el Archl*
(i) Alvbar: Relación de Misiones; en Angelis, colección
de ceras y documentos relativos d la historia antipiay mo-
derna de las provincias del Rio de la Plata ^ tomo 4.^, edi-
ción Buenos Aires, 1836, pág. 105.
— á76 —
vo nacional de la Asunción se encuentran el plan
de Pinedo, el de Alós, el de Meló, el de Ribera.
El Virrey, Marqués de Aviles, tuvo el suyo; el Te-
niente Gobernador de Concepción Doblas, había
propuesto otro; Alvear tenía el suyo propio; pero
con tantos planes, todos muy halagüeños, la deca-
dencia seguía su camino.
La guerra con Portugal en l8oi hizo que se
apoderasen los portugueses de siete de los pue-
blos, que nunca más volvieron al dominio de Es-
paña. Las discordias que acompañaron á la eman-
cipación de las colonias españolas de Sud- Améri-
ca, acabaron con 15 de las 23 Doctrinas restantes,
que fueron reducidas á escombros y cenizas, parte
por el brigadier brasilero Chagas, parte por el
dictador paraguayo Francia, el año de 1817. Si-
guieron todavía las ocho, restantes con el sistema
de Bucareli más ó menos modificado hasta llegar
al año 1848, en que el Presidente del Paraguay,
D. Carlos López, las redujo á la condición común
de las demás poblaciones paraguayas, apoderándo-
se de sus bienes comunes, y fueron languidecien-
do más y más los pocos indios que quedaban,
hasta perderse del todo, sustituidos por los blancos
y mestizos, como ya lo están en los pueblos que
antiguamente habitaron. En el día apenas se halla
en aquellos pueblos un indio, si no es alguno que
otro de servicio, y ni memoria hay de los antiguos
caciques.
Suerte semejante á la de los indios Guaraníes
fué la que tocó á las Misiones de Chiquitos, como
— ni —
puede verse en la obra del Sr. René-Moreno,
Archivo de Mojos y Chiquitos] y también estos in-
dios están consumiéndose y tienden á desapare*
cer. Hubo, sin embargo, dos circunstancias que
contribuyeron á conservarlos bastante más que á
los Guaraníes, sin contar con la diversidad de índo-
le y constitución física. Una fué que al principio
siguieron gobernándose por un sistema análogo al
del tiempo de los Jesuítas, ideado por el Obispo
Sr. Herboso, y no se implantó desde el principio
entre ellos un sistema tan disconforme de la razón
como el de Bucarcli; de modo que aun al introdu-
cirse más tarde los Administradores seglares, no
experimentaron tanto daño como los Guaraníes.
Otra, el no haber pasado por tan furiosas guerras
como fueron las que en la cuenca del Río de la
Plata acompañaron á la emancipación en el primer
tercio del siglo xix. No obstante, en la parte moral
se experimentó en los Chiquitos una decadencia
tan espantosa como entre los Guaraníes.
Las demás Misiones del Chaco en mucha parte
se destruyeron, porque los indios, entre quienes
hacía poco tiempo estaba entablada la vida civil,
se desbandaron y huyeron á los montes.
Este fué el tristísimo efecto de la expulsión en
la provincia religiosa del Río de la Plata; y no será
exageración decir que se retrasó en este país el
movimiento civilizador un centenar de años; pues
las reducciones del Chaco ofrecían tan buen as-
pecto, que no era temeridad esperar que á ñnes del
siglo xvm ó principios del xix, se hubiera visto el
— 278 —
Chaco en estado semejante al que tenfan los Gua-
raníes y los Chiquitos; y en lugar de destruir las
razas indígenas, ó alejarlas hacia el extremo de los
países que habitaban, como ha sucedido, se hubie-
ran conservado tan útiles auxiliares, y no estaría,
como está hoy, por resolver el problema de la co-
lonización de vastos territorios en la República
Argentina y en la del Paraguay.
RESTOS DE LAS CONSTRUCCIONES
DE LOS JESUÍTAS
Duran hoy todavía en estas regiones varias
obras de los Jesuítas más 6 menos transformadas.
Las dos antiguas iglesias de sus colegios en Buenos
Aires son actualmente las parroquias de San Igna-
cio y San Telmo. La cuadra 6 manzana en que es-
taba edificado el colegio grande ha tenido un des-
tino singular. Durante el siglo xix se han acumu-
lado allí á porfía todos los establecimientos puede
decirse de educación y erudición que había en
Buenos Aires, Encuéntranse en ella la Universi-
dad, el Colegio Nacional Central, el Museo de His-
toria Natural, Archivo Nacional, Biblioteca Nacio-
nal, y todavía quedó espacio para la Intendencia
municipal y para varías tiendas de particulares. A
medida que el aumento de estos institutos va sien-
do mayor, toman algún otro local; pero varios de
ellos conservan siempre el que tenían en esta cuá-
— 279 —
dra. Las dos casas de Ejercicios fueron al prin-
cipio hospital de Betlehemitas la de hombres/ y
Casa-cuna la de mujeres, y últimamente han veni-
do á ser domicilios de personas privadas, fraccio-
nándose en pequeñas porciones, que no dejan co-
nocer su exacta situación.
En Santa Fe la iglesia fué cedida á los Merce-
narios, cuyo convento se hallaba ruinoso, y conser-
va por eso la antigua iglesia de los Jesuítas el
nombre de La Merced^ habiendo pasado más tarde
á ser iglesia del colegio que por fundación del
Gobierno provincial tienen allí los Padres de la
Compañía desde 1864, situado en el mismo solar
del antiguo. Los almacenes donde depositaban sus
frutos los Guaraníes de Misiones y estaban calle
por medio del colegio, han sido mucho tiempo
salón de actos hasta 1 884.
En Corrientes nada queda de la iglesia que se
estaba concluyendo de ediñcar al tiempo del ex-
trañamiento: el colegio ha venido á ser colegio
nacional.
En Córdoba todavía conserva el nombre de
Compañía la antigua iglesia, que es la iglesia de la
actual residencia; el noviciado está en la misma
casa del antiguo, y la Universidad ocupa el local
del antiguo colegio máximo.
En la Asunción no queda rastro de la iglesia.
El colegio se halla en gran parte en su propia for-
ma antigua, enclavado dentro del actual cuartel de
caballería.
De las 15 Doctrinas Guaraníes que caen en
— 28o —
territorio argentino, y de las siete que caen en te-
rritorio brasilero, no quedan más que restos infor»
mes, al lado de los cuales se han ido formando en
general poblaciones nuevas. Las ocho Doctrinas
que caen en territorio del Paraguay, se conservan
como pueblecitos, perseverando todavía la distri-
bución de edificios y algunas casas como en tiem-
po de los Jesuítas; algunos de estos pueblos, cómo
Trinidad y Jesús, están casi destruidos; otros en
buen estado, y todos habitados no por indios, que
ya no moran en aquella región, sino por los blan-
cos (l).
CONSECUENCIAS ULTERIORES
DEL EXTRAÑAMIENTO
Las consecuencias hasta aquí enumeradas era
necesario que se siguiesen sin intervalo de tiempo,
dada la orden del extrañamiento, y estaban ínti-
mamente conexas con los ministerios propios de
los Jesuítas; mas había otras que parecían menos
dependientes de ellos y que, sin embargo, lo esta-
ban en efecto, y se iban á producir en más largo
plazo.
No han faltado escritores que se fijasen en el
rudo golpe que dio Carlos III con el extrañamien-
(i) Véase en la revista de Madrid Razón y Fe^ Una
visita á las Doctrinas Guaraníes, tomo vi, págs. 224 y 4^
y tomo vil, pág. 235.
— 28l —
to de los Jesuítas á la dominación de España en
sus colonias americanas, sin contar con los daños
temporales que atrajo también sobre la Península.
He aquí lo que juzgó el editor de la obra Noticias
secretas de América^ de D. Antonio de UUoa y
D. Jorge Juan** (pág. 536 y siguientes).
«Los Jesuítas, además de los estudios á los jó«
venes en las ciudades, y Ejercicios religiosos á to-
dos, fomentaban los distritos donde tenían sus ha-^
ciendas, enseñando á ediñcar, cultivar y sacar las
mayores ventajas de los terrenos; introducían ar-
tes y mejoraban los oñcios; perfeccionaban los
instrumentos y facilitaban la labor de los pueblos
sujetos á ellos. Esta utilidad pública era, sin duda,
el mérito preeminente de aquella sociedad tan
alabada por muchos y tan censurada por algunos,
tan favorecida por los monarcas Católicos duran*
te dos siglos, y extinguida después con tanto mis-
terio y arbitrariedad. Tratándose de los Jesuítas,
espera el editor se le disimulará que haga aquí al-
gunas reflexiones relativas á los últimos aconteci-
mientos de Sud- América.» (Escribía en 1 82 5).
«Todo el que tenga conocimiento práctico de
los indios y mestizos de la América meridional,
convendrá en que la expulsión de los Jesuítas puso
aquellos países en una subordinación precaria á la
dominación española. Removidos estos celosos de-
fensores de los derechos del Rey; privados aque-
llos habitantes de la influencia que la sabiduría y
ejemplar conducta de estos religiosos habían ad-
quirido sobre sus ánimos y voluntad, no quedaba
— a82 —
i la Iglesia ni al Estado otro poder sobre aquellos
naturales, sino el que podían mantener unos mi-
nistros cuya vida desarreglada era motivo de per-
petuo escándalo, cuya ignorancia los reducía á
desprecio, y cuya avaricia los hacía detestables.
El pueblo rudo atiende más al ejemplo que á la
doctrina. ¿Cómo, pues, era posible que aprendie-
sen subordinación de los que no la tenían á sus
superiores? Si oprimidos por los jueces políticos y
por los tribunales, buscaban consuelo en sus. cu-
ras, los hallaban coligados con los tiranos, y so-
lían ser reprendidos; y si no pudiendo tolerar más
las extorsiones de sus párrocos, se quejaban á las
autoridades, eran castigados. Este maltrato de los
indios y castas, fué destruyendo á pasos largos la
sumisión y obediencia connaturales de aquellas
gentes; y, presentada la probabilidad de librarse
de la opresión, proclamaban la libertad, sin pensar
en los medios para obtenerla, ni prever las conse-
cuencias de la guerra; y no teniendo personas de
respeto y veneración á quienes escuchar, seguían
la voz del primero que los persuadía. La expe-
riencia que el editor tiene de aquella población le
convence de que la continuación de los Jesuítas
en América habría impedido la revolución, ó la
habría retardado más de un siglo, hasta que la
mayor población, ilustración y recursos les hubie-
sen proporcionado su emancipación con más una-
nimidad, menos sacrificios y más gloria.»
«La influencia que los Jesuítas tenían en aque-
llos países se puede considerar en tres relaciones;
l.^ En las capitales y en los pueblos grandes. 2.°
En las ciudades y villas del interior. 3.^ En los
pueblos de indios.»
«En los pueblos grandes» los Jesuítas eran los
maestros y los directores de las familias ricas y dis-
tinguidas; los pobres y criados (l) iban á otros
conventos. Los jóvenes educados por los Jesuítas
quedaban inclinados á ellos de un modo mágico.
La dignidad de los modales, la conformidad á las
máximas que inculcaban, el conocimiento del
mundo, la superior información de estos religio*
sos, todo contribuía á hacerlos arbitros de los
pueblos donde tenían establecimientos. Si en su
tiempo hubiera llegado á formarse alguna facción
(i) Hay aquí una grave inexactitud en suponer que
ios Jesuítas no atendían á las clases humildes en Améri-
ca* Los Jesuítas se dedicaron de un modo especial á cul-
tivar espirítualmente los indios y los negros, que eran
todas las personas que servían de criados, pues los blan-
cos desdeñaban el servicio. De los indios, no sólo cuida-
ban los Jesuítas en las Misiones, sino también en todas
las ciudades, de suerte que acudían á nuestra iglesia
como propia. En cuanto á los negros, adviértase que fué
el siervo de Dios P. Diego de Torres Bollo, fundador de
la provincia del Paraguay, el que fundó también en Car-
tagena de Indias la escuela en que se formó el Apóstol de
los negros San Pedro Cía ver (Lozano: Hist lib.iv), y lo que
había hecho allí continuó haciendo en el Río de la Plata,
infundiendo á los Padres su celo pajra este ministerio, y
dedicándose él mismo al cultivo de los negros £1 mismo
editor pondera el influjo de los Jesuítas sobre el pueblo
rudo y los mestizos, que mal pudieran ejercer influjo en
ellos si hubiese experimentado que no les hacían caso...
— 284 —
contra la autoridad del soberano, el discurso de
un Jesuíta la hubiera desvanecido; y la opinión y
doctrina de la Compañía hubiera dado la ley á to-
das las clases del pueblo.»
«En las ciudades del interior era mayor este
influjo. No sólo la familia, sino todo el pueblo que
contaba á uno de sus individuos en la orden de
Loyola, se creía lleno de honra. La frecuencia á
la iglesia de los Jesuítas, y aun á la capilla de una
hacienda de la Compañía, era una circunstancia
principal de las personas decentes; hasta los cria-
dos de las estancias de estos religiosos se creían,
y eran ea efecto, superiores á todos los demás
criados de aquel partido. Ahora bien, ¿cuál hubie-
ra sido la consecuencia de algún intento para su-
blevar uno de aquellos pueblos? La persecución
y ruina de quien hubiese hecho el experimento.»
«Sobre el espíritu y conducta de los pueblos de
Misiones y meramente de indios, es casi inútil co-
mentar. Estos eran criaturas de los Jesuítas, los
escuchaban, obedecían y respetaban como á una
raza superior, no sólo á ellos, sino también álos
españoles. Criados con estas nociones, é imbuidos
en estos principios de obediencia, ¿quién se hubie-
ra atrevido á sublevar contra el Gobierno español
á los indios? ¿Qué razones podrían exponer para
mover á unos pueblos que no se creían oprimi-
dos, porque no eran vejados? Con una sola ex-
hortación de sus curas, todos los indios se hubie-
ran reunido bajo las banderas del Rey, no sólo
para defenderse, sino para sofocar la rebelión,
— 285 —
dondequiera que hubiese nacido. Obedientes á
6US leg^ítimos caciques, provisionados y dirigidos
por hombres hábiles, hubieran hecho ver á sus
contrarios el poder de la unión y el entusiasmo y
el efecto mágico que produce la idea de pelear
por la religión y el Rey. Que los Jesuítas hubieran
sido siempre ñeles al Rey de España, será inútil
probarlo, sabiendo todos que el derecho de los
soberanos era máxima proverbial entre la Com-
pañía.»
«Otra consecuencia de la expulsión de los Je-
suítas ha sido el engrandecimiento de los portu-
gueses en el Brasil. Mientras que aquellos poseye-
ron sus Misiones, éstos no usurparon nada, y cuan-
tas veces lo intentaron, por el Marañón, Paraná y
Uruguay, otras tantas salieron escarmentados.
Pero, apenas fueron removidos los Jesuítas, los
portugueses avanzaron por el Marañón, abriéndo-
se camino para invadir á Quito. Poco después,
con la fundación de Matogrosso, se han estableci-
do casi dentro de Mojos y Chiquitos. Aún no ha-
bían pasado treinta años de la expulsión, cuando
se hicieron dueños de casi todos los pueblos de
las Misiones Guaraníes. La posesión de estas usur-
paciones ha facilitado últimamente á los brasile-
ros la ocupación de toda la banda oriental, la
parte más apreciable de toda la América.»
«Todo lo referido puede justificar la proposi-
ción de que, expeliendo Carlos III á los Jesuítas de
América, dejó expuesta la seguridad é integridad
de sus dominios de Ultramar.»
— a86 —
Hasta aquí el editor dé la citada obra, cuyos
asertos, aunque en algunas cosas son erróneos,
como en añrmar que los curas estuviesen coliga*
dos con los tiranos^ 6 que los pobres no acudieran
á las iglesias y colegios de los Jesuítas, donde
ciertamente se les hacía limosna, se les instruía en
la Doctrina cristiana, se les asistía moribundos, y
muchos de los niños educados por los Padres per-
tenecían á la clase más menesterosa; á pesar tam-
bién de varias exageraciones en que incurre, es,
no obstante, íundado en cuanto á lo substancial, y
demuestra que el Decreto de extrañamiento quitó
un gran apoyo á España en América, é impidió el
progreso seguro, sólido, libre de trastornos y sa-
cudimientos con que hubiera llegado probable-
mente la misma América á una emancipación
honrosa, sin romper la amistad con la madre patria.
Ni sólo á esto se redujo el daño. La expulsión de
los Jesuítas, que no duda un ilustre escritor (l) ca-
lificar de acto feroz de embravecido despotismo^ era
muy capaz de infundir serios recelos á cualquier
persona ó Corporación, por inocente que se sin-
tiera, de que lo mismo podía pasar por ella que
pasaba por la Compañía, sin juicio, sin audiencia
ni defensa. Harto lo conocían los autores de tal
medida; y deja percibir el deseo de precaver ese
recelo (á lo menos en aquellos que más inmedia-
tamente pudieran abrigarlo), aquel artículo I.** de
(i) Mbnéndbz y Pblayo: Heterodoxos^ tomo ra, pági-
na 146.
— 287 —
la Pragmática: He venido^ asimismo^ en mandar
que el Consejo haga notoria en todos estos Reinos la
citada mi Real determinación^ manifestando á las
DEMÁS ÓRDENES RELIGIOSAS LA CONFIANZA, SATISFAC*
CIÓN Y APRECIO QUE ME MERECEN^ CtC. PcfO n¡ esta
manifestación verbal, ni ningún otro acto, era ca«
paz de inspirar gran confianza^ satisfacción y apre^
do del Monarca y de su Gobierno en aquellas Cor-
poraciones ni en ninguna persona privada, en pre-
sencia de los hechos, que claramente hablaban en
sentido contrario. Atropellada toda ley divina y
humana, con imponer gravísimas penas sin forma
de justicia, sin oir á los reos, ni darles facultad de
defenderse, lo natural era que en los ánimos en-
trase la desconfianza, la zozobra y el desafecto,
viendo socavados los fui^damentos en que estriba
la autoridad social, por aquel mismo que debía
tutelarlos. Seis mil españqles inocentes, beneméri"
tos, despojados de sus biepes, deshonrados, lanza*
dos perpetuamente fuera de su patria, eran una
lección viviente de lo que podía esperarse de tal
potestad. Y aunque pasó algún tiempo antes que
se moviesen los ánimos á rebelarse contra aquel
poder, y concurrieron otras varias circunstancias,
no puede negarse que esta desconfianza y des-
afecto ayudase también á ello. Un documento que
corrió manuscrito á fines del siglo xviii, excitando
á la rebelión á los americanos, con el título de
Carta de un americano^ esforzaba terriblemente los
argumentos sacados de la inseguridad de la suerte
de cualquier subdito bajo aquel régimen. La inci-
— 288 —
tacíón á rebelarse contra la autoridad legítima, no
puede justificarse, y es digna de reprobación; pero
es lamentable que fuese tan fundada la queja de la
inseguridad.
En cuanto á la probabilidad de haberse obteni-
do la emancipación de América en mejores con-
diciones, es justo registrar aquí un testimonio des-
conocido: el del venerable P. Pedro Calatayud,
apostólico misionero de la Compañía en España,
pero que en cierto modo puede considerarse como
Jesuíta del Río de la Plata; pues por instantes rue-
gos suyos estuvo destinado cuando joven para mi-
sionero del Paraguay, y conservó siempre hasta
su muerte el afecto á estas regiones y el vivo de-
seo de saber noticias de ellas, aunque circunstan-
cias independientes de su voluntad le obligaron,
por fín> á quedarse en su provincia de Castilla*
Después de ponderar este Padre muy bien lá di-
ficultad que había para gobernar convenientemen-
te desde Madrid una monarquía como la española,
cuyos extremos distaban seis mil leguas, y atajar
en ella los excesos de los subalternos, propone el
siguiente remedio: Me indino á que si de la Casa
Real fueran principes á coronarse^ uno en el Perú^
otro en Méjico^ en Filipinas otro: si se atiende como
áfin PRIMARIO y el fnás principal^ á la dilatación de
la Fe y Religión cristiana^ innumerables naciones
silvestres de indios irían, poco á poco, agregándose
al cristianismo, al ver y observar en los cristianos
los rayos de las virtudes y de la verdad^, y más de
cerca teniendo la Real protección de sus píos Mo-
— 289 —
narcos y Soberanos y en orden á oírlos^ protegerlos
y librarlos de la opresión que han experimentado^
etcétera. Deshace luego las diñcultades que se
pueden oponer, siendo algunas de sus soluciones
las siguientes: Este ofreJmiento lo calificaran de
exótico los políticos y porque luego salta á los ojos
que seria en detrimento de España y ruina de su
comercio... Lo primero, las fuerzas del Reino más
consisten en millones de vasallos que en oro y pla-
ta; pues cuando no había entrado el oro y plata de la
América en España, había tres y cuatro veces más
gente, y una corona de Aragón ponía cien mil hom^
bres en campaña. Segundo, las Filipinas poco enri--
quecen al Rey. Tercero, Dios hizo los reinos y na-
ciones, unos dependientes de otros, y no cesaría el
comercio... Y en fin, con tanta riqueza que ha entra-
do en España, que sube hoy más de seis mil mi-
llones, se ve que no está hoy España para poner con
fcLcilidad cien mil soldados en campaña, y junta-
mente una armada de setenta navios de línea para
hacerse temer. Y concluye: De este asunto hice Un
TRATADO c^Mt ESTÁ CAUTIVO EN Parma (i). Esto es-
cribía en 1 771; y no había de ser el P. Calatayud
el único en pensar de esta manera. Por donde se
( I ) P. Calatayud: Tratado sobre la provincia dd Pa-
raguay^ cap. VI, § IX, fol. 32. (Ms. en el Archivo de la pro-
vincia de Castilla, autógrafo del autor). — Un proyecto
semejante se atribuye al Conde de A randa, y aun se ha
publicado como documento reservado de 1780, si bien
no se dan las pruebas de su autenticidad.
«9
— 290 —
ve cuánto bien hubieran podido hacer con su au-
toridad y sus consejos, si en vez de la persecución
decretada contra ellos, hubiera continuado, como
había derecho á esperar» el crédito antiguo de que
gozaban.
VIDA Y ACCIÓN DE LOS JESUÍTAS
DEL PARAGUAY DESPUÉS DE LA EXTDíaÓN
Extinguida la Compañía en 1 773, ninguno de
los que habían sido Jesuítas podía regresar á su
patria. Carlos III mantenía las puertas de sus do-
minios cerradas, con las más terribles penas para
los que habían pertenecido á la Compañía. Ha-
cíanle, además, creer sus Ministros que los indivi-
duos del Orden extinguido tenían empeño en pro-
mover alborotos en sus reinos, enviando para eso
armas secretamente, y que varios de ellos se ha-
bían introducido de incógnito en la Monarquía
para ese fin. Ilállanse en los Archivos comunica-
ciones reservadas al Conde Mahony, Plenipoten-
ciario español en Viena, á este respecto, como en
el Archivo nacional de la Asunción, del Paraguay,
se registra también alguna que otra orden secre-
tísima del Virrey á los Gobernadores, con el en-
cargo venido de la Corte, de que atienda con mu-
cha vigilancia no se introduzca en su distrito tal ó
tal, que fué de los expatriados, cuyas señas le
— 291 —
especifica muy pormenor, porque se ha tenido
noticia de que intentaba hacerlo con planes subver-
sivos. Con semejantes rumores mantenían abierta
la herida del crédulo Monarca.
Privados los Jesuítas del Paraguay, como todos
los demás después de la extinción, del ejercicio de
los ministerios espirituales, si no era por especia-
les licencias, muchos de ellos se dedicaron á es-
cribir; y habiendo aprendido la lengua italiana,
publicaron también en ella trabajos en todo géne-
ro de literatura, mereciendo el aplauso de los con-
temporáneos y ejerciendo su influjo en la esfera
literaria de aquel tiempo, como lo demuestran los
estudios recientes hechos sobre esta materia. El
zaragozano Joaquín Millas, en particular, sobresa-
lió en la preceptiva literaria. Los antiguos misio-
neros escribieron las relaciones de sus Misiones,
que por desgracia se han perdido en gran parte.
Algunos de ellos dieron abundante materia al Pa-
dre Hervás para sus sabios tratados del Origen de
los idiomas y Catálogo de las lenguas. Otros, como
los Padres Juárez é Iturri, escribieron una Historia
general del Virreinato de la Plata, hoy perdida.
Trabajaron también tratados importantes sobre
Filosofla, controversia católica. Derecho canónico
y ciencias naturales, varios de los cuales se han
conservado por haber logrado sus autores darlos
á la imprenta. La colección de los libros impresos
y manuscritos de los Jesuítas del Paraguay en
este tiempo, formaría una copiosa y selecta bi-
blioteca.
— 292 —
En estas tareas se hallaban ocupados, cuando
sobrevino en 1 796 la invasión de los revoluciona-
rios franceses en Italia, que todo lo atropellaba,
en la que padecieron mucho y quedaron expues-
tos á grandes peligros y miseria. No faltaba en Es-
paña quien reparaba al mismo tiempo en la gran
cantidad de numerario que salía del reino para
atender á las pensiones, y no reinando ya Car-
los in, ni dominando él antiguo Ministro Florida-
blanca, se tuvieron por muy bastantes estas razo-
nes para que el Rey Carlos: IV diese un decreto,
por el que se permitía á los Jesuítas volver á los
dominios de España, atenta la condición miserable
á que se veían reducidos en Italia. Mas el decreto,
que llevaba la fecha de 29 de Octubre de 1 797,
hacía tan corto favor á los expatriados, que los re-
cluía en conventos y los privaba de ejercer oñcios
eclesiásticos, licencia igual al castigo que imponía
Carlos III á los que se atreviesen á regresar. Así
que ninguno de ellos juzgó prudente moverse. Mas
como tal situación continuase agravándose de día
en día, habiendo sido desposeído de sus Estados y
sacado prisionero de Roma el Papa Pío VI á 20 de
Febrero de 1 798, expidió la Corte de Madrid nue-
vo decreto, por el que se permitía á los expulsos
regresar á sus familias. A los de la provincia del
Paraguay, por lo menos, se les notificó en la for-
ma obligatoria de que los que no volviesen, pudién-
dolo hacer, perderían la pensión. Muchos españoles
y americanos se trasladaron á España: de estos
últimos, algunos lograron pasar á América. Mas
— 293 —
su consuelo duró apenas dos años. En i.^ de Mar-
zo de 1 8o I se publicó segundo decreto, que los
condenaba al mismo antiguo extrañamiento, j^^i^-
ron^ dice el P. Tolrá dirigiéndose á las Cortes espa-
ñolas (i), segunda vez transportados á Italia^ he-
chos objeto de la general compasión y el desengaño
práctico de no pocos, antes dudosos^ y aún adversos^
que de la injusticia de esta segunda expulsión ^ar-
güyeron la de la primera; y vieron la perfidia é in-
humanidad con que fué violado el crédito y digni-
dad de la palabra real^ arranccuios tantos ancianos
del seno desús familias^ y arrojados á un país que^
ya revolucionado por los franceses^ no podía ofre-
cerles la antigua hospitcUidad^ sino el peligro conti-
nuo de ser victimas del hambre^ de la rapcuidad y
de la tiranía.
DOÑA MARÍA ANTONIA DE LA PAZ
Y LOS EJERCICIOS DE SAN IGNACIO
Al ser expulsados los Jesuítas del Paraguay, te-
nían en varias poblaciones de las provincias del
Río de la Plata casas destinadas para el santo mi-
nisterio de los Ejercicios espirituales de San Ignacio
á las personas que se quisiesen recoger en ellas, á
fin de ordenar su ánimo y disponerse á la regula-
ridad de la piedad cristiana ó á la elección de esta-
(i) P. Juan Josa TolrX: Rulamación de tres yesuiias
residentes en la Península. (Nonell, tomo ii, pág. 394.)
~ 294 —
do de vida. En Buenos Aires había una casa para
Ejercicios á hombres y otra para Ejercicios á muje-
res, practicándose unos y otros con gran fruto. Des-
terrados los Jesuítas, cesó enteramente aquel minis-
terio, y aun parece que su solo nombre inspiraba
recelos en una época en que era de moda huir de
cuanto pareciese tener algo de común con los ex-
patriados. No obstante el espíritu de Dios que no
quería que se malograsen los grandes frutos ya ob-
tenidos, ni faltasen los que habían de producirse en
virtud de práctica tan saludable, suscitó una perso-
na extraordinaria, que contra la expectación de to-
dos, la puso de nuevo en vigor. Fué esta la señora
doña María Antonia de la Paz, nacida en Santiago
del Estero, año de 1 7 30, de padres bien acomoda-
dos y nobles. Fué desde su niñez muy inclinada á
la piedad, y habiendo cobrado especial devoción al
glorioso patriarca San Ignacio de Loyola, por ha-
ber recibido de los Jesuítas la dirección espiritual,
se dedicó á especial recogimiento desde muy jo-
ven, para lo cual vistió hábito humilde, por su de-
voción y sin votos religiosos, y profesó vida vir-
tuosa bajo la invocación de San Ignacio de Loyo-
la, tomando el nombre de María Antonia de San
José. Era esta la costumbre de algunas personas
piadosas, que sin entrar en religión, hacían en sus
casas vida más arreglada, dedicándose á obras de
devoción y á las que se daba el nombre de beatas^
siendo de notar que en aquella primera época de
su vida, en ninguna dote sobresaliente desco-
llaba María Antonia entre las otras sus compañe-
— 295 —
ras por donde pudiera presagiarse algo de lo que
había de ser, para que así apareciese más clara la
obra de Dios. Expulsados del Río de la Plata los
Padres de la Compañía, se sintió movida á propa-
gar la práctica de los Ejercicios que veía des-
amparada, empezando por procurar que se abriese
casa para darlos en su propia patria, Santiago, y
solicitar personas que los quisiesen hacer y sacer-
dotes que se aplicasen á darlos y á oír las confe-
siones. Esta fué su ocupación durante el resto de
su vida, por espacio de treinta años, y de ella y de
su profesión antecedente le vino el nombre, con
que íué y es aún conocida, de la señora Beata de
los Ejercicios,
Difícil, si no imposible, podía reputarse su ta-
rea, y si hubiese procedido de mero impulso hu-
mano, seguramente hubiera fracasado; pero no se
puede dudar que era obra de Dios, por la eñcacia
con que venció las mayores dificultades con ins-
trumentos tan flacos, por la duración de su obra,
hoy subsistente, que pasa ya de ciento treinta
años, y por los copiosos frutos de gracia que ha
producido y sigue produciendo.
Empezando, como se ha dicho, por su propia
patria, logró con sus persuasiones que se destina-
se edificio especial para Ejercicios en Santiago,
después de haberlos hecho dar en diversas casas
de prestado, convocando ella misma para hacer-
los, ora á los hombres, ora á las mujeres, y obtuvo
varías conversiones y conocida reforma de cos-
tumbres. Recorrió luego las parroquias rurales de
— 296 —
Silipica, Soconcho y Salabina, situadas en el mis-
mo distrito, con igual fervor é igual éxito en su
empresa. Pasó la empinada sierra de Aneaste, bajó
al valle de Catamarca, y también allí logró el co-
pioso fruto que ansiaba su celo. Pasó por la Rioja,,
volvió á su patria, Santiago, y después de haber
recorrido algunas parroquias de Salta y Jujuí»
siempre con abundante fruto en su extraordinaria
vocación, se dirigió á la ciudad de Córdoba. Como
persona cristiana y prudente, había procurado
siempre obtener la aprobación de quien tenía car-
go de darla; y así procedió en todas sus empresas
y fundaciones, solicitándola primeramente de la
autoridad eclesiástica, que en asunto de esta na-
turaleza era la que había de juzgar de la utilidad
y oportunidad. En Córdoba la obtuvo del Ilustrí-
simo Sr. Obispo D. Manuel Moscoso, que más
tarde pasó al Obispado del Cuzco; pero no se em-
pezaron allí los Ejercicios sin vencer antes grandes
dificultades y contradicciones que se opusieron á
su empresa, calificada por algunos de locura, y por
algunos otros de ridiculez. Sin embargo, entablada
allí esta santa práctica, produjo los frutos de salud
eterna que en todas partes; y la Beata logró ver
fundada en Córdoba establemente la casa, que si-
guió sirviendo para el mismo fin aún después de
su muerte. De Córdoba pasó finalmente á Buenos
Aires, donde llegó en Septiembre de 1 779. Aquí
la aguardaban contrariedades quizá mayores que
en ninguna parte, así como los frutos fueron luego
más copiosos. El limo. Sr. Obispo D. Sebastián
— 297 —
Malvar le negó por espacio de cerca de un año la
licencia de hacer dar Ejercicios, queriendo certí-
ñcarse de su modo de proceder. La gente, viendo
aquella mujer extraordinaria que había entrado en
la ciudad con los pies descalzos, con una cruz de
madera en las manos, exhortando por las calles á
penitencia, y convidando al retiro de los Ejerci-
cios espirituales, la tuvieron por una persona ex-
travagante, tratándola de bruja (l), haciéndole mil
burlas; y no íaltó quien dijera: esa debe ser algún
yesuita disfrazado^ ó alguno de los mismos Teati-
nos lego que se escapó de la expulsión. El Virrey
D. Juan José de Vértiz distaba mucho de partici-
par de los santos entusiasmos de la Beata, y du-
rante mucho tiempo se opuso á que se abriese casa
para dar Ejercicios: sea, como dicen las Memorias
de aquel tiempo, por su propia indiferencia, sea
por impulso de otros, á que fué muy propenso á
ceder. Mas á mediados de 1 780, al llegar á Bue-
nos Aires para consagrarse el limo. Sr. D. Fr. José
de San Alberto, de la Orden del Carmen, nom-
brado Obispo de Córdoba; persuadidos él y el
Diocesano limo. Sr. Malvar, del gran fruto que se
había de seguir de tan laudable práctica, hubieron
de inñuir con el Virrey, y agregándose este im-
pulso á las continuadas instancias de la Beata,
que no había cesado de repetir sus solicitudes con
tanta constancia como modestia, á pesar de todas
(i) Lorba (D. Isidoro): En su carta arriba citada al
P. Iribcrrcn, Buenos Aires, i.**de Octubre de 1788.
— 298 —
las negativas, dio licencia el Virrey, y en Agosto
de 1780 se dieron los Ejercicios á las primeras
veinte personas que los hicieron en Buenos Aires.
Pero este número creció de tal manera, que hasta
la muerte de la señora Beata los habían hecho allí
por los menos sesenta mil personas. Fué necesa-
rio buscar nuevo local, y de esta segunda casa
pasaron últimamente los ejercitantes al paraje que
todos conocen cerca de la iglesia parroquial de la
Concepción, donde ha perseverado la Casa de
Ejercicios todo el siglo xix y dura hoy, produ-
ciendo sus propios efectos de enmienda de vida y
provecho de las almas. Ha habido ocasión^ dice
D. Isidoro Lorea (i), que han entrado [á Ejercicios]
más de 400 personas ^ la menos ha sido de doscientas^
sin dejar de concurrir en más de nueve años que
está aquí [la Beata]. Son cinco años^ dice otro tes-
tigo, á que sin interrupción da los Ejercicios^ de á
i¡o á 200 más ó menoSy personas^ sin fondos^ y con
abundancia y regalo ^ gastando anualmente más de
treinta mil pesos sin saber de dónde. No molesta en
convidar y y es necesario contener el número grande
que concurre a entrar. No hay distinción de perso-
nan ^ todas mezcladas y nobles y cricuUis; aquéllas
sirviendo á éstas^ con tal fervor ^ que quitan la cocción
unas á otras, y lo mismo los ccAalleros y sirvientes
(i) Lorba (D. Isidoro): Carta citada de i.*' de Octu-
bre de 1788.
(2) Arduz (D. Pbdro): Carta al P. Juan de Prado, fecha
eñ Buenos Aires, 10 de Octubre de 1785.
— 299 —
continuos de la casa en sus afanes. Hase conser-
vado la memoria de muchos milagros, ó, por lo
menos, rasgos verdaderamente providenciales con
que Dios favorecía la confianza de su sierva, para
sustentar á los que se acogían al retiro, buscando
la enmienda de su vida. Y habiendo entrado en
Buenos Aires con tanto desprecio, después era el
oráculo de la ciudad, á quien todos consultaban, y
tan extraodinario su crédito y la añción que le co-
braron, que todos, hasta las autoridades mismas,
anhelaban por servirla, especialmente en lo que
necesitase para sus ejercitantes (l).
De Buenos Aires pasó la Beata á la Colonia,
donde se detuvo algún tiempo, dándose allí diez
veces los Ejercicios (2), y de allí se trasladó á
Montevideo, donde demoró tres años, en los cua-
les no sólo procuró repetidamente á la población
el beneficio de los Ejercicios, sino que también
logró que se fundase casa para darlos, la cual sub-
sistió hasta mediados del siglo xix.
Vuelta á Buenos Aires, continuó allí su minis-
terio, siempre con la misma edificación y celo,
hasta su santa muerte, acaecida en 7 de Marzo de
1799, dejando fundado un instituto de mujeres
piadosas que se dedicasen , á imitación de lo que
ella había hecho, á cuidar de los ejercitantes que
(1) Carta citada de Lorea; carta de la Beata en Mayo
de 1785. (Archivo de la Misión de Chile-Paraguay.)
(2) Carta de la Beata, fecha de 16 de Junio de 1691,
citada en un apunte suelto. (Ibid.)
se recogen en aquella casa. La Congregación sub-
siste hoy, habiéndole establecido reglas propias el
Diocesano.
Tal es la vida extraordinaria de esta sierva de
Dios, y el medio de que la Divina Providencia se
valió para que en un tiempo en que los Jesuítas
estaban tan desacreditados y hundidos, no se per-
diese el fruto que correspondía al eñcacísimo ins-
trumento de santificación de los Ejercicios espiri-
tuales, inspirados del cielo al santo Fundador de la
Compañía. Los Jesuítas desterrados en Italia, y no
pocos del extranjero, tuvieron conocimiento de es-
tos, hechos maravillosos, por la continua corres-
pondencia que conservó el propietario de Córdo-
ba del Tucumán, D. Ambrosio Funes, con el Pa-
dre Gaspar Juárez , su antiguo profesor. Entre los
muchos trabajos que afligían á los desterrados, no
dejó de ser algún lenitivo la noticia de estas ma-
ravillas de la gracia de Dios. Bn carta de Rama de
178^ y dice un apunte, que al parecer es de mano del
P. Domingo Muriel, envían la última carta que ha
venido de nuestra Beata, y la envían en su original
español. Bl Asistente de Alemania ^ el Penitencia^'
rio inglés y el francés ^ la han traducido a sus lenr
guas para enviarla a la Branda, Rusia, etc. Por^
que de la Rusia los Jesuítas, y de la Branda la
monja tía del Rey (R. L P.),y otros personajes y
sujetos graves que han leído los antecedentes^ tie-
nen dado orden que cualquiera noticia que venga
de la Beata y de los Bjercicios, se la envíen luego.
Más: les escriben á los Jesuítas Galpríny Guido j
I
sujetos de toda suposición^ que están en el Jesús de
Roma y que en Francia se han reformado varios
conventos sólo con la lectura de dichas cartas y al
ver las expresiones de nuestra Beata.
Los ánimos de la señora doña María Antonia
de San José no se limitaban á sólo América, sino
que hubo tiempo en que tenía deliberada resolu-
ción de ir también á España para propagar allí su
laudable obra. Entre las personas que se aprove-
charon de los Ejercidos en Buenos Aires se cuen-
tan el Virrey que había sido del Perú, D. Manuel
de Guirior, y su esposa doña Ventura de N., quie-
nes quedaron añcionadísimos á la Beata y mantu-
vieron en lo sucesivo correspondencia epistolar
con ella. Los hechos de la Beata y los frutos de
6US Ejercicios dieron materia para una biografía
que tenía escrita el sobredicho P. Gaspar Juárez,
pero que no llegó á publicarse, y que, desgracia-
damente, se perdió. Recientemente ha impreso un
interesante estudio sobre la misma materia el Re-
verendo P. Fr. Pacífico Otero, de la Orden de San
Francisco, con ocasión del centenario de la Beata
y de la celebridad de poner la primera piedra para
un nuevo edificio de la Casa de Ejercicios, de Bue-
nos Aires (i).
Últimamente, á 30 de Septiembre de 190S» fir^
marón los Obispos argentinos, reunidos en Buenos
Aires, una petición colectiva al Santo Padre para
(i) Sor María: Vida de la fundadora de la Casa de
Ejercicios^ en 4.**, 127 página?. Buenos Aires, 1902»
— 302 —
impetrar la introducción de la causa de esta insiga
ne sierva de Dios (l), y se continúa trabajando con
tesón en formar los procesos canónicos necesarios
para este efecto.
NOTICIAS INDIVIDUALES QUE HAN PODIDO AD-
QUIRIRSE DE LOS EXPATRIADOS DEL RÍO DE
LA PLATA
^^ 455 Jesuítas que salieron del Río de la Plata
desterrados en 1 767 y 1768, sólo tres pudieron
regresar con el tiempo á su antigua morada.
Los que pertenecían á naciones extranjeras fue-
ron restituidos á su país. Entre ellos son especial-
mente dignos de memoria, por sus escritos, los
PP. Dobrizhoffer, Pauke, Falkner y Orosz.
El P. Martín Dobrizhoffer , austriaco, natural
de Tubing, había venido al Paraguay en 1748, en
compañía del P. Pauke y en la expedición de mi-
sioneros que trajo el P. Ladislao Orosz, Procura-
dor, á Madrid y Roma. Fué misionero de Guara-
níes once años, y de Abipones siete. Expulsado
por Carlos III, volvió á su patria , se fijó en Viena
en 1773 y murió en 1 79 1. Hallándose en Viena,
la Emperatriz María Teresa se complacía en ha-
cerle referir las peripecias de sus misiones entre
(i) Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Ai-
res^ tomo V, pág. 795.
— 3^3 —
los indios, y esto y las muchas preguntas que va-
rías personas le dirígían sobre el mismo asunto,
le decidió, según él mismo refiere, á escribir sus
tres tomos de Historia de los Abipones^ que pu-
blicó en latín en 1784, y en el mismo año apare-
ció ya traducida en alemán. En 1 822 se publicó
en Londres una traducción inglesa con grandes 6
injustificadas supresiones. Es lástima que no haya
traducción española, máxime en estas regiones del
Plata, donde es especialmente interesante la obra
por sus datos etnográficos é históricos.
El P. FloriAn Pauke, austríaco, nacido en Wint-
zingen de Silesia á 24 de Septiembre de 1 7 19»
entró en la Compañía á lO de Octubre de 1736-
En 1748 logró ser enviado á las Misiones de Ul-
tramar, con destino al Paraguay; se ordenó en
Brünn; en Córdoba del Tucumán acabó la Teolo-
gía é hizo el tercer año de probación; y fué misio-
nero del Chaco durante quince años, organizando
la reducción de San Javier de Mocovíes, y fundan-
do la nueva reducción de San Pedro, de la misma
nación. Expulsado por Carlos III en 1 767, volvió
á Europa, donde dejó manuscritas en dos cumpli-
dos volúmenes en 4.°, que formaban 1 .046 páginas,
sus Memorias, interesantísimas para la historia del
Río de la Plata. De ellas se publicó en 1829 un
extracto en Viena con el título de Pater Florian
Pauke* s Keise^ etc.; y otro mucho más copioso, que
abarca sensiblemente toda la materia del Ms. en
Ratisbona, año de 1 870, por el P. A. Kobler, S. I.,
que es el que se ha utilizado para las citas en este
— 304 —
estudio, y lleva el título de Pater F lorian Baucke^
ein Jesuit in Paraguay (1^48-1766) (1), en 8.**, de
X1-712 págs. No se ha traducido al castellano, pero
se publicó un resumen de esta última obra, con
el título de Memorias del P. Pauke. Buenos Aires,
1900, en 8.**, 164 págs.
El P. Tomás Falkner, entre los españoles cono-
cido por P. Falconery inglés, nació en Manches-
ter á 17 de Octubre de 1707; fué recibido en la
provincia del Paraguay á 1 5 de Marzo de 1732,
después de su conversión y de haber abjurado el
protestantismo. Misionero casi por espacio de cua-
renta años en el Chaco, Paraguay, Tucumán y la
Pampa, fué comisionado con los PP. Quiróga y
Cardiel por el Gobierno español para explorar las
costas del Sur. Su especialidad era la medicina.
Expulsado en 1767, volvió á Inglaterra, y murió
en Plowden-Hall, condado de Salop, en 1 784,
habiendo escrito y publicado en 1 774 una obra
(1) Aunque el P. Kobler en su publicación prefirió el
apellido Baucke por haberlo hallado así notado la única
vez que aparece en el manuscrito, ha parecido, sin em-
bargo, que se debía mantener la escritura Paiike^ prime-
ro, por existir aún en el Archivo general de Buenos
Aires varias cartas autógrafas de dicho misionero que se
ñrma Pauke ^ y segundo, por estar así escrito también en
el catálogo original autógrafo del P. Orosz. (Bubkos Ai-
res: Arch. gen. leg, lóochilsO'óojJesuitasI Guerra guara-
niticd) en que constan los sujetos que trtijo en la misión
de 1748, y figuran todos los nombres alemanes escritos
con rigor en su forma propia.
— 3^5 —
que le ha dado mucho nombre, y es la descripción
de la Patagonia con el título de A description of
Patagonia and the adjoining parts of South-Ame-
ricay en 4.°, de 144 páginas, con un mapa. Hállase
traducido en castellano» alemán y francés. Tenía
además manuscritos dos tomos de Anatomía y
cuatro Observaciones sobre puntos de historia na-
tural de América.
El P. Ladislao Orosz, fué húngaro, nacido en
Klicsova á 18 de Diciembre de 1697, Y entró en
la Compañía á 23 de Febrero de 1717. En 1727
pasó al Paraguay en la misión del P. Herrán. En-
señó en Córdoba Filosofía y Teología; fué so-
cío del Provincial, Maestro de novicios, Rector
de Buenos Aires y de Córdoba y Procurador á
Europa. Expulsado por Carlos III en 1767, pasó
á su provincia y se fijó en Tyrnau, donde fué
Prefecto de espíritu; y allí murió á 1 1 de Sep-
tiembre de 1773- Además de varías cartas de
edificación que se publicaron en la colección del
P. Stocklein, y de un Diccionario chino español,
que según Murr, había arreglado y tenía manus-
crito, escribió 6 hizo imprimir dos series de Varo-
nes ilustres del Río de la Plata, con el título de
Deccídes quatuor vitorum illustrium Paraquariae,
impresas en Tyrnau, 1 7 59, en folio, de 552 páginas;
y Decades quatuor aliae virorum illustrium Para-
quaria€y impresas también, pero que no se divul-
garon; obras que deben contener preciosas noti-
cias, y son, sin embargo, enteramente descono-
cidas.
20
— 3^6 —
EL ÚLTIMO PROVINCIAL
Los Jesuítas del Paraguay, conocidos por sus
escritos que, siendo españoles de la Península ó
españoles americanos, murieron en Italia, son los
PP. Cardiel, Quiroga, Jolís, Peramás, Muriel, Sán-
chez Labrador, Guevara y Ocampo. Aunque éste
es el orden cronológico de su fallecimiento, es
preciso hablar primero del P. Muriel, por lo seña-
lado de sus circunstancias y su fama de santidad.
El P. Domingo Muriel fué castellano, nacido en
Tamames, Obispado de Salamanca, á 12 de Marzo
de 1 718. Ingresó en la Compañía á 21 de Enero
de 1734. Después de haber enseñado Filosofía en
Valladolid, pasó al Paraguay en 1 748, y fué Minis-
tro de Córdoba del Tucumán, y profesor, primero
de Filosofía y más tarde de Teología en aquella
Universidad. Nombrado Visitador de la provincia
por el Provincial, la recorrió toda, pasando aún á las
Misiones de Chiquitos, y dando á un tiempo mues-
tras de su gran santidad y de su extraordinaria
prudencia. Elegido en 1 766 Procurador á Madrid
y á Roma, le sorprendió el extrañamiento en Es-
paña, y de allí fué embarcado para Italia. En Faen-
za, como Rector del colegio máximo, hizo flore-
cer en los jóvenes la virtud y los estudios. Nom-
brado Provincial en 1 7 70, le tocó recibir de oñcio
y obedecer el Breve de extinción de la Compa-
ñía. Desde entonces se retiró á una casa privada;
— 307 —
y en los veinte años que le duró aún la vida, se
dedicó á consumar su santificación y á escribir
obras de provecho para los prójimos. Las más co-
nocidas son las de los Fasti Navi Orbis^ en que
cataloga y examina todas las disposiciones ponti-
ficias que se habían publicado sobre América; y la
Historia Paraguajensis^ que es la traducción latina
del P. Charle voix aumentada con cuatro libros,
muchas notas y valiosas aclaraciones; la misma
que va traducida al castellano en la presente obra.
Su virtud fué tan singular y patente, que en Faen-
za le designaba el pueblo con el nombre de El
Padre Santo, y aun hoy se conserva allí memo-
ria de Su Santidad. Su muerte, ocurrida á 23 de
Enero de 1795, causó gran sentimiento en toda
la ciudad. Consérvase su sepulcro muy visible
en medio de la iglesia del Pío Sufragio, y se empe-
zaban las diligencias para introducir la causa de
su beatificación, cuando la avenida de las tropas
de Napoleón trastornó el país é hizo imposible el
intento. Queda de él una Vida escrita con gran
copia de datos por el P. Francisco Javier Miranda,
discípulo suyo y profesor que fué de Derecho ca-
nónico en la Universidad de Córdoba, quien ha
conservado en su manuscrito, entre otros recuer-
dos del P. Muriel, la notable Carta circular que
éste dirigió siendo provincial á todos los Jesuítas
del Paraguay, en la que, glosando el texto Spiri-
tum nolite extinguere (I Thess. V, 19), los exhor-
taba á mantenerse fieles á las normas de San Ig-
nacio y dignos de su vocación, aunque sobrevi-
— 3«8 —
niese la catástrofe que ya se veía inminente de
ser destruida la Compañía, asegurando que con
aquella ñdelidad habían de alcanzar de Dios la
restauración.
OTROS ESCRITORES MUERTOS EN ITALIA
El P. José Cardiel es conocido por sus empre-
sas en la exploración de las costas de Magallanes.
Era riojano, natural de La Guardia. Nacido en 1 8
de Marzo de 1 704, tenía, al ser expulsado por
Carlos III, sesenta y cuatro años, y llevaba cerca
de cuarenta de misionero. Varios son sus escritos,
todos, en general, de poco volumen, como que su
vida fué sumamente activa, y los escritos eran
únicamente informes encaminados á ilustrar algún
punto, aunque nutridos de las apreciables noticias
que le proporcionaban su experiencia y penetra-
ción junto con su carácter observador. Hase im-
preso de él la Declaración de la verdad, y el De
moribtis gtmraniorum que va al fin de la Conti-
nuación del Charlevoix escrita por el P. Muriel, y
es la traducción hecha al latín, con abreviaciones y
retoques oportunos, del escrito que todavía se
conserva inédito con el título de Breve relación de
las Misiones Guaraníes, Perdiéronse de él algunos
escritos menores y un dilatado examen del mons-
truoso engendro del expulso Ibáñez, que tenía
encargado y consta por testimonio del P. Luengo
— 3^9 —
que terminó, pero del que no se halla rastro en
ninguna parte (l). Murió en Faenza á 6 de Di-
ciembre de 1 78 1.
El P. José Quiroga, marino y matemático galle-
go, nació en Fabal á 14 de Mayo de 1 707. Des-
pués de haber seguido la carrera de marina, entró
en la Compañía de Jesús á 12 de Abril de 1 736,
y fué en el colegio grande de San Ignacio de
Buenos Aires el primer profesor de matemáticas.
El Gobernador de Buenos Aires le confió en 1 744
el delicado encargo de rectificar los rumbos del
ejido de la ciudad, según los cuales estaban hechas
á los propietarios las concesiones de terrenos. Fe-
lipe V le nombró para que con los pilotos Don
Diego Várela y D. Basilio Ramírez pasase á explo-
rar las costas meridionales del Río de la Plata has-
ta el Estrecho de Magallanes, como lo hizo en
1745 en compañía de los PP. José Cardiel y Ma-
tías Strobl. Levantó un mapa de las Misiones Gua-
raníes, habiéndolas visitado personalmente. Hizo
la exploración del río Paraguay, y también levantó
su mapa hasta el Jaurú, mientras por designación
del Comisario principal Valdelirios iba á acompa-
ñar la Comisión de límites que en 1 7 52 fué á po-
ner el marco del Norte. Entre las Aclaraciones
puestas por el P. Muriel, va un resumen de su
Diario de este viaje, y el viaje entero ha sido pu-
blicado en el tomo civ de la Colección de docu-
(i) Véase uq resumen de él en las Aclaraciones del
P. Muriel, al ña de la Historia- Paraguaya,
— 3^0 —
mentas inéditos para la Historia de España. Ex*
pulsado por Carlos III en 1 76/1 murió en Bolo-
nia á 23 de Octubre de 1784- Sus obras fueron
gran número de mapas, entre los cuales se cuen-
tan 30 que 1 evantó de las tierras magallánicas
y se conservaban en los Archivos secretos de
Estado de Madrid, y otros varios de las regiones
argentinas que parece sirvieron á Cano Olmedilla
para formar su gran mapa de la América meri-
dional: Observaciones astronómicas para determi^
nar el curso del río Paraguay^ mapa del Virrei-
nato de la Plata, preparado al parecer para la
obra de los PP. Juárez é Iturri, con algunos trata-
dos físicos y náuticos que quedaron manuscritos.
El P. José JoLís, catalán, nacido en Torelló á 28
de Octubre de 1 728, entró en la Compañia á 29
de Septiembre de 1753» y íué diez años misionero
en el Chaco. De sus trabajos apostólicos se da al-
guna idea en la Continuación del P. MurieL Ex-
pulsado por Carlos III en 1 767, escribió en Italia
su historia del Chaco con el título de Saggio sulla
storia naturale della provincia del Gran Ciaco.
Publicó el primer tomo en 8.° de 600 páginas con
tres láminas y un mapa del Chaco delineado por
el P. Camaño, en Faenza, año de 1 789, y tenía
preparados abundantes materiales para otros tres
tomos, cuando murió en Bolonia á 31 de Junio
de 1790.
El P. José Manuel PeramAs, catalán, natural de
Mataró, nacido en 17 de Mayo de 1 732, entró en
la Compañía á 12 de Noviembre de 1 747, de edad
— 3" —
de quince años y medio. A instancias suyas fué
enviado á las Misiones, después de acabada 1?. filo-
sofía, en 1755. Terminó sus estudios en Córdoba
de Tucumán, y ordenado de sacerdote, fué envia-
do á las Misiones de Guaraníes, y en ellas fué Cura
de San Ignacio-miní. Llamado nuevamente á Cór-
doba, fué destinado á enseñar literatura á los es-
colares Jesuítas, por sus aventajadas dotes de
humanista, que admiró el célebre historiador Pa-
dre César Cordara, al ver las cartas anuas que de
su mano iban escritas á Roma. Expulsado, conti-
nuó en sus tareas literarias y vivió con sus herma-
nos en Faenza, donde murió á 23 de Mayo de
1793. Entre otras obras suyas, son de gran impor-
tancia para la historia de Sud- América las dos co-
lecciones que escribió de vidas de varones ilustres
de la Compañía de Jesús en el Río de la Plata,
seis sacerdotes en el primer tomo, y trece, parte
sacerdotes, parte escolares y coadjutores, en el
segrundo; estudio abundantísimo en noticias de es-
tas regiones sud-americanas que difícilmente se
buscarían en otra parte. También es interesantí-
simo su Diario del viaje de los expatriados de
Córdoba, que escribió dos veces, una en castella-
no y otra, más tarde, en latín, con el título de
Annus patiens. Ni el uno ni el otro se ha publica-
do; pero del segundo estampó una traducción
italiana el P. José Boéro al fin del Menologio, y
de ella tomó la suya francesa el P. Carayón, po-
niéndole entre sus Docuntents inédits^ litL P.\ en
una y otra traducción aparece el original cercena-
— 3" —
do: y lo que peor es, alguna vez alterado substan-
cialraente.
El P. José Sánchez Labrador, manchego, naci-
do en La Guardia, Arzobispado de Toledo, á 19
de Septiembre de 1 719, entró en la Compañía á S
de Octubre de 1 73 1. Vino al Paraguay en 1740,
y habiendo enseñado Filosofía y Teología en la
Asunción después que había sido misionero de los
Guaraníes, fué sacado otra vez para las Misiones,
enviándolo á fundar la nueva reducción de los
Mbayás ó Guaycurús, que intituló de Nuestra Se*
ñora de Belén. Logrólo con grandes fatigas, y tenía
ya á punto de entablarse otra segunda reducción de
Mbayás, y otra de Guanas, habiendo descubierto
asimismo camino para pasar directamente del Para-
guay al Alto Perú, llegando desde su reducción de
Belén á los Chiquitos en treinta y cuatro días de
jornadas cortas. Había sido buscado y deseado
este camino, que ahorraba 800 leguas del viaje de
1. 000 hasta el Perú, y tenían empeño en abrirlo
las autoridades civiles, porque era medio para fa-
cilitar notablemente las comunicaciones entre
provincias pertenecientes á unos mismos domi-
nios. Y en el momento en que el misionero aca-
baba de descubrirlo y hacer el viaje de ¡da y
vuelta, el fatal Decreto del extrañamiento hizo que
le arrestasen, le condujesen á Italia, y se dejara
perder su hallazgo. Años después volvían los Go-
bernadores á buscar el medio de comunicación, y
añrmaba Azara que se podía encontrar; añadía
que era facilísimo, afirmación al aire, como tantas
— 3>3 —
otras suyas. Lo cierto es que nunca se encontró,
no obstante que el P. Sánchez Labrador lo dejó
bien especifícado en sus relaciones. Expatriado
por Carlos III, se ocupó en escribir historia de los
países en que había ejercido sus ministerios, y mu-
rió en Ravena á lo de Octubre de 1798. Además
de algunos Viajes sueltos que se conservan de él,
y del Catecismo y Vocabulario Mbayá, cuya copia
posee la Biblioteca Estense de Módena (l), escri-
bió 1 1 tomos en 4.° de Historia de las regiones del
Rio de la Plata^ que todos quedaron manuscritos,
y de los cuales existían nueve el año 1 878. Cuatro
con el nombre de Paraguay natural ilustrado^ en
los que se describen las condiciones climatológi-
cas, los minerales, vegetales y animales de los
países que baña el Río de la Plata, comprendién-
dolos bajo la denominación de Paraguay. Otros
cuatro de Paraguay natural cultivado^ en que se
dan reglas sobre la labranza, arboricultura y en
table de huertas y jardines. Tres, por fin, mera-
mente históricos con el título de Paraguay católi-
co^ en que se traza la Historia de la conversión de
las tribus salvajes de estas repones por los esfuer-
zos de los misioneros. De éstos se conserva el ter-
cer tomo, que trata de los Mbayás, y es una Mo-
nografía abundantísima en que se describen las
costumbres, usos, carácter y vicisitudes de aquella
nación y de la de los Guanas. Obras, aunque no
perfectas, dignas de que por medio de la imprenta
(i) Módbna: Biblioteca Esténse, Estéril 127, 128.
— 314 -
^e hubiesen perpetuado y librado de la destruc-
ción, que indudablemente acabará por sobrevenir-
les, como ha sucedido ya, según parece, con los
dos primeros tomos del Paraguay católico^ en que
trataba de los Guaraníes y otras razas, y cuyo
paradero se ignora, y con los otros cuatro del
Paraguay cultivado, que en 1878 tenía en su venta
de libros el coleccionista Leclerc, y tampoco se
sabe dónde hayan ido á parar.
El P. Gaspar Juárez (que se ñrmó siempre
XuAREz según la ortografía de aquella época) fué
argentino, nacido en Santiago del Estero á 1 1 de
Julio de 1 73 1. Ingresó en la Compañía á l.° de
Septiembre de 1 748, y enseñó con satisfacción
Filosofía y Teología en Córdoba del Tucumán.
Expatriado por Carlos III en 1 767, pasó á Italia,
y algunos años después de la extinción, se ñjó en
Roma, ocupándose en escribir sus libros y en ser-
vir á sus paisanos cuando se trataba de obtener
gracias espirituales, pues á causa de su saber canó-
nico y teológico, y de su sensatez y prudencia, hi-
cieron mucho caso de él en Roma. Fué también el
distribuidor de muchas piadosas limosnas que des-
de la Argentina se enviaban á los desterrados, y
estuvo en constante correspondencia con el señor
D. Ambrosio Funes de Córdoba, que había sido
su discípulo. En 1 798 estaba resuelto á volver á
su patria, luego que se dio licencia para ello; pero
Dios le estorbó el viaje por varias circunstancias.
Habíase incorporado á la Compañía de Jesús que
perseveró sin ser destruida en Rusia, y así murió
Jesuíta en Roma en 1 804, Había obtenido también
del Papa las facultades de misionero apostólico de
Propaganda ñde cuando quiso regresar al Río de
la Plata , y Pío VII le tenía nombrado Revisor de
las causas de beatificación. Su residencia en los
últimos años de su vida fué en el Gesú, que era la
antigrua casa profesa de la G>mpañía en Roma.
Tampoco el P. Juárez alcanzó á publicar sus obras
más importantes, que quedaron manuscritas y
deben haberse perdido. Las dos capitales eran una
Historia eclesiástica del Virreinato de Buenos
Aires é Historia natural del mismo^ que iban á
formar cuerpo con la obra del P. Iturri compren-
siva de la Historia civil del Virreinato^ y unas
Cartas edificantes de la provincia del Paraguay^
que formaban un tomo en folio, escrito á raíz de
la expulsión, y que se había leído en los refecto-
rios de los expatriados en Italia, con gran consue-
lo y edificación de todos, por narrarse allí la últi-
ma tribulación sufrida del extrañamiento con las
vejaciones experimentadas en él, y el modo reli-
gioso con que en general todos, y más particular-
mente algunos, habían correspondido á aquella
gracia de Dios, por más que fuera sañuda perse-
cución de parte de los hombres, dejando admira-
bles ejemplos para que todos se animasen y les
imitasen. Todos los sujetos allí comprendidos eran
ya difuntos, y fuera de algunos misioneros de
Guaraníes y Chiquitos, se contenían en la colec-
ción las vidas de varios argentinos: P. Francisco
Ruiz, de Salta; H. Clemente Baygorri, de Córdo-
— 3i6 —
ba; H.José Ignacio Jaunzaras, de Buenos Aires, etc.
De esta última obra no queda más noticia que la
que da el mismo autor en carta á D. Ambrosio
Funes desde Roma á II de Noviembre de 1789.
Habiéndose dedicado con especial diligencia á las
ciencias naturales, publicó tres opúsculos sobre
plantas americanas cultivadas en los jardines de
Roma, con el título de Osservazioni fUologiche
sopra alcune piante esotiche introdotte in Rama^
y también una biografía con el título de Elogio
de la señora María Josefa Bustos^ americana^
que era la virtuosa madre de los Funes. Consta
que acopiaba datos para escribir la Vida de la
Beata de los Ejercicios; pero no se sabe si la ter-
minó.
El P. José Guevara, castellano, nacido en Recas,
Arzobispado de Toledo, á 14 de Marzo de 1 719,
entró en la Compañía á 31 de Diciembre de 1 732,
y vino al Paraguay en 1740. Ejercitó el cargo de
cronista de la Provincia después del P. Lozano.
Expulsado por Carlos III en 1767, pasó con los
deniás Padres á Faenza, y después de suprimida
la Compañía obtuvj una canonjía en Spella. Mu
rió á 23 de Febrero de 1 806. Escribió antes déla
expulsión su Historia del Paraguay, Río de la Pla-
ta y Tucumán, en dos tomos, de los cuales sólo
parte pudo encontrarse en Buenos Aires, y se debe
su publicación íntegra á la diligencia del erudito
oriental Sr. D. Andrés Lamas. Hase encontrado
posteriormente otro manuscrito de la misma His-
toria, que comprende otra tanta materia más y se
— 3^7 —
conserva en Río Janeiro (l). Y no sería extraño
que éste y otros escritos completos del P. Gueva-
ra se hallasen en el Archivo de Indias, pues fué
grande el empeño que hubo en recoger sus pape-
les, como que para ello fué expresamente comi-
sionado el Dr. Aldao á verificar la sorpresa en la
estancia de Santa Catalina (2). Pensaban sin duda
encontrar en sus manuscritos pruebas ó rastros de
algunos grandes crímenes de los Jesuítas. Nada
encontraron, y no se habló más de los tales pape-
les. Después del extrañamiento escribió el P. Gue-
vara varios tratados sobre religión y alguna carta
para responder á preguntas sobre puntos históri-
cos; pero tanto éstos como sus antecedentes es-
critos, quedaron inéditos.
El P. Juan Francisco Ocampo, argentino, naci-
do en Rioja del Tucumán á 17 de Septiembre de
1729, entró en la Compañía en I.** de Septiembre
de 1748, y fué profesor de Moral en Córdoba.
Deportado en I ^67 en virtud del Decreto de Car-
los III, fué después uno de los que señaron del De-
creto de admisión de 1798, y se embarcó para
Barcelona con designio de pasar de allí á su patria.
Mas, sorprendido por el Decreto de reexpulsión,
fué embarcado por fuerza nuevamente para Italia,
y allí presenció en 1 814 la restauración de la Corn-
il) Río Janbiro: Biblioteca nacional. Colección Ange-
lis. «Cod. 68, 36 á 37.»; vid. Revista eclesiástica del Arzo-
bispado de Buenos Aires ^ tomo v, pág. 587.
(3) Brabo: Colección^ pág. 224.
-3i8-
pañía de Jesús, en la que volvió á ingresar. Impre-
sa tiene una novena á Nuestra Señora de Monse-
rrat.
JESUÍTAS DEL RlO DE LA PLATA QUE SE QUE-
DARON EN ESPAÑA Y FUERON ALLÍ CON OTROS
FUNDADORES DE LA NUEVA COMPAÑÍA.
Arrojados por segunda vez de España los Jesuí-
tas, con mayor inhumanidad, si cabe, que la pri-
mera, los americanos que habían ido á la Penínsu-
la y estaban aguardando una buena ocasión de
embarcarse para su tierra, hubieron de regresar
á Italia. Pocos fueron los que sobrevivieron los
largos años que aún tardó á restablecerse la Com-
pañía en España, pues la reexpulsión fué en I.** de
Marzo de l8oi, y el restablecimiento en 1815. En-
tre los que regresaron y ayudaron allí á fundar la
provincia de España restaurada, son de notar los
Padres Iturri y Camaño, argentinos, y Millas, ara-
gonés, los tres de la antigua provincia del Para-
guay.
El P. Francisco Iturri íué argentino, nacido
en Santa Fe de la Vera Cruz, jurisdicción de la
provincia de Buenos Aires, á 10 de Octubre de
1738. Ingresó en la Compañía á 27 de Octubre
de 1753. Desterrado en 1767 por Carlos III, fué
con los demás de su provincia á Faenza, de donde
pasó á Roma, después de la extinción de la Com-
pañía; y entre sus ocupaciones, fué una la de ins-
truir á varios jóvenes agregados á la embajada es*
pañola. Fué uno de los que, con la esperanza de
embarcarse para América, pasaron á España luego
que se hubo abierto la puerta con el Decreto
de 1798, y que poco después se vio inhumana*
mente expelido de nuevo y forzado á pasar otra
vez á Italia, donde continuó viviendo en Roma.
Habiendo entrado los franceses en Roma en 7 de
Enero de 1 808, y sido proclamado en Julio del
mismo año José Bonaparte por Rey en España de
orden de su hermano Napoleón, exigieron los fran-
ceses de Roma al P. Iturri el juramento de fideli-
dad al nuevo Rey, y por su negativa le echaron
en la cárcel, donde estuvo cinco meses preso. Al
restablecerse la Compañía definitivamente en Es-
paña en 1815» pasó nuevamente el P. Iturri á la
Península, llegando allá en 18 1 7, cuando ya había
trece colegios abiertos ; y íué uno de los Jesuítas
antiguos que formaron la nueva provincia de Es-
paña. Todavía le tocó experimentar tercera vez la
furia de las persecuciones del espíritu anticristiano,
viendo la nueva disolución en 1820, y murió en
Barcelona el día 8 de Enero de 1822. Hallándose
aún en Roma, publicó en 1 797 un escrito con el
título de Carta critica sobre la Historia de AnUri"
cay del Sr. D, Juan Bautista Muñoz^ que en 1818
fué reimpresa en Buenos Aires, en 4.°, de 1 1 1 pá-
ginas. En ella censura acremente á Muñoz, cronis-
ta real, por haber escrito, hablando mal de Amé-
rica y de los americanos; pero justifica su aspereza,
mostrándole su vergonzosa ignorancia de los pun-
— 320 —
tos sobre los cuales había expresado desfavorables
conceptos. El P. Iturri tenía terminada una Histo-
ria civil del Virreinato de la Plata (l), que, com-
pletada con la Historia natural é Historia eclesiás-
tica del mismo Virreinato, ambas compuestas por
el P. Gaspar Juárez, hubiera constituido la Historia
general de estas regiones; pero se ignora el para-
dero de estos manuscritos.
El P. Joaquín Camaño fué argentino, nacido
en la Rioja, ciudad de Tucumán, á 13 de Abril
de 1737, é ingresó en la Compañía á 22 de Marzo
de 1757. Expulsado por Carlos III en 1 767, fué
conducido desde . el país de Chiquitos, donde era
misionero, á las provincias septentrionales de los
Estados del Papa, donde comunicó al P. Hervás
datos importantes sobre el idioma de los Chiquitos
y una Gramática manuscrita de la misma len-
gua (2). Delineó también varios mapas de los te-
rritorios de América, y compuso algunos escritos
más; pero nada de esto se ha impreso, fuera de
algunas cartas y noticias y algunos mapas. Fué
el P. Camaño de los que, con el P. Iturri y otros,
pasaron á España y fueron expulsados segunda
vez en 1 801, y segund*^ vez conducidos á Italia.
( 1 ) El señor abate lUirri tiene ya concluida la Historia
civil para imprimirla, (Hervás: Historia de la vida del
hombre^ lib. iv, cap. vi.)
(2) Es probablemente la que con un Vocabulario Chi-
quito-español se halla en copia en la Biblioteca Elsteose,
de Módena. Estéril I2S'I26,
— 321 —
Mas tan luego como se presentó la ocasión de re-
gresar á la Península, donde podía trabajar con más
fruto, lo que sucedió en l8lS, se restituyó á Espa-
ña, y allí perseveró hasta su muerte, acaecida en
la ciudad de Valencia en Septiembre de 1820.
El P. Joaquín Millas, aragonés, natural de Zara-
goza, donde nació á 12 de Junio de 1 746, ingresó
en la Compañía en 29 de Junio de 1 76 1, pasando
aquel año al Paraguay entre los misioneros condu-
cidos por el P. Juan de Escandón. Hallábase en el
escolasticado de Córdoba del Tucumán, cuando
llegó el Decreto del extrañamiento; y con los de-
más de la provincia, pasó el hermano Millas á
Faenza. Allí se ordenó; y después de la extinción,
por sus relevantes dotes de literato, desempeñó
cargos de profesor, parte en Mantua, parte en Bo-
lonia y en Plasencia, donde también enseñó por
dos años Filosofía. Ignórase el tiempo de su muer-
te; sólo se sabe que volvió á España, y murió en
su patria, Zaragoza. Las obras' que le han dado
más renombre son un estudio sobre Virgilio como
príncipe en tres géneros de poesía, y un tratado
fundamental de literatura y educación, con el tí-
tulo siguiente: DcH* único principio svegliatore
della ragione, del gusto e della virtu nell* educa-
zione litteraria* Su influencia en la literatura ita-
liana, con la de los otros ex Jesuítas españoles, ha
sido estudiada en Italia por el profesor Cian (l) y
( I ) Cían Vittorio: L' immigrazione dei Gesuiti spagnuo-
li Ictterati in Italia. Toríno, 1895.
21
— 322 —
por el P. Galleraní, de la Cívilta Cattolica (l), á lo
que deben añadirse más copiosas noticias y obser-
vaciones de D. Marcelino Menéndez y Pelayo (2).
ESCIOTORES OMITIDOS
Fácil hubiera sido añadir á la lista de escritores
de la provincia del Paraguay que sufrieron extra-
ñamiento algunos nombres más, como los de los
Padres Serrano, Termeyer, Manuel Gervasio Gil y
otros; pero al intento de este trabajo sólo perte-
necía mencionar los más generalmente conocidos
ó señalados por alguna circunstancia especial. Con
todo, tres hay que no se pueden pasar en silencio»
y cuyos nombres, á lo menos, es justo consignar:
el P. Juan de Escanden, que antes del extraña-
miento escribió una notable Memoria sobre la
transmigración de los siete pueblos del Uruguay;
el P. Javier Miranda, autor de una copiosa Vida
del P. Muriel, y de un examen sólido, nutrido de
doctrina canónica y de enseñanzas históricas, de
la nombrada Consulta del Consejo Extraordinario
de 30 de Abril de 1 767, que intituló El Fiscal
(i) Civilia Cattolica: Serie xvi, tomo v, págs. 15a»
416, 549. — Madariaga: Jesuítas expulsos literatos en Ita-
lia. Con apéndices. Salamanca, 1897.
(2) Artículo publicado en la Revista critica de historia
y literatura española y portuguesa i hisf ano» americana.
Enero de 1896.
— 323 —
fiscalizado (l), y el P. Diego González, misionero
del Chaco, á quien se debe el catálogo más com-
pleto de los expatríados del Paraguay (2). Todas
son obras hasta hoy inéditas.
JESUÍTAS QUE VOLVIERON AL RÍO DE LA PLATA
Sólo tres de los Jesuítas que había expulsado
Carlos III volvieron al Río de la Plata. Fueron
éstos D. Pedro Arduz, el P. José Rivadavia y el
Padre Diego León de Villafañe. Las noticias que
de ellos han quedado se deben casi todas á las
cartas del último á D. Ambrosio Funes, conserva-
das en colección privada.
Don Pedro Arduz era en el año de 1 767 herma-
no Coadjutor. Nacido en Jujuí en 1737, ingresó en
la Compañía á 30 de Agosto de 1760; y al llegar el
extrañamiento fué deportado desde Buenos Aires,
donde se hallaba en el colegio grande de San Ig-
nacio. El temor de la triste suerte que le aguarda-
ba le hizo ser inñel á su vocación y secularizarse,
lo que no le libró de ser deportado, á Italia. Allí
se casó; y el año 1798, al darse licencia de que re-
gresasen á su patria los que quisieran, volvió Ar-
duz, obrando con más diligencia que otros, que se
(i) Ms. (Archivo de la provincia de Castilla S. I.)
(2) Ms. (Archivo de la provincia de Toledo.)
— 324 —
detuvieron en España. En el camino, al llegar á la
línea, fué capturado por un buque inglés, que lo
arrojó en Río Janeiro; y de allí, con grandes tra-
bajos, logró aportar á Buenos Aires. Dejaba en
Roma su mujer y una hija, á lo que parece; otra
hija parece que ya estaba de monja, y algún hijo
pequeño traía consigo. Pasó por Córdoba, y soco -
rrido generosamente por D. Ambrosio Funes, logró
llegar á Salta. Pero un año más tarde, por Octubre
de 1801, fué llamado por el Virrey Pino á Buenos
Aires, lo que no tenía otro objeto que reembar-
carlo para Italia, á causa del Decreto de la nueva
expulsión. Presentóse Arduz al Virrey, pero de-
bieron mediar razones especiales, en virtud de las
cuales no fué por entonces deportado, y se volvió
para el interior. El año siguiente, hallándose en
Córdoba, se le intimó de nuevo la partida, que no
consta si tuvo efecto. Arduz murió antes de 18 1 3,
sin que se sepa precisamente la fecha.
El P. José Rivadavia fué argentino, nacido en
Buenos Aires á 23 de Marzo de 1 743. Hallábase
en el año de 1 767 como escolar en el colegio má-
ximo de Córdoba cuando fué expulsado por Car-
los III. Ordenóse en Faenza; y nada más de parti-
cular se sabe de su estancia en Italia; pero al lle-
gar el Decreto de 1 798, deseoso de volver á su
patria, se embarcó para la Península y arribó á
Barcelona, de donde, dándose priesa, procuró
reembarcarse para Buenos Aires. Cayó en el viaje
prisionero de los ingleses, quienes lo llevaron al
Janeiro, y allí estuvo prisionero de los portugueses,
— 325 —
sin duda por hallarse en guerra declarada Portu-
gal y España. Finalmente, después de más aventu^
ras que las de un Quijote (que son palabras suyas
en carta al P. Villafañe), aportó á Buenos Aires al
año después de haber salido de Barcelona. Llega-
ba á su patria harto debilitado y postrado^ y encon-
traba allí correspondencia de los Padres de Espa-
ña, en que le avisaban del segundo extrañamiento
decretado á i.® de Marzo de i8oi, y que se les
había intimado en 28 del mismo mes. Pero sabe^
mos por noticias posteriores y añadía el mismo Riva-
davia, que la dicha orden no ha tenido efecto^y por
el hecho se ha suspendido. No eran muy exactos
sus informes, como él mismo hubo de experimen-
tarlo muy pronto. Pues aunque es verdad que en
esta segunda expulsión no se hizo ruido como en
la primera, y se contemporizó donde para cum-
plirla era necesario forzar mucho á las autorida-
des (resultando de esto que, según escribía el Pa.
dre Iturri, habían quedado en España más de 1 60
de los expatriados), no obstante, en los puertos y
en los parajes en que fácilmente podían ser los
Padres conducidos á ellos, se ejecutó con todo ri-
gor é inhumanidad. Y así, Arduz fué llamado á
Buenos Aires, y al mismo Rivadavia se le intimó
el embarque por medio del Provisor eclesiástico
de esta ciudad. Alguna razón especial debió ocu-
rrir que estorbó que la deportación se llevase á
efecto por de pronto, con lo que Arduz se volvió
á las provincias. Pero, quedándose Rivadavia en
la capital, parece que llegaron dentro de poco ór-
— 3^6 —
denes más terminantes, quizá en respuesta de re-
presentaciones del Virrey; y mientras á los demás
se les llamaba de nuevo, fué tomado preso el Pa-
dre Rivadavia y conducido á España para trasla-
darlo de allí á Italia. Sucedía esto por Enero 6
Febrero de 1803 (l). A 4 de Febrero de 1804 par-
ticipaba el P. Luis Vázquez (2), otro de los antiguos
Jesuítas del Paraguay, que en compañía suya se
hallaba Rivadavia en La Coruña. No son conoci-
dos los sucesos posteriores de P. Rivadavia; pero
es cierto que para 1813 había vuelto á su patria;
pues con fecha 8 de Marzo de dicho año se en-
cuentra en el Registro oficial de la República Ar-
gentina (3) un decreto núm. 426, que dice: Á so^
licitud del presbítero ex Jesuíta D. José Rivada-
via^ para que se le conceda la facultad de testar^
etcétera. Ese mismo año murió, según el informe
del P. Villaíañe (4): Las noticias que yo recibo de
Buenos Aires son, tristes^ que murió el P. Rivada-
via a 79 del pasado [Marzo], etc.
Nada les aprovechó ni á Rivadavia ni á Arduz el
feo comportamiento con que se hicieron infieles á
su vocación, secularizándose y abandonando la
Compañía aun antes de Ser extinguida, por temor
de los padecimientos que habrían de sobrellevar;
(i) P. Villafañe á Funes: carta de Mayo de 1803.
(2) P. Villafañe á Funes: 19 de Junio de 1804.
(3) Registro oficial, tomo i, pág. 201. Edición Buenos
Aires, 1 87 1.
(4) Carta á Funes de 9 de Abril de 1813.
— 3^7 —
pues éstos les sobrevinieron igualmente, y quizá
en mayor medida que á los demás.
EL ÚLTIMO JESUÍTA DEL PARAGUAY
íbanse consumiendo con la muerte los Jesuítas
que habían pertenecido á la antigua y celebrada
provincia del Paraguay; é iba al mismo tiempo
anotando sus fallecimientos el ministerio español,
como quien espía la agonía de la víctima, en vir-
tud de aquella cláusula de la Pragmática: Mimi^
nistro en Roma tendrá particular cuidado de sa^
ber los que fallecen (i), etc. Todavía se conservan
en el Archivo general de Buenos Aires y en otros
las listas de esta clase enviadas de tiempo en tiem-
po en virtud de aviso de los Comisarios de Italia.
A 3 de Mayo de 1817 sólo quedaban vivos siete
sujetos de la antigua provincia del Paraguay, se*
gún carta del P. Iturri al P. Diego de Villafañe. Y
á 9 de Enero de 1 8 14, escribía éste á D. Ambro-
sio Funes desde Tucumán, llamándose el único ex
Jesuíta viviente en esta parte de la América. Así
era, en efecto; y éste fué el último de los Jesuítas
de la misionera y apostólica provincia.
El P, Diego León de Villafañe, nacido en San
Miguel de Tucumáná 1 4 de Abril de 1 74 1, era en
la época de la expulsión escolar en el colegio má-
(i) Pragmática de 2 de Abril de 1767, núm. vii.
- 328 —
ximo de Córdoba, habiendo ingresado en la Com-
pañía á 3 de Mayo de 1763. Expatriado por Car-
los III, pasó á Italia, donde prosiguió sus estudios
en Faenza; y ordenado de sacerdote, parece que-
dó en la misma región después de suprimida la
Compañía en 1 77 3. Llegado el año de 1 798, en
que á causa de la invasión francesa en Italia se di6
licencia á los ex Jesuítas para regresar á su patria,
el P. Villafañe pasó, como los otros amigos suyos»
á España; é impaciente por llegar á su destino»
atravesó toda la Península hasta el Mediodía, y
no esperando hallar buque tan pronto en Cádiz,
pasó de Andalucía á Lisboa, donde se embarcó y
navegó con felicidad hasta llegar al Nuevo Mundo.
Arribado á Buenos Aires, emprendió sin dilación
el camino hacia Tucumán, su patria, entrando en
Córdoba el 14 de Diciembre de 1799, y siendo
recibido con extraordinario júbilo del Sr. D. Am-
brosio Funes y de muchas personas que tuvieron
noticia de su llegada. Dirigióse luego á Tucumán,
donde se detuvo muy poco tiempo; y por el mes
de Marzo de 1800 pasó á Chile por la Cordillera.
Traía nombramiento y facultades de Prefecto
apostólico de las Misiones de Araucanía, é hizo las
diligencias posibles para entrar en ellas. Pero
viendo la empresa por entonces imposible, deter-
minó volver á su patria, pasando de nuevo la Cor-
dillera hacia esta banda en Enero de 1 801. En
Tucumán recibió la noticia de haberse comunica-
do á D. Pedro Arduz la orden del segundo extra-
ñamiento. El cabildo secular de la ciudad de Tu-
— 329 —
cumán representó al Virrey D. Joaquín del Pino
acerca de la ediñcativa conducta y de las razones
que había para no exponerle á viaje tan dilatado y
de tantos riesgos á su edad, de más de setenta
años, y el Virrey informó al Rey en su favor. Pa-
rece que con este informe sucedió lo que con los
semejantes á él, que mostraban no haberse ejecu-
tado al punto la orden: que quedaron sepultados
en el olvido y sin respuesta. El hecho es que al
Padre Villafañe le dejaron en paz, sin tratarse más
de su embarque.
Tres veces tentó á entrar en sus Misiones de la
Auracanía: en l8oo, como va dicho; otra vez
en 1808, y otra en 1818; y las tres, por diversas
causas, tuvo que desistir de la empresa. Retirado
en Tucumán, íué testigo de la independencia y de
sus efectos, ejercitándose él únicamente en el mi-
nisterio sacerdotal. Esperaba que la Compañía de
Jesús fuese restablecida solemnemente en estas
regiones; pero las revueltas que acompañaron á la
emancipación, y el estar ya declarado el país in-
dependiente desde 1 8 16, no le dejó ver realizado
su gran deseo. No obstante, él había recibido fa-
cultad para hacer los votos de religioso de la Com-
pañía in articulo mortis; y seguramente no la des-
aprovechó. Con esta vida retirada y tranquila,
falleció, de edad casi de noventa años, en Tucu-
mán, á 7 de Abril de 1830. Poco le faltó para
darse la mano en la República Ai^entina con la
Compañía restaurada.
Ya para este tiempo había sido solemnemente
— 330 —
restablecida la Compañía de Jesús para todo el
mundo por la Bula Sollicitudo omnium ecclestarum
de Pío VII, á 7 de Agosto de 1814, derogando
para ello el Breve abolitivo de Clemente XIV.
En 181 5 la llamaba por documento público á sus
dominios de la Península el Rey de España Fer-
nando VII (l), declarando que su augusto abuelo
había sido sorprendido por las maquinaciones de
hombres impíos al decretar el extrañamiento; y po-
cos meses más tarde, en el mismo año, extendía la
misma restitución á sus dominios americanos (2).
Seis años después de la muerte del último Je-
suíta de la famosa é histórica provincia del Para-
guay, arribaban á las playas argentinas los prime-
ros Padres Jesuítas, que volvían á renovar los
ministerios de sus antiguos modelos, y cuya histo-
ria ha trazado el distinguido escritor guatemalteco
Padre Rafael Pérez, S. I. (3). Como impulsado por
espíritu profético, había pronosticado esta vuelta
el insigne Obispo Sr. Escalada, predicando un año
antes en la iglesia de San Ignacio, el día de la fies-
ta del Santo; y él mismo la celebró en 1 836, to-
mando por texto de su sermón las palabras del
Profeta (4): Iste est septuagesimus annus. Setenta
(i) Véase el Decreto de restablecimieato en el Apén-
dice núm. 10.
(2) Apéndice núm. 11.
(3) P. Rafael Pérbz: La Compañía de Jesús restaura-
da en la República Argentina y Chile y etc. Barcelona, 1901.
En 4.^, tomos i-xxviii, págs. 29-982.
(4) Zach, tomo I, pág. 12.
— 331 —
años hnliiin p—aiio deade «1 4fi «a que la Com-
pañía fué arrojada de estas regiones por decreto
de la impiedad aborrecedora de la religión cristia-
na, firmado por Carlos III; el Señor se apiadaba
por fin de su pueblo, y le enviaba anuncios de
gozo y de consuelo.
FIN
APÉNDICE
DOCUMENTOS Y ACLARACIONES
NtTM- 1
1767.— Decreto de extraSamiento de los Jesuítas
expedido por Carlos III
«REAL DECRETO DE EJECUaÓN »
€ Habiéndome conformado con el parecer de
los de mi Consejo Real en el Extraordinario que
se celebra con motivo de las ocurrencias pasadas»
en consulta de veintinueve de Enero próximo, y
de lo que (l) sobre ella me han expuesto perso-
nas del más elevado carácter; estimulado de gra-
vísimas causas, relativas á la obligación en que me
hallo constituido de mantener en subordinación,
tranquilidad y justicia mis pueblos, y otras urgen-
tes, justas y necesarias que reservo en mi Real
ánimo; usando de la suprema autoridad económi-
(i) YaD. ViCBHTB J^ArvKsn{La Corte de Carlos III ^
I • serie, pág. 7) observó que este documento no era mo-
delo de buen lenguaje, como tampoco ]o eran algunos
otros que por entonces se publicaron.
NtJM. 2
1767. — Comisión de Bncareli é tnstruccióii
para el extrañamiento en España
«Excmo. Señor: Dentro de la adjunta carta del
Sr. Marqués de Grimaldi, Secretario del Despacho
de Estado, recibirá V. otra del Rey nuestro Señor,
en que S. M. se digna autorizarme para él asunto
de que trata este despacho, el cual se reduce al ex-
trañamiento de todos los Reales dominios del Or-
den de la Compañía de Jesús, en el modo y forma
que concibe el Real Decreto que incluyo im-
preso.
La misma particular honra que el Rey hace á
V. E. de su Real puño, le persuadirá la importan-
cia, el secreto y la decidida voluntad de S. M. para
el más exacto cumplimiento.
Tocante á la ejecución, podrá V. E. regirse por
la Instrucción arreglada para España y por la
Adición aplicada para Indias, usando de ambas, á
ñn de apropiar lo más adaptable de cada una.
La reñexión de la distancia de esos países coa
— 337 —
intenciones. Tendréislo entendido para su exacto
cumplimiento, como lo fío y espero de vuestro
celo, actividad y amor á mi Real servicio, y da-
réis para ello las órdenes é instrucciones necesa-
rias, acompañando ejemplares de este mi Real De-
creto, á los cuales, estando firmadas de Vos, se les
dará la misma fe y crédito que al original.=^«¿rí-
cado de la Real MaHO,=:En el Pardo, á veintisiete
de Febrero de mil setecientos sesenta y siete.=
Al Qjnde de Aranda, Presidente del Consejo,»
tEs copia del original que S, M. se ha servido
comunicarme, Madrid, primero de Marzo de mil se-
tecientos sesenta y siete, ^=^E\. Conde de Aranda.»
(uColeccíón general/de las providencial haita aquí tomadas/ por el
Gobierno/sobre el extrañamiento y ocupación de temporalidadet/de
Io« Regulares de la Compañía, etc.», pág. i. Ed. Madrid, 1767.)
02
Nt^tm. 2
1767. — Comisióa de Bucareli é instniccióii
para el extrañamiento en España
«Excmo. Señor: Dentro de la adjunta carta del
Sr. Marqués de Grimaldi, Secretario del Despacho
de Estado, recibirá V. otra del Rey nuestro Señor,
en que S. M. se digna autorizarme para el asunto
de que trata este despacho, el cual se reduce al ex-
trañamiento de todos los Reales dominios del Or-
den de la Compañía de Jesús, en el modo y forma
que concibe el Real Decreto que incluyo im-
preso.
La misma particular honra que el Rey hace á
V. E. de su Real puño, le persuadirá la importan-
cia, el secreto y la decidida voluntad de S. M. para
el más exacto cumplimiento.
Tocante á la ejecución, podrá V. E. regirse por
la Instrucción arreglada para España y por la
Adición aplicada para Indias, usando de ambas, á
ñn de apropiar lo más adaptable de cada una.
La reflexión de la distancia de esos países con
— 339 —
éste, y de su diferencia de gobierno, me determi-
na á deponer en V. E. toda facultad arbitrable para
variar 6 añadir circunstancias, como se logre el
efecto con aquel complemento que tan grave asun-
to requiere.
Concibo que la perspicacia y madurez de V. E.
dispondrá tranquilamente la obediencia de la Real
determinación, sin desampararla, no obstante, de
aquella custodia y auxilio de fuerza moderado para
no eventuarla; pero en todo caso, si contra lo re-
gular, hubiese resistencia en los mismos Religiosos
interesados 6 en sus adictos se experimentase in-
clinación ó resolución á oponerse, usará V". E. de
la autoridad y vigor de las armas, como en caso ya
de rebeldía.
Importará que en los pueblos donde hubiese
colegio ó casa de la Compañía, se practique (ape-
nas se les hubiese intimado el Real Decreto) la
diligencia de hacer entender á las otras Orde-
nes religiosas y al clero de ellos, que la disposición
de S. M. se limita á los Religiosos Jesuítas, siendo
muy propio de todos los demás eclesiásticos secu-
lares y regulares el concurrir con sus persuasiones
á que generalmente se veneren los decretos de la
Majestad, por deberse considerar siempre funda-
dos en graves y justas causas.
El Rey nuestro Señor tiene la mayor conñanza
de la fidelidad y talento de V. E., y á ella es con-
siguiente la mía; sólo, pues, deseo el total desempe-
ño de V. E., y que se entienda conmigo para irme
noticiando las resultas, sin preguntar duda alguna;
pues si le ocurriese, tendrá V. E. que resolverla
por sí, gobernándose por el espíritu é idea que el
todo del Real Decreto é instrucciones de sí pro-
ducen.
Concibo que no puedo desempeñar mejor el
puntual cumplimiento de esta Real providencia
en el distrito de V. E., que dejándolo totalmente
á su acreditada prudencia; y así, respeto á las Mi-
siones de los Padres Jesuítas junto á los ríos Uru-
guay y Paraná, como en cualesquiera otros para-
jes, tomará V. E. por sí el medio que le pareciere
más conveniente, y el establecimiento ó sustitucióji
de los Padres que se retiren, por otí'os Religiosos
ó Clérigos seculares, como también el impresionar
aquellos indios predominados hasta aquí, del amor
que deben reconocer en S. M. cuando procura sa-
carlos de aquella estrecha sujeción é ignorancia
en que han vivido/
Los pliegos adjuntos para Lima, Chile y Char-
cas, conviene que V. E. los dirija con el más bre-
ve y seguro avío; y que hasta haberlos despacha-
do, no ponga en ejecución lo que el Rey manda,
para evitar que por los mensajeros de los otros
pliegos no se comunique la noticia de lo que por
ahí pase, y pueda mejor practicarse en aquellos
otros parajes.
A los Prelados de los distritos del mando de V.E.
será bueno que V. E. pase su oficio, para que, in-
teligenciados de la Real determinación, concurran
por su parte en cuanto puedan á su consecución
y conformar los ánimos que hubiese adictos al
— 341 —
Orden que se extraña de los Reales dominios con
las Justas providencias de S. M.
Dios guarde á V. E. muchos años como deáeo«
— Madrid, I.® de Marzo de 1 767.
El Conde de Aranda.
Excmo. Sr. D. Francisco Bucareli.»
(Chile: Biblioteca Nacional. M«. Jesuítatlig^f núm. 298.)
«INSTRUCCIÓN
de ¡o que deberán ejecutar los Comisionados para
el extrañamiento y ocupación de bienes y haciendas
de los yesuttas en estos Reinos de España i islas
adyacentes^ en conformidad de lo resuelto por S. M^
I. Abierta esta Instrucción cerrada y secreta en
la víspera del día asignado para su cumplimiento,
el Ejecutor se enterará bien de ella con reflexión
de sus capítulos; y disimuladamente echará mano
de la tropa presente ó inmediata, ó en su defec-
to se reforzará de otros auxilios de su satisfacción,
procediendo con presencia de ánimo, frescura y
precaución, tomando desde antes del día las ave-
nidas del colegio ó colegios; para lo cual él mis«>
— 342 —
mo por el día antecedente, procurará enterarse
en persona de su situación interior y exterior,
porque este conocimiento práctico le facilitará el
modo de impedir que nadie entre y salga sin su
conocimiento y noticia.
II. No revelará sus ñnes á persona alguna,
hasta que por la mañana temprano, antes de abrir-
se las puertas del colegio á la hora regular, se an-
ticipe con algún pretexto, distribuyendo las órde-
nes para que su tropa ó auxilio tome por el lado
de adentro las avenidas, porque no dará lugar á
que se abran las puertas del templo, pues éste
debe quedar cerrado todo el día y los siguientes,
mientras los Jesuítas se mantengan dentro del
colegio.
III, La primera diligencia será que se junte la
Comunidad, sin exceptuar ni al hermano Cocine-
ro, requiriendo para ello antes al Superior en
nombre de S. M., haciéndose al toque de la cam«
pana interior privada de que se valen para los
*actos de Comunidad; y en esta forma, presen-
ciándolo el Escribano actuante con testigos secu-
lares abonados, leerá el Real Decreto de extraña-
miento y ocupación de temporalidades, expre-
sando en la diligencia los nombres y clases de
todos los Jesuítas concurrentes,
rV. Les impondrá que se mantengan en su
sala capitular, y se actuará de cuáles sean mora-
dores de la casa, ó transeúntes que hubiere, y
colegios á que pertenezcan, tomando noticia de
Jos nombres y destinos de los seculares de servi-
— 343 —
dutnbre que habiten dentro de ella, 6 concurran
solamente entre día, para no dejar salir los unos
ni entrar los otros en el colegio sin gravísima
caus».
V. Si hubiere algún Jesuíta fuera del colegio
en otro pueblo 6 paraje no distante, requerirá al
Superior que lo envíe á llamar para que se resti-
tuya instantáneamente, sin otra expresión; dando
la carta abierta al Ejecutor, quien la dirigirá por
persona segura, que nada revele de las diligencias,
sin pérdida de tiempo.
VI. Hecha la intimación, procederá sucesiva-
mente, en compañía de los Padres Superior y
Procurador de la casa, á la judicial ocupación de
archivos, papeles de toda especie, biblioteca
común, libros y escritorios de aposentos, distin-
guiendo los que pertenecen á cada Jesuíta, jun-
tándolos en uno ó más lugares, y entregándose
de las llaves el Juez de comisión.
VIL Consecutivamente proseguirá el secues-
tro con particular vigilancia; y habiendo pedido
de antemano las llaves con precaución, ocupará
todos los caudales y demás efectos de importan-
cia que allí haya, por cualquiera título de renta
ó depósito.
VIII. Las alhajas de sacristía é iglesia bastará
se cierren para que se inventaríen á su tiempo,
con asistencia del Procurador de la casa, que no
ha de ser incluido en la remesa general, é inter-
vención del Provisor, Vicario eclesiástico ó Cura
del pueblo, en falta de Juez eclesiástico, tratando-
— 344^
se con el respeto y decencia que requieren, espe-
cialmente los vasos sagrados, de modo que no
haya irreverencia ni el menor acto irreligioso, fir-
mando la diligencia el Eclesiástico y Procurador
junto con el Comisionado;
IX. Ha de tenerse particularísima atención
para que no obstante la priesa y multitud de tan-
tas instantáneas y eñcaces diligencias judiciales,
no falte en manera alguna la más cómoda y pun-
tual asistencia de los Religiosos, aun mayor que
la ordinaria, si fuese posible, como de que se re-
cojan á descansar á sus regulares horas, reuniendo
las. camas en parajes convenientes para que no
estén muy dispersos.
X. ' En los Noviciados (ó casas en que hubiere
algún Novicio por casualidad) se han de separar
inmediatamente los que no hubiesen hecho toda-
vía sus votos religiosos, para que desde el instante
no comuniquen con los demás, trasladándolos á
casa particular, donde con plena libertad y cono-
cimiento de la perpetua expatriación que se impo-
ne á los individuos de su Orden, puedan tomar el
partido á que su inclinación les indujese. A estos
Novicios se les debe asistir de cuenta de la Real
Hacienda mientras se resolviesen, según la expli-
cación de cada uno, que ha de resultar por diligen-
cia firmada de su nombre y puño, para incorporarlo
si quiere seguir, ó ponerlo á su tiempo en libertad
con sus vestidos de seglar al que tome este último
partido, sin permitir el Comisionado sugestiones
para que abrace el uno ú el otro extremo por
— 345 —
quedar del todo al único y libre arbitrio del inte-
resado: bien entendido, que no se les asignará
pensión vitalicia, por hallarse en tiempo de resti-
tuirse al siglo, 6 trasladarse á otro Orden religio*-
so, con conocimiento de quedar expatríados para
siempre.
XI. Dentro de veinte y cuatro horas, contadas
desde la intimación del extrañamiento, ó cuanto
más antes, se han de encaminar en derechura
desde cada colegio los Jesuítas á los depósitos in-
terinos ó Cajas que irán señaladas, buscándose el
carruaje necesario en el pueblo ó sus inmediaciones.
XII. Con esta atención se destinan las Cajas
generales ó parajes de reunión siguientes:
DE EN
Mallorca Palma.
Cataluña Tarragona.
Aragón Teruel.
Valencia Segorbe.
Navarra y Guipúzcoa San Sebastián.
Rioja y Vizcaya Bilbao.
Castilla la Vieja Burgos.
Asturias Oijón.
Galicia CoruSa.
Extremadura. Fregcnal á la raya de Andalucía.
Los rtinot de Córdoba, Jaén y
Sevilla Jerez de la Frontera.
Granada. ...» Málaga.
Castilla la Nueva Cartagena.
Canarias Tenerife, ó donde estime el Co-
mandante general.
XIII. Su conducción se pondrá al cargo de
personas prudentes, y escoltada de tropa ó pai-
sanos, que los acompañe desde su salida hasta el
— 346 —
arribo á su respectiva Caja, pidiendo á las Justicias
de todos los tránsitos los auxilios que necesitaren,
y dándolos éstas sin demora, para lo que se hará
uso de mi pasaporte.
XIV. Evitarán con sumo cuidado los encarga-
dos de la conducción el menor insulto á los Reli-
giosos, y requerirán á las Justicias para el castigo
de los que en esto se excedieren; pues aunque
extrañados, se han de considerar bajo la protec-
ción de S. M., obedeciendo ellos exactamente
dentro de sus Reales Dominios ó Bajeles,
XV. Se les entregará para el uso de sus per-
sonas toda su ropa y mudas usuales que acostum-
bran, sin diminución; sus cajas, pañuelos, tabaco,
chocolate y utensilios de esta naturaleza; los Bre-
viarios, Diurnos y libros portátiles de oraciones
para sus actos devotos.
XVI. Desde dichos Depósitos que no sean
marítimos, se sigue la remisión á su embarco, los
cuales se fijan de esta manera.
XVII. De Segorbe y Teruel se dirigirán á Ta-
rragona; y de esta ciudad podrán transferirse los
Jesuítas de aquel Depósito al Puerto de Salou,
luego que en él se hayan aprontado los bastimen-
tos de su conducción por estar muy cercano.
XVIII. De Burgos se deberán trasladar los
reunidos allí al Puerto de Santander, en cuya ciu-
dad hay colegio, y sus individuos se incluirán con
los demás de Castilla.
XIX. De Fregenal se dirigirán los de Extre-
madura á Jerez de la Frontera, y serán conduci-
— 347 —
dos con los demás que de Andalucía se congrega-
sen en el propio paraje, al Puerto de Santa María,
luego que se halle pronto el embarco.
XX. Cada una de las Cajas interiores ha de
quedar bajo de un especial Comisionado, que
particularmente deputaré para atender á los Reli-
giosos hasta su salida del Reino por mar, y man-
tenerlos entretanto sin comunicación externa por
escrito ó de palabra; la cual se entenderá privada
desde el momento en que empiecen las primeras
diligencias, y así se les intimará desde luego por
el Ejecutor respectivo de cada colegio, pues la
menor transgresión en esta parte, que no es creí-
ble, se escarmentará ejemplarísímamente.
XXI. A los Puertos respectivos destinados al
embarcadero irán las embarcaciones suñcientes
con las órdenes ulteriores, y recogerá el Comisio-
nado particular recibos individuales de los Patro-
nes, con lista expresiva de todos los Jesuítas em-
barcados, sus nombres, patrias y clases de prime-
ra, segunda profesión ó cuarto voto, como de los
legos que los acompañasen igualmente.
XXII. Previénese que el Procurador de cada
colegio debe quedar por el término de dos meses
en el respectivo pueblo, alojado en casa de otra
Religión, y en su defecto en secular de la con-
fianza del Ejecutor, para responder y aclarar exac-
tamente, bajo de deposiciones formales, cuanto se
le preguntare tocante á sus haciendas, papeles,
ajuste de cuentas, caudales y régimen interior, lo
cual evacuado, se le aviará al embarcadero que
- 34? -
se le señalase, para que solo 6 con otros, sea con^
ducido al destino de sus hermanos.
XXIII. Igual detención se debe hacer de Jos
Procuradores generales de las Provincias de Es*
paña é Indias^ por el mismo término, y con el
propio objeto y calidad de seguir á los demás,
XXIV. Puede haber viejos de edad muy cre-
cida, 6 enfermos^ que no sea posible remover en
el momento, y respecto á ellos, sin admitir frau-
de ni colusión, se esperará hasta tiempo más be-
nigno, ó á que su enfermedad se decida.
XXV. También puede haber uno ú otro que
por orden particular mía se mande detener para
evacuar alguna diligencia ó declaración judicial, y
si la hubiere, se arreglará á ella el Ejecutor; pero
en virtud de ninguna otra, sea la que fuere, se
suspenderá la salida de algún Jesuíta, por tener?-
me S. M. privativamente encargado de la ejecu-
ción, é instruido de su Real voluntad.
XXVI. Previénese por regla general que los
Procuradores, ancianos, enfermos 6 detenidos en
la conformidad que va expresada en los artículos
antecedentes, deberán trasladarse á conventos de
Orden que no siga la escuela de la Compañía, y
sean los más cercanos, permaneciendo sin comu-
nicación externa á disposición del Gobierno, para
los fines expresados, cuidando de ello el Juez eje-
cutor muy particularmente, y recomendándolo al
Superior del respectivo convento, para que de su
parte contribuya al mismo, fin; á que sus Religio-
sos no tengan tampoco trato con los Jesuítas de-
— 349 —
tenidos, y á que se asistan con toda la caridad reli-
giosa, en el seguro de que por S. M, se abonarán
las expensas de lo gastado en su permanencia.
XXVII. A los Jesuítas franceses que están en
colegios 6 casas particulares con cualquier destino
que sea, se les conducirá en la forma misma que
á los demás Jesuítas; como á los que estén en Pa-
lacio, Seminario, Escuelas seculares ó militares,
granjas ú otra ocupación, sin la menor distinción.
XXVIII. En los pueblos que hubiese casas de
Seminarios de educación, se proveerá en el mis-
mo instante á substituir los Directores y maestros
Jesuítas con eclesiásticos seculares que no sean de
su doctrina; entretanto que con más conocimiento
se providencie su régimen, y se procurará que
por dichos substitutos, continúen las escuelas de
los Seminaristas; y en cuanto á los maestros segla-
res, no se hará novedad con ellos en sus repecti-
vas enseñanzas.
XXIX. Toda esta Instrucción providencial se
observará á la letra por los Jueces ejecutores ó
Comisionados, á quienes quedará arbitrio para su-
plir según su prudenc4*, 4€> que se haya omitido y
pidan las circunstancias menores del día; pero nada
podrán alterar de lo substancial, ni ensanchar su
condescendencia para frustrar en el más mínimo
ápice el espíritu de lo que se manda, que se re-
duce á la prudente y pronta expulsión de los Je-
suítas; resguardo de sus efectos, tranquila, decente
y segura conducción de sus personas á las Cajas y
embarcaderos, tratándolos con alivio y caridad, é
— 350 —
impidiéndoles toda comunicación extema dé es-
crito 6 de palabra, sin distinción alguna de clase
ni personas, puntualizando bien las diligencias,
para que de su inspección resulte el acierto y ce-
loso amor al Real Servicio con que se hayan prac-
ticado, avisándome sucesivamente según se vaya
adelantando. Que es lo que debo prevenir confor-
me á las órdenes de S. M. con que me hallo, para
que cada uno en su distrito y caso se arregle pun-
tualmente á su tenor, sin contravenir á él en ma-
nera alguna.
Madrid, primero de Marzo de mil setecientos
sesenta y siete.
El Conde de Aranda.»
(Colección de las providencias... lobre el extrañamiento, tomo I,
pág. 6. Edición de Madrid de 1767.)
NtS-m. 3
1767. — Instrucción para el extrañamiento en América
«ADICIÓN A LA INSTRUCaÓN
SOBRB BL BXTRAÑAMIBNTO DB LOS JBSUÍTAS DB LOS DOMINIOS
DB S. Bf. POR LO TOCANTB i «INDIAS» É «ISLAS FILIPINAS»
i. Para que los Virreyes, Presidentes y Go-
bernadores de los Dominios de Indias é Is/as Fi-
lipinas se consideren con las mismas facultades
conducentes que en mí residen en virtud de la
Real resolución, depongo en ellos las de que habla
la Instrucción de España para dar las órdenes, se-
ñalando las Cajas de depósito y Embarcaderos,
como aprontando las embarcaciones necesarias
para transporte de los Jesuítas á Europa y Puerto
de Santa María, donde se recibirán y aviarán para
su destino.
n. Como su autoridad será plena, quedarán
responsables de la ejecución, para la cual propor-
cionarán el tiempo y fijarán el día en que se cum-
— 35« —
pía en tcxlas las partes de su distrito, expidiendo
las órdenes convenientes con la mayor brevedad,
á ñn de que no llegue á noticia de unos colegios
lo que se practique en otros sobre este particular.
III. En esto ocurrirán los gastos que se pueden
considerar, y así deberán costearse de las Cajas
Reales, con calidad dé reintegro de los efectos de
la Compañía.
IV. En el secuestro, administración y recau-
dación de dichos productos, ha de haber la mayor
pureza y vigilancia, para evitar su extravío ó con-
fianzas perjudiciales.
V. En todas las Misiones que administra la
Compañía en América y Filipinas, se pondrá in-
terinamente por provincias, un "Gobernador á
nombre de S. M., que sea persona de acreditada
probidad, y resida en la cabeza de las Misiones, y
atienda al gobierno de los pueblos conforme á las
leyes de Indias; y será bueno establecer allí algu-
nos españoles, abriendo y facilitando el comercio
recíproco, en el supuesto de que se atenderá el
mérito de cada uno con particularidad, según se
distinguiere.
VI. En lugar de los Jesuítas, se subrogarán,
por ahora, ó establemente Clérigos, ó Religiosos
sueltos con el sínodo que paga S. M., á fin de que
puedan situarse cómodamente, cuidando en lo es-
piritual el Diocesano de atender á lo que sea de
su inspección; para lo cual los Virreyes, Presiden-
tes y Gobernadores pasarán las órdenes conve-
nientes á los Reverendos Arzobispos y Obispos.
— 353 —
VIL El que vaya nombrado de Gobernador 6
Corregidor á la respectiva provincia de Misiones,
llevará el encargo de sacar de ellas á los Jesuítas,
y dirigirlos á la Caja respectiva; á cuyo efecto
se le deberá dar la escolta provisional compe-
tente.
VIII. A fin de facilitar la reunión de los Jesuí-
tas misioneros que se hallen muy destacados en
distancia, sería conducente que el Provincial 6
quien tenga sus facultades, escriba para ello órde-
nes precisas, conviniendo por lo mismo que se
haga antes el arresto de los existentes en sus co-
legios, así para que el Provincial no busque dila-
ciones por bajo mano, como porque los misioneros
mismos, viéndose destituidos del principal auxilio,
sean más puntuales al cumplimiento, y estas órde-
nes de los Provinciales ó Superiores inmediatos,
han de ser abiertas, y sin que expresen más que
el retiro del sujeto, sin narrativa de la providencia
general.
IX. De todo lo que vaya ocurriendo, diligen-
cias é inventarios, se me remitirá el original, que-
dando allí copia certificada, para que en las dudas
y recursos que ocurran, se pueda resolver en la
forma que S. M. lo tiene determinado.
X. Aunque los Presidentes subalternos ó Go-
bernadores han de poner en cumplimiento estas
órdenes é instrucciones, ya las reciban en dere-
chura, ó ya por medio del Virrey respectivo, sin
retardación de la ejecución, deberán dar cuenta
inmediatamente á su Superior de lo que adelanta-
os
— 354 —
sen, para mantener la armonía y subordinación
que es justo.
XI. Como esta providencia es general y uni-
forme para todos los dominios de S. M., después
de un maduro y deliberado examen, sería inútil
el que ninguno de los Comisionados buscase pre-
texto para dejar ineñcaz lo mandado, pues se mi-
raría como reprensible semejante conducta, y res-
ponsable de sus resultas el que por tales medios
expusiese á desgraciarse las Reales órdenes, y así
todo su ahinco y aplicación se ha de esforzar á
llevarlas á debido efecto con vigor, prudencia y
secreto, no fiando este negocio sino á los muy
precisos, y disponiendo que en un mismo día 6
pocos de diferencia, según las distancias, se cum-
pla lo mandado en los colegios y casas de la Com-
pañía de su distrito, enviando pliegos cerrados con
carta remisiva, y prevención en ella de no abrir-
los hasta la víspera del día que se prefijase para la
ejecución.
XII. La distancia no permite se consulte sobre
la práctica, y así los Virreyes, Presidentes ó Go-
bernadores respectivos, sin faltar al espíritu de la
orden, serán arbitros, en todo el ámbito de su
mando, de proporcionar el cumplimiento por me-
dios equivalentes, ó añadir las precauciones que
estimaren, conduciéndose con firmeza é integri-
dad, por tratarse del Real Servicio en punto que
las omisiones serían de gravedad.
XIII. De la Instrucción que acompaña, for-
mada para España, deducirá cada Ejecutor lo que
— 355 —
sea aplicable en aquel paraje de su comisión, de ma-
nera que por ella, ésta y lo que dictase el juicio de
cada uno, bajo el mismo espíritu, se llegue al com-
plemento cabal de la expulsión, combinando las
precauciones y reglas con la decencia y buen trato
de los individuos, que naturalmente se prestarán
con resignación, sin dar motivo para que el Real
desagrado tenga que manifestarse en otra forma;
ó usando los Virreyes, Presidentes, Gobernadores
y Corregidores de la fuerza, que en caso necesa-
rio sería indispensable, porque no se puede desis-
tir de esta ejecución ni retardarla con pretextos.
Sobre lo cual cada uno en su mando tomará en sí
la deliberación oportuna, sin consultarla á España,
sino para participarlo después de practicada.
Madrid, I.® de Marzo de 1 767.
El Conde de Aranda.»
(Colección general de Ut proTÍdenciat... sobre el extraflamiento.
J, 20. Ed. Madrid, 1 767)
NlÍTM. 4
1767. --Bando de Bucareli sobre el extrañaniieato
con varias penas de maerte.
as
POR EL REY .
«FRANCISCO DE PAULA BUCARELI y Ur-
súa, Laso de la Vega, Villacis y Córdoba, Ca-
ballero Comendador del Almendralejo en el
Orden de Santiago, Teniente Qeneral de los
Reales Ejércitos, Gentilhombre de Cámara de
Su Majestad con entrada. Gobernador y Capi-
tán General de las provincias del Río de la
Plata y Plaza de Buenos Aires, etc.
Por cuanto por Real Decreto de 2^ de Febrero
de este presente año, que hoy se ha hecho saber
á los PP. Jesuítas de los dos colegios que tienen en
esta ciudad, el Rey nuestro Señor Don Carlos Ter-
cero, que Dios guarde, usando de la económica
potestad que el mismo derecho natural le comu-
— 357 —
nica para atender al mayor bien de sus pueblos, y
movido de las justísimas y poderosas causas que
se presentaron á su soberano ánimo, y cometió al
prolijo escrutinio de los varones más sabios y pru-
dentes que estableció para este efecto, á fín de
tomar una resolución que fuese digna de la justi-
cia y religión que lo caracteriza, se ha servido ex-
pulsar, estrenar [sic] y hacer que inmediatamente
salgan de los estados y dominios de su Monarquía
los referidos PP. Jesuítas, quedando secuestrados
todos sus bienes, así raíces como muebles, de cual-
quiera especie y condición que sean, y con el pre-
ciso é inalterable destino que en virtud de su alto
dominio y suprema potestad ha querido darles,
sin permitir que dichos religiosos lleven consigo
otra cosa que el necesario vestuario con los brevia-
rios y pequeños libros de devoción que han me-
nester para el cumplimiento de sus respectivas
obligaciones, por haberse hecho cargo S. M. de
su manutención hasta transportarlos fuera de sus
Reinos:
Por tanto, y deseando, por mi parte, acreditar
el profundo reconocimiento á la confianza con que
el Soberano me ha autorizado para la ejecución de
tan importante mandato, sin embargo de creer al
mismo tiempo que todos sus vasallos, agradecidos
al celo y amor con que cela sus más sólidos inte-
reses, cooperarán gustosos, por su parte, al más
exacto cumplimiento de sus justos designios:
Poniendo en uso las superiores facultades de
que me ha revestido para todo lo que conduzca al
-358 -
deseado favorable éxito, y arreglándome á las
particulares instrucciones que se ha dignado diri*
girme:
Ordeno y mando, en nombre de S. M., á todos
los moradores y vecinos de esta ciudad y su juris-
dicción, de cualquier estado y condición que sean,
que con ningún pretexto, directa 6 indirectamen-
te, por sí ó por interpósitas personas, de palabra
6 por escrito, traten ni comuniquen desde hoy en
adelante con los referidos religiosos, bajo la pena
de ser tenido, cualquiera que lo ejecutare, por
traidor y rebelde á la Corona, y de que indispen-
sablemente sufrirá el último suplicio, sin otra ave-
riguación ni requisito que la deposición de un tes-
tigo fidedigno, en cuya virtud se procederá á las
demás penas que tienen establecidos los derechos
contra los traidores y rebeldes:
Las cuales se extenderán del mismo modo á
todos aquellos que pública ó privadamente censu-
raren la Real resolución con las demás disposicio-
nes que se tomaren para su más pronto y cumpli-
do efecto;
y que por escrito ó de palabra vertieren expre-
siones ó hagan discursos sediciosos encaminados
á malquistar las providencias del Soberano, é in-
disponer con éste los ánimos de sus vasallos por
razón de las funestas ó menos favorables conse-
cuencias que se finjan resultar de una deliberación
que se ha tomado con el más maduro examen, y
no tiene otro blanco que el bien temporal y espi-
ritual de sus pueblos.
— 359 —
Debiendo igualmente quedar sujetos á las enun-
ciadas penas todos aquellos que,, teniendo en su
poder bienes algunos, de cualquier especie que
sean, pertenecientes á los mencionados religiosos,
no me los manifestasen con los respectivos docu-
mentos dentro de tercero día;
ó que, sabiendo que otro alguno los tenga, por
cualquiera título que sea, no me lo denuncie den-
tro del mismo término, que desde luego señalo
por perentorio\
Y para que este edicto llegue á noticia de to-
dos, y ninguno pueda alegar ignorancia que excu-
se su contravención de las referidas penas, se pu-
blicará en forma de bando por las calles más
públicas de esta ciudad, y se ñjarán copias autori-
zadas en los lugares y puestos más conspicuos y
proporcionados para que sean leídas.
Que es fecho en esta ciudad de Buenos Aires, á
3 de Julio de 1767.
Francisco Bucareli y Ursúa.»
[rúb.]
(Orígioal. Chile; Biblioteca Nacional, Sección de ManuKritot, Co-
lección Jeuáttí^ Tol. 377, fol. 5.)
NtíM:. 5
1767. — Carta acusada ante Carlos III y ante el Sano
Pontífice de contener conceptos sediciosos y aten-
tatorios á la vida del Rey.
<Mi P. Provincial Manubl Vbroara
p. c.
Doy noticia á V. R. como ya estoy convenido
con los herederos del difunto Portal en que sólo
tienen derecho á recibir los diez mil pesos que pri-
mero donó el difunto su padre; se ha hecho escri-
tura de que en ningún tiempo han de pedir más
cantidad, y que son contentos y van satisfechos
con recibir estos diez mil pesos, para lo cual nos
hemos multado; y ellos muy corrientes en todo.
Les he entregado dos mil pesos: mil y quinientos
en la plata labrada de iglesia que había dado el di-
funto, y quinientos en plata, y me he obligado á
pagar los ocho mil restantes dentro de un año.
plata para satisfacer estos ocho mil en lo
que me deben, que en todo este año me han de
— 3^^ —
pagar, que son personas seguras. También me han
propuesto que si quiero rescatar la plata labrada de
la iglesia que me la darán, y he respondido que pa-
gados los ocho mil pesos, si me sobrare plata, que
la tomaré. Por si acaso se efectuare la fundación
en algún tiempo, me ha parecido hacer este con-
venio. No han querido tomar efectos algunos, ni
vacas, ni muías, sino todo plata, y mejor es dar
ésta, que de lo que queda se puede sacar más uti-
lidad con el tiempo, si el Señor quiere componer
las cosas, asi se mantuviera en pie toda la hacien-
da hasta que 6 se mudara de Rey, ó entrara el Se-
ñor Cevallos de ministro, que no dudo había de
venir la licencia. Dios lo quiera disponer en esos
términos, si fuere para su mayor gloria.
El P. Rector de Córdoba mé ha escrito que tie-
ne pedido á V. R. el residuo que quedare después
de pagar á los que hay obligación de volver, y
me dice que esto lo quiere para su colegio de G5r-
doba, por hallarse muy necesitado, y que V. R. no
disiente á esto; y ya viene el P, Rector como pi-
diendo, pues me dice que le pague al conductor de
sus muías, y que me haga cargo de su invernada;
y en fin, todo lo da por hecho. Yo estoy dispues-
to á efectuar lo que V. R. me ordenare.
También el P. Rector de este colegio de Salta
me ha dicho que V. R. le ha escrito que acuda á
mí por algún socorro para pagar sus réditos. Otros
habían de ser los tiempos de lo que son ahora,
más abundantes de dinero, para poder subminis-
trar y dar consuelo á todos, entrando en esta re-
— 1^2 —
partición el pueblo de Tobas, que también nece-
sita y pide; pero ahora, que tanto cuesta el verse
la plata, aun de los efectos que antes eran muy
apreciables, no sé cómo podremos contentar á
todos.
No quisiera, mi P. Provincial, que diéramos mo-
tivo á que se hablase de nosotros no con mucho
aprecio, en tiempos que por todas partes tantos
nos persiguen. No hay duda que si lo que sobra
de aquellos bienes se hace repartición entre los ya
nominados, será ocasión para que los que han sido
afectos digan que por eso no se pone empeño en
la licencia, porque se pretende dar á los colegios
ésta hacienda, que se ha dado y se ha procurado
aumentar para el ñn de aquella fundación y no
para otro, y que por esto han dado cuantos infor-
mes han sido necesarios para conseguirlo. Tengo
bastante luz de esto, y por eso se lo escribo á
V. R. para que esté impuesto en todo para su ma-
yor acierto.
No hay duda que ahora cien años, cuando dejó
D. Antonio Buenrostro su hacienda para la funda-
ción de Jujuí, se mandó que todo estuviese en de-
pósito en el colegio de Salta, hasta que se efec-
tuase la fundación, y como así ha estado. Pues
¿por qué no deberá estar así esto, hasta que Dios
con su infinita providencia dé otro semblante á las
cosas? No sólo los Portales y D. Diego Tomás die-
ron lo que consta con la condición de que se les
volviese si no se efectuaba la fundación; otros
varios dieron lo que pudieron para este fin tan
— 3^3 —
santo, y sin esa condición de que se les volviese;
y su intención y deseo siempre se mantiene en que
sea para eso mismo, y siendo así, no sé cómo se
puede invertir en otra cosa, dirán ellos, y de esta
suerte, viendo lo que se hace, no hablarán muy
bien del medio que se toma.
V. R. con su grande comprensión dispondrá lo
que fuere más según Dios, que yo haré lo que
V. K. gustaré mandarme; y así defleo sus órdenes
con todo rendimiento. Ya^ gracias al Señor, me
hallo libre de terciana y de los demás achaques
que me ocasionaba, y con bastantes alientos, gra-
cias al Señor, quien guarde á V. R. muchos años,
y le prospere en su larga peregrinación. Salta y
Junio 3 de 1767.
Muy rendido siervo de V, R.
Domingo Navarro.»
[Autorisación del Escribano público D. Jote Zenxano, Buenos
Aires, 4 de Marzo de 1768 ]
(Copia en el Archivo general de Baenos Aires, legajo vImoi át 1767 y
IT^ICorrespoHiiiiicié cm el Candelde ^anJa,}
NtTM. 6
1 7S8. — Memorial del pueblo Guaraní de San Lnis
á Bucareli: que no les quite los Padres Jesuítas.
TEXTO GUARANÍ
«IHS»
«SEÑOR GOBBRNAI>OR^
< Tupa tanderaaro anga oroe ndebe ore Cabildo
Cazique reta, Aba hae Cuña, hae mita rehebe San
Luis ygua orerubeteramo nderecoramo. Corregi-
dor Santiago Pindó, hae Don Pantaleon Cayuarí
oiquatia orebe oreray hupareteramo ndereco: aí-
pobae rehe ore yerobia hape oroiquatía anga nde-
be hupigua ete rupi, co ñande Rey poroquaita
Güira tetiro oromondo hagua ñande Rey upegua-
ra, oromboaci mirí ey ngatu ndoroguerecoi ramo
oromondo hagua rehe: oico note Tupa omoña
hague rupi, hae oñegua he orehegui , haeramo
yyabai ete oromboaye hagua. Aiporamo yepe
oroico Tupa hae ñande Rey boyaramo, hecobia
tetiro oreyoquai reco rupi; Colonia mbofaapi yebi
— 3^5 —
tpicibo, hae ombae apo hece tributo hepibeemo,
hae anga catu oroñemboe Tupa upene aco¡ Güira
catupiribe Tupa Espíritu Santo ornee hagua nde-
be, hae ñande Rey upe hega pe bo, hae Ángel
marangatu pendaramo rano.
Aiporire nderehe yerobiahape: Ah Señor Go-
vernador orerubeteramo nderecoramo, ñemomi-
rieyngatu hape oroyerure anga oreregay pipe San
Ignacio ray reta Pay abare de la Compañía de Je-
sús ipicopi haguama rehe ore paume yepi, cobae
rehe catu eyerure anga ñande Rey marangatu upe,
Tupa rera pipe hae hayhupape. Cobae rehe oye-
rure guegai pipe guibe taba guetebo, Aba, hae
Cuña, Cunumi, Cuñatai retarano; bite tenanga ypo-
riahu hae me me.
Pay Frayle, cotera Pay Clérigo ndoroipotai.
Apóstol Santo Tome Tupa boya marangatu nia
omombeu corupi ore ramoi upe, hae cobae Pay
Frayle hae Clérigo nomaey orerehe. San Ignacio
ray reta catu ou ypiramo yangata ore ramoi reta
recabo rehe, hae omboe oreramoi ymongaraibo
Tupa upe, hae Rey España upe ymoñemeebo: Pay
Frayle cotera Clérigo, ndoroipotai etc.
Pay de la Compañía de Jesús orereco poriahu
oguera, hasa quaabae, hae orobia pora hece. Tupa
upe ñande Rey upe guara: hae oremeene tributo
guagube Caamiri ereipotaramo.
Enei angaque. Señor Governador marangatu,
terehendu anga oreñee poriahu imboaye ucabo
anga.
Aiporire, overeco ndoicoi esclavo rehegua, ore-
— 3^6 —
remimoa rúa catu, noramoaruay caray reco nabo
oyeupe año iñangatabae o amo reta rehe mae
ymoypitibo eymo, ymongaru eymo, rano. Cohu-
pigua ete oromombeu anga ndebe, nde ereipota
recó rupi ore ymombeu haguama? Ani ramo:
cotaba, hae taba tetiro ocañimbane coite ndebe,
ñande Rey upe, hae Tupa upe, añaretame oro-
yeoíta coitene, hae acoiramo orémanoramo, ma-
bae angapihi panga yarecone? Ani etei. Ore ray
reta nía obia yoya caaguípe tabape rápióha, hae
ndohechaíramo Pay San Ignacio tay reta, acoira^-
mo oairine ñe rupi cotera caaguipe teco mará a
pobo. San Joaquín reta, San Estanislao reta, San
Fernando reta. Timbo peguo ocañimba ima rapi-
cha, oroíquaa pora teco rupi, oromombeu anga
ndebe, hae rire ore Cabildo Tupa upe, hae ñande
Rey upe, nderomboyebi beíchene taba reco. Señor
Governador marangatu.
Enei tiyaye anga, oreyerure hague ndebe. Hae
Tupa ndepítibone, hae tanderaaro yebi yebi anga.
Aípobae note anga.
San Luís hegui a 28 de Febrero 1768 rehegua.
Nde ray reta poriahu, taba guetebo Cabildo.»
[Siguen las ñrmas.]
(Papeles del plenipotenciario británico en Boenos Aire» Sir Woodbi-
ne Pariih.)
— 3^7 —
TRADUCCIÓN
«JHS»
«SBJÍOR GOBBRNADORt ^
«Dios te guarde á ti que eres nuestro padre, te
decimos nosotros, el Cabildo y todos los caciques,
con los indios é indias y niños del pueblo de San
Luis.
>El Corregidor Santiago Pindó y D. Pantaleón
Cayuarí con el amor que nos profesan, nos han
escrito pidiéndonos ciertos pájaros que desean en-
viemos al Rey. Sentimos mucho no podérselos en-
viar, porque dichos pájaros viven en las selvas don-
de Dios los crió, y huyen volando de nosotros, de
modo que no podemos darles alcance. Sin que eso
obste, nosotros somos subditos de Dios y de nues-
tro Rey, y estamos siempre deseosos de compla-
cerle en lo que nos ordene; habiendo ido tres ve-
ces á la Colonia como auxiliares, y trabajando para
pagar el tributo, y pidiendo como pedimos ahora
que Dios envíe la más hermosa de las aves, que
es el Espíritu Santo, á ti y á nuestro Rey para ilu-
minaros y que os proteja el Santo AngeL
>Por eso, llenos de confianza en ti, te decimos:
Ah, señor Gobernador, con las lágrimas en los
ojos te pedimos humildemente dejes á los san-
tos Padres de la Compañía, hijos de San Igna-
cio, que continúen viviendo siempre entre nos-
otros, y que representes tú esto mismo á nuestro
buen Rey en el nombre y por el amor de Dios.
— 368 -
Esto pedimos con lágrimas todo el pueblo, indios,
indias, niños y muchachas, y con más especialidad
todos los pobres.
>No nos gusta tener Cura fraile 6 Cura clérigo.
El Apóstol Santo Tomás, ministro de Dios, predi-
có la fe en estas tierras á nuestros antepasados, y
estos párrocos frailes ó párrocos clérigos, no han
tenido interés por nosotros. Los Padres de la Com-
pañía dejesús sí, que cuida ron desde el principio
de nuestros antepasados, los instruyeron, los bau-
tizaron y los conservaron para Dios y para el Rey
de España. Así que de ningún modo gustamos de
párrocos frailes ó de párrocos clérigos.
»Los Padres de la Compañía de Jesús saben
conllevarnos, y con ellos somos felices sirviendo
á Dios y al Rey, y estamos dispuestos á pagar, si
así lo quisiere, mayor tributo en yerba caamirí.
»Ea, pues, señor Gobernador, de cuya bondad
no dudamos, oye estas súplicas de unos pobres
como nosotros, empeñándote en que se cumplan.
»Además, que nosotros no somos esclavos, ni
tampoco gustamos del uso de los españoles, los
cuales trabajan cada uno para sí, en lugar de ayu-
darse uno á otro en sus trabajos de cada día.
>Esto es la pura verdad, te decimos, y si se hace
lo contrario, se perderá pronto este pueblo y otros
pueblos también, para sí, para el Rey y para Dios,
y nosotros caeremos en poder del demonio. Y en-
tonces, á la hora de nuestra muerte, ¿á quién ten-
dremos que nos auxilie? A nadie absolutamente.
Nuestros hijos, que ahora están en los bosques,
— 3^9 —
cuando regresen al pueblo y no vean á los párro-
cos, hijos de San Ignacio, se irán por los desiertos
6 los bosques á vivir mal. Ya las gentes de San
Joaquín, San Estanislao, San Fernando y Tirabó,
se han desparramado. Esto sabemos y te decimos,
porque después el Cabildo no ha de poder restau-
rar este pueblo como estaba para Dios y para el
Rey.
tPor tanto, señor Gobernador bondadoso, haz
como te suplicamos.
>Y que nuestro Señor te asista y te dé su gra-
cia continuamente.
>Esto y no más es cuanto tenía que decirte.
tDe San Luis, á 28 de Febrero de 1 768.
>Tus pobres hijos, á saber, el pueblo y Cabildo
entero. »
(Siguen las firmas).
u
NtTM. 7
1768.— Sucesos de seis novicios americanos
«Mi P. José TomAs.
P. C. BTC.
»Mi querido Padre: No he respondido á V. R.
por haber estado en Ejercicios, de que salimos hoy
sábado. Estimo su buena benevolencia, con la cual
dará á Dios gracias por haberme juntado con los
que tan sin compasión me habían forzado á dejar
corporalmente, y también me alegra (aunque sien-
to su necesidad) ver á V. R. tan conforme con la
divina voluntad y exacto en la observancia de
nuestras reglas, estando aparejado para mendicar
ostiatim cuando la necesidad lo pida. Yo, para
cumplir con el deseo y petición de V. R., y para
que vea cómo Dios, cuando está uno más desam-
parado de todo favor humano, maniñesta más su
paternal providencia, le referiré lo que me ha su-
cedido desde la última vista hasta ahora; pero ad-
vierto á V. R. que le escribo con toda llaneza,
como á un compañero inseparable, y que procu-
— 37^ —
raré abreviar, puesto que no me sepa explicar con
. pocas palabras.
»La tarde, mi Padre, que me apartaron á mí y
á mis compañeros de su buena compañía, del Pa-
dre Cosme y hermano Escriche, nos condujeron al
convento de San Francisco, á la celda del P. Guar-
dián, donde nos dieron de refrescar; y, entretan-
to, tuvimos nuestros buenos ataques con el Guar-
dián y el Oidor, juez comisionado para nuestra
causa. Yo era el que principalmente les respondía,
y por la gracia de Dios daba mis razones de suer-
te que quedaron desengañados, pero no conven-
cidos, de su vana pretensión de que dejásemos la
sotana; tanto, que vinieron á decir, ó que estaba
loco 6 que sabía mucho. Por último, de esta pri-
mera entrada les hice perder las esperanzas de
conseguir su intento, que parece tenían orden de
la corte para disuadirnos de nuestro error (como
decía el Conde de Aranda) en seguir la religión.
Habíale escrito al Guardián también para que con
su prudencia supiese mejor hacer este papel; y así
dijo al Oidor no perdiesen las esperanzas, que con
el tiempo se templarían estos fervores. Luego nos
condujeron á una buena celda, prevenida con cua-
tro muy buenas camas, y nos dieron la posesión
de ellas, con que se despidieron, encargando á mis
compañeros no me siguieran á mí» porque era una
locura. Se siguió la cena, y en los demás días,
nuestra buena asistencia. Pero mis compañeros,
con sus ayunos, disciplinas, lección espiritual y
oración, en que gastaban dos horas al día, causa-
— 372 —
ban grande edificación á los frailes, que procura-
ban apartarles de tanto rigor. Unos les decían,
cuando no querían comer más que lo que bastase
pai-a su ayuno en los días señalados: mandúcate
qwE apponuntur vobis; que ya tendrían ocasión de
mortificarse. El Guardián ofreció, con mucho di-
simulo, disciplinas; pero le respondimos que esti-
mábamos su caridad; que nosotros las teníamos.
Vinieron varios frailes á vernos, hablando unas
veces indiferentemente, otras acerca de nuestro
caso. Finalmente, al cabo de tres 6 cuatro días,
mandó el P. Guardián fuésemos uno á uno á su
celda. Fui yo el primero, y mandó me sentase; y
luego me dijo que había de saber cómo había or-
den de S. M. que nos quitasen las sotanas. Yo me
creí, como no añadió otra cosa, que absolutamente
nos privaban el seguir; y así le respondí diciendo
que extrañaba mucho esta novedad , porque nos-
otros, bajo la palabra de S. M. de que nos permitía
seguir la religión, habíamos venido de la América,
pasando los trabajos que en la mar acaecen, y que
para quedarnos en el siglo, lo podíamos excusar y
haber allá buscado nuestra vida; que esto lo decía
por lo que miraba á mis compañeros, compelido
de la razón; que por lo que á mí tocaba, tuviesen
entendido que yo era religioso, y que había hecho
los votos, acabados los dos años de Noviciado,
como acostumbra la Compañía, bajo la palabra
misma de S. M. Puso esto por escrito y mandó
que viniese otro, y sucesivamente se siguieron
los demás, respondiendo cada uno que no quería.
— 373 —
de ningún modo, dejar la sotana. Al otro día vino
un maestro de sastre á tomar medida de vestido
secular por orden del General á los tres mis com-
pañeros, dejándome á mí. Fueron llamados á la
celda del Guardián, y á esta propuesta quedaron
en gran manera sorprendidos y comenzaron á llo-
rar. Duró gran rato la contienda de no permitir
les tomasen la medida, para cuya consecución les
decían variafe cosas, hasta que les dijeron si no
querían obedecer al Rey. El (iuardián estaba pas-
mado viendo lo que á sus ojos pasaba, y decía,
admirado, que, si no lo hubiera visto, no lo creería
por más que se lo dijesen. El sastre, que estaba
casi llorando, viendo tal espectáculo, les dijo que
por el amor de Dios se dejasen tomar las medidas;
que 61 traía esa orden; que nunca tal cosa le hubie-
sen mandado, y que perdía su trabajo. Por último,
se dejó uno vencer, y así todos hubieron de pasar
por ello, y les tomaron las medidas. Vinieron á
mi celda, donde yo aguardaba qué novedad sería,
y cuando me los veo entrar llorando á gritos, |oh
Padre!, ¡qué dolor atravesó mi corazón! Algún
tiempo estuve sin hablar palabra, asomado á una
ventana que caía á un huerto; y, después de un
rato, procuré consolarlos, que no necesitaba yo
poco de consuelo en caso tan funesto, y estaba un
leguito que nos asistía, puesta la mesa para comer,
atónito aguardándonos. Por último, les reconvine
á tomar algunos tristes bocados, que el hermano
Soler después hubo de arrojar. Cierto que en esta
ocasión dieron á ver á todo el mundo cuánto se
— 374 —
debe estimar la vocación religiosa, y más á nues-
tra Compañía. Así pasamos este triste día, y á las
ocho de la noche me mandaron á mí llamar á la
celda del Guardián, en donde estaba el Oidor con
un escribano; y mandado sentar, me tomaron ju-
ramento de decir verdad en lo que se me pregun-
tase, y se escribió una relación de todo lo acaeci-
do desde mi entrada en la religión; y ñrmada por
el Oidor, escribano, y por mí también, la remi-
tieron á la corte, asegurándome no tuviese cuida-
do, que no me forzarían para que no siguiese ia
religión, encargándome que nada de lo que había
pasado dijese á mis compañeros. Esta función, que
tuvo varías disputas y altercaciones, duraría dos
horas. Decían que varios teólogos eran de sentir
que mis votos no eran válidos, y otros que se ha-
bía constituido reo de Estado el que me los dio;
pero yo les respondía lo que alcanzaba, y, final-
mente, concluía que yo era religioso como el Pa-
dre General, por más que incurriese en delito de
Estado quien me los concedió, que en eso yo no
me metía. A la mañana siguiente, víspera de nues-
tros Mártires del Japón, vino el escribano y me
dijo que por orden del señor Capitán general me
fuese con él al convento de Santo Domingo. Yo,
esforzando mi corazón, por haber de dejar á mis
compañeros, y en manos de sus enemigos, aunque
creía y fiaba más de su destreza, que el hecho
confirmó, respondí que me placía; y tomando el
manteo, me abracé con mis compañeros, esforzan-
do á mi corazón, que á saber lo que al fin harían,
— 375 —
no lo hubiera podido sufrir sin muchas lágrimas;
pero á todo lo animaba, para que se fuese hacien-
do fuerte para mayores cosas. Me llevan á Santo
Domingo y me meten en una gran celda, bien
desaliñada, llena de polvo, y más de telarañas,
fria como ella sola, que por tal no era habitada
del Padre á quien pertenecía. Esta fué mi habita-
ción, paseo y diversión cinco meses, con bien
mala asistencia. De ella no salía sino á una tribu-
na, y algunas veces á comer abajo y á comulgar
el día que tenía la dicha. Al principio me conce-
dieron ir á su librería, pero luego me lo privaron.
No venía fraile alguno á verme, sino uno que es-
taba encargado de mí, con orden de no dejar en-
trar á persona alguna. Pero, ya á lo último, estaba
algo mitigado este rigor y me hablaba uno ú otro
fraile. Y por más cuidado que pusieron, no pu-
dieron impedir que me viesen y hablasen algún
otro devoto secular, trayéndome unas camisas y
pañuelos de limosna, y ofreciéndome lo que hubie-
se de menester. Por lo demás, mi Padre, era gran-
de el consuelo espiritual que sentía; y viéndome
de este modo preso, creyendo haber encontrado
en la Europa lo que iba á buscar en la América (y
¿qué mayor gozo que verme preso por no querer
dejar de ser de la Compañía de Jesús?), hallé entre
españoles (ó gallegos) lo que deseaba entre indios.
Pero Dios me hizo ver, con la experiencia, la ver-
dad de lo que dijo el Apóstol, que sicut abundant
passiones^ sic, etc., y aun superabundo gaudio\
porque, á la verdad» fué más el premio que el
— 376 —
trabajo. Cinco meses fueron estos, á la verdad,
felices para mí, que no los olvidaré jamás, porque
Dios se me mostró más benigno, mucho más que
merecía y aun podía desear. Y cierto que á no ser
á la fuerza de tanta luz, sin duda me hubieran
ofuscado la mente tinieblas tan espesas; pues en
las peleas que tuve en todo este tiempo con los
jueces, frailes y conmigo mismo, al paso que veía
más claro que el mediodía que Prudentia carnis
mors est^ et sapientia kuius mundi stultiüa est apud
Deum; con todo, me veía forzado á clamar conti-
nuamente al Señor: no me dejéis^ que os la pegOy
que os la pego; y esta era como mi oración jacu-
latoria. Pero la cabeza, algunas ocasiones de estas,
quedaba como atronada, sin poder reposar ni co-
ger el sueño; y por esto no me admiré mucho,
aunque á los principios no lo creía, que hiciesen
faltar á mis compañeros, pobres muchachos, con
poca ó ninguna experiencia del mundo y sus má-
ximas diabólicas. En fin, mucho salgo de propósi-
to, y me alargo más de lo que quisiera, que no
tengo mucho lugar. Como á los quince días de
estar aquí, vino la respuesta de la corte de la re-
lación jurada y respuesta de mis compañeros, que
aún no querían dejar la sotana. Mandaba el Conde
de Aranda que, si ellos se mantenían, fuesen tras-
ladados tierra adentro, vestidos de seculares, para
disuadirlos de su error, y que yo fuese tratado en
todo como novicio, y que el Rey no me daría cosa
alguna para pasará juntarme con mis hermanos, y
que ¡ría con vestidos seculares; pero que si yo
— 377 —
dejaba la sotana, el Rey me tomaba bajo su real
amparo. A todo les respondí que estaba muy bien;
pero que en vano se cansaban para que dejase la
sotana. Como al cabo de otros quince días, vinie-
ron de mano armada á derribar, á su parecer, el
castillo que Dios guardaba. Venían con la firma
de mis engañados compañeros para que yo tam-
bién firmase mi última resolución. Me leyeron las
de mis compañeros, que todos dejaban la sotana.
El hermano Soler pedía que lo dejasen en San
Francisco; el hermano Vallejo, irse á su casa; el
hermano Río firmó primero que seguía; después,
doblándose la batería, un fraile que había venido
allí por misionero, salió con él á campaña y en
ella quedó rendido ¡quién lo creyera!, diciéndole
lo tenía el diablo engañado, y que era engaño del
demonio lo que, hacía, y así pidió ser Cartujo. Para
mí no fué ésta pequeña batería, viendo caído aquel
tan fuerte muro; pero era sábado, por mi dicha, y
la Virgen Santísima me asistió más eficazmente
que nunca para que el amor fuerte de su Hijo y
mi vocación venciesen el tierno afecto que les te-
nía, especialmente á éste, porque, á la verdad, su
virtud lo merecía; y así, alentando mi corazcm con
que Jesús no me faltaría, por más solo que queda-
se, firmé, como había firmado otras veces, que
seguía á mi madre la Compañía. Kn este día los
hice salir al Oidor y escribano de sus casillas;
porque parece venían empeñados, y Dios parece
lo estaba también en darme razones para confun-
dirlos, hasta hacerles dar patadas. Unas veces de-
- 378 -
clan tener yo el diablo ó Dios; otras, y más fre-
cuentemente, que estaba encaprichado en mi
juicio; otrasi que yo no debía ser español; yo me
reía y los hacía rabiar. Mientras venía la respuesta
de la corte, vistieron á mis compañeros de secu-
lares, y á vuelta de correo vino con esta orden:
Que á los tres les diesen 50 pesos á cada uno para
que se fuesen á sus casas, encargados á sus respec-
tivas justicias, quienes habían de dar informe de su
proceder, y que dentro de un año no pudiesen to-
mar estado alguno, fuera de casados, y que si al cabo
del ^ño no querían tomar este estado, avisasen para
disponer de ellos. Esta tué la última tribulación que
les podía haber venido á estos desdichados, y ve
aquí á qué vinieron á parar todas las promesas que
les hacían. ¡Oh! nolite confidere in principibus^ in
filiis Aominum, etc. A mí, mandaba que me vistie-
sen de secular, como lo hicieron, y que estuviese
aún dos meses para que lo mirase mejor, y me
procurasen disuadir de mi error y mal aconsejado.
La tarde antes que marchasen para sus casas, vi-
nieron, bajo el pretexto de ver al 'Prior, al con-
vento, y entraron en mi celda, y nos dimos los
últimos abrazos, renovándose mis penas viéndoles
afligidos y llorosos por su engaño, especialmente
al hermano Río, que decía llorando: yo no la he
dejado. Por un pueblo de Castilla pasé cuando iba
á Barcelona, y hablé con un Alcalde que me con-
tó habían pasado por allí dos, que sin duda eran
Vallejo y Río; y que uno, que sería éste, llevaba
un pedazo de sotana, y le dijo que él no la había
«1 ñn de que, como estrechamente os lo mando, la
tengáis siempre presente y os arregléis puntual-
mente á su contenido. Fecha en el Pardo, á diez
y nueve de Febrero de mil setecientos Eetenta y
cinco.— YO EL REY.»
«Por mandado del Rey nuestro Señor: Miguel
San Martín Cueto.»
cPara que los Virreyes, Gobernadores y demás
justicias de los Reinos de las Indias se arreglen á
las leyes en la formación de procesos criminales,
y no se repita el atentado que se expresa de pren-
der y sentenciar á ningún vasallo de V. M« sin
formar autos ni oírle.»
(Ufo. BUUfOS AIRBS, 134. 2, io*a^.
N. B. £1 Parecer del Fiscal se publicó al ñn del Inlor-
nc del Virreinato de Amat en la Colección de Memorias
tic Virreyes del Perú.
— 38o —
broma sobremanera, hasta decir, como sucedió en
Barcelona, que me sacarían en andas, si no fuera
por las penas tan graves que había. Pero aquí, en
esta diversidad de cosas, se cgnocía mejor la gran
vanidad del mundo, pues ni era por eso mejor ni
peor, sino lo que era delante de Dios, que era pe-
cador. Pero fueron muchos, y casi todos eran, los
devotos que encontré, y me socorrieron abundan-
temente en las pricipales partes por donde pasé,
como fueron la Coruña, Betanzos y Lugo, en Gaii-
cia; Río Seco, Valladolid y otras, en Castilla; 2^ra^
goza y otras, en Aragón; Lérida y Barcelona, en
Cataluña; y estaba sobremanera consoladísimo, y,
por otra parte, afligido, viendo su afecto, tiernas lá-
grimas y lamentos por la ausencia de nuestra Com-
pañía, que casi me hacían saltar las lágrimas que to-
dos los trabajos no han podido sacar. No dejé tam-
poco de encontrar algunos mal afectos; pero éstos
servíanme de desengaño con sus falsas preocupa-
ciones, que deshacía. Pero de afectos, especial-
mente se debe hacer particular mención de Bar-
celona. Aquí estuve hospedado en casa de Gela-
bert; y todo el día no me dejaban parar, ya unos,
ya otros. Yo cierto temía no tuviesen que sentir;
y así deseaba salir. Pasaron muchas cosas que se-
na lar^o referir. Llegué á Barcelona el día de
nuestro Santo Padre, y partí de ella en una tarta-
na francesa, 5 de Agosto, y la víspera de la Asun-
ción llegué á Genova, en donde, sabido que era
Jesuíta por la boleta de sanidad, mandaron no
saltase á tierra sin orden del Senado* Un ministro
de éste vino al otro día y me condujo al palacio
del Dux, donde los Senadores me hicieron varias
preguntas; y después que supieron y vieron por
mis pasaportes cómo, venía libremente, me dije-
ron que podía estar ocho días en la República,
pero que luego había de salir. Yo me encaminé
á uno de nuestros colegios, y visto al P. Rector,
me dijo éste tenían orden de la República para
no admitir alguno de los nuestros, pero me dio
un criado para que me condujese á un clérigo
para que me buscase posada: ya para este efecto
le habían hablado. Aquí me mantuve cinco días,
en que traté á algunos disidentes (l), unos arre-
pentidos, otros tristes y melancólicos; no los dejan
vivir, £ntre ellos al hermano Valdivieso, y éste me
dijo que daría un dedo de la mano por tener los
ánimos que en mí veía. Aquí me encontré con el
hermano José Roca, catalán, connovicio nuestro
en Sevilla, que ya había ido al Puerto para ir en
el segundo trozo de nuestra misión. íbasc para
España, y venía de Roma, en donde había estado
tres meses, pretendiendo la sotana, que por en-
gaño, como casi todos los de Sevilla, había deja-
do, y con harto dolor de nuestro Padre General y
P. Montes no lo admitieron, por no querer Su
Santidad admitan novicios españoles, por no irri-
tar más las Coronas, y que nuestro Padre se ha-
bía ido á los pies de Su Santidad para pedírselo.
Harta lástima me causó verlo tan desconsolado
(i) (Apóstatas de la Compañía.)
hecho en sus Estados, y muy particularmente e
respetable de Su Santidad, que no ha dudado re-
vocar el Breve de Clemente XIV de 21 de Julio
de 1773, en que se extingruió la orden de los Regu-
lares de la Compañía de Jesús, expidiendo la céle-
bre Constitución del 7 de Agosto del año último
sollicitudo omnium ecclesiarum.
>Con ocasión de tan serias instancias, he procu-
rado tomar más detenido conocimiento que el que
tenía sobre la falsedad de las imputaciones crimi-
nales que se han hecho á la Compañía de Jesús por
los émulos y enemigos, no sólo suyos sino más
propiamente de la religión santa de Jesucristo, pri-
mera ley fundamental de mi Monarquía, que con
tanto tesón y ñrmeza han protegido mis gloriosos
predecesores, desempeñando el dictado de Católi-
cos, que reconocieron y reconocen todos los So-
beranos, y cuyo celo y ejemplo pienso y deseo se-
guir, con el auxilio que espero de Dios; y he llega-
do á convencerme de aquella falsedad, y de que
los verdaderos enemigos de la religión y de los
tronos eran los que tanto trabajaron y minaron
con calumnias, ridiculeces y chismes, para des-
acreditar á la Compañía de Jesús, disolverla, y per-
seguir á sus inocentes individuos.
>Así lo ha confirmado la experiencia, porque si
la Compañía acabó por el triunfo de la impiedad,
del mismo modo y por el mismo impulso se han
visto en la triste época pasada desaparecer muchos
tronos; males que no habrían podido verificarse
existiendo la Compañía, antemural inexpugnable de
■3h-
dos los Padres de Córcega vendrían ^ ser alojados
en la Marca de Ancona y Ferrara, para las cuales
partes yo podría ir, y luego que llegasen los Pa-
dres me uniese con ellos, mostrando la misma
carta, que era la voluntad expresa de nuestro
Padre, üuedé alegrísimo y contento; y al día si-
guiente, pensando acertar, nos dimos á la vela.
Pero Dios, que no quería dilatar más mis deseos,
envió un viento contrario cuando aun no había-
mos navegado seis leguas; y forzados se volvieron
al puerto. Duró así algunos días, en los cuales
lle^ó la noticia de haber arribado los Padres á las
riberas de Genova, y que ya habían llegado al-
gunos á Bolonia; con que me determiné á ir por
tierra en su seguimiento; y en cinco días, dete-
niéndome uno en Florencia, llegué á Bolonia cer-
ca de las oraciones del 2 1 del pasado, y me encon-
tré con el P, Javier y los con misioneros. Yo dejo
á V. R. que considere la alegda que r
ocasión, y los duli
fin, me di por muy b¡
bajos pasados. A 1;
. En
;ado de todos los tra-
siguiente marcharon,
y yo me quedé aguardando & nuestra Provincia,
A la noche llegó el P. Gaspar Juárez con sus com-
pañeros, y al otro día 23, el P. Escandón con los
suyos; y este día, que cumplía tres años de haber
entrado en la Religión, me volví á vestir m¡ ama-
da sotana, que me dieron los Padres de Bolonia,
gracias á Dios. No quiero contar á V. R. cómo
me desquité abrazándome con ella y con mis her-
manos, contando las aventuras que había pasado,
— 382 —
como iba, y por ser de tan bellas prendas, muy
fervoroso y atildado. Los juicios de Dios son in-
comprensibles, otros lo han conseguido, y 4ste no
pudo, habiendo hecho más de lo que debía. Día
20 salí embarcado para Liorna, y arribamos al
golfo de Especia, en donde nos detuvimos cinco
días por el mal tiempo. En este intervalo escribí
á Roma, dando cuenta de lo que me había pasa-
do, para que nuestro Padre determinase de mí lo
que gustase, por no tener que andar y desandar
tantos caminos si iba á Roma, como intentaba, y
la principal causa, por verme obligado á tratar con
tanta variedad de gentes, y ver y oir cosas que
no quería (y así, ni la curiosidad de ver á Roma
me pudo vencer), y considerar que cuanto más
veía, no servía de otra cosa que de mayor des-
engaño de que todo es vanidad, y peligros á
cada paso; los cuales me espoleaban más á buscar
con brevedad el puerto de la Religión. En Liorna
entré, aunque con alguna dificultad. Díciéndome
que yo era Jesuíta, yo dije que había sido novicio,
y que pasaba á negocios á Roma; pero dentro de
pocos días me forzaron á salir, con que me vi
obligado á fletar un barco para Civitavecchia.
Pero Dios, que siempre me ha favorecido, mantu-
vo constantemente por veintiún días que allí estu-
ve, los vientos contrarios. Entretanto vino la res-
puesta de Roma, en que el P. Asistente me decía
habían tenido mucho consuelo con mi carta; que
nuestro P. General me ordenada fuese en busca
de mi provincia; que según decían, en breve to-
SV* »--»— jí — _^-•'-^
— 383 -
dos los Padres de Córcega vendrían 4 ser alojados
en la Marca de Ancona y Ferrara, para las cuales
partes yo podría ¡r, y luego que llegasen los Pa-
dres me uniese con ellos, mostrando la misma
carta, que era ia voluntad expresa de nuestro
Padre. Quedé alegrísimo y contento; y al día si-
guiente, pensando acertar, nos dimos á la vela.
Pero Dios, que no quería dilatar más mis deseos,
envió un viento contrario cuando aun no había-
mos navegado seis leguas; y forzados se volvieron
al puerto. Duró así algunos días, en los cuales
llegó la noticia de haber arribado los Padres. á las
riberas de Genova, y que ya habían llegado al-
gunos á Bolonia; con que me determiné á ir por
tierra en su seguimiento; y en cinco días, dete-
niéndome uno en Florencia, llegué á Bolonia cer-
ca de las oraciones del 2 1 del pasado, y me encon-
tré con el P. Javier y los conmisioneros. Yo dejo
á V. R. que considere la alegría que recibí en esta
ocasión, y los dulces abrazos que nos dimos. En
fin, me di por muy bien pagado de todos los tra-
bajos pasados. A la mañana siguiente marcharon,
y yo me quedé aguardando á nuestra Provincia.
A la noche llegó el P. Gaspar Juárez con sus com-
pañeros, y al otro día 23, el P. Escandón con los
suyos; y este día, que cumplía tres años de haber
entrado en la Religión, me volví á vestir mi amol-
da sotana, que me dieron los Padres de Bolonia,
gracias á Dios. No quiero contar á V. R. cómo
me desquité abrazándome con ella y con mis her-
manos, contando las aventuras que había pasado,
- 384 —
apartado con el cuerpo (Je esta amable Compañía^
ni la alegría que me bañaba por todos lados; lo
dejo á su consideración. Yo, á la verdad, quedé
en una tan dulce calma, sucedida después de tan
gran tempestad, que en muchos días no supe pen-
sar en otra cosa que gozar lo que tanto me había
costado. Dios nos conserve á todos en esta dulce
Compañía y nos dé su divino amor y gracia para
sabernos aprovechar de tan oportuna ocasión,
pues aunque hemos entrado tarde á la Religión, y
por lo presente no podremos hacer mucho, pero
sí podremos padecer mucho, que es mejor; y lo
que otros han sembrado hemos venido á coger,
llegando al tiempo de repartir las coronas del tra-
bajo y predicación, las que conseguiremos con
nuestra correspondencia, paciencia y perseveran-
cia, porque el Señor aunque parece que tarda,
asegura que no, y añade: Teñe quod habes^ ne aiítis
7ecipiat coronam tuam. A esto, mi Padre, nos de-
bemos animar los unos á los otros con el ejemplo
de nuestra vida y con las palabras, encendiendo
así nuestros corazones para la perfecta ejecución
de la divina voluntad, con ánimo y esfuerzo, por
más difícil que parezca, porque á los que vencie-
ren se les promete el maná, y darles aquel fruto
del árbol de la vida; y á los perezosos les aguarda
mucha miseria, creyendo firmemente y«¿i nonsunt
condlgnae passioncs huiíis tcfnporis ad futuram
gloriam quae revdabiUir in nobis. Y, por último,
si nos preciamos de compañeros de Jesús, lo he-
mos de ser, no sólo en la mesa, sino mucho más
-385-
en la cruz, y decir (y hacerlo de obras): Miki absit
glariari nisi in cruce. Puede V. R. perdonar, por-
que no me he podido contener ni acortar más;
pero su amistad en Jesucristo pasará por todo.
»Yo me alegro haya llegado el P. Andreu, á
quien dará mis memorias (aunque no me conoce
desde la Venus, como nuestro P. Robles y sus
compañeros), quien si quisiere divertirse en leer
ésta, podrá enterars¡e de lo que ha pasado, que yo
le escribo todo en una palabra. Aquí nos hemos
alegrado muchísimo con que haya venido por
nuestro Superior el P. Muriel.
>E1 jueves 20, cerca de la una de la mañana,
hubo un terremoto, que repitió tres 6 cuatro ve-
ces. Pasamos nuestro buen susto. El hermano
Sánchez me dijo que si había venido la petaca de
V. R. para que le enviase un jubón que tenía allí,
porque el frío se va explicando. El hermano Ge-
labert, muchas memorias; y muy afectuosas las
dará V. R. á los Padres de ahí, con especialidad
á nuestros misioneros, en particular P. Cea y Pa-
dre Verga ra, al P. Javier y sus compañeros. De
nuestro P. Cosme desearía saber, porque me dije-
ron que había ido á Ferrara, y ha más de veinte
días que le escribí, y no he tenido alguna razón.
Yo me encomiendo mucho en las oraciones de
V. R., á quien Dios guarde muchos años.
>De Faenza, 23 de Octubre de 1768.
»Muy afecto siervo de V. R.
Jesús José González.»
(Original en el Archifode la provincia de Aragón S. I.)
35
NtJM:. 8
1775. — C R. Se condena el atropello de Bacareli
contra D. Miguel García Tagle, restableciendo el
honor de éste. ^
«El Reyf. «Virreyes, Gobernadores y demás jus
ticias de mis dominios de América. A mi noticia
ha llegado, con documentos que lo justiñcán, que
habiéndose publicado en la capital de una de las
provincias de esos mis Reinos, con motivo de la
expulsión de los que fueron individuos de la Re-
ligión llamada Compañía de Jesús, un bando para
que todos los que tuviesen bienes pertenecientes
á ellos, los declarasen bajo gravísimas penas y
exhibiesen dentro del tercer día, lo ejecutó al se-
gundo uno de aquellos vecinos. Que, sin embargo,
en el mismo día se le prendió de orden del Go-
bernador de la provincia por un Oñcial militar con
12 granaderos, que con bayoneta calada lo con-
dujeron amarrado y lo colocaron con centinela de
vista en una prisión muy húmeda, en la que pa-
sada una hora, le intimó un escribano por orden
del Gobernador que se dispusiese para morir y
-387-
señalase Padres espirituales que le asistiesen, como
lo hizo, Que en el mismo día le embargaron sus
bienes, libros y papeles, se encerró á su mujer
(que se hallaba embarazada en seis meses y con
dos hijos menores) en un cuarto de su casa con
centinelas de vista y privada de comunicación.
Que al tercer díase le dio noticia al referido preso
de que se le perdonaba la vida por intercesión y
ruegos del Rvdo. Obispo de la Diócesis, y á los
veintiséis se le soltó bajo fianza, la que posterior-
mente se canceló. Que todo este violento procedi-
miento se ejecutó sin formar autos, oirle. ni tomar-
le declaración, ni en la prisión ni fuera de ella.
^Enterado de este tan atropellado exceso, man-
dé al mencionado Gobernador me informase lo
que se le ofreciese sobre los motivos en que pudo
fundar un modo de proceder tan irregular^ extra-
ordinario y aun escandaloso á primera vista. Con
el informe que hizo procurando disculpar seme-
jante tropelía, remití todo el expediente á mi
Consejo en el Extraordinario, para que me consul-
tase lo que considerase justo y expediente. Lo
que, después de oído el Fiscal, y confirmándose
en su dictamen, ejecutó en cinco de Noviembre de
mil setecientos setenta y cuatro, manifestando el
escandaloso atentado que en violación y quebran-
tamiento de las leyes y contra mis piadosas inten-
ciones cometió el enunciado Gobernador, llegando
al extremo de condenar á muerte y poner en ca-
pilla á un vasallo mío, sin motivo, sin formar cau-
sa y sin guardar los trámites y formalidades que^
- 388 -
aun cuando hubiera cometido el mayor delito, de-
bieran observarse. Que para prevenir á mis vasa-
llos de América de que se repita tan pernicioso
ejemplo, convendría dar noticia de él á todos vos-
otros, con expresa orden de que por ningún mo-
tivo se cometa atentado de igual clase, sino que
siempre se sigan en las causas y negocios que
ocurran conforme á derecho y con arreglo, tratan-
do á esos mis ñeles amados vasallos con la benig-
nidad y suavidad que son propios de mi glorioso
Gobierno. En inteligencia de que no disimularé la
menor infracción ni perjuicio que se les ocasione»
y antes tomaré la severa providencia que corres-
ponde contra cualquiera que faltare al puntual
cumplimiento de esta tan justa severa resolución.
Asimismo me propuso el referido mi Consejo en
el Extraordinario las providencias que en rigurosa
justicia podría dignarme tomar para reponer al
mencionado mi vasallo en el honor y buena opi-
nión que le corresponde, y resarcirle en el modo
posible los daños que de semejante violento pro-
cedimiento se le hayan ocasionado en sus bienes,
y la advertencia que debería hacer al mencionado
Gobernador, manifestándole mi Real desagrado
por el referido exceso. Enteramente me conformé
con el dictamen del dicho mi Consejo en el Ex-
traordinario, y comuniqué al de Indias esta mi
Real resolución, para que hiciese expedir esta Cé-
dula circular á todos esos mis Dominios. Y visto en
él, con lo expuesto por mi Fiscal, he resuelto des-
pacharla en los términos que quedan expresados>
- 3^9 -
á fín de que, como estrechamente os lo mando, la
tengáis siempre presente y os arregléis puntual-
mente á su contenido. Fecha en el Pardo, á diez
y nueve de Febrero de mil setecientos setenta y
cinco.— YO EL REY.»
<Por mandado del Rey nuestro Señor: Miguel
San Martín Cueto.»
cPara que los Virreyes, Gobernadores y demás
justicias de los Reinos de las Indias se arreglen á
las leyes en la formación de procesos criminales,
y no se repita el atentado que se expresa de pren-
der y sentenciar á ningún vasallo de V. M. sin
formar autos ni oirle.»
(iND. BUBNOS AIRES, 134, ^t lO-a).
N. B. EX Pareicer del Fiscal se publicó al fin del Inior-
mc del Virreinato de Amat en la Colección de Memorias
de Virreyes del Perú.
Ntjm. 9
1790.— Remisiva del núm. 8 con otros papeles.
«Rbsbrvada.»
«ExcMO. Señor: La adjunta representación ins-
truida por D, Miguel Tagle, vecino de esta ciudad,
contiene el recurso á la piedad del Rey, en que re-
cordando el funesto cuanto notorio lance á que
fué expuesto el año pasado de 1 767 por el Tenien-
te General Gobernador entonces de esta provincia,
D. Francisco Bucarelí y Ursúa, solicita se le haga
gracia por el tiempo de su vida de Administrador
general de los treinta pueblos de Misiones del
Uruguay y Paraná, para poder subsistir y repa-
rarse en parte de los ingentes atrasos y perjuicios
sobrevenidos por aquel suceso á su casa y fami-
lia, y cuyo resarcimiento, habiéndose prevenido
en Real Cédula, librada sobre el asunto en I9 de
Febrero' de 1775, no se ha verificado aún, sin em-
bargo de haberse mandado atender al interesado
en otras posteriores Reales órdenes.
Buenos Aires, 3 1 de Marzo de 1 790.
ExcMO. Sr. Nicolás de Arredondo.»
[rúb.]
Excmo. Sr. D. Antonio Porlier.
Nt^tm. 10
1815.— Decreto real qae restablece los Jesuítas en
España.
«EL REY
»Desde que por la infinita y especial misericor-
dia de Dios Nuestro Señor para conmigo y para
con mis leales y amados vasallos, me he visto en
medio de ellos, restituido al glorioso trono de mis
mayores, son muchas y no interrumpidas hasta
ahora las representaciones que se me han dirigido
por provincias, ciudades, villas y lugares de mis
reinos, por Arzobispos, Obispos y otras personas
eclesiásticas y seculares de los mismos, de cuya
lealtad, amor á su patria, é interés verdadero que
toman y han tomado por la felicidad temporal y
espiritual de mis vasallos, me tienen dadas muy
ilustres y claras pruebas, suplicándome muy estre-
cha y encarecidamente me sirviese restablecer en
todos mis dominios la Compañía de Jesús; repre-
sentándome las ventajas que resultarán de ello á
todos mis vasallos,, y excitándome á seguir el
ejemplo de otros Soberanos de Europa, que lo han
— 392 —
hecho en sus Estados, y muy particularmente e
respetable de Su Santidad, que no ha dudado re-
vocar el Breve de Clemente XIV de 21 de Julio
de 1773, en que se extinguió la orden de los Regu-
lares de la Compañía de Jesús, expidiendo la céle-
bre Constitución del 7 de Agosto del año último
sollicitudo amnium ecclesiarum.
>Con ocasión de tan serias instancias, he procu-
rado tomar más detenido conocimiento que el que
tenía sobre la falsedad de las imputaciones crimi-
nales que se han hecho á la Compañía de Jesús por
los émulos y enemigos, no sólo suyos sino más
propiamente de la religión santa de Jesucristo, pri-
mera ley fundamental de mi Monarquía, que con
tanto tesón y ñrmeza han protegido mis gloriosos
predecesores, desempeñando el dictado de Católi-
cos, que reconocieron y reconocen todos los So-
beranos, y cuyo celo y ejemplo pienso y deseo se-
guir, con el auxilio que espero de Dios; y he llega-
do á convencerme de aquella falsedad, y de que
los verdaderos enemigos de la religión y de los
tronos eran los que tanto trabajaron y minaron
con calumnias, ridiculeces y chismes, para des-
acreditar á la Compañía de Jesús, disolverla, y per-
seguir á sus inocentes individuos.
»Así lo ha conñrmado la experiencia, porque si
la Compañía acabó por el triunfo de la impiedad,
del mismo modo y por el mismo impulso se han
visto en la triste época pasada desaparecer muchos
tronos; males que no habrían podido verificarse
existiendo la Compañía, antemural inexpugnable de
— 393 —
la religión santa de Jesucristo, cuyos dogmas, pre-
ceptos y consejos son los que sólo pueden formar
tan esforzados vasallos, como han acreditado ser-
lo los míos en mi ausencia, con asombro general
del Universo.
>Los enemigos mismos déla Compañía de Jesús,
que nías descarada y sacrilegamente han hablado
contra ella, contra su santo fundador, contra su go-
bierno interior y político, se han visto precisados
á confesar que se acreditó con rapidez; la pruden-
cia admirable con que fué gobernada, que ha pro-
ducido ventajas importantes para la buena educa-
ción de la juventud puesta á su cuidado; por el
grande ardor con que se aplicaron sus individuos
al estudio de la literatura antigua, cuyos esfuerzos
no han contribuido poco á los progresos de la bella
literatura, que produjo hábiles maestros en dife-
rentes ciencias, pudiendo gloriarse de haber teni-
do un más grande número de buenos escritores que
todas las otras comunidades religiosas juntas; que
en el Nuevo Mundo ejercitaron sus talentos con
más claridad y esplendor y de la manera más útil
y benéfíca para la humanidad; que los soñados
crímenes se cometían por pocos. [Nótese que en
todo este período se introducen hablando los ene-
migos de la Compañía, impíos y sacrilegos, que
nunca probaron ni uno de los crímenes imputa-
dos, y por eso he dicho «soñados crímenes*], que
el más grande número de los Jesuítas se ocupaba
en el estudio de las ciencias y en las funciones de
la religión, teniendo por norma los principios ordi<'
— 39+ ^
nanos que separan á los hombres del' vició y íes
conducen á la honestidad y á la virtud.
»Sin embargo de todo, como mi augusto abue-
lo reservó en sí los justos y graves motivos que
dijo haber obligado, á su pesar, su real ánimo á la
providencia que tomó de extrañar de todos Sus
dominios á los Jesuítas, y lo demás que contiene
la Pragmática sanción de 2 de Abril de I767, que
forma la ley III, libro I, título XXVI de la Noví-
sima Recopilación; y como me consta su religiosi-
dad, su sabiduría y su experiencia en el delicado y
sublime arte de reinar, y como el negocio por su
naturaleza, relaciones y trascendencia debía ser
tratado en el mi Consejo, para que, con su pare-
cer, pudiera yo asegurar el acierto de mi resolu-
ción, he remitido á su consulta, con diferentes ór-
denes, varias de las referidas instancias, y no dudo
que en su cumplimiento me aconsejará lo mejor y
más conveniente á mi real persona y Estado, y á
la felicidad temporal y espiritual de mis vasallos.
»Con todo, no pudiendo recelar siquiera que el
Consejo desconozca la necesidad y utilidad públi-
ca que ha de seguirse del restablecimiento de la
Compañía de Jesús, y siendo actualmente más vi-
vas las súplicas que se me hacen á este fin, he ve-
nido en mandar que se restablezca la religión de
ios Jesuítas, por ahora, en todas las ciudades y
pueblos que lo han pedido; sin embargo de lo dis-
puesto en la expresada real pragmática sanción de
2 de Abril de 1767, y de cuantas leyes y reales ór-
denes se han expedido con posterioridad para su
— 395 —
curaplimiento, que derogo, revoco y anulo, en
cuanto sea necesario, para que tenga pronto y ca-
bal cumplimiento el restablecimiento de los Cole-
gios, Hospicios, casas profesas y de noviciado,
residencias y Misiones establecidas en las referi-
das ciudades y pueblos que los hayan pedido, pero
sin perjuicio de extender el restablecimiento á to-
das las que hubo en mis dominios, y que así los
restablecidos por este decreto, como los que se ha-
biliten por la resolución que diere á consulta del
mismo Consejo, queden sujetos á las leyes y reglas
que en vista de ella tuviere á bien acordar, enca-
minadas á la mayor gloria y prosperidad de la
Monarquía, como al mejor régimen y gobierno de
la Compañía de Jesús, en uso de la protección que
debo dispensar á las Ordenes religiosas estableci-
das en mis Estados, y de la suprema autoridad
económica que el Todopoderoso ha depositado en
mis manos para la de mis vasallos y respeto de
mi Corona, Tendréislo entendido y lo comunica-
réis para su cumplimiento á quien corresponda.
En Palacio, 29 de Mayo de 1815. — A D. Tomás
Moyano.»
NtJM. 11
1815. — Decreto real qae restablece los Jesuítas
en América.
Ya en l8lO habían presentado varios diputados
americanos á las Cortes de Cádiz, en tiempo en que
estaba cautivo el Monarca, una petición para que
en América se restableciese la Compañía de Jesús,
por la gran falta que de ella se sentía en aquellas
regiones y por los daños que habían sobrevenido
de resultas de su supresión, aunque no se llegó á
tratar de su despacho. También se atribuye al
Conde de Floridablanca el proyecto de restaurar
á los Jesuítas en todos los reinos de España. Y el
año l8l2 habían presentado tres Jesuítas españo-
les á las mismas Cortes de Cádiz un Memorial en
que denunciaban la Pragmática de 1 767 como
nula, sin que se llegase tampoco á resolver nada
en el asunto.
La Cédula de restitución para América, conse-
cuente á la del restablecimiento para España, se
dio en 10 de Septiembre de 1815, y es del tenor
siguiente:
— 397 —
«En 29 de Mayo del presente año tuve á bien
expedir el Decreto siguiente:»
[Aquí el Decreto antecedente.]
«Ya antes de la expedición del inserto, mi Real
decreto había acordado mi Consejo supremo de
las Indias, á propuesta de su Presidente, hacerme
presente, como lo verificó en consulta de 12 de
Junio, después de haber oído á mi fiscal la utilidad
y aun necesidad del restablecimiento de los reli-
giosos de la Compañía de Jesús en aquellos mis
dominios, apoyando uno y otro en que esta Or-
den religiosa fué aprobada en el siglo xvi por la
Silla Apostólica, con aplauso de todo el orbe cris-
tiano, confirmada por veinte Sumos Pontífices, in-
cluso el reinante Pío VII, en la Bula de su resta-
blecimiento, habiendo formado muchos santos y
merecido el elogio de otros de igual clase, de his-
toriadores sagrados y de grandes políticos y filó-
sofos escolásticos.
>Que en mis reinos de las Indias produjo inex-
plicables bienes espirituales y temporales , dismi-
nuidos notablemente por su falta. Que los indivi-
duos de la enunciada Orden, en sus destierros, sin
subsistencia, sin apoyo y aun sin libros, han edifi-
cado con su ejemplo, ilustrado con sus obras, y
dado honor á su patria. Que todavía se conservan
algunos naturales de aquellos mismos dominios; y
que estos pocos, siendo en el día muy ancianos,
llenos de experiencia y más ejercitados en la hu-
millación y en la práctica general de las virtudes,
pueden ser para la tranquilidad de sus países el
-398-
remedio más pronto y poderoso de cuantos se han
empleado para el logro de este intento, y el más
eñcaz para recuperar, por medio de su enseñanza
y predicación, los bienes espirituales que con su
falta se han disminuido, no debiendo dudarse que
los expresados sacerdotes al ver que mi católico
celo por el mayor servicio de Dios y beneficio es-
piritual y temporal de todos mis amados vasallos
se fía de su fidelidad y sus virtudes, y que, sin
perder tiempo por mi parte para reparar las ve-
jaciones que han sufrido, los convido y admito
amorosamente en dichos mis dominios de Indias,
harán cuanto les sea posible hasta el restableci-
miento de su perfecta tranquilidad.
>Y, por último, me expuso el Consejo la impor-
tancia de que, para mayor gloria de Dios y bien
de las almas, vuelvan las misiones vivas á hacerse
de unos operarios tan á propósito para su adelan-
tamiento en lo espiritual y temporal, los cuales
sólo contarán con la providencia , con mi magna-
nimidad que los llama, y con la piedad y volun-
tad de los fieles que han de recibir el fruto de sus
trabajos.
^Penetrado mi paternal corazón de estas y otras
poderosas razones religiosas y políticas que con
laudable celo me ha manifestado en la expresada
Consulta el referido mi Consejo de las Indias, con-
descendiendo con sus deseos y con los de todos
mis amados vasallos de aquellos reinos, manifes-
tados por veintinueve de los treinta diputados de
ellas é Islas Filipinas, que se presentaron en las
— 399 —
llamadas Cortes generales y extraordinarias, los
cuajes, en las sesiones de l6 y 31 de Diciembre
de 1 8 10, pidieron á nombre de sus provincias,
como un bien de grande y conocida importancia,
que la religión de la Compañía de Jesús volviese á
establecerse en ellas, he venido en permitir, como
permito, que se admita en todos mis reinos de las
Indias é islas adyacentes y Filipinas á los indivi-
duos de la Compañía de Jesús para el restableci-
miento de la misma en ellos; á cuyo ñn, usando
de mi potestad soberana, de mi propio motu y
cierta ciencia , derogo, caso y anulo toda disposi-
ción real ó pragmática, con fuerza de ley que se
oponga á esta mi Real determinación, dejándola
en esta parte sin fuerza ni vigor y como si no se
hubiera promulgado.
>En cuya consecuencia mando á mis Virreyes,
Gobernadores generales con mando superior, á
los Gobernadores é Intendentes, y á las ciudades
capitales de los mencionados mis reinos de las In-
dias é Islas Filipinas, y ruego y encargo á los muy
RR. Arzobispos, RR. Obispos y Venerables Dea-
nes y cabildos de las Iglesias metropolitanas y Ca-
tedrales de los mismos mis dominios cumplan y
ejecuten, y hagan cumplir y ejecutar cada uno, en
la parte que le toque ó tocar pueda , la expresada
mi Real determinación, haciéndola publicar los
primeros con la solemnidad acostumbrada, para
que todos aquellos mis amados vasallos la tengan
entendida.
» Asimismo es mi real voluntad que luego que
— 40O —
se presenten en dichos mis reinos de Indias los in
dividuos de la Compañía de Jesús, sean admitidos
y hospedados en sus antiguas casas ó colegios que
estén sin destino ó aplicación, para que se haga
con prudencia el restablecimiento de la misma
Orden religiosa; á cuyo fin, mis Virreyes, Gober-
nadores, Capitanes generales de mando superior,
con acuerdo de los muy RR. Arzobispos y Reve-
rendísimos Obispos, y voto consultivo de mis rea-
les Audiencias, procederán á su restablecimiento,
para que con la brevedad posible se verifiquen los
santos fines que nuestro SS. P. Pío VII se ha pro-
puesto, y yo espero de la ciencia y virtudes de
los PP. Jesuítas, sin perjuicio de darme cuenta,
con testimonio de los expedientes formados, para
mi real aprobación y demás disposiciones conve-
nientes al progreso de nuestra santa religión y
bien del Estado.
»Y últimamente mando á los mismos jefes y
á las Juntas superiores de mi Real Hacienda de
los propios mis reinos suspendan la enajenación
ó aplicación de las casas, colegios y demás tem-
poralidades que existan y fueron de dichos reli-
giosos, para volvérselos á su debido tiempo, pues
así es mi expresa y Real voluntad. Dado en Ma-
drid á 10 de Septiembre de 1815. — Yo, el Rey. —
Por mandato del Rey nuestro señor, Silvestre C(h
llar. — Hay tres rúbricas.»
índice
Paga
Aprobaciones eclesiásticas 7
Advertencia 9
LIBRO PRIMERO
Nota 15
Antecedentes de la expulsión: el P. Síaffay 16
Conjuración de 1747 19
Causas de la persecución 21
Ejecución del plan 22
La expulsión de España hubo de ser la primera de
todas 23
Medios empleados para preparar la total ruina de
los Jesuítas y decidir á Carlos III 34
Confesiones jurídicas de Sebastián José Carvalho,
Marqués de Pombal 42
£1 Gobernador Bucareli 46
Expulsión en Buenos Aires 58
Expulsión en Montevideo y Santa Fe 74
Expulsión de Córdoba 77
Expulsión de las otras ciudades, en particular de
la Asunción y Tarija 91
Expulsión de los recién llegados de España 105
El viaje á Europa 109
— 4*^2 —
LIBRO II
P?gs.
Los novicios -v 115
Los misioneros del Chaco 132
Segunda expedición de Jesuítas del Paraguay á
Europa , 1 59
Misioneros de Chiquitos 162
Expulsión de los Jesuítas en las Misiones de Gua-
raníes 184
Búscanse en los papeles de los Jesuítas pruebas de
los cargos que les quisieron hacer 220
Observación. sobre el extrañamiento 232
LIBRO III
Vida de los Jesuítas del Paraguay en Italia, hasta
su extinción 241
Los ejecutores de la expulsión 257
Consecuencias inmediatas del extrañamiento en el
Río de la Plata 263
Las doctrinas de Guaraníes 270
Restos de las construcciones de los Jesuítas 278
Consecuencias ulteriores del extrañamiento 280
Vida y acción de los Jesuítas del Paraguay después
de la extinción 290
Doña María Antonia de la Paz y los Ejercicios de
San Ignacio 293
Noticias individuales que han podido adquirirse de
los expatriados del Río de la Plata 302
Jesuítas del Paraguay muertos en el extranjero.—
El último Provincial 306
Otros escritores muertos en Italia , 308
Jesuítas del Río de la Plata que se quedaron en
España y fueron allí con otros fundadores de la
nueva Compañía 318
— 403 —
Pá gt.
Escritores omitidos 322
Jesuítas que volvieron al Río de la Plata 323
El último Jesuíta del Paraguay 327
APÉNDICE
DB DOCUMBMTOS V ACLARACIOMBS
I . — Decreto de extrañamiento de los Jesuítas ex-
pedido por Carlos III 335
3. -> Comisión de Bucareli é Instrucción para el
extrañamiento en^España 338
3. — Instrucción para el extrañamiento en América 35 1
4. — Bando de Bucareli sobre el extrañamieotOi
con varías penas de muerte 356
5. — Carta acusada ante Carlos m y ante el Sumo
Pontífice de contener conceptos sediciosos
y atentatorios'! la vida del Rey 360
6. — Memoríal del pueblo Guaraní de San Luis á
Bucareli: que no les quite los Padres Jesuítas. 364
7. — Sucesos de seis novicios americanos 370
8. — Cédula Real que condena el atropello de Bu-
careli contra Don Miguel García Tagle, res-
tableciendo el honor de éste. 386
9.~Remisiva del núm. 8, con otros papeles 390
10.— Decreto Real que restablece los Jesuítas en
España . . . . ^ 391
II. — Decreto Real que restablece los Jesuítas en
América 396
índice
DB
NOMBRES PROPIOS DE PERSONAS
QUE SB CITAN EN ESTE TOMO
Pigs.
Acosta (D. José) 103
Agüero (Fr. Blas de) 117
Agulló, S. J. (P. Cosme) .• .. 110,123,131, 218
Alba (Duque de); 29, 251
Aldao (D. Antonio) 77, 2 10, 222, 3 1 7
Alday (limo. Sr.) 266
Altamirano, S. J. (P. Luis Lope) 25, 27
Alvear 276
Amat 33
Anapichiguá (Capitán indio) 151
Andino (Sargento mayor, Francisco de). . 134,137, 138
Andreu, S. J. (P. Pedro Juan) 79, 385
Aperger, S. J. (P. Segismundo) 220
Aranda (Conde de) 47» 5<» 53» 54» 63, 93, 125,
128, 131, 132, 133, 163, 164, 181, 182, 185, 190, 198,
206, 207, 212, 221, 222, 223, 251, 258, 261, 262, 376, 379
Arduz (D. Pedro) 323» 325, 3^8
Arróyabe (Juana) • • 129
Arto, S. J. (P. Román) 152
Asco (D. Juan de) 60
Auñón (Conde de) 34
— 4^6 —
Págt.
Aviles (Marqués de) 276
Azara 312
Azcuénaga (D. Vicente) 60
Azúa, S. J. (P. Agustín de) , . • • too, loi
Balbastro (D. Isidro) 65
Balda, S. J. (P. Lorenzo) 190,194, 196
Barcena (D. Juan Antonio) 260, 261
Barreda, S. J. (P. José). 26, 27
Basa vilbaso (D. Domingo) 60
Basavilbaso (D. Manuel) • 60, 268
Baygorri, S. J. (H. Clemente). 118, 127, 129, 130, 131, 315
Benavides (Cacique) 200
Bennáser, S. J. (P. Bernardo) 108
Berjano (D. Carlos) ¿ 89
Berlanga (D. Juan de) 60, 220
Blanco, S. J. (H. esc. Juan) 108
Bobadilla (D. Antonio de) 86, 89, 90
Bonaparte (José) ¿. 319
Borja (María de) 129
Bougainville ^. . 222
Bruno de Zavala (D. Francisco) 209
Bucarelli (Francisco de Paula) ... 49, 50, 57, 58, 60,
61, 62, 63, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 70, 72, 74, 77, 91,
96, 97, 98, 99, 102, 107, 108, 109, 120, 121, i43i
152, 154, 155, 156, 157, 162, 163, i8i, 182, 185, 188,
189, 190, 191, 192, 194, 195. 197. «99» 200, 201, 203,
204, 205, 209, 210, 212, 214, 217, 218, 222, 223, 225,
226, 227, 228, 229, 230, 231, 257, 258, 259, 261, 269,
270, 272, 274, 277, 338, 356, 364, 386, 390
Bucarelli (Antonio María, hermano de Francisco).. 49
Buenrostro (D. Antonio) 362
Bustos (María Josefa) 316
Calatayud, S. J. (P. Pedro de) 288
Camaño, S. J. (P. Joaquín) i7ii 172» 3*8, 320
Campero (Juan Manuel) ... 102, 103, 104, 152, 153,
154» 257, 259» 260, 261, 269
— 407 —
Pigf.
Canestri, S. J. (P. Pedro Pablo) 345
Cano (Lucas; intérprete). 191
Cantoni (Monseñor Antonio) . • 353
Cantoni (Conde) 245, 253
Cardiel, S. J. (P. José) 196, 207, 304, 306, 308, 309
Carlos III.. • 21, 22, 23, 30, 36, 37, 38, 39. 41, 5^, 54,
56, 64, 71, 108, 1 13, 1 18, 125, 128, 198, 221, 229, 235,
237» 239. 242, 248, 249, 250, 251, 266, 280, 285, 290, 292
Carlos IV 262, 392
Carvajal (José de) ' 37
Garvalho (Sebastián José, Marqués de Pombal). • 39,
43, 43, 44, 46
Cavañas (D. Salvador) 91, 94
Cevallos (Pedro Antonio de) .... 30, 31, 33, 33, 34,
49, 188, 308, 336, 328, 331, 358, 361
Cithaalín (Cacique) i35» 136} 137
Clemente Xm , 35, 336
Clemente XIV 11, 393
Codallos • 48
Collado (Mateo del) 1 59
Cornejo (D. Juan Antonio) 104
Correa, S. J. (P. Luis) 345
Chagas 376
Charlevoix, S. J 7) 8, 9, ri , 14, 307
Chomé, S. J. (P. Ignacio) 174, 176, 177
Chueca, S. J. (P. Francisco) 173
Deyá, S. J. (P. Ignacio) 79
DobrizhofTer, S. J. (Padre) 303
Domingo (Cacique) '3^» i37f i43i i45
Elorduy (D. Nicolás) 310, 313
Enis, S. J. (Vide Henis).
Ensenada (Marqués de la). 38, 34
Epaquiní (Cacique) I49t 1 5Q
Escanden (Juan de) 28, 50, 187, 331, 333, 383
Espinosa (D. Julián) 60
Esquilache (Marqués de) « 46
— 4o8 —
Pág«.
Fabra, S.J. (P. Francisco).. loo, 102
Fabro (D. Fernando)... 77, 78, 79, 80, 81, 82, 83,
84,85,86, 117, 119, 258
Falconer, S. J. (Vide Falkner).
Falkner, S. J. (P. Tomás) 302, 304
Felipe V 309
Fernando VI 23, 24, 25, 30, 34, 229
Fernando Vil • 330
Florídablanca (Ftde Moñino) 292, 396
Francia (Dictador paraguayo) 276
Franco, S. J. (P. Bartolomé) 100
Frasset, S. J. (P. Francisco) ico
Freiré 4.... 28
Fuentes (Conde de) 234
Funes (D. Ambrosio) 260, 300, 3 14> 3 16, 324, 328
Gainza (D. José) ....'. 269
Galprin, S. } 300
Gandía, (H. esc. Antonio) 108
Garau, S. J. (P. Antonio) 100
Garau, S. J. (P. Sebastián).. 71
Garay (D. José, deán de Córdoba) 83
García, S. J. (P. Juan) 146, 148
García, S. J. (P. Manuel). 77
García Tagle (D. Miguel), . 67, 68, 69, 257, 259, 386, 390
Gayola, S. J. (H. José; 108
Gil, S. J. (P. Manuel Gervasio) , 322
Godoy (D. Manuel) 262
González, S. J. (P. Diego) 153, 323
González (D. Francisco) • 60, 61
González, S. ]. Duran (H. José) 13 1 , 1 32, 385
Grimaldi (Marqués de) 182, 338
Guevara, S. J. (P. Francisco Javier). r72
Guevara, S. J. (P. José) 78, 306, 316
Guido, S. J • ^ • • 300
Guirior (D. Manuel) • 301
Gustavo in (Rey de Suecia) 18
— 4^9 —
Pági.
<juti<Jrrez, S. J. (P. Antonio) 92
Gutiérrez (Jaime) , . . , ' : . . • . 171
Haro, S. J. (H. Pedro), ....*,., 100
Henis, S. J. (P. Tadeo) * , . , 30, 196
Herboso (limo. Sr.) « 377
Herrera (D. José Tomás de) 99
Hervás, S. J. (P. LfOrcnzo). ." 291, 320
Ibáñez ' 24,32,33, 308
Illana (Obispo de Córdoba) 102, 223, 261 , 366, 267
Isabel de FariKsio (Reina madre de Carlos III) . . 34> 3^
Isabel II 262
Isla, S. J. (P. José Francisco) 9
Iturri, S.J. (P.Francisco) ^ ,. 291,318, ^20
Jaunzaras S. J. (H.. José Ignacio) 316
Jolís, S.J. (P.José).. 151, 306, 310
José I (Rey de Portugal)...... «.... 23, 43
José de San Alberto (Ilma..Sr. Fx... .Obispo de Cór-
doba) «..« ^ 297
Jxiárez, S. J. (P. Gaspar). 252, 291, 300, 301^ 3 14, 320, 383
Keene 29
Labaidcn (D. Manuel de) 91,268, 269
Lara, S. J 252
Larrain, S. J. (P. Tomás) . . ., 40» 233
Latorre (D. Manuel Antonio de).. . 36, 50, 89, 187,
201, 222, 223, 230, 272
Lazcano (D. Andrés) 274
Leiva '. 269
León (D. Sebastián de) •.... 97
López (D. Carlos) 276
Lorea (D. Isidoro) 231, 263
Luis (D.) íiníante, hermano de Carlos III). 37, 38, 45, 233
LuisXlv! 18
Macicl (D. Joaquín)... 25, 133, 1371 «43
Mahony (Conde) * • 290
Malvar (limo. Sr. D. Sebastián, Obispo de Buenos
Aires) 4 263, 297
•
— 410 —
Pági.
Mañalich « 40, 46
María (Reina de Portugal). 43
María Antonia de la Paz 294, 301
María Teresa (Emp. de Austría) 302
Martínez (Diego Antonio).. 164, 166, 168, 169, 171, 174
Martínez, S. J. (P. Miguel) , 77
Martínez de Ibarra (D. Antonio) 217
Martínez de Tin eo (Victorino). 99, 162, 163, 176, 18 i, 183
Medrano (D. Pedro) 65
Meneses (Embajador) 43, 45
Me3sner, S. J. (P.Juan) 174, 175, 178^ 179, 180, 181
Millas, S. J. (P. Joaquín) 291, 318, 321
Miranda, S. j. {P. Javier) 322
Miura (D. Pedro de) 140
Montes, S. J 381
Moñino ( Vide Florídablanca) « 228, 230, 23 1
Moróte (D. Joaquín) • 67
Morphy (D. Carlos) 91} 92t 95, 97* 98
Morro, S. J. (H. Ignacio) « 10&
Moscoso (limo. Sr. D. Manuel, Obispo de Córdoba
y de Cuzco) 296
Mota (D. Francisco de la) 141
Muñoz, S. J. (H. Antonio) 100
Muñoz (D. Juan Bautista) 3 19
Muriel, S. J. (P.Domingo) 7, 10, 12, 105, 246,
300, 306, 308, 322, 385
Napidrigí (Cacique) 1 50
Navarro, S. J. (P. Domingo) 227, 230, 363
Navarro, S. J. (P. Joaquín). 233
Nicolás 1 24,46,208, 232
Nieto (D. José) 65, 66
Neenguirú (Nicolás, Cacique) 206, 207, 208
Ocampo, S. J. (P. Juan Francisco) 306, 3 1 7
Oroño, S. J. (P. Francisco) , . 151, 152, 153
Oros, S. J. (P. Ladislao) 88
Orosz, S. J. (P. Estanislao) 175, 302, 305
— 4" —
Pígt.
Osma, S. J 251
Oyarzabal, S. J. (P. Ignacio) 264
Pácz (P. José) 78, 79
Pallozzi> S. J. (P. Esteban) i74f i75i iSo
París, S. J. (P. Antonio) 100
Parras (Fr. Pedro José de) 188
Patzi, S. J. (P. Narciso) 170, 171, 172, 174, 175
Pauke (P. Florián) . 75, 134, 136, 137, 138, 139, 140,
142, 143, 145» 157. 160, 162, 30J
Paz, S. J. (H. Domingo) 80
Peleyá, S. J. (P. José) 170,171, 172
Peramás, S. J. (P.) 127,244,306, 310
Pérez • 45
Pérez de Saravia (D. Francisco) 60, 121
Pessoa (Padre Comendador del convento de la Mer-
ced de la Asunción) 93, 149
Pestaña (Juan Francisco). ' 162, 165, 166
Pinedo 98, 276
■Pino (D. Joaquín, Virrey de Buenos Aires). • . 324, 329
Pío VI 46, 292
Pío VII 330, 397, 400
Plantich, S. J. (P. Nicolás) 74
Ponciano 134
Portal 360
Prado, S. J. (P. Juan de) , 71
Querini,S. J. (P. Manuel) 88
Quiroga, S. J. (P.) 304, 306, 309
Rafíay, S.J. (P.) 17
Ramírez (D. Basilio) 309
Rávago, S. J. (P.) 25, 28
Recalde (D. Lorenzo) 94
Recio, S. J. (P. Bernardo) 40, 233
Rell,S.J.(H. Conrado) 71
Ribas, S. J. (H. Juan) 108
Ricci (R. P. Lorenzo) 40, 46, 51, 233, 244
Río (Hermano novicio) 377, 378
Pági.
Riva Herrera (Juan Francisco). .,..•. , 20S
Rivadavia, S. J. (P.José) ..• 323, 324
Robles, S. J. (P. José de ). 1 05, 246, 385
Roca (H. José)... 381
Roda (D. Manuel de). 22, 36 41
Rodríguez, S. J. (P. José) 167, 169, 170, 184
Rosa (D. Agustín de la) 74, 106, 269
Ruiz, S. J. (P. Francisco) 315
Salas (D. Diego de) • 31, 67
Salazar Calvete 51
Salinas (D. Marcos) 91
Salinas, S. J. (P. José) .••••• >07
Sánchez Labrador, S. J. (P.José)... 145, 146, 147,
148, 149. i5«>i 158, 306, 312, 313
Saravia ( Vidc Pérez de). •
Schmid, S. J. (P. Martín). 184
Serrano, S. J, (P.) 322
Soler (Hermano novicio) 377
Somalo (D. Francisco) 7 ii 7^» - 73
Strobl, S. J. (P. Matías) r-r--: :•••:• 3^
Tagle (Vidc García Tagle).
Tanucci (Bernardo).. ......... . 22,36,37,52,234, 262
Termeyer, S. J. (P.) .......... 322
Tineo (Vidt Martínez de Tineo).
Tojo (Marqués de) 99, 101
Toledo, S. J. (Paidre) 152
Tolrá, S. J. (P. Juan José) 293
Tomás (D. Diego) 362
Torre (Manuel Antonio de la). .. .^ 215
Torregiani (Cardenal) , 243
Torres, S. J. (P. Cayetano) 100
Torres Bollo, S. J. (P. Diego de) 283
Tux, S. J. (Padre) - 208
Ucedo (D. Domingo) 65
Valdelirios (Marqués de).. . . 26, 27, 28, 29, 30, 31,
33i 33. «87. 309
— 4^3 —
Píg».
Vallejo (Hermano novicio) 377, 378
Várela (D. Diego) 309
Vázquez (Juan) 73
Vázquez, S. J. (P. Luis) 326
Vera y Aragón (Antonio de). '. 146
Vergara, S. J. (P. Manuel) 85, 189, 193, 200,
210,211,212,218,219,227, 360
Vértiz (D. Juan José) 68, 224, 297
Viana 31, 33
Villafañe, S. J. (P. Diego León de) 323, 327
Wall (D. Ricardo)...., 26,29,31,32,33, 236
Wames (D. Manuel; 65
Zamoalla (D. José Antonio) 260, 261
Zenzano (D. José) 67
Ziburu (Miguel de) 140
índice
DB
NOMBRES PROPIOS GEOGRÁFICOS
QUE SE CITAN EN ESTE TOMO
Wgt.
Alemania i6i
Aneaste (Sierra de) 296
Ancona 17, 383
Andalucía 247
Apóstoles (Pueblo de los) 220
Aragón 289, '380
Araucania 328, 329
Areco (Estancia del Colegio de Buenos Aires) .... 71
Argentina (República) 264, 278
Arica 180
Asunción (Del Paraguay) 13* 58, 91, 92, 96, 97,
102, 146, 147, 148, 149, 154, 259, 267, 279, 290, 312
Bagnacavallo 247
Bajada (Hoy Paraná) 1 90
Barcelona 132, 319,324, 325, 378, 380
Bastía (Puerto de) 1 1 4
Belén de los Mbayás (Reducción de) 146, 151, 312
Betanzos 380
Bilbao ^ 345
Bolonia 247, 310, 321, 383
Brasil. , 285
— 415 —
Pág«.
Brísighella 244
Brünn 303
Buenos Aires . 13, 26, 49, 58, 61, 63, 64» 68, 70, 74,
76, 77. 901 97, 98, iQi, 102, 103, 107, 108, 109, lio,
120, 121, 122, 134, 137, «42. 143» M5i 149» "52, 155.
156, 15^» í59t 160, 162, 188, 189, 190, 191, 195, 207,
208, 218, 219, 222, 223, 225, 228, 245, 259» 264, 267,
273» 278, 294, 296, 298, 299, 301, 305, 309, 316, 319,
323. 324, 3251 327, 883
Burgos 345, 346
Cádiz 58,106,129,219,225, 328
California 161
Callao 181
Candelaria 217
Capilla del Rosario. 145
Cartagena de Indias. 184, 345
Catamarca 104, 296
Cochabamba 176, 1 80
Colonia 108,208, 299
Conchas (Río de las) 90
Córcega 114,243, 383
Córdoba del Tucumán 10» 77, 78, 86, 88, 91,
1 10, 1 16, 1 18, 222, 246, 267, 269, 279, 296, 303, 305,
306, 307, 3 1 1, 3»4, 316, 317, 321, 524, 327, 361
Corrientes 91,109,110, 279
Coruña 65, 11 1, 131, 132, 326, 345, 380
Cruz (Pueblo de la) 214
Chacarita (Estancia del Colegio de San Ignacio^ de
Buenos Aires) 71, 73
Chaco . 132, T45, '5», 154, 200, 277, 278, 303, 304, 3>o
Chagres(Río) 181
Charcas.. . 57,98,162,165,174,175,181, 340
Chile 57, 104, 106, 108, 121, 180, 247, 328, 340
Chiloé 161
Chuquisaca .'. 167
Ensenada de Barragán 87, 90, 105, 107, 108, 1 10
~ 4i6 —
Pági.
España.... 65, 74, 105, 106, 107, no, m, 112, 123,
125, 127, 234, 235, 238, 241, 289^292, 319, 325, 326,
338,341,381,391» 39^
Europa.. 18,(9,25,109,111, 246
Faenza 13, "4, 129, 130, 132, 162,244, 245,
246,247,248,253,306,307,309,311, 318, 321, 324, 32a
Ferrara 247, 383
Ferrol. , 1 11, 131
Filipinas 5^» 57, 247, 288, 289, 336, 351, 39^
Florencia ^. . 385
Forlí . 247
Francia ^ ^ ...... ^ 300, 301
Fregenal , 345, 34^
Galicia. ...,. 131, 38a
Genova , 114,380, 383
Gerona 40
Gijón 345
Granada . . • • 28, 262.
Guacalera loi
Guardia (La) 308, 312
Guay vi rabí (Paso de) 213
Habana 49, 184
Holanda 162
Igatimí 98
Itnola 245, 246, 247
Inglaterra 304
Inmaculada Concepción (Reducción de Abipones). .
i33t 142
Inmaculada Concepción (Reducción de Chiquitos). . 162
Innspruck • 220
Italia..... 21, 113, 114, 127, 161, 162, 184,255,306,
323, 324, 326, 3^
Itapúa. .é 31
Jaén 262
Jerez 124, 125, 131, 252,3451 346
Jujuí 4. 65, loi, 102, 227, 229, 230, 296, 323, 362
— 417 —
Páp.
Klicsova fHungría) .'. - 305
Lérida...'. .*.....'.' * 380
Lima ; ' 180, 340
Liorna..- 382
Lisboa • 1 20, 328
Londres ; 20
Lugo ....;••. : 380
Lujan (Nuestra Señora de) 89
Madrid n, 13, 24, 37» 3», 50» 5'» 54» 334» 310
Magallanes (Estrecho de) ¿ . . • « 308, 309
Málaga '. 345
Maldonado (Isla de) ; 65
Malvinas (Islas) • 258
Mantua •.... ;..; 321
Martín García (Isla de) 208
Mataró ; 310
Matogrosso 162, 165, 285
Méjico 247, 288
Mendoza • 104, 105
Miriñay 210, 213
Misiones • 67
Módena 313
Mocoretá 210, 213
Montevideo 58, 70, 74,99» 106, 107, 108, 109,
lio, 159, 219, 269, 270, 299
Ñapóles 23
Oruro 177, 179, 180
Palma 345
Panamá ••..• 181
Paquia ' 180
Paraguay (Provincia del) 10, 34, 36, 45, 58, 98,
104, 105, 108, 112, 121, 122, 127,241, 247» 250, 256,
263, 270, 292, 304, 312, 323, 327
Paraguay (República) 264, 278
Paraguay (Rio) 309, 31a
Paraná é.. 190,285, 340
— 4i8 —
Pági.
Parma 289
Patagonia • • • 305
Perú.. 57, iSo, 228, 247, 272, 2S8, 312
Pilar (Reducción de Nuestra Señora del). 151
Plasencia • 321
Plowden-Hall (Inglaterra) • 304
Portobelo 181, 183, 184
Portugal 23, 24, 42, 276, 325
Puerto de Santa María 57, ni, 112, 123, 124,
129, 131, 160, 184, 219, 25"» 347» 35«
Quito .. 247» 285
Ravena 244» 253, 313
Recas (Arzob. de Toledo) 316
Rimini 247
Río de la Plata. 12, 14, 30, 33, 110, 167,186, i95f 259»
264, 277, 283, 291, 293, 303, 305, 309, 31 1, 3 13, 320, 323
Río Janeiro 317, 324
Río Pardo 196
Río Seco (Castilla) 380
Rioja 104
Rioja del Tucumán , 317
Roma.. .. 19, 20, J5, 36, 45, 46, 129, 130, 249, 292,
314, 3>5. 3»6, 318, 319, 381, 382
Rosario del Timbó (Vtde San Carlos).
Rusia 300, 314
Sagrado Corazón de Jesús de Chiquitos (Reduc-
ción). 162, 172
Salabina • • 296
Salou 346
Salta... 58,65,99, 102, 152, 155» 296,315. 324, 361, 362
Salto « 210, 212
San Antón (Castillo en la Coruña) 65, 66
Santo Tomé 214, 217
San Borja • 31, 214
San Carlos (Reducción de San Carlos ó Rosario del
Timbó) 1331205, 369
— 4»9 —
Pági.
San Estanislao (Reducción) •••••••• • • • • . 205
San Fernando (Reducción dé Abipones). 133, 205, 369
San Ignacio de Chiquitos (Reducción) 1 62, 174
San Ignacio de Tobas (Reducción de) • . • . 151
San Ignado-Mini 311
San Javier de Chiquitos (Reducción). .... 162, 167,
i 69, 170, 174, 176, 180
San Javier de Mocovíes (Reducción de). , • 133, 134,
i37i 138, 142, i5>* '62, 303
San Jerónimo (Reducción de) 133, 136
San Joaquín (Reducción) 151, 205, 369
San José de Chiquitos (Reducción) 162
San Juan 104
San Juan de Chiquitos (Reducción) • • 1 62
San Luis 104
San Luis (Pueblo de Guaraníes) 205, 364
San Martín de la Nuve • 175
San Miguel de Chiquitos (Reducción) 162
San Miguel de Tucumán • . • 327
San Nicolás 208
San Pedro (Reducción de).. 133, 136, 137, 138, 142, 303
San Raídcl de Chiquitos (Reducción) 162, 166,
174, 175» «78, 180, 184
San Sebastián 345
Santiago de Chiquitos (Reducción). . 162, 169, 171, 172
Santiago del Estero. . . 102, 104, 155, 294» 295, 296, 314
Santa Ana de Chiquitos (Reducción) 162, 166
Santa Catalina (Estancia de Córdoba) 78
Santa Cruz de la Sierra 99, 164, 165, 166, 176,
178, 179, 180
Santa Fe 74, 77. 109, 110, 133, 136, 137, 138,
139, 140, 141, 142» 144, 279
Santa Fe (Provincia) 247
Santa Fe de la Vera Cruz (Provincia de Buenos
Aires) 318
Santa Rosa (Chiquitos) 165
Ngs.
Santa Rosa de Misiones. . . . '« 1 8S
Santa Tecla 27
Santander • 346
Segorbe 345, 346
Segundo (Río). ; 89
Sevilla 381
Silipica • • • • . . 396
Simancas • 13 I
Soconcho 296 ^
Tacna 179
Tamames (Obispado de Salamanca) 306
Tarija *.'. 98, 99, loi, 102, 163
Tarragona 175, 345, 34^
Tarumá 151
Tebicuarí 208
Tenerife 345
Teruel 345» 346
Toledo 247
Torelló (Cataluña) 310
•Trinidad , 207
Tucumán. ..... 58, 91, 104, 155, 167, 259, 304, 328, 329
Uruguay 285, 322, 340
Vacas (Estancia de las) 73
Valencia * • . • 32 1
Valladolid 10,306, 380
Valparaíso 105
Venecia ii
Viena 20, 302
Wintzingen (Silesia) 303
Yapeyú ó Santos Reyes 190, 210, 212, 213,
214, 217, 218
Yaví loi
Zaragoza 4 32 1, 380
Aaut da fin
esi€ iwro referente a
EL EXTRAÑAMIENTO DE
LOS JESUÍTAS DEL RJO DE LA
PLATA r DE LAS MISIONES DEL
FARAGUAT} EitudkiUiF, Pablo Her-
nández I. j. Fuém^eso en la miy nohU
y coronada vi/la di Madrid^ en U
ofána tifagráfica de Fortaaa,
Acabóse ¿ ocho díat de
Enero de miiy notft^
cientot ocho
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Finito libbo bit lads kt globia
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LISTA
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8C6CR1PTORE8 A LA COLECCIÓN DK UBMOS Y DOCUMENTOS
MEF£M£NTES Á LA HISTORIA DE AMÉRICA
La Biblioteca partioitar 4c S. M. d Rty,
Brítnh Mqscoid.
El liutícato General f Tccako át Barcelona .
D. Jote A. Eacoco.
Dr. N. LaÓQ.
La Biblioteca Nacional.— ila«Me« Aka,
D. Manad ¿t Olivciía Ltaa.
D. Affbto Lópn de Miranda.
La Biblioteca NacioAal— ilrá Jtamro,
La Biblioteca de la Uoivcrtidad Nacional. ^¿^ Ptété*
Mr. David Note.
Mr Jas. A. Robcrtaon.
La Real Academia de la Historia*
D. Edoafdo Vivaa
Dr. Pedro N. A rata.
Dr. Salvador de Mendoza.
Mr. Thomas C. Da«ioo.
D. Maaoel E. Ballnterot
D. Mariano MoriUo.
Sffct. P. J. Gniro!a t Compañía.
Mr. GeoTfe Parker Winthip.
D. Joié Calvo y Ramoi.
D. Telatco Cattellanot.
La Biblioteca Nacional. — Lami
D. Severo G. del Caiciilo.
Siea. O, Mendctky é Hijo.
D. E. Rouy.
D^, Jenaro García.
Eicflio. Sr. General D. Femando Gontilea.
D. Antonio Lcbnann.
D. Arturo Bcyer. *
limo. Sr. Obitpo Dr. Francisco Planearte.
La Biblioteca Nacional. —rij«^tf/ffl.
D. Ramón J. Cárcano.
D. Toroái A. Sanmiguel.
D. Cesáreo García.
D. Felipe de Osma.
D. Fernando Fe.
D. Ramón Orbea.
D. José Ruis.
D. Manuel María Polit.
Mrs. Simmel de C*
D. Joaquin Gomes do Campo.
Sr. Marques de Villasinda.
R. P. Pablo Pastells.
El Archivo General de Indias.— &vi//fl.
D. F. De üaan.
D. Tomás Sanz.
COLECCIÓN DE LIBROS Y DOCUMENTOS
REFERENTES X LA
HISTORIA DE AMÉRICA
£d esta Colección, formada por obras inéditas é impre-
sas de gran rareza, se publicaron las que siguen:
Tomo I.— FiGüKROA (P. Francisco): Relación de las misio^
fies de la Compañía de Jesús en el pais de los
Maynas (inédita).
Tomo n, III y IV. — Gutiérrez de Santa Clara (Pedro):
Historia de las guerras civiles del Perú y de
otros sucesos de las Indias (inédita).
Tomo V y VI. — Alvar Núnez Cabeza de Vaca: Relación
de los Naufragios y Comentarios, (Aumentada
con documentos inéditos.)
Tomo VII. —Hernández (P. Pablo): El Extraüamiento de
los Jesuítas del Río de la Plata y de las Misio-
nes del Paraguay^ por Decreto de Carlos 11 L
Tomo WlLl,'- Relaciones históricas y geográficas de la
América Central.
EN PRENSA Y EN PREPARACIÓN
(^orita (Alonso de): Relación de las cosas notables de la
Nueva España (inédita.)
Lozano (P. Pedro): Descripción corogrdfica del Gran
Chaco.
Osando (Fr. Reginaldo): Historia del Perú^ Tucumdn^
Rio de la Plata y Chile (inédita.)
Alburqubrque y Coello (Duarte): Memorias diarias de
la guerra del Brasil, por discursos de nueve años empe^-
zando desde el de MDCXXX.
Ciiarlevoix (P. Pedro Francisco Javier): Historia del
Paraguay y con las anotaciones y correcciones latinas del
P. Muriel.